/ sábado 16 de febrero de 2019

AMLO y su estilo personal de gobernar

Pocos hablaron del estilo personal de gobernar de López Obrador cuando fue jefe de gobierno de la Ciudad de México. ¿Cómo olvidarlo? En ese tiempo, Vicente Fox Quesada era presidente de México. Mientras el neopanista confundió el poder con “sacar a patadas al PRI de Los Pinos”, el tabasqueño comenzó a construir su camino a Palacio Nacional. Cómo llegó a gobernar la Ciudad de México con las siglas del PRD, muchos lo calificaron como un gobierno de izquierda, nada más alejado de la realidad.

No hay que confundir al Partido de la Revolución Democrática con la izquierda mexicana, o, por ejemplo, con Heberto Castillo, Rosario Ibarra de Piedra, Valentín Campa, José Revueltas, Demetrio Vallejo, sólo por mencionar algunos. Para empezar, Andrés Manuel López Obrador nunca militó en la izquierda, recuerden que del PRI emigró al PRD.

Y también sería iluso pensar que AMLO es un radical de izquierda. Está convencido que el cambio de régimen sólo será posible por la vía pacífica, de ahí su frase: “paz y amor”. En ocasiones, su discurso, como dijo Muñoz Ledo, tiene algo de “místico”. Durante la campaña de López Obrador visitaron Durango su esposa Beatriz Gutiérrez Müller y Tatiana Clouthier. Nacho Aguado organizó una reunión con ambas con columnistas de medios locales y se le pudo preguntar a la esposa si el discurso de su esposo era de izquierda o de otra naturaleza, porque no veíamos por ningún lado citas de Marx, el Che Guevara, Fidel Castro, ni siquiera de Salvador Allende. Palabras más, palabras menos, contestó: Andrés Manuel es un lector y se inspira en la filosofía del alemán Max Scheller, que entre otras muchas cosas proponía la emancipación plena de la mujer, la del hombre, la de los jóvenes y la de los ancianos. ¿Será acaso la razón por la que dice AMLO que primero los pobres?, ¿o su condena a las políticas neoliberales desde Miguel de la Madrid hasta Enrique Peña Nieto?

Otra de las características del “estilo personal de gobernar” de López Obrador es que dejó atrás la demagogia, la retórica y pasó, con los riesgos que esto implica, a lo que él llama la Cuarta Transformación. Las ruedas de prensa por las mañanas a nadie deben de sorprender. Cuando fue jefe de gobierno de la Ciudad de México, el marcaba la agenda diaria y no Vicente Fox. Los mexicanos estamos acostumbrados a que todo cambiara y no cambiara nada.

Nadie se atrevía a tocar a los poderes fácticos, señalar la corrupción de expresidentes de la República como Vicente Fox o Felipe Calderón, a los que hace unos días les preguntó dónde quedaron los excedentes petroleros de sus respectivos sexenios. Enfrentarse a quienes han saqueado por muchos años a Pemex no es “enchílame otra”. Revisar la corrupción que se da en los programas sociales como Prospera o la ex Sedesol son riesgos políticos que hay que pagar. Ahora más que nunca, las políticas sociales al parecer serán el eje principal de López Obrador, sólo es cuestión de tiempo para que estos programas operen sin corrupción.

Por supuesto que AMLO es para muchos un “presidente incómodo”, incluyendo a las figuras que escriben columnas políticas en periódicos de circulación nacional o en grandes cadenas de radio que cubren el territorio nacional y algunos otros países. Ahora ya no tenemos un presidente huésped en Los Pinos y “secuestrado” por el Estado Mayor Presidencial. Hoy tenemos un presidente que viaja en vuelos comerciales o por carretera, como lo hacemos miles de ciudadanos y por ello es muy criticado. Ya es tiempo de que dejemos de ver al Presidente de la República como si fuera Dios, un Dios lejano y ausente, lo que requeríamos era a alguien que tuviera el valor de intentar, con todos sus peligros y riesgos, cambiar este país. AMLO ha dicho que está de acuerdo que en este país haya ricos, pero no en que haya pobres.

