/ jueves 20 de agosto de 2020

500 años de Leonardo da Vinci



Para muchos, el mayor genio que tuvo hasta el momento la humanidad. Leonardo da Vinci fue pintor, escultor, músico, poeta, inventor, científico, anatomista, arquitecto, artista botánico, escritor, filósofo, ingeniero, urbanista y mucho más. Un adelantado para su época en pleno Renacimiento,

Uno de los personajes más notables e influyentes a lo largo de la historia, nació el 15 de abril de 1452, era un curioso amante de la naturaleza, a la que dedicaba muchas horas para dibujarla, lo que facilitó que entrara a trabajar como aprendiz en uno de los talleres de arte más prestigiosos bajo el magisterio de Andrea del Verrocchio, a quien debe parte de su excelente formación multidisciplinaria, en la que se aproxima a otros artistas como Sandro Botticelli, Perugino y Domenico Ghirlandaio.

A la edad de 20 años, en 1475, Leonardo ya pertenecía al Gremio de San Lucas, el gremio de los artistas y doctores en medicina, que en Florencia se agrupaba con la denominación de la “Campagnia de pittori”. Un año más tarde comenzó a ser reconocido por sus primeras grandes obras: el “Paisaje del valle del Arno” o “Paisaje de Santa Maria della neve”, un dibujo elaborado con pluma y tinta y “La Anunciación”, donde mejoró la técnica del esfumado hasta un punto de refinamiento nunca conseguido antes de él.

Cuando su nombre comenzó a circular cada vez más en Florencia, el noble Lorenzo Médici le ofreció a Leonardo trasladarse en 1482 a Milán como emisario florentino y también para que trabajara para el mecenas y duque de Milán, Ludovico Sforza, quien fue su gran mecenas y dirigió sus estudios y conocimientos en la ingeniería sin descuidar la pintura. En 1493 le dio el mítico título de “Apeles florentino”, reconocimiento reservado únicamente a los grandes pintores.

En 1490 participó del acabado de la cúpula de la catedral de Milán en un congreso de arquitectos e ingenieros. Creó el boceto del helicóptero, la bicicleta y el famoso “El Hombre Vitruvio”. Leonardo estudió urbanismo y propuso planos de ciudades ideales. Se interesó por la disposición hidráulica y un documento de 1498 lo cita como ingeniero y encargado de los trabajos en ríos y canales. Un poco más tarde, en 1498 construyó el techo del castillo de los Sforza y realizó su famosa pintura “La última cena”, en los murales del convento Santa María Dalle.

Realizó su testamento diez días antes de morir y dejó sus bienes más valiosos, empezando por sus manuscritos y por sus libros, a su discípulo predilecto: el joven Francesco Melzi, letrado y de origen noble que lo había acompañado a su exilio voluntario en Francia al servicio del rey Francisco I. Las pinturas que tenía consigo las vendió poco antes al mismo rey.

Melzi atesoró los bienes con celo en su residencia de Vaprio d’Adda, cerca de Milán, hasta su muerte en 1570, heredándolos a su hijo, el médico Horacio Melzi, quien no los valoró y comenzó la diseminación de su obra que la mantuvo inaccesible por siglos, a pesar de las pocas obras visibles, al registro escrito del Vasari que cita La Mona Lisa, Santa Ana y San Juan, a la tradición oral que permaneció por siglos y por la influencia que ejerció en incontables discípulos y seguidores.

Los estudios iniciales de sus códices, considerados fuentes inestimables de conocimiento, fueron interpretados como producto de un genio autodidacta, que frecuentó únicamente la escuela primaria por un breve periodo, llamada entonces Abbaco, donde se enseñaban las matemáticas básicas, como Aritmética y Geometría, así como a leer y escribir, para luego dedicarse a la carrera artística y entrar en el famoso taller de Andrea del Verrocchio en Florencia a quien consideró su maestro.

En 1870 se descubre por primera vez una lista de libros en el Códice Atlántico y en 1967, con el descubrimiento en Madrid de dos códices de I en Madrid en 1967, se encontró también una lista aún mayor de sus libros que darían pie a una serie de publicaciones, donde emergió la figura del artista como un gran intelectual, un lector inquisitivo que poseyó más de doscientos libros de ciencia, tecnología, religión y literatura, además de diccionarios y libros de gramática con los que aprendió el latín a los cuarenta años.

Leonardo no fue un hombre aislado sino del todo incorporado a la cultura de su tiempo, alimentándose de las mentes más brillantes, creativas y poderosas de su tiempo a quienes también influyó.

A diferencia de un artista como Miguel Ángel, Leonardo no dejó material epistolar, ni contó con un biógrafo que transmitiese noticias personales, pero su mito iniciado en el siglo XVI, atizado tres siglos después y perpetuado por la cultura de masa del siglo XX, sobre todo a partir del robo de la Gioconda en 1911; una noticia que fue cubierta por los medios de todo el mundo, llega hasta nuestro tiempo con historias de ficción como el “Códice Da Vinci”.

Caracterizado por su falta de sistematicidad, por lo que no concluyó muchas de sus obras; no solo pictóricas sino también libros, es ahora que a cinco siglos de su existencia, crece día con día su mito. Es tiempo de reconocer sus aportes al arte, la ciencia y la cultura, que adelantados a su época, dieron a la humanidad una nueva perspectiva para conocer el mundo.



Para muchos, el mayor genio que tuvo hasta el momento la humanidad. Leonardo da Vinci fue pintor, escultor, músico, poeta, inventor, científico, anatomista, arquitecto, artista botánico, escritor, filósofo, ingeniero, urbanista y mucho más. Un adelantado para su época en pleno Renacimiento,

Uno de los personajes más notables e influyentes a lo largo de la historia, nació el 15 de abril de 1452, era un curioso amante de la naturaleza, a la que dedicaba muchas horas para dibujarla, lo que facilitó que entrara a trabajar como aprendiz en uno de los talleres de arte más prestigiosos bajo el magisterio de Andrea del Verrocchio, a quien debe parte de su excelente formación multidisciplinaria, en la que se aproxima a otros artistas como Sandro Botticelli, Perugino y Domenico Ghirlandaio.

A la edad de 20 años, en 1475, Leonardo ya pertenecía al Gremio de San Lucas, el gremio de los artistas y doctores en medicina, que en Florencia se agrupaba con la denominación de la “Campagnia de pittori”. Un año más tarde comenzó a ser reconocido por sus primeras grandes obras: el “Paisaje del valle del Arno” o “Paisaje de Santa Maria della neve”, un dibujo elaborado con pluma y tinta y “La Anunciación”, donde mejoró la técnica del esfumado hasta un punto de refinamiento nunca conseguido antes de él.

Cuando su nombre comenzó a circular cada vez más en Florencia, el noble Lorenzo Médici le ofreció a Leonardo trasladarse en 1482 a Milán como emisario florentino y también para que trabajara para el mecenas y duque de Milán, Ludovico Sforza, quien fue su gran mecenas y dirigió sus estudios y conocimientos en la ingeniería sin descuidar la pintura. En 1493 le dio el mítico título de “Apeles florentino”, reconocimiento reservado únicamente a los grandes pintores.

En 1490 participó del acabado de la cúpula de la catedral de Milán en un congreso de arquitectos e ingenieros. Creó el boceto del helicóptero, la bicicleta y el famoso “El Hombre Vitruvio”. Leonardo estudió urbanismo y propuso planos de ciudades ideales. Se interesó por la disposición hidráulica y un documento de 1498 lo cita como ingeniero y encargado de los trabajos en ríos y canales. Un poco más tarde, en 1498 construyó el techo del castillo de los Sforza y realizó su famosa pintura “La última cena”, en los murales del convento Santa María Dalle.

Realizó su testamento diez días antes de morir y dejó sus bienes más valiosos, empezando por sus manuscritos y por sus libros, a su discípulo predilecto: el joven Francesco Melzi, letrado y de origen noble que lo había acompañado a su exilio voluntario en Francia al servicio del rey Francisco I. Las pinturas que tenía consigo las vendió poco antes al mismo rey.

Melzi atesoró los bienes con celo en su residencia de Vaprio d’Adda, cerca de Milán, hasta su muerte en 1570, heredándolos a su hijo, el médico Horacio Melzi, quien no los valoró y comenzó la diseminación de su obra que la mantuvo inaccesible por siglos, a pesar de las pocas obras visibles, al registro escrito del Vasari que cita La Mona Lisa, Santa Ana y San Juan, a la tradición oral que permaneció por siglos y por la influencia que ejerció en incontables discípulos y seguidores.

Los estudios iniciales de sus códices, considerados fuentes inestimables de conocimiento, fueron interpretados como producto de un genio autodidacta, que frecuentó únicamente la escuela primaria por un breve periodo, llamada entonces Abbaco, donde se enseñaban las matemáticas básicas, como Aritmética y Geometría, así como a leer y escribir, para luego dedicarse a la carrera artística y entrar en el famoso taller de Andrea del Verrocchio en Florencia a quien consideró su maestro.

En 1870 se descubre por primera vez una lista de libros en el Códice Atlántico y en 1967, con el descubrimiento en Madrid de dos códices de I en Madrid en 1967, se encontró también una lista aún mayor de sus libros que darían pie a una serie de publicaciones, donde emergió la figura del artista como un gran intelectual, un lector inquisitivo que poseyó más de doscientos libros de ciencia, tecnología, religión y literatura, además de diccionarios y libros de gramática con los que aprendió el latín a los cuarenta años.

Leonardo no fue un hombre aislado sino del todo incorporado a la cultura de su tiempo, alimentándose de las mentes más brillantes, creativas y poderosas de su tiempo a quienes también influyó.

A diferencia de un artista como Miguel Ángel, Leonardo no dejó material epistolar, ni contó con un biógrafo que transmitiese noticias personales, pero su mito iniciado en el siglo XVI, atizado tres siglos después y perpetuado por la cultura de masa del siglo XX, sobre todo a partir del robo de la Gioconda en 1911; una noticia que fue cubierta por los medios de todo el mundo, llega hasta nuestro tiempo con historias de ficción como el “Códice Da Vinci”.

Caracterizado por su falta de sistematicidad, por lo que no concluyó muchas de sus obras; no solo pictóricas sino también libros, es ahora que a cinco siglos de su existencia, crece día con día su mito. Es tiempo de reconocer sus aportes al arte, la ciencia y la cultura, que adelantados a su época, dieron a la humanidad una nueva perspectiva para conocer el mundo.