/ sábado 20 de febrero de 2021

Añorados camaradas santiagueros

Momentos de nuestra existencia que exigen recordarse y compartirse, tanto por la gente bonita con la que se convivió y disfrutó de tantos detalles simpáticos y hermosos que son dignos también de platicarlos.

Evocar aquellos tiempos en los que, don Miguel Nevárez (El Burras) llegaba con los exquisitos platillos que él preparaba para los sábados de Matos, lugar en el que no juntábamos con aquél fabuloso grupo de sanos bohemios de diferentes creencias políticas, religiosas y de todos los estratos sociales, quienes, junto al arroyo de Matos rumbo a La Estancia, en Santiago Papasquiaro, y bajo la sombra de un de tupido álamo se convivía desde las dos de la tarde hasta llegada la noche.

Y así como recuerdo a don Miguel Nevárez, también a don Jesús Barraza, a Enrique Medina, a don Mundo Chávez, a Sergio Arellano, al doctor Roberto Frausto mejor conocido como El Trompo, a Javier Medina, a don Víctor Soto, a don Berna, don Pedro Gamboa, Albino Ponce, don Héctor Gamboa, Jaime Nevárez, y muchos más cuyos nombres de momento se me escapan, nos tocaba en turno algún sábado llevar la comida y disfrutar la sana convivencia.

Hasta el sebo de la carne se disfrutaba en esos convivios, a tal grado que, don Berna, persona llena de nobleza y bondad, les daba varias repasadas a los huesos con sus deliciosos tuétanos, ocasionando que, varios de los amigos que lo veían devorar los sebos le indicaran que, “después de eso venía el colesterol”, lo que complacía mayormente a don Berna. Y después de tanto que le indicaran que, posteriormente vendría el colesterol, don Berna buscaba hacia los lados y preguntaba: - “Que siempre no van a traer ese postre que anuncian, nomás dicen que ahí viene el colesterol, pero no lo traen”.

Don Víctor Soto, excelente fontanero, buscado en Santiago por gente de Durango, para llevar a cabo los trabajos de plomería que en la capital del Estado no los pueden hacer, quien no se escapaba del choteo de los compañeros, pero cuando a él le tocaba su turno, sabía cómo responder y lograrlo en forma efectiva, quién por carecer de sus dientes incisivos, tomaba las semillas de calabaza, las chupaba, les quitaba la sal, para después apilarlas enteras y abandonarlas en el lugar que ocupara.

Pero Herminio, tomó el lugar de don Víctor y comenzó a consumir del montón abandonado por el anterior, sin darse cuenta los demás asistentes hasta que expresó: - “Hinches semillas, al menos deberían de ponerles algo de sal”. Aunque se optó por guardar silencio, la risa no pudo ocultarse de ninguna forma.

Nuestro compañero Carlos, ufano de su viaje realizado al vecino país del norte, presumía del masaje propio para caballeros de amplio criterio que había recibido, mismo que ni en las películas porno pueden llevarse a cabo; preguntando uno de los presentes, si el paquete incluía “masaje prostático”, respondiendo de inmediato que, por supuesto, que incluía todo, absolutamente todo y había sido de lo más delicioso.

Don Jesús, persona sumamente trabajadora, a quien apodaban “La Ratita”, fue comisionado por su esposa un domingo para comprar el menudo, quien ante la “cruda realidad” lo proveyeron de una olla y salió muy temprano con la bendición de la mujer; pero en el camino se topó con un profesionista que le dijo que para esas resacas era mejor “que un clavo sacara otro clavo” y lo invitó a su casa en donde tenía una alberca y comenzaron la cura por su cuenta, y así siguieron hasta las dos de la tarde, pero como ya ni menudo había a esa hora, el anfitrión le aconsejó, que para calmar la indignación de su mujer, cortara unas flores de un jardín y se las llevara en la olla que exprofeso le dio para regresar con el menudo, y así lo hizo.

De lo sucedido en el interior de la casa de La Ratita, ya no se supo nada, sólo que se desapareció de la raza, por más de 15 días.

