/ miércoles 12 de mayo de 2021

Andanzas de un reportero

Durante décadas, los políticos de Durango, Zacatecas y otros lares tuvieron a fuego lento un añejo conflicto de límites entre ambas entidades en la región indígena de El Mezquital, recordemos que también Pueblo Nuevo tiene bastante población Tepehuana.

Subían el nivel calorífico para agitar las aguas y una vez revueltas buscaban la presidencia municipal, la diputación local o federal, la senaduría y hasta la gubernatura. Bullían, meneaban y zarandeaban los ánimos para luego ofrecer sus buenos oficios y conciliar el diferendo, alzándose como los salvadores de las etnias originales.

Logrados sus malvados propósitos, desaparecían y no volvían a pararse. ¡Ándele!, tal y como sucede ahora y no me diga que no. Los pretensos llegan humildemente, tocan su puerta, le piden el voto; le ofrecen a cambio a su hermana, hermano, madre y demás congéneres a cambio del sufragio, en cuanto llegan a dormir al congreso y cobrar ya no reconocen a nadie.

Aconteció que durante la administración de Alejandro Páez Urquidi, el entonces Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización, padre de la actual Secretaría de la Reforma Agraria, gritó a los cuatro vientos que el asunto de marras sería resuelto de raíz, de golpe y porrazo, en un santiamén; parecido a lo que dijo el zafado de Vicente Fox, respecto al conflicto del ejército zapatista surgido en la mismita Chiapas.

Por desgracia el taco y la bola del billar político hizo “chis” y el botudo bigotón o bigotón botudo, como usted lo prefiera, llegó a la presidencia y hete ahí que del comandante Marcos, del ejercito zapatista y de Fox nunca más se supo nada. Primero hubo noticias de Camelia la texana, pero de la vergüenza de Guanajuato, nada.

Y es que en la madrugada del sexenio de Luis Echeverría Álvarez se puso de moda la Reforma Agraria. Jamás los hacendados, terratenientes y acaparadores habían sudado la gota gorda. Sus groseras e insultantes extensiones fueron expropiadas o reducidas a los estándares agrícolas según fuera temporal, riego o agostadero. El juicio de amparo se estructuró de tal manera que no procediera tan fácilmente en las demandas con motivo de afectaciones agrícolas y ganaderas.

Surgieron infinidad de bufetes jurídicos especializados en Derecho Agrario, muchos litigantes brincaban de la comodidad burocrática a las pingües ganancias por concepto de honorarios; tal y como sucedió en las administraciones de Salinas de Gortari, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto, cuando el derecho fiscal sentó sus reales, pero a la inversa, puesto que a base de triquiñuelas legales desde el seno mismo de la Secretaría de Hacienda.

Por fortuna don Santiago Nieto Castillo, de la Unidad de Inteligencia Financiera los está pasando por la báscula para que paguen y de esta forma el Gobierno Federal continúe sus proyectos; los viejitos y becarios sigamos recibiendo la mesada.

Pero volvamos al asunto que nos ocupa. Fueron fijadas las doce, como hora concertada por las partes en conflicto, para escuchar de los enviados de las oficinas centrales el veredicto que “reivindicaría a los hermanos indígenas, las tierras por las que tanto lucharon mano con mano los prohombres que forjaron nuestra patria.

Los ideales villistas y zapatistas se materializarían con el documento, que signado por el primer mandatario de la nación traería paz, concordia y fraternidad a los habitantes de estos pueblos que en sus venas llevan la sabia, la sangre que abonaría el campo mexicano”.

Lamentablemente para entonces no había nacido Joaquín Sabina; pero nos dieron las diez, las once, las doce, la una, las dos y las tres, y de los agraristas ni sus luces. A estas alturas comprendimos que una vez más nos habían visto la cara.

Sin embargo, para no impacientarnos por la demora de los chilangos, empecé a caminar. A varios metros observé un compatriota cuya espalda estaba depositada en una barda de metro y medio de altura. Para mayor confort tierna y candorosamente recargó su cabecita en la pared. Su mirada estaba perdida en el azul celeste del infinito, con la luminosa y ambarina luz matinal.

Me encaminé a él y Fernando Gaytán Serrano, decano de los reporteros gráficos y fotógrafo oficial de El Sol de Durango, me preguntó a dónde iba. Vente, le dije, vamos a platicar con este hombre. Nos aproximamos al cuerpo que en decúbito supino posaba en la tapia de unos veinticinco centímetros de ancho, suficientes para servir de cama al reposante. Qué haces hermano, le pregunté. Aquí descansando. En qué trabajas. No, yo no tengo tiempo de trabajar. Entonces qué haces. Pos que no me están mirando. Para esto, se acercó otro visitante, que luego supimos era profesor de la escuela primaria del lugar.

Le solicité si nos podía guiar para conocer más de los usos, costumbre, prácticas de los pobladores. Así conocimos sus rituales, creencias, autoridades, familia, educación, peregrinajes y peregrinaciones, de su trashumancia y nomadismo. Finalmente nos desengañaron que no habría nada de resolución. Abordamos la avioneta de regreso y en el aeropuerto me esperaba don Salvador Nava Rodríguez, director del periódico. Abordamos su vehículo y quiso saber lo sucedido. Nada, le informé.

Destaco este detalle dada la solidaridad, compañerismo, espontaneidad y actitud despojada de envidia. Fernando terció y le comentó a don Salvador: “No hubo nada don Salvador, pero Arroyo trae un reportazgo muy completo sobre la vida de los indígenas”. En la época de que hablamos los periódicos nacionales acostumbraban publicar por entregas la información o reportajes y así lo hicimos. Gracias mi Fer.

Durante décadas, los políticos de Durango, Zacatecas y otros lares tuvieron a fuego lento un añejo conflicto de límites entre ambas entidades en la región indígena de El Mezquital, recordemos que también Pueblo Nuevo tiene bastante población Tepehuana.

Subían el nivel calorífico para agitar las aguas y una vez revueltas buscaban la presidencia municipal, la diputación local o federal, la senaduría y hasta la gubernatura. Bullían, meneaban y zarandeaban los ánimos para luego ofrecer sus buenos oficios y conciliar el diferendo, alzándose como los salvadores de las etnias originales.

Logrados sus malvados propósitos, desaparecían y no volvían a pararse. ¡Ándele!, tal y como sucede ahora y no me diga que no. Los pretensos llegan humildemente, tocan su puerta, le piden el voto; le ofrecen a cambio a su hermana, hermano, madre y demás congéneres a cambio del sufragio, en cuanto llegan a dormir al congreso y cobrar ya no reconocen a nadie.

Aconteció que durante la administración de Alejandro Páez Urquidi, el entonces Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización, padre de la actual Secretaría de la Reforma Agraria, gritó a los cuatro vientos que el asunto de marras sería resuelto de raíz, de golpe y porrazo, en un santiamén; parecido a lo que dijo el zafado de Vicente Fox, respecto al conflicto del ejército zapatista surgido en la mismita Chiapas.

Por desgracia el taco y la bola del billar político hizo “chis” y el botudo bigotón o bigotón botudo, como usted lo prefiera, llegó a la presidencia y hete ahí que del comandante Marcos, del ejercito zapatista y de Fox nunca más se supo nada. Primero hubo noticias de Camelia la texana, pero de la vergüenza de Guanajuato, nada.

Y es que en la madrugada del sexenio de Luis Echeverría Álvarez se puso de moda la Reforma Agraria. Jamás los hacendados, terratenientes y acaparadores habían sudado la gota gorda. Sus groseras e insultantes extensiones fueron expropiadas o reducidas a los estándares agrícolas según fuera temporal, riego o agostadero. El juicio de amparo se estructuró de tal manera que no procediera tan fácilmente en las demandas con motivo de afectaciones agrícolas y ganaderas.

Surgieron infinidad de bufetes jurídicos especializados en Derecho Agrario, muchos litigantes brincaban de la comodidad burocrática a las pingües ganancias por concepto de honorarios; tal y como sucedió en las administraciones de Salinas de Gortari, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto, cuando el derecho fiscal sentó sus reales, pero a la inversa, puesto que a base de triquiñuelas legales desde el seno mismo de la Secretaría de Hacienda.

Por fortuna don Santiago Nieto Castillo, de la Unidad de Inteligencia Financiera los está pasando por la báscula para que paguen y de esta forma el Gobierno Federal continúe sus proyectos; los viejitos y becarios sigamos recibiendo la mesada.

Pero volvamos al asunto que nos ocupa. Fueron fijadas las doce, como hora concertada por las partes en conflicto, para escuchar de los enviados de las oficinas centrales el veredicto que “reivindicaría a los hermanos indígenas, las tierras por las que tanto lucharon mano con mano los prohombres que forjaron nuestra patria.

Los ideales villistas y zapatistas se materializarían con el documento, que signado por el primer mandatario de la nación traería paz, concordia y fraternidad a los habitantes de estos pueblos que en sus venas llevan la sabia, la sangre que abonaría el campo mexicano”.

Lamentablemente para entonces no había nacido Joaquín Sabina; pero nos dieron las diez, las once, las doce, la una, las dos y las tres, y de los agraristas ni sus luces. A estas alturas comprendimos que una vez más nos habían visto la cara.

Sin embargo, para no impacientarnos por la demora de los chilangos, empecé a caminar. A varios metros observé un compatriota cuya espalda estaba depositada en una barda de metro y medio de altura. Para mayor confort tierna y candorosamente recargó su cabecita en la pared. Su mirada estaba perdida en el azul celeste del infinito, con la luminosa y ambarina luz matinal.

Me encaminé a él y Fernando Gaytán Serrano, decano de los reporteros gráficos y fotógrafo oficial de El Sol de Durango, me preguntó a dónde iba. Vente, le dije, vamos a platicar con este hombre. Nos aproximamos al cuerpo que en decúbito supino posaba en la tapia de unos veinticinco centímetros de ancho, suficientes para servir de cama al reposante. Qué haces hermano, le pregunté. Aquí descansando. En qué trabajas. No, yo no tengo tiempo de trabajar. Entonces qué haces. Pos que no me están mirando. Para esto, se acercó otro visitante, que luego supimos era profesor de la escuela primaria del lugar.

Le solicité si nos podía guiar para conocer más de los usos, costumbre, prácticas de los pobladores. Así conocimos sus rituales, creencias, autoridades, familia, educación, peregrinajes y peregrinaciones, de su trashumancia y nomadismo. Finalmente nos desengañaron que no habría nada de resolución. Abordamos la avioneta de regreso y en el aeropuerto me esperaba don Salvador Nava Rodríguez, director del periódico. Abordamos su vehículo y quiso saber lo sucedido. Nada, le informé.

Destaco este detalle dada la solidaridad, compañerismo, espontaneidad y actitud despojada de envidia. Fernando terció y le comentó a don Salvador: “No hubo nada don Salvador, pero Arroyo trae un reportazgo muy completo sobre la vida de los indígenas”. En la época de que hablamos los periódicos nacionales acostumbraban publicar por entregas la información o reportajes y así lo hicimos. Gracias mi Fer.