/ domingo 13 de enero de 2019

Actuar social y responsablemente en relaciones humanas

Lo más limitante del ser humano es la ignorancia, la falta de conocimiento sobre el propio ser, con su imposibilidad de experimentar la libertad de elección.

Quizá se piense que es de tontos ir por la vida con el corazón en la mano. Que no todo el mundo es bueno y que es infantil creer que seremos correspondidos en esta manera de proceder.

Al expresarnos y relacionarnos con los demás seres humanos reflejamos lo que somos: todo un cóctel de experiencias, conocimientos, emociones, hábitos, formas de ver el mundo, ilusiones; no solo es nuestra comunicación un intercambio de información, sino un proceso en el que establecemos vínculos de unidad, sociabilidad, responsabilidad, para mejorar nuestra vida tanto individual como familiar y en sociedad. Saber actuar social y comprometidamente con nuestros semejantes es una fórmula inequívoca que mejora nuestra imagen y da originalidad a nuestras relaciones humanas.

Creo que actualmente todos hemos percibido que la vida social se ha vuelto más exigente y que mayormente necesitamos de la educación. Para convivir honestamente en este mundo cotidiano, cambiante, cada día más diverso, tenemos que poner en marcha nuestra competencia como seres sociales porque el éxito de nuestros proyectos depende de ello. Hay reflexiones, consejos, pautas que pueden servir de base para orientarnos, aunque sin duda cada quien tiene criterio propio para elegir con dignidad lo que más le convenga sin afectar a nadie. Sustentados en nuestra experiencia y en el contexto de nuestro tiempo, partamos de nuestros valores éticos, de nuestra cultura, para lograr las mejores relaciones que nos lleven a coexistir libre y sanamente.

Erróneamente, cuántas personas viven con falta de conciencia en su estado de ánimo, en el desconocimiento de otras maneras de proceder, con falta de opciones para escoger su entorno. Se someten a lo que creen que es su destino. Padecen una incapacidad para gobernar sus relaciones personales y, por tanto, sus vidas. Disponen de recursos de comunicación limitados, ineficaces o equivocados y no se plantean evaluarlos, cambiarlos ni ampliarlos. Nadie es perfecto. La vida es un camino de aprendizaje. Todos tenemos algo que aprender de ella.

Si estamos atentos, nos enriquecemos en cada relación, aunque nos resulte desagradable. Porque de esta experiencia extraeremos alguna enseñanza que nos será válida ahora mismo o más adelante, para actuar mejor. Nos vamos moldeando y la diferencia está en si dejamos que nos forjen las eventualidades permitiendo que nos arrastre la corriente o, nos convertimos en nuestro propio arquitecto y decidimos la forma que queremos adoptar y qué tipo de materia queremos contener.

Lo más limitante del ser humano es la ignorancia, la falta de conocimiento sobre el propio ser, con su imposibilidad de experimentar la libertad de elección. Sin libertad no puede haber responsabilidad. Ejercer la responsabilidad sobre el propio comportamiento nos hace seres más vitales, más positivos, porque no dependemos de la voluntad de los demás o del azar. Nos convierte en personas más íntegras, pues conocemos el valor de nuestras opciones y las consecuencias que podemos esperar de cada una de nuestras acciones.

La responsabilidad de nuestros actos también nos hace más tolerantes con los demás porque les concedemos el derecho a equivocarse, igual que entendemos que nosotros nos podemos equivocar.

Incluso llegamos a comprender y aceptar que su estado de conciencia sea distinto al nuestro. Autoconciencia y competencia comunicativa nos convierten en seres más influyentes y agradables. Además, las personas que accionan con respeto, generosidad y actitud positiva tienen un carisma especial, un poder que no pueden alcanzar los mezquinos, los desconfiados o los vanidosos.

No podemos entender la felicidad sin una tranquilidad de conciencia, sin un actuar recto, sin una sabiduría derramada con sinceridad en nuestras relaciones humanas. No se trata de obtener una felicidad relevante, grandiosa, monumental. El bienestar no se consigue con dinero, fama o éxito profesional.

La felicidad es mucho más que esto; es sobre todo vivir en paz con uno mismo, sabiendo que estás haciendo en cada momento lo mejor que puedes para ti y para tu familia, para las personas con quienes te relacionas cada día y, en general con todos los habitantes que sea posible.

Quizá se piense que es de tontos ir por la vida con el corazón en la mano. Que no todo el mundo es bueno y que es infantil creer que seremos correspondidos en esta manera de proceder. Es cierto que hay personas egoístas, crueles y todavía peores. Pero tenemos que convivir con ellas, tratarlas y, a veces, soportarlas, en el seno de nuestras familias, comunidades o en las empresas donde trabajamos. No para cambiarlas sino para identificarlas y protegernos.

Porque ser bueno y correcto no quiere decir ser bobo o sumiso. La paciencia, la tolerancia y el silencio sólo son buenos en el momento oportuno y con la dosis adecuada. Por tanto, hay que saber lidiar situaciones complicadas, buscando la mejor solución, evitando siempre que sea posible, el conflicto y el malestar emocional.

Lo más limitante del ser humano es la ignorancia, la falta de conocimiento sobre el propio ser, con su imposibilidad de experimentar la libertad de elección.

Quizá se piense que es de tontos ir por la vida con el corazón en la mano. Que no todo el mundo es bueno y que es infantil creer que seremos correspondidos en esta manera de proceder.

Al expresarnos y relacionarnos con los demás seres humanos reflejamos lo que somos: todo un cóctel de experiencias, conocimientos, emociones, hábitos, formas de ver el mundo, ilusiones; no solo es nuestra comunicación un intercambio de información, sino un proceso en el que establecemos vínculos de unidad, sociabilidad, responsabilidad, para mejorar nuestra vida tanto individual como familiar y en sociedad. Saber actuar social y comprometidamente con nuestros semejantes es una fórmula inequívoca que mejora nuestra imagen y da originalidad a nuestras relaciones humanas.

Creo que actualmente todos hemos percibido que la vida social se ha vuelto más exigente y que mayormente necesitamos de la educación. Para convivir honestamente en este mundo cotidiano, cambiante, cada día más diverso, tenemos que poner en marcha nuestra competencia como seres sociales porque el éxito de nuestros proyectos depende de ello. Hay reflexiones, consejos, pautas que pueden servir de base para orientarnos, aunque sin duda cada quien tiene criterio propio para elegir con dignidad lo que más le convenga sin afectar a nadie. Sustentados en nuestra experiencia y en el contexto de nuestro tiempo, partamos de nuestros valores éticos, de nuestra cultura, para lograr las mejores relaciones que nos lleven a coexistir libre y sanamente.

Erróneamente, cuántas personas viven con falta de conciencia en su estado de ánimo, en el desconocimiento de otras maneras de proceder, con falta de opciones para escoger su entorno. Se someten a lo que creen que es su destino. Padecen una incapacidad para gobernar sus relaciones personales y, por tanto, sus vidas. Disponen de recursos de comunicación limitados, ineficaces o equivocados y no se plantean evaluarlos, cambiarlos ni ampliarlos. Nadie es perfecto. La vida es un camino de aprendizaje. Todos tenemos algo que aprender de ella.

Si estamos atentos, nos enriquecemos en cada relación, aunque nos resulte desagradable. Porque de esta experiencia extraeremos alguna enseñanza que nos será válida ahora mismo o más adelante, para actuar mejor. Nos vamos moldeando y la diferencia está en si dejamos que nos forjen las eventualidades permitiendo que nos arrastre la corriente o, nos convertimos en nuestro propio arquitecto y decidimos la forma que queremos adoptar y qué tipo de materia queremos contener.

Lo más limitante del ser humano es la ignorancia, la falta de conocimiento sobre el propio ser, con su imposibilidad de experimentar la libertad de elección. Sin libertad no puede haber responsabilidad. Ejercer la responsabilidad sobre el propio comportamiento nos hace seres más vitales, más positivos, porque no dependemos de la voluntad de los demás o del azar. Nos convierte en personas más íntegras, pues conocemos el valor de nuestras opciones y las consecuencias que podemos esperar de cada una de nuestras acciones.

La responsabilidad de nuestros actos también nos hace más tolerantes con los demás porque les concedemos el derecho a equivocarse, igual que entendemos que nosotros nos podemos equivocar.

Incluso llegamos a comprender y aceptar que su estado de conciencia sea distinto al nuestro. Autoconciencia y competencia comunicativa nos convierten en seres más influyentes y agradables. Además, las personas que accionan con respeto, generosidad y actitud positiva tienen un carisma especial, un poder que no pueden alcanzar los mezquinos, los desconfiados o los vanidosos.

No podemos entender la felicidad sin una tranquilidad de conciencia, sin un actuar recto, sin una sabiduría derramada con sinceridad en nuestras relaciones humanas. No se trata de obtener una felicidad relevante, grandiosa, monumental. El bienestar no se consigue con dinero, fama o éxito profesional.

La felicidad es mucho más que esto; es sobre todo vivir en paz con uno mismo, sabiendo que estás haciendo en cada momento lo mejor que puedes para ti y para tu familia, para las personas con quienes te relacionas cada día y, en general con todos los habitantes que sea posible.

Quizá se piense que es de tontos ir por la vida con el corazón en la mano. Que no todo el mundo es bueno y que es infantil creer que seremos correspondidos en esta manera de proceder. Es cierto que hay personas egoístas, crueles y todavía peores. Pero tenemos que convivir con ellas, tratarlas y, a veces, soportarlas, en el seno de nuestras familias, comunidades o en las empresas donde trabajamos. No para cambiarlas sino para identificarlas y protegernos.

Porque ser bueno y correcto no quiere decir ser bobo o sumiso. La paciencia, la tolerancia y el silencio sólo son buenos en el momento oportuno y con la dosis adecuada. Por tanto, hay que saber lidiar situaciones complicadas, buscando la mejor solución, evitando siempre que sea posible, el conflicto y el malestar emocional.