Pocos hablaron del estilo personal de gobernar de López Obrador cuando fue jefe de gobierno de la Ciudad de México. ¿Cómo olvidarlo? En ese tiempo, Vicente Fox Quesada era presidente de México. Mientras el neopanista confundió el poder con “sacar a patadas al PRI de Los Pinos”, el tabasqueño comenzó a construir su camino a Palacio Nacional. Cómo llegó a gobernar la Ciudad de México con las siglas del PRD, muchos lo calificaron como un gobierno de izquierda, nada más alejado de la realidad.

No hay que confundir al Partido de la Revolución Democrática con la izquierda mexicana, o, por ejemplo, con Heberto Castillo, Rosario Ibarra de Piedra, Valentín Campa, José Revueltas, Demetrio Vallejo, sólo por mencionar algunos. Para empezar, Andrés Manuel López Obrador nunca militó en la izquierda, recuerden que del PRI emigró al PRD.

Y también sería iluso pensar que AMLO es un radical de izquierda. Está convencido que el cambio de régimen sólo será posible por la vía pacífica, de ahí su frase: “paz y amor”. En ocasiones, su discurso, como dijo Muñoz Ledo, tiene algo de “místico”. Durante la campaña de López Obrador visitaron Durango su esposa Beatriz Gutiérrez Müller y Tatiana Clouthier. Nacho Aguado organizó una reunión con ambas con columnistas de medios locales y se le pudo preguntar a la esposa si el discurso de su esposo era de izquierda o de otra naturaleza, porque no veíamos por ningún lado citas de Marx, el Che Guevara, Fidel Castro, ni siquiera de Salvador Allende. Palabras más, palabras menos, contestó: Andrés Manuel es un lector y se inspira en la filosofía del alemán Max Scheller, que entre otras muchas cosas proponía la emancipación plena de la mujer, la del hombre, la de los jóvenes y la de los ancianos. ¿Será acaso la razón por la que dice AMLO que primero los pobres?, ¿o su condena a las políticas neoliberales desde Miguel de la Madrid hasta Enrique Peña Nieto?

Otra de las características del “estilo personal de gobernar” de López Obrador es que dejó atrás la demagogia, la retórica y pasó, con los riesgos que esto implica, a lo que él llama la Cuarta Transformación. Las ruedas de prensa por las mañanas a nadie deben de sorprender. Cuando fue jefe de gobierno de la Ciudad de México, el marcaba la agenda diaria y no Vicente Fox. Los mexicanos estamos acostumbrados a que todo cambiara y no cambiara nada.

Nadie se atrevía a tocar a los poderes fácticos, señalar la corrupción de expresidentes de la República como Vicente Fox o Felipe Calderón, a los que hace unos días les preguntó dónde quedaron los excedentes petroleros de sus respectivos sexenios. Enfrentarse a quienes han saqueado por muchos años a Pemex no es “enchílame otra”. Revisar la corrupción que se da en los programas sociales como Prospera o la ex Sedesol son riesgos políticos que hay que pagar. Ahora más que nunca, las políticas sociales al parecer serán el eje principal de López Obrador, sólo es cuestión de tiempo para que estos programas operen sin corrupción.

Por supuesto que AMLO es para muchos un “presidente incómodo”, incluyendo a las figuras que escriben columnas políticas en periódicos de circulación nacional o en grandes cadenas de radio que cubren el territorio nacional y algunos otros países. Ahora ya no tenemos un presidente huésped en Los Pinos y “secuestrado” por el Estado Mayor Presidencial. Hoy tenemos un presidente que viaja en vuelos comerciales o por carretera, como lo hacemos miles de ciudadanos y por ello es muy criticado. Ya es tiempo de que dejemos de ver al Presidente de la República como si fuera Dios, un Dios lejano y ausente, lo que requeríamos era a alguien que tuviera el valor de intentar, con todos sus peligros y riesgos, cambiar este país. AMLO ha dicho que está de acuerdo que en este país haya ricos, pero no en que haya pobres.