/ lunes 26 de octubre de 2020

Arrodillarnos ante Dios, en la pandemia

La actual situación de la pandemia con toda su fuerza para desestructurar la vida desde lo micro hasta lo macro, también trae aparejada una suerte de oportunidades para retomar aquellas prácticas que la humanidad demanda.

Específicamente en el ambiente de la iglesia, cuerpo de Cristo y signo de esperanza en medio de los tiempos. Esta nueva experiencia nos obliga inevitablemente a dejar lo superfluo, para centrarnos en lo que es esencial para nuestra vida y dirigir nuestra mirada a Dios, como fundamento de nuestra existencia; porque estamos llamados a vivir su amor por toda la eternidad y en eso consiste la felicidad verdadera. Dios nos sostiene para afrontar con confianza y responsabilidad esta situación que a todos nos afecta.

Inmersos en esta nueva experiencia inaudita hemos de saber asumir nuestro compromiso cristiano y adaptarnos a las circunstancias adversas. Se nos invita a ser solidarios con todos, para evitar más contagios. Damos un gran ejemplo quedándonos en casa y renunciando a ciertos planes que desearíamos realizar.

La alarma epidemiológica, la contención poco ortodoxa y responsable de nuestras autoridades, pero sobre todo, la irracional actitud ciudadana de frente a la pandemia, donde muchos, no todos, pero si en gran número de ciudadanos, continúan en franca indiferencia criminal a lo que está pasando; en el realismo cruel, que contabiliza ya más de 80 mil muertos en nuestro país, y donde las instituciones de salud han colapsado en nuestro estado, según informes oficiales.

En estos días difíciles debemos empeñarnos en mantener la serenidad, la prudencia, la paciencia y seguir asumiendo nuestro compromiso cristiano de caridad hacia los enfermos y a los más necesitados, actuando como buenos samaritanos, tal y como nos enseñó nuestro Señor Jesucristo y que hacen más creíble la iglesia. La pandemia está siendo una ocasión nueva para preocuparnos del hermano débil y necesitado, del enfermo, del anciano. El mismo virus nos está demostrando que no entiende de fronteras entre los seres humanos, ni etnias, ni culturas, ni lenguajes, ni religiones. Todos somos iguales con la misma dignidad.

Es tiempo de arrodillarnos ante Dios, para reconocer que somos vulnerables. Vivamos la presencia del Señor que nos habla en la oración, en diálogo personal con Él, como lo hizo con la mujer samaritana junto al pozo de Sicar. Él nos descubre la verdad de nosotros mismos y nos invita a mirar con ojos de transcendencia la realidad de nuestra vida. Él nos recuerda que hay que adorar a Dios en espíritu y verdad, aunque no podamos ir al templo.

Hoy en día disponemos de muchos recursos, sobre todo por vía “on-line” para rezar, para participar en la eucaristía. Meditar el Evangelio nos ayudará a poner a Dios en el centro de nuestra vida; y nos hará mejores evangelizadores, incluso a través de las redes. También podemos compartir los mensajes y audiovisuales que nos llegan y que tienen un buen mensaje. Oidamos por nosotros, para que el buen Dios nos libre de la peste funesta. Oremos por todos los enfermos, de modo especial por los que sufren la enfermedad del coronavirus, por los que ya han partido de este mundo por esta causa y por sus familias.

Recemos por las personas que están sirviendo a la población desde sus puestos de trabajo, de manera especial por los médicos y el personal sanitario. Rezamos por quienes tienen la responsabilidad de las decisiones, por las fuerzas de seguridad, por quienes desempeñan su trabajo en estos días como servicio a la comunidad, por los padres que se desviven cuidando a su familia, sobre todo a los niños que viven desconcertados esta situación. El tradicional rezo del Santo Rosario en las familias puede volver en estos días a ocupar su puesto, invocando a la Santísima Virgen María como salud de los enfermos, auxiliadora y protectora maternal. Recemos la oración que el papa Francisco nos ha ofrecido para estos días, que termina con la más antigua oración mariana: “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios. No desoigas la oración de tus hijos necesitados; líbranos de todo peligro, oh siempre Virgen gloriosa y bendita”.

Ánimo a todos. Imploremos la gracia del perdón divino y la salud corporal y espiritual de todas nuestra familias. Cuidémonos, respetémonos, amémonos.



