/ miércoles 23 de enero de 2019

A 50 años de luchas de obreros y estudiantes

Este año se cumple medio siglo de luchas por cambiar el mundo. En 1969, la guerra sucia del Gobierno italiano marcó un periodo de movilizaciones que modificó el sistema surgido de la industrialización tras el fin del fascismo, con lo que se llamó el otoño caliente italiano, y en ese mismo año se dio la primavera de lucha que produjo el “Cordobazo” en Argentina.

El “otoño caliente” fue un conjunto de luchas que hicieron temblar Italia del Piamonte de Sicilia, y que motivaron un profundo cambio de la situación social y política de este país.

A finales de los años 1960 se presentó en Europa el desarrollo sucesivo de luchas y de momentos de toma de conciencia por parte del proletariado que ponían de manifiesto un cambio trascendental: La clase obrera volvía a estar presente en la escena social, y retomaba su lucha histórica contra la burguesía, tras haber dejado atrás la larga noche de la contrarrevolución en que la habían sumido las derrotas de los años 1920, la Segunda Guerra Mundial y la acción contrarrevolucionaria del estalinismo.

Así, el “Mayo del 68” en Francia, así como las huelgas en Polonia del año 1970 o las luchas en Argentina, constituyen junto al “Otoño caliente” italiano, los momentos más importantes del debut de esta nueva dinámica que acabó alcanzando a todos los países y que abrió una nueva etapa de confrontación social que, con altos y bajos, perdura hasta ahora.

En Italia los obreros metalúrgicos se unieron en asambleas masivas de todos los trabajadores, sindicalizados o no y al grito de somos todos delegados, destituyeron a las comisiones internas nombradas en las fábricas por las direcciones sindicales.

Con el protagonismo y la dirección sindical desde abajo, forzaron la unificación de los tres sindicatos en un sindicato único renovado y suprimieron de golpe la división entre la llamada base que ejecuta y acata y la dirección que resuelve y actúa en nombre de como cuerpo separado e imponiendo sus decisiones rechazando así la delegación a un grupo de dirigentes separado y autoperpetuado.

En tanto, las fábricas italianas introdujeron un doble poder en los sindicatos, que son organismos de mediación del estado capitalista y crearon también un germen de doble poder en la sociedad al trascender los límites sindicales de la negociación de la venta de la mercancía fuerza de trabajo en el mercado laboral y adoptar posiciones políticas generales y decisiones paraestatales.

En Argentina, el 29 de mayo de 1969, la clase obrera, los estudiantes y el pueblo pobre de Córdoba llevaron a cabo un levantamiento obrero y popular que hirió de muerte a la dictadura de Juan Carlos Onganía y puso en vilo a la sociedad burguesa.

El “Cordobazo” fue precedido por una serie de movilizaciones estudiantiles y obreras cuyos puntos más altos son las manifestaciones de los estudiantes en Corrientes donde cae asesinado Juan José Cabral, y en Rosario los jóvenes Bello y Blanco lo que provoca el levantamiento obrero conocido como el primer Rosariazo.

Junto a los obreros industriales, la otra fuerza social movilizada en importancia es la de los estudiantes universitarios que resisten. La unidad obrera estudiantil fue una de las claves de la jornada y un signo de la época.

Existen momentos en la historia en los cuales quienes toda la vida han debido obedecer, incluso en sus propios sindicatos y partidos, deciden ser todos dirigentes, asumir colectivamente decisiones, pensar, actuar, resolver. Hay que captar esos instantes y favorecerlos en su afán de instaurar un nuevo orden más justo, en vez de llamar a los trabajadores a restaurar el orden justo y opresor.

La separación entre el trabajo manual y el intelectual, entre los que piensan y mandan y los que ejecutan decisiones ajenas, establece una división entre los saberes elevados y teóricos y los muy ricos y valiosos conocimientos que da la práctica.

Hay otros momentos, en cambio, en los que los oprimidos ven al poder como algo propio de especialistas, inalcanzable para la gente común, sucio, hostil, ajeno. La pereza mental provocada por la opresión lleva a pensar cotidianamente solo en lo inmediato, en lo que es posible obtener o en los problemas más urgentes. Los trabajadores pocas veces se ven a sí mismos, hacen balances de sus decisiones y experiencias, encaran con consciencia la construcción de su futuro individual y colectivo.

Sólo la adquisición de la conciencia individual en la lucha, mediante la acción común que organiza y define las iniciativas, convierte al ser humano, cualquiera que sea su grado de educación formal, en individuo pensante y capaz de decidir como ciudadano.

Recordar la lucha emprendida hace 50 años por estudiantes y obreros, en América y Europa, nos da la oportunidad de retomar nuestra historia y hacer conciencia del mundo en que vivimos para evitar repetirla.



