/ jueves 14 de marzo de 2019

Así fueron “Barretero” y don Jorgito

Uno venía del rumbo de Villa Unión, sin mal no recuerdo de Cieneguilla; el otro llegaba desde Durango. Aquel lo hacía siempre montado en su jumento; éste en una vieja bicicleta.

El primero vendía sus productos hechos de barro: Cajetes, cazuelas, jarros, cantaros, ollas, comales y otros aditamentos adecuados para la cocina o de ornato, fabricados en su región. El segundo comerciaba lo concerniente a la mercería: Agujas, dedales, aros, hilos, hilazas, tinturas para ropa y encargos de las señoras.

Antes que lo pregunte me adelanto y le digo, que no recuerdo la periodicidad con que llegaban al pueblo, pero debía ser cada tres o cuatro meses. “Barretero” como llamaban los lugareños a este proveedor de lozas autóctonas y no por su nombre, entiendo que vivía en Poanas y por ahí tenía su taller para el cocimiento de la peculiar cerámica. Con inusitada habilidad acomodaba los utensilios en su animal, partía hacia Antonio Amaro, luego a Felipe Carrillo Puerto donde agotaba su codiciado cargamento.

Porque si no lo sabe, debe saberlo que el agua en esas vasijas adquiere un delicioso sabor. Tinajas y jarros se convierten en fuentes que hacen del agua un delicioso néctar para mitigar la sed más acuciante.

La comida, en especial los frijoles, patoles y toda suerte de leguminosas, cobran un toque que complace a los paladares más implacables, desde la etapa de cocimiento hasta la fase de guisado. Esto nos lo dice la experiencia de haber sido consentidos desde las abuelas con singulares platillos, salsas, aderezos y aguas frescas.

Si es más escrupuloso, puede mandar labrar con un canterero una piedra que le sirva como recipiente; la llena de agua, por la parte inferior saldrá sabrosamente destilada gota a gota el fresco liquido que enseguida pasa a la tinaja o múcura donde un fenómeno de la madre naturaleza aumenta su heladez y complacerá las gargantas más feroces que puedan existir.

Lo que quiero resaltar es que en esta reseña le he confiado el lugar de origen del orfebre y a dónde se encaminaba, pero se lo platico como si partiera y a la hora ya estuviera en su destino.

No, amigo mío, arrancaba pero la distancia que mediaba, la recorría en uno, dos o más días, ya que si bien era corta para un vehículo y una carretera en buen estado, para el pobre pollino era enorme y el hombre debía pernoctar donde le callera la noche; a cielo abierto, alumbrado por las titilantes estrellas o si corría con suerte, por la argentada luz de la luna que permitía ver de noche las llanuras, los valles, los montes o las fantasmagóricas figuras producidas por cerros, árboles o cañadas que lejos de infundir temor, convertían las vistas en hermosos paisajes nocturnos e inyectaban vitalidad al buen caminante.

Para don Jorgito, el tendero móvil, la situación era diferente. Por fuerza debía andar por caminos y veredas a riesgo de que su bicicleta se ponchara en un anfractuoso terreno. Es cierto que con previsión y prudencia el ciclista cargaba lo necesario para enfrentar estas y otras contingencias, más no dejaba de ser un obstáculo en su camino.

Jorgito era árabe, pero radicado por años en Durango, hablaba el español con las consiguientes dificultades en la traducción, uso de modismos, muletillas, pausas, lapsus que a la chiquillada nos causaba risa por la gracia con que los decía. Agotada la entrega se regresaban para surtirse de nuevo y preparar una expedición más.

El hecho que hemos descrito representaba una lección de vida para nuestra generación, toda vez que reconocíamos el esfuerzo de esos hombres para ganarse la vida; mientras que otros se hubieran ido a lo fácil: A mendigar, a robar, asaltar, defraudar, ellos optaron por lo virtuoso, por el sacrificio, por ganar el dinero con el sudor de su frente. ¡Y qué sudor y sudar!, imagínese pedalear o transitar a lomