/ jueves 1 de julio de 2021

A propósito de objetividad

Es mi intención platicarle, que en mis lejanos días de reportero, dentro de mis “fuentes” se enlistaron los partidos políticos. Con ese motivo sabatinamente, en particular, visitaba a don Jesús H. Elizondo, convencido, confeso y por esto ferviente panista. Tan panista era y tan era panista que a la entrada de su casa ahí en Cinco de Febrero y Progreso, en un ágora se congregaban los seguidores de esa organización a quienes adoctrinaba sobre la plataforma de su instituto y se trataban asuntos generales.

Naturalmente eran contados los presentes pues lejos estaban aún los días de vacas gordas. No cundían como ahora, los repentinos panistas a quienes de pronto les salía del alma el amor por su pueblo y sus correligionarios. No llovían entonces las plurinominales tan reclamadas hoy como suyas, por los advenedizos que de panistas sólo tienen sus apetencias. Imposible encontrar representantes genuinos en los municipios, si acaso en El Salto Pueblo Nuevo y en Guadalupe Victoria.

Pero volvamos con don Jesús. Terminada su alocución, como colofón y ritual de sus pláticas, dispuesta a la entrada del auditorio estaba una pequeña mesita y formadas varias hileras de monedas, que entregaba a los necesitados que ordenadamente pasaban uno a uno por su ayuda. Desde luego, el donativo era del peculio del hombre, toda vez que el PAN estaba en la inopia, por no decir en la miseria. Tras eso, me contaba las actividades a realizar, siempre optimista. ¡Ah!, pero vaya ahora al blanquiazul y verá que no le dan agua ni al gallo de la pasión.

Entre semana, acudía a una diminuta oficina que el Partido Popular Socialista acondicionó en calle Constitución, entre Veinte de Noviembre y Negrete, al lado de un conocido y reconocido Bar. Álvaro Ríos o Benito Arredondo Navarrete, sus representantes estatales daban cuenta de los quehaceres. Ríos era consumado activista que compartía su tiempo en la capital y el norte del Estado, donde se asentaba su bastión.

Su línea dura lo llevo a realizar, para su tiempo, osadas marchas en protesta por el lento desarrollo del reparto agrario. Su economía corporal fue receptora de la saña oficial, cuando sus agentes los “levantaban” y propinaban dolorosos escarmientos que a los pusilánimes los hacía pensar varias veces si “volvían a las andadas”. Álvaro era de los que no se amedrentaban y hasta sus últimos días continuó su lucha y del campesinado. Siguió, aunque con una intensidad más baja, el buen amigo Benito Arredondo Navarrete.

Desde luego, no era partido, pero si un apéndice de la Liga de Comunidades Agrarias. La Vieja Guardia Agrarista, liderada por don José de la Luz Fierro, se refugiaba en un vetusto edificio de Juárez y Aquiles Serdán. Centro de reunión a los auténticos defensores del campesinado, aunque diezmados y opacados por los nuevos tiempos y el surgimiento de otros valores que se dijeron los nuevos brotes de la savia campirana. No se dejaban aniquilar y se resistían a que sus otrora vítores a Zapata fueran callados por unos logreros, oportunistas que validos de la ocasión, enarbolaban los surcos, los arados, el barzón para auto definirse como los salvadores de la gente de sombrero.

A la postre, algunos de estos agraristas emigrarían al Partido Auténtico de la Revolución Mexicana PARM y, o, se fueron de este mundo en un ataúd, envuelto por la tristeza, por la melancolía de que los sueños que un día tuvieron se desvanecieron en los vaivenes del oleaje político que los arrojo como espuma perniciosa, como desechos de los embravecidos mares de la cosa pública, de la politiquería, de la mercadería emanada del poder.

Todavía en aquellas fechas al reportero se le exigía objetividad en la información. “Los hechos y sólo los hechos”. Era el periodismo objetivo, opacado o casi desplazado por el periodismo interpretativo en el que el sujeto narrador emite juicios de valor. Y aquellas recomendaciones se adentraban tanto en uno de tal forma de que la objetividad se extiende hasta en la vida personal, familiar o profesional y se adquiere el hábito de ver con crudeza y si es el caso dar una opinión, pero fundada en la realidad o si es de carácter intelectual o ideológica externarla y exponerla metódicamente.

Así pues, en estos tiempos de internet, de redes, de plataformas sociales donde la “opinitis” campea en todos los estratos se precisa una reflexión cuidada y cuidadosa de los temas a exponer por respeto a usted, entrañable lector, que nos dispensa el favor y el tiempo para la lectura de estos apuntes que se hacen con el único fin de estar en contacto con usted que merece todo el respeto del mundo y lo que debemos hacer es documentarnos o investigar el tema del que le vamos a hablar y esperamos seguirlo haciendo hasta que, ojalá y nunca, agotemos su paciencia.