Este año se cumple medio siglo de luchas por cambiar el mundo. En 1969, la guerra sucia del Gobierno italiano marcó un periodo de movilizaciones que modificó el sistema surgido de la industrialización tras el fin del fascismo, con lo que se llamó el otoño caliente italiano, y en ese mismo año se dio la primavera de lucha que produjo el “Cordobazo” en Argentina.

El “otoño caliente” fue un conjunto de luchas que hicieron temblar Italia del Piamonte de Sicilia, y que motivaron un profundo cambio de la situación social y política de este país.

A finales de los años 1960 se presentó en Europa el desarrollo sucesivo de luchas y de momentos de toma de conciencia por parte del proletariado que ponían de manifiesto un cambio trascendental: La clase obrera volvía a estar presente en la escena social, y retomaba su lucha histórica contra la burguesía, tras haber dejado atrás la larga noche de la contrarrevolución en que la habían sumido las derrotas de los años 1920, la Segunda Guerra Mundial y la acción contrarrevolucionaria del estalinismo.

Así, el “Mayo del 68” en Francia, así como las huelgas en Polonia del año 1970 o las luchas en Argentina, constituyen junto al “Otoño caliente” italiano, los momentos más importantes del debut de esta nueva dinámica que acabó alcanzando a todos los países y que abrió una nueva etapa de confrontación social que, con altos y bajos, perdura hasta ahora.

En Italia los obreros metalúrgicos se unieron en asambleas masivas de todos los trabajadores, sindicalizados o no y al grito de somos todos delegados, destituyeron a las comisiones internas nombradas en las fábricas por las direcciones sindicales.

Con el protagonismo y la dirección sindical desde abajo, forzaron la unificación de los tres sindicatos en un sindicato único renovado y suprimieron de golpe la división entre la llamada base que ejecuta y acata y la dirección que resuelve y actúa en nombre de como cuerpo separado e imponiendo sus decisiones rechazando así la delegación a un grupo de dirigentes separado y autoperpetuado.

En tanto, las fábricas italianas introdujeron un doble poder en los sindicatos, que son organismos de mediación del estado capitalista y crearon también un germen de doble poder en la sociedad al trascender los límites sindicales de la negociación de la venta de la mercancía fuerza de trabajo en el mercado laboral y adoptar posiciones políticas generales y decisiones paraestatales.

En Argentina, el 29 de mayo de 1969, la clase obrera, los estudiantes y el pueblo pobre de Córdoba llevaron a cabo un levantamiento obrero y popular que hirió de muerte a la dictadura de Juan Carlos Onganía y puso en vilo a la sociedad burguesa.

El “Cordobazo” fue precedido por una serie de movilizaciones estudiantiles y obreras cuyos puntos más altos son las manifestaciones de los estudiantes en Corrientes donde cae asesinado Juan José Cabral, y en Rosario los jóvenes Bello y Blanco lo que provoca el levantamiento obrero conocido como el primer Rosariazo.

Junto a los obreros industriales, la otra fuerza social movilizada en importancia es la de los estudiantes universitarios que resisten. La unidad obrera estudiantil fue una de las claves de la jornada y un signo de la época.

Existen momentos en la historia en los cuales quienes toda la vida han debido obedecer, incluso en sus propios sindicatos y partidos, deciden ser todos dirigentes, asumir colectivamente decisiones, pensar, actuar, resolver. Hay que captar esos instantes y favorecerlos en su afán de instaurar un nuevo orden más justo, en vez de llamar a los trabajadores a restaurar el orden justo y opresor.

La separación entre el trabajo manual y el intelectual, entre los que piensan y mandan y los que ejecutan decisiones ajenas, establece una división entre los saberes elevados y teóricos y los muy ricos y valiosos conocimientos que da la práctica.

Hay otros momentos, en cambio, en los que los oprimidos ven al poder como algo propio de especialistas, inalcanzable para la gente común, sucio, hostil, ajeno. La pereza mental provocada por la opresión lleva a pensar cotidianamente solo en lo inmediato, en lo que es posible obtener o en los problemas más urgentes. Los trabajadores pocas veces se ven a sí mismos, hacen balances de sus decisiones y experiencias, encaran con consciencia la construcción de su futuro individual y colectivo.

Sólo la adquisición de la conciencia individual en la lucha, mediante la acción común que organiza y define las iniciativas, convierte al ser humano, cualquiera que sea su grado de educación formal, en individuo pensante y capaz de decidir como ciudadano.

Recordar la lucha emprendida hace 50 años por estudiantes y obreros, en América y Europa, nos da la oportunidad de retomar nuestra historia y hacer conciencia del mundo en que vivimos para evitar repetirla.