/ domingo 9 de diciembre de 2018

Aquí fracasó el cambio que prometió la oposición

La diputada Sandra Amaya, quien no se midió, al espetar a los panistas en su cara, el recuento de los daños que han generado sus promesas no cumplidas.

Que los acontecimientos a nivel nacional no constituyan una cortina de humo, para que los locales tomen una tregua y se diluyan en el sentir de la opinión pública. Porque suele acontecer que somos muy dados a distraernos con la basura que arrojan nuestros adversarios sobre el nuevo proyecto de gobierno que apoyamos.

Así que señores panistas, acostumbrados a ver la paja en el ojo ajeno y esconder la viga en el propio, no se solacen en la crítica mordaz hacia un gobernante que apenas inicia. Concédanle el beneficio de la duda, ya que aquí en Durango donde son gobierno, el plazo ya fue suficiente, para que dicho beneficio ya no sea objeto de discusión, ante el desenlace de los tristes acontecimientos.

A quién no le consta que estamos estancados en un largo proceso de desencuentros, rupturas, deslealtades y corrupción que han minado la esperanza de dignificar la palabra, que empeñaron aquellos candidatos que juraron cumplir cuando fueran gobierno.

Ahora vemos que el cambio que no tuvimos, tendremos que bautizarlo, como el período de la frustración y el descontento. Un periodo que empieza con la guerra de egos, donde el pinto y el colorado se han trenzado en una batalla reptilezca, de cuyo rastro sólo se mira el látigo del desprestigio con que la ciudadanía les tunde.

Las evidencias se ventilan en todos lados, no porque nos preocupe la integridad de alguna de las partes en conflicto, sino porque han osado llevarse entre las espuelas al nuevo presidente de la República, a quien le sobran los defensores de corazón y cuya prueba ha dado la diputada Sandra Amaya, quien no se midió, al espetar a los panistas en su cara, el recuento de los daños que han generado sus promesas no cumplidas.

La esperanza se esfumó y el respeto que inspiraban los principales actores del cambio prometido, se diluyó ante la andanada de grescas, que ambos han protagonizado en pos de demostrar a propios y extraños: Cuál chirrión truena más fuerte. Y así, atrás quedó aquella “joya de la corona” que fuera el triunfo de la oposición.

Atrás quedaron los pactos que tenían como objetivo: Una repartición más justa y más ciudadana del poder. En su lugar han quedado las malas artes y los conflictos. La transición de una alianza de partidos, donde prácticamente uno es el que ha avasallado a los demás, imponiendo a todas las familias de abolengo en el poder, tanto estatal como municipal, donde hasta los directores de pacotilla, exhiben su buen gusto por el dinero.

De allí la polarización de funcionarios estatales y municipales, producto de los pleitos incesantes de sus respectivos jefes. Quedando la sensación de que la aspiración del cambio no ha servido para resolver los problemas del Estado, sino para exacerbarlos. Y he ahí, el sentimiento de los que han salido de la nómina y el coraje de los que no han logrado entrar. La revancha mediática de los que han venido de más a menos y que en el peor de los casos, para no cometer el error de vivir fuera del presupuesto, se rebajan a que su investidura de canónigos pase a ocupar la del perrero.

Y la angustia compartida ante la certidumbre de que la vida pública se ha corrompido, sin distinciones ni matices del pasado, entre partidos y gobernantes. La desilusión colectiva ante el abandono de las promesas de ajustar cuentas a las administraciones pasadas. Ante la prevalencia de la cercanía, la amistad y las lealtades políticas en el nombramiento de funcionarios públicos de confianza, donde el tufo del pasado no lo pueden disimular.

Ambas administraciones siguen despilfarrando recursos en aras de allegarse el apoyo de cartuchos quemados. Gastando el dinero público a manos llenas en medio de fallas, equivocaciones y conflictos de interés como el puente del bulevar Francisco Villa, el cual ahora legitiman con la anuencia de una consulta que llevará a cabo una universidad de dudoso reconocimiento.

Todos estos problemas acumulados no han encontrado sanción ni solución. Los funcionarios municipales culpan a los estatales y viceversa. Se aprovechan políticamente de los errores del contrario antes que corregir los suyos. No vemos soluciones de conjunto. No vemos la creación de un sistema completo para rendir cuentas o usar mejor el dinero público o responder a las necesidades de una ciudadanía cada vez más agraviada.

Pero más grave aún, es que este periodo del deterioro democrático en las autoridades judiciales, se ha implantado como una rutina común y allí está el caso del estudiante asesinado de Aguilera, donde los presuntos asesinos tuvieron todas las garantías para huir sin ningún problema. Pero a esto agréguele la infuncionalidad de Derechos Humanos, donde sus tibias recomendaciones son ignoradas y desechadas por cualquier funcionario.

Para nadie es desconocido que en este asunto y el de la UJED, ha habido un amplio movimiento a favor de las víctimas -el muerto de Aguilera y el golpeado arteramente de la Universidad. Hubo un gran cúmulo de protestas por parte de los estudiantes que exigieron más de lo que el gobierno les ofrecía y nunca estuvieron dispuestos a conformarse. Pero hasta ahorita nada ha sido suficiente.

La ruta del deterioro prosigue, porque ninguno de los que poseen el poder, quieren abandonar el guión que les permite ejercerlo con impunidad, porque los actores fundamentales siguen siendo los mismos. Porque el voto para los gobiernos rivales fue un voto a favor del pasado, pues no es creíble pensar, que la ciudadanía sigamos creyendo en el cambio que no tuvimos, ni tendremos con políticos que sólo piensan en sus expectativas personales y de grupo.

Declarar que estamos hartos de la corrupción sin fin, de la falta de respeto a nuestra inteligencia por parte de las instituciones como la Fiscalía. De la manipulación mediática, del control obstinado y corrupto de los partidos políticos, del cinismo de los que creen que pueden seguir engañándonos, de la falta de horizontes creíbles, del predomino de la no explicación por qué no se ha actuado contra toda la criminalidad que nos heredaron las dos administraciones pasadas.

El fracaso del cambio se ha convertido en tragedia y desencanto y se comenta por todos lados, menos en las oficinas de los respectivos gobiernos, que todo lo ven de manera candorosa y exitosa, según la grandilocuencia de su discurso que sustenta en la falsedad labiosa, con la intención de confundir nuestra nobleza con la minoría de edad.

La diputada Sandra Amaya, quien no se midió, al espetar a los panistas en su cara, el recuento de los daños que han generado sus promesas no cumplidas.

Que los acontecimientos a nivel nacional no constituyan una cortina de humo, para que los locales tomen una tregua y se diluyan en el sentir de la opinión pública. Porque suele acontecer que somos muy dados a distraernos con la basura que arrojan nuestros adversarios sobre el nuevo proyecto de gobierno que apoyamos.

Así que señores panistas, acostumbrados a ver la paja en el ojo ajeno y esconder la viga en el propio, no se solacen en la crítica mordaz hacia un gobernante que apenas inicia. Concédanle el beneficio de la duda, ya que aquí en Durango donde son gobierno, el plazo ya fue suficiente, para que dicho beneficio ya no sea objeto de discusión, ante el desenlace de los tristes acontecimientos.

A quién no le consta que estamos estancados en un largo proceso de desencuentros, rupturas, deslealtades y corrupción que han minado la esperanza de dignificar la palabra, que empeñaron aquellos candidatos que juraron cumplir cuando fueran gobierno.

Ahora vemos que el cambio que no tuvimos, tendremos que bautizarlo, como el período de la frustración y el descontento. Un periodo que empieza con la guerra de egos, donde el pinto y el colorado se han trenzado en una batalla reptilezca, de cuyo rastro sólo se mira el látigo del desprestigio con que la ciudadanía les tunde.

Las evidencias se ventilan en todos lados, no porque nos preocupe la integridad de alguna de las partes en conflicto, sino porque han osado llevarse entre las espuelas al nuevo presidente de la República, a quien le sobran los defensores de corazón y cuya prueba ha dado la diputada Sandra Amaya, quien no se midió, al espetar a los panistas en su cara, el recuento de los daños que han generado sus promesas no cumplidas.

La esperanza se esfumó y el respeto que inspiraban los principales actores del cambio prometido, se diluyó ante la andanada de grescas, que ambos han protagonizado en pos de demostrar a propios y extraños: Cuál chirrión truena más fuerte. Y así, atrás quedó aquella “joya de la corona” que fuera el triunfo de la oposición.

Atrás quedaron los pactos que tenían como objetivo: Una repartición más justa y más ciudadana del poder. En su lugar han quedado las malas artes y los conflictos. La transición de una alianza de partidos, donde prácticamente uno es el que ha avasallado a los demás, imponiendo a todas las familias de abolengo en el poder, tanto estatal como municipal, donde hasta los directores de pacotilla, exhiben su buen gusto por el dinero.

De allí la polarización de funcionarios estatales y municipales, producto de los pleitos incesantes de sus respectivos jefes. Quedando la sensación de que la aspiración del cambio no ha servido para resolver los problemas del Estado, sino para exacerbarlos. Y he ahí, el sentimiento de los que han salido de la nómina y el coraje de los que no han logrado entrar. La revancha mediática de los que han venido de más a menos y que en el peor de los casos, para no cometer el error de vivir fuera del presupuesto, se rebajan a que su investidura de canónigos pase a ocupar la del perrero.

Y la angustia compartida ante la certidumbre de que la vida pública se ha corrompido, sin distinciones ni matices del pasado, entre partidos y gobernantes. La desilusión colectiva ante el abandono de las promesas de ajustar cuentas a las administraciones pasadas. Ante la prevalencia de la cercanía, la amistad y las lealtades políticas en el nombramiento de funcionarios públicos de confianza, donde el tufo del pasado no lo pueden disimular.

Ambas administraciones siguen despilfarrando recursos en aras de allegarse el apoyo de cartuchos quemados. Gastando el dinero público a manos llenas en medio de fallas, equivocaciones y conflictos de interés como el puente del bulevar Francisco Villa, el cual ahora legitiman con la anuencia de una consulta que llevará a cabo una universidad de dudoso reconocimiento.

Todos estos problemas acumulados no han encontrado sanción ni solución. Los funcionarios municipales culpan a los estatales y viceversa. Se aprovechan políticamente de los errores del contrario antes que corregir los suyos. No vemos soluciones de conjunto. No vemos la creación de un sistema completo para rendir cuentas o usar mejor el dinero público o responder a las necesidades de una ciudadanía cada vez más agraviada.

Pero más grave aún, es que este periodo del deterioro democrático en las autoridades judiciales, se ha implantado como una rutina común y allí está el caso del estudiante asesinado de Aguilera, donde los presuntos asesinos tuvieron todas las garantías para huir sin ningún problema. Pero a esto agréguele la infuncionalidad de Derechos Humanos, donde sus tibias recomendaciones son ignoradas y desechadas por cualquier funcionario.

Para nadie es desconocido que en este asunto y el de la UJED, ha habido un amplio movimiento a favor de las víctimas -el muerto de Aguilera y el golpeado arteramente de la Universidad. Hubo un gran cúmulo de protestas por parte de los estudiantes que exigieron más de lo que el gobierno les ofrecía y nunca estuvieron dispuestos a conformarse. Pero hasta ahorita nada ha sido suficiente.

La ruta del deterioro prosigue, porque ninguno de los que poseen el poder, quieren abandonar el guión que les permite ejercerlo con impunidad, porque los actores fundamentales siguen siendo los mismos. Porque el voto para los gobiernos rivales fue un voto a favor del pasado, pues no es creíble pensar, que la ciudadanía sigamos creyendo en el cambio que no tuvimos, ni tendremos con políticos que sólo piensan en sus expectativas personales y de grupo.

Declarar que estamos hartos de la corrupción sin fin, de la falta de respeto a nuestra inteligencia por parte de las instituciones como la Fiscalía. De la manipulación mediática, del control obstinado y corrupto de los partidos políticos, del cinismo de los que creen que pueden seguir engañándonos, de la falta de horizontes creíbles, del predomino de la no explicación por qué no se ha actuado contra toda la criminalidad que nos heredaron las dos administraciones pasadas.

El fracaso del cambio se ha convertido en tragedia y desencanto y se comenta por todos lados, menos en las oficinas de los respectivos gobiernos, que todo lo ven de manera candorosa y exitosa, según la grandilocuencia de su discurso que sustenta en la falsedad labiosa, con la intención de confundir nuestra nobleza con la minoría de edad.