/ miércoles 6 de marzo de 2019

A propósito de las campales, en los partidos

Que se desgreñen, se desgañiten, se insulten, se mienten todo; o como gritaba mi tía cuando nos conminaban a la calma y no hacíamos caso: ¡Déjenlos que se aporreen!

Verá como después quienes ahora andan de la gamarra, luego los observará en candoroso romance o vulgar maridaje. El sodomesco y gomorresco averno político tolera eso y mucho más.

Ese travestismo por el que ora andan de anaranjado, ora de amarillo, ora de azul, verde, blanco o rojo. Así es ese orgiástico ambiente y usted derramando bilis, malpasándose, desvelándose, ¿y todo para qué?, si a final de cuentas habrán de darle a su alma la peor de las derrotas. ¡Ah caray!, llegaron a mi mente los versos del precioso bolero La peor de las derrotas, de José Vaca Flores, hecho famoso por Alberto Beltrán y la Sonora Matancera, al igual que la chatita Magda Franco.

¡Ya ve! Por culpa de ese infernal oficio que es la política ya me hizo desvariar y profanar el hermoso arte de la música, alimento del alma y bienhechor del corazón. Por eso mejor vamos a recordar a mi ídolo Jesús González Leal, hoy por hoy el mejor cuenta chistes de México, del mero “Cadeleyta, Nuevo León”, como se refería él a su cuna.

Para ir a tono con la efervescencia que impera repitamos unos chistoretes de ese tenor: Llegó el calilla con Mon, recién ungido presidente municipal y le pidió permiso para matar un cochinito. Así sacrifícalo, le dijo el munícipe, pa’ que tanto burocratismo, si te dicen algo los inspectores me los mandas. No fueron los altos funcionarios los que comparecieron con Mon, fue doña Chencha, bragada mujer del pueblo.

Oye Mon, le reclamó, ya ni jodes, saliste igual que los otros: Abusivo, arbitrario, corrupto… ¡Párele, párele, párele, interrumpió Mon, pos que se trai! Cómo que qué traigo desventurado ¿Por qué le diste permiso al langusiento de Estanislao para tragarse mi cochino? Arrestado que fue el susodicho e interrogado por el nuevo alcalde del porqué se engullo el porcino, el abigeo en ciernes le recordó que él mismo le había dado permiso. Mon indignado le gritó: Pos sí, yo creía que era tuyo. Y qué cree que le dijo el cínico Estanislao: Si fuera mío… pa’ que necesitaba tu pin (una palabrota) permiso.

El director de obras públicas municipales no alcanzaba a comprender las órdenes de su patrón Mon. señor presidente municipal, le advirtió, pero en qué cabeza cabe invertir tanto dinero en embellecer la cárcel municipal, si hay escuelas que no tienen sanitarios, agua; es más, ni un méndigo rollo de papel, menos un paquete de hojas.

Con el tono de quien se cree avezado político, engoló la voz y dijo así con aguardentoso acento: Hay que ver hacia delante, al futuro; por la escuela ya pasamos, pero pa’ la cárcel… ¡vamos que volamos!

Cuando se comunicó Mon, naciente presidente municipal con su antecesor, lo hizo con un marcado dejo de ira, a las claras se veía su rostro descompuesto. Por eso en cuanto descolgó el aludido, Mon le gritó: Oye Onésimo, cómo eres desgraciado, nomás dejaste cinco mil pesos de fondo. No pudo continuar el alterado Mon porque el otro de inmediato contestó: ¿Pos dónde estarían esos cinco mil pesos, que no los vi?

Mon era un tirano con su chofer. Cuando conducía el carruaje municipal, era una cantaleta: El semáforo, el bache, el transeúnte le gritaba mientras circulaban por las calles de la ciudad a bordo del automóvil. Cierto día se dirigían a la capital a ver al gobernador, así que Mon iba más impaciente que de costumbre. La curva, la vaca, la señal, los topes, el tren, rebasa, no rebases.

Llegó un momento en que el amanuense le sugirió: Sabe qué Mon, manejé usted. Pos pa’l trompo son las cuerdas, fíjate que sí te agarro la palabra. Arrancó Mon… A diez, a veinte, a cincuenta, a cien. Minutos después el vehículo daba volteretas hasta que providencialmente un terraplén detuvo el auto y amortiguó el golpe.

Salieron los protagonistas pálidos, despeinados, aterrados, pero Mon garboso se paró frente a su acompañante y le hizo ver: Fíjate cómo se maneja; si hubieras venido manejando tú… ¡Nos habíamos matado, baboso!

Que se desgreñen, se desgañiten, se insulten, se mienten todo; o como gritaba mi tía cuando nos conminaban a la calma y no hacíamos caso: ¡Déjenlos que se aporreen!

Verá como después quienes ahora andan de la gamarra, luego los observará en candoroso romance o vulgar maridaje. El sodomesco y gomorresco averno político tolera eso y mucho más.

Ese travestismo por el que ora andan de anaranjado, ora de amarillo, ora de azul, verde, blanco o rojo. Así es ese orgiástico ambiente y usted derramando bilis, malpasándose, desvelándose, ¿y todo para qué?, si a final de cuentas habrán de darle a su alma la peor de las derrotas. ¡Ah caray!, llegaron a mi mente los versos del precioso bolero La peor de las derrotas, de José Vaca Flores, hecho famoso por Alberto Beltrán y la Sonora Matancera, al igual que la chatita Magda Franco.

¡Ya ve! Por culpa de ese infernal oficio que es la política ya me hizo desvariar y profanar el hermoso arte de la música, alimento del alma y bienhechor del corazón. Por eso mejor vamos a recordar a mi ídolo Jesús González Leal, hoy por hoy el mejor cuenta chistes de México, del mero “Cadeleyta, Nuevo León”, como se refería él a su cuna.

Para ir a tono con la efervescencia que impera repitamos unos chistoretes de ese tenor: Llegó el calilla con Mon, recién ungido presidente municipal y le pidió permiso para matar un cochinito. Así sacrifícalo, le dijo el munícipe, pa’ que tanto burocratismo, si te dicen algo los inspectores me los mandas. No fueron los altos funcionarios los que comparecieron con Mon, fue doña Chencha, bragada mujer del pueblo.

Oye Mon, le reclamó, ya ni jodes, saliste igual que los otros: Abusivo, arbitrario, corrupto… ¡Párele, párele, párele, interrumpió Mon, pos que se trai! Cómo que qué traigo desventurado ¿Por qué le diste permiso al langusiento de Estanislao para tragarse mi cochino? Arrestado que fue el susodicho e interrogado por el nuevo alcalde del porqué se engullo el porcino, el abigeo en ciernes le recordó que él mismo le había dado permiso. Mon indignado le gritó: Pos sí, yo creía que era tuyo. Y qué cree que le dijo el cínico Estanislao: Si fuera mío… pa’ que necesitaba tu pin (una palabrota) permiso.

El director de obras públicas municipales no alcanzaba a comprender las órdenes de su patrón Mon. señor presidente municipal, le advirtió, pero en qué cabeza cabe invertir tanto dinero en embellecer la cárcel municipal, si hay escuelas que no tienen sanitarios, agua; es más, ni un méndigo rollo de papel, menos un paquete de hojas.

Con el tono de quien se cree avezado político, engoló la voz y dijo así con aguardentoso acento: Hay que ver hacia delante, al futuro; por la escuela ya pasamos, pero pa’ la cárcel… ¡vamos que volamos!

Cuando se comunicó Mon, naciente presidente municipal con su antecesor, lo hizo con un marcado dejo de ira, a las claras se veía su rostro descompuesto. Por eso en cuanto descolgó el aludido, Mon le gritó: Oye Onésimo, cómo eres desgraciado, nomás dejaste cinco mil pesos de fondo. No pudo continuar el alterado Mon porque el otro de inmediato contestó: ¿Pos dónde estarían esos cinco mil pesos, que no los vi?

Mon era un tirano con su chofer. Cuando conducía el carruaje municipal, era una cantaleta: El semáforo, el bache, el transeúnte le gritaba mientras circulaban por las calles de la ciudad a bordo del automóvil. Cierto día se dirigían a la capital a ver al gobernador, así que Mon iba más impaciente que de costumbre. La curva, la vaca, la señal, los topes, el tren, rebasa, no rebases.

Llegó un momento en que el amanuense le sugirió: Sabe qué Mon, manejé usted. Pos pa’l trompo son las cuerdas, fíjate que sí te agarro la palabra. Arrancó Mon… A diez, a veinte, a cincuenta, a cien. Minutos después el vehículo daba volteretas hasta que providencialmente un terraplén detuvo el auto y amortiguó el golpe.

Salieron los protagonistas pálidos, despeinados, aterrados, pero Mon garboso se paró frente a su acompañante y le hizo ver: Fíjate cómo se maneja; si hubieras venido manejando tú… ¡Nos habíamos matado, baboso!