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La actual situación de la pandemia con toda su fuerza para desestructurar la vida desde lo micro hasta lo macro, también trae aparejada una suerte de oportunidades para retomar aquellas prácticas que la humanidad demanda.

Específicamente en el ambiente de la iglesia, cuerpo de Cristo y signo de esperanza en medio de los tiempos. Esta nueva experiencia nos obliga inevitablemente a dejar lo superfluo, para centrarnos en lo que es esencial para nuestra vida y dirigir nuestra mirada a Dios, como fundamento de nuestra existencia; porque estamos llamados a vivir su amor por toda la eternidad y en eso consiste la felicidad verdadera. Dios nos sostiene para afrontar con confianza y responsabilidad esta situación que a todos nos afecta.

Inmersos en esta nueva experiencia inaudita hemos de saber asumir nuestro compromiso cristiano y adaptarnos a las circunstancias adversas. Se nos invita a ser solidarios con todos, para evitar más contagios. Damos un gran ejemplo quedándonos en casa y renunciando a ciertos planes que desearíamos realizar.

La alarma epidemiológica, la contención poco ortodoxa y responsable de nuestras autoridades, pero sobre todo, la irracional actitud ciudadana de frente a la pandemia, donde muchos, no todos, pero si en gran número de ciudadanos, continúan en franca indiferencia criminal a lo que está pasando; en el realismo cruel, que contabiliza ya más de 80 mil muertos en nuestro país, y donde las instituciones de salud han colapsado en nuestro estado, según informes oficiales.

En estos días difíciles debemos empeñarnos en mantener la serenidad, la prudencia, la paciencia y seguir asumiendo nuestro compromiso cristiano de caridad hacia los enfermos y a los más necesitados, actuando como buenos samaritanos, tal y como nos enseñó nuestro Señor Jesucristo y que hacen más creíble la iglesia. La pandemia está siendo una ocasión nueva para preocuparnos del hermano débil y necesitado, del enfermo, del anciano. El mismo virus nos está demostrando que no entiende de fronteras entre los seres humanos, ni etnias, ni culturas, ni lenguajes, ni religiones. Todos somos iguales con la misma dignidad.

Es tiempo de arrodillarnos ante Dios, para reconocer que somos vulnerables. Vivamos la presencia del Señor que nos habla en la oración, en diálogo personal con Él, como lo hizo con la mujer samaritana junto al pozo de Sicar. Él nos descubre la verdad de nosotros mismos y nos invita a mirar con ojos de transcendencia la realidad de nuestra vida. Él nos recuerda que hay que adorar a Dios en espíritu y verdad, aunque no podamos ir al templo.

Hoy en día disponemos de muchos recursos, sobre todo por vía “on-line” para rezar, para participar en la eucaristía. Meditar el Evangelio nos ayudará a poner a Dios en el centro de nuestra vida; y nos hará mejores evangelizadores, incluso a través de las redes. También podemos compartir los mensajes y audiovisuales que nos llegan y que tienen un buen mensaje. Oidamos por nosotros, para que el buen Dios nos libre de la peste funesta. Oremos por todos los enfermos, de modo especial por los que sufren la enfermedad del coronavirus, por los que ya han partido de este mundo por esta causa y por sus familias.

Recemos por las personas que están sirviendo a la población desde sus puestos de trabajo, de manera especial por los médicos y el personal sanitario. Rezamos por quienes tienen la responsabilidad de las decisiones, por las fuerzas de seguridad, por quienes desempeñan su trabajo en estos días como servicio a la comunidad, por los padres que se desviven cuidando a su familia, sobre todo a los niños que viven desconcertados esta situación. El tradicional rezo del Santo Rosario en las familias puede volver en estos días a ocupar su puesto, invocando a la Santísima Virgen María como salud de los enfermos, auxiliadora y protectora maternal. Recemos la oración que el papa Francisco nos ha ofrecido para estos días, que termina con la más antigua oración mariana: “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios. No desoigas la oración de tus hijos necesitados; líbranos de todo peligro, oh siempre Virgen gloriosa y bendita”.

Ánimo a todos. Imploremos la gracia del perdón divino y la salud corporal y espiritual de todas nuestra familias. Cuidémonos, respetémonos, amémonos.



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