Es mi intención platicarle, que en mis lejanos días de reportero, dentro de mis “fuentes” se enlistaron los partidos políticos. Con ese motivo sabatinamente, en particular, visitaba a don Jesús H. Elizondo, convencido, confeso y por esto ferviente panista. Tan panista era y tan era panista que a la entrada de su casa ahí en Cinco de Febrero y Progreso, en un ágora se congregaban los seguidores de esa organización a quienes adoctrinaba sobre la plataforma de su instituto y se trataban asuntos generales.

Naturalmente eran contados los presentes pues lejos estaban aún los días de vacas gordas. No cundían como ahora, los repentinos panistas a quienes de pronto les salía del alma el amor por su pueblo y sus correligionarios. No llovían entonces las plurinominales tan reclamadas hoy como suyas, por los advenedizos que de panistas sólo tienen sus apetencias. Imposible encontrar representantes genuinos en los municipios, si acaso en El Salto Pueblo Nuevo y en Guadalupe Victoria.

Pero volvamos con don Jesús. Terminada su alocución, como colofón y ritual de sus pláticas, dispuesta a la entrada del auditorio estaba una pequeña mesita y formadas varias hileras de monedas, que entregaba a los necesitados que ordenadamente pasaban uno a uno por su ayuda. Desde luego, el donativo era del peculio del hombre, toda vez que el PAN estaba en la inopia, por no decir en la miseria. Tras eso, me contaba las actividades a realizar, siempre optimista. ¡Ah!, pero vaya ahora al blanquiazul y verá que no le dan agua ni al gallo de la pasión.

Entre semana, acudía a una diminuta oficina que el Partido Popular Socialista acondicionó en calle Constitución, entre Veinte de Noviembre y Negrete, al lado de un conocido y reconocido Bar. Álvaro Ríos o Benito Arredondo Navarrete, sus representantes estatales daban cuenta de los quehaceres. Ríos era consumado activista que compartía su tiempo en la capital y el norte del Estado, donde se asentaba su bastión.

Su línea dura lo llevo a realizar, para su tiempo, osadas marchas en protesta por el lento desarrollo del reparto agrario. Su economía corporal fue receptora de la saña oficial, cuando sus agentes los “levantaban” y propinaban dolorosos escarmientos que a los pusilánimes los hacía pensar varias veces si “volvían a las andadas”. Álvaro era de los que no se amedrentaban y hasta sus últimos días continuó su lucha y del campesinado. Siguió, aunque con una intensidad más baja, el buen amigo Benito Arredondo Navarrete.

Desde luego, no era partido, pero si un apéndice de la Liga de Comunidades Agrarias. La Vieja Guardia Agrarista, liderada por don José de la Luz Fierro, se refugiaba en un vetusto edificio de Juárez y Aquiles Serdán. Centro de reunión a los auténticos defensores del campesinado, aunque diezmados y opacados por los nuevos tiempos y el surgimiento de otros valores que se dijeron los nuevos brotes de la savia campirana. No se dejaban aniquilar y se resistían a que sus otrora vítores a Zapata fueran callados por unos logreros, oportunistas que validos de la ocasión, enarbolaban los surcos, los arados, el barzón para auto definirse como los salvadores de la gente de sombrero.

A la postre, algunos de estos agraristas emigrarían al Partido Auténtico de la Revolución Mexicana PARM y, o, se fueron de este mundo en un ataúd, envuelto por la tristeza, por la melancolía de que los sueños que un día tuvieron se desvanecieron en los vaivenes del oleaje político que los arrojo como espuma perniciosa, como desechos de los embravecidos mares de la cosa pública, de la politiquería, de la mercadería emanada del poder.

Todavía en aquellas fechas al reportero se le exigía objetividad en la información. “Los hechos y sólo los hechos”. Era el periodismo objetivo, opacado o casi desplazado por el periodismo interpretativo en el que el sujeto narrador emite juicios de valor. Y aquellas recomendaciones se adentraban tanto en uno de tal forma de que la objetividad se extiende hasta en la vida personal, familiar o profesional y se adquiere el hábito de ver con crudeza y si es el caso dar una opinión, pero fundada en la realidad o si es de carácter intelectual o ideológica externarla y exponerla metódicamente.

Así pues, en estos tiempos de internet, de redes, de plataformas sociales donde la “opinitis” campea en todos los estratos se precisa una reflexión cuidada y cuidadosa de los temas a exponer por respeto a usted, entrañable lector, que nos dispensa el favor y el tiempo para la lectura de estos apuntes que se hacen con el único fin de estar en contacto con usted que merece todo el respeto del mundo y lo que debemos hacer es documentarnos o investigar el tema del que le vamos a hablar y esperamos seguirlo haciendo hasta que, ojalá y nunca, agotemos su paciencia.