/ martes 2 de febrero de 2021

Arrrecia campaña de odio contra AMLO

Por desgracia es una campaña para señalar y linchar herejes. Como lo hacía la Santa Inquisición, que sin juzgarlos les traspasaba el vientre con la espada y ella misma les concedía el pasaporte hacia el infierno.

Ahora la espada la han sustituido por el filo de la lengua que es más tóxico y letal. De ahí que cuando se ventiló la noticia de que el presidente se había contagiado de Covid 19, súbitamente proliferó el escarnio y la mordacidad de los inquisidores, que una vez más elevaron a la gloria los códigos del maldecir y confundieron la maldad y la grosería con el ingenio.

Es tanta la capacidad que poseen para producir basura, que cuando la echan a volar, dudo que haya muro que la pueda contener. Les importa poco enlodar la zahúrda donde roncan, porque no tienen brizna de cordura ni decencia, sino sólo deseos de asfixiar a la víctima en el lodo en que se baten.

Toda la podredumbre que está aflorando en este momento difícil para el presidente, no nos sorprende, porque es la venganza que seduce a los cobardes y aunque la mala leche provenga de la cañería es un derecho que hay que respetar, porque es lo mínimo que exigen los que no se respetan a sí mismos, porque la vileza que los alimenta del árbol caído, es un bocadillo que no van a desaprovechar.

Como tampoco van a desperdiciar el drenaje de las redes ni la pifia del seudónimo para exhibir mensajes mordaces, malévolos y destructivos que no lograrán contaminar nuestros sentidos, porque ya aprendimos a olfatear los eruptos mal olientes que provienen de gargantas pútridas y perniciosas.

Ante el mal olor que nos asfixia y el ruido que nos aturde, imposible guardar silencio, porque los ladridos que estimulan a quienes los emiten, tratan de herirnos, porque su rencor a la altura de jauría es incontrolable. De ahí que toda la furia la encaminan a cobrar la afrenta de supuestos agravios, infligidos por la contraparte que se ha granjeado el desprecio por rebasar la línea de la intocabilidad.

Si por un lado el tipo de punzantes dardos lanzados al presidente son un atentado a la racionalidad y por el otro un gran porcentaje de las respuestas de quienes lo defienden, cosa que les arde y osan combatirlos en la arena donde aprendieron a pelear. Les enfada que no pongan la otra mejilla y eso los ha estresado de impotencia, porque lo que latigaban por deporte ya no se deja golpear.

Pero el debate se radicaliza y rebasa la mezquindad, cuando la fertilidad de los infundios, se reproduce en las mentes perversas de los que aseguran que el contagio del presidente es un ardid, para distraer a la ciudadanía y no preste atención al crecimiento de la pandemia. Dicho despropósito es creído por quienes tienen arraigadas convicciones de que al ejecutivo solamente lo mueven intereses aviesos e ideas truculentas en contra de sus privilegios.

Dicho resorte ha impulsado a que se atrinchere el encono indeseable, desde donde han hecho mofa de las estampas religiosas que al presidente ciudadanos de buena fe le han regalado y que los detractores adoran de rodillas, pero ahora hacen gala de la peor exhibición de su hipocresía, cuando públicamente han puesto en tela de juicio los milagros que ellos a diario les cuelgan.

La tinta de la hipocresía ha corrido a raudales, cuando los impresentables desean pronta recuperación al presidente y aseguran que a nadie conviene un desenlace funesto, pero de forma paralela adjudican la razón a aquellos, que de modo virtual han hecho circular las peores cadenas de burlas y de odios, y que a ultranza su perversidad convoca para ensayar la jugada jacke mate.

La mezquindad vuela virtualmente y la enfermedad del presidente ya los atavió de buitres, listos para devorar los ojos que pusieron al descubierto la miseria de su especie, la que otra vez ha confundido Palacio Nacional con los muladares donde se abastecen de carroña.

Por desgracia es una campaña para señalar y linchar herejes. Como lo hacía la Santa Inquisición, que sin juzgarlos les traspasaba el vientre con la espada y ella misma les concedía el pasaporte hacia el infierno.

Ahora la espada la han sustituido por el filo de la lengua que es más tóxico y letal. De ahí que cuando se ventiló la noticia de que el presidente se había contagiado de Covid 19, súbitamente proliferó el escarnio y la mordacidad de los inquisidores, que una vez más elevaron a la gloria los códigos del maldecir y confundieron la maldad y la grosería con el ingenio.

Es tanta la capacidad que poseen para producir basura, que cuando la echan a volar, dudo que haya muro que la pueda contener. Les importa poco enlodar la zahúrda donde roncan, porque no tienen brizna de cordura ni decencia, sino sólo deseos de asfixiar a la víctima en el lodo en que se baten.

Toda la podredumbre que está aflorando en este momento difícil para el presidente, no nos sorprende, porque es la venganza que seduce a los cobardes y aunque la mala leche provenga de la cañería es un derecho que hay que respetar, porque es lo mínimo que exigen los que no se respetan a sí mismos, porque la vileza que los alimenta del árbol caído, es un bocadillo que no van a desaprovechar.

Como tampoco van a desperdiciar el drenaje de las redes ni la pifia del seudónimo para exhibir mensajes mordaces, malévolos y destructivos que no lograrán contaminar nuestros sentidos, porque ya aprendimos a olfatear los eruptos mal olientes que provienen de gargantas pútridas y perniciosas.

Ante el mal olor que nos asfixia y el ruido que nos aturde, imposible guardar silencio, porque los ladridos que estimulan a quienes los emiten, tratan de herirnos, porque su rencor a la altura de jauría es incontrolable. De ahí que toda la furia la encaminan a cobrar la afrenta de supuestos agravios, infligidos por la contraparte que se ha granjeado el desprecio por rebasar la línea de la intocabilidad.

Si por un lado el tipo de punzantes dardos lanzados al presidente son un atentado a la racionalidad y por el otro un gran porcentaje de las respuestas de quienes lo defienden, cosa que les arde y osan combatirlos en la arena donde aprendieron a pelear. Les enfada que no pongan la otra mejilla y eso los ha estresado de impotencia, porque lo que latigaban por deporte ya no se deja golpear.

Pero el debate se radicaliza y rebasa la mezquindad, cuando la fertilidad de los infundios, se reproduce en las mentes perversas de los que aseguran que el contagio del presidente es un ardid, para distraer a la ciudadanía y no preste atención al crecimiento de la pandemia. Dicho despropósito es creído por quienes tienen arraigadas convicciones de que al ejecutivo solamente lo mueven intereses aviesos e ideas truculentas en contra de sus privilegios.

Dicho resorte ha impulsado a que se atrinchere el encono indeseable, desde donde han hecho mofa de las estampas religiosas que al presidente ciudadanos de buena fe le han regalado y que los detractores adoran de rodillas, pero ahora hacen gala de la peor exhibición de su hipocresía, cuando públicamente han puesto en tela de juicio los milagros que ellos a diario les cuelgan.

La tinta de la hipocresía ha corrido a raudales, cuando los impresentables desean pronta recuperación al presidente y aseguran que a nadie conviene un desenlace funesto, pero de forma paralela adjudican la razón a aquellos, que de modo virtual han hecho circular las peores cadenas de burlas y de odios, y que a ultranza su perversidad convoca para ensayar la jugada jacke mate.

La mezquindad vuela virtualmente y la enfermedad del presidente ya los atavió de buitres, listos para devorar los ojos que pusieron al descubierto la miseria de su especie, la que otra vez ha confundido Palacio Nacional con los muladares donde se abastecen de carroña.