Gran afecto por mis camaradas de la tierra del pinole.

Momentos de nuestra existencia que exigen recordarse y compartirse, tanto por la gente bonita con la que se convivió y disfrutó de tantos detalles simpáticos y hermosos que son dignos también de platicarlos.

Evocar aquellos tiempos en los que, don Miguel Nevárez (El Burras) llegaba con los exquisitos platillos que él preparaba para los sábados de Matos, lugar en el que no juntábamos con aquél fabuloso grupo de sanos bohemios de diferentes creencias políticas, religiosas y de todos los estratos sociales, quienes, junto al arroyo de Matos rumbo a La Estancia, en Santiago Papasquiaro, y bajo la sombra de un de tupido álamo se convivía desde las dos de la tarde hasta llegada la noche.

Y así como recuerdo a don Miguel Nevárez, también a don Jesús Barraza, a Enrique Medina, a don Mundo Chávez, a Sergio Arellano, al doctor Roberto Frausto mejor conocido como El Trompo, a Javier Medina, a don Víctor Soto, a don Berna, don Pedro Gamboa, Albino Ponce, don Héctor Gamboa, Jaime Nevárez, y muchos más cuyos nombres de momento se me escapan, nos tocaba en turno algún sábado llevar la comida y disfrutar la sana convivencia.

Hasta el sebo de la carne se disfrutaba en esos convivios, a tal grado que, don Berna, persona llena de nobleza y bondad, les daba varias repasadas a los huesos con sus deliciosos tuétanos, ocasionando que, varios de los amigos que lo veían devorar los sebos le indicaran que, “después de eso venía el colesterol”, lo que complacía mayormente a don Berna. Y después de tanto que le indicaran que, posteriormente vendría el colesterol, don Berna buscaba hacia los lados y preguntaba: - “Que siempre no van a traer ese postre que anuncian, nomás dicen que ahí viene el colesterol, pero no lo traen”.

Don Víctor Soto, excelente fontanero, buscado en Santiago por gente de Durango, para llevar a cabo los trabajos de plomería que en la capital del Estado no los pueden hacer, quien no se escapaba del choteo de los compañeros, pero cuando a él le tocaba su turno, sabía cómo responder y lograrlo en forma efectiva, quién por carecer de sus dientes incisivos, tomaba las semillas de calabaza, las chupaba, les quitaba la sal, para después apilarlas enteras y abandonarlas en el lugar que ocupara.

Pero Herminio, tomó el lugar de don Víctor y comenzó a consumir del montón abandonado por el anterior, sin darse cuenta los demás asistentes hasta que expresó: - “Hinches semillas, al menos deberían de ponerles algo de sal”. Aunque se optó por guardar silencio, la risa no pudo ocultarse de ninguna forma.

Nuestro compañero Carlos, ufano de su viaje realizado al vecino país del norte, presumía del masaje propio para caballeros de amplio criterio que había recibido, mismo que ni en las películas porno pueden llevarse a cabo; preguntando uno de los presentes, si el paquete incluía “masaje prostático”, respondiendo de inmediato que, por supuesto, que incluía todo, absolutamente todo y había sido de lo más delicioso.

Don Jesús, persona sumamente trabajadora, a quien apodaban “La Ratita”, fue comisionado por su esposa un domingo para comprar el menudo, quien ante la “cruda realidad” lo proveyeron de una olla y salió muy temprano con la bendición de la mujer; pero en el camino se topó con un profesionista que le dijo que para esas resacas era mejor “que un clavo sacara otro clavo” y lo invitó a su casa en donde tenía una alberca y comenzaron la cura por su cuenta, y así siguieron hasta las dos de la tarde, pero como ya ni menudo había a esa hora, el anfitrión le aconsejó, que para calmar la indignación de su mujer, cortara unas flores de un jardín y se las llevara en la olla que exprofeso le dio para regresar con el menudo, y así lo hizo.

De lo sucedido en el interior de la casa de La Ratita, ya no se supo nada, sólo que se desapareció de la raza, por más de 15 días.

Gran afecto por mis camaradas de la tierra del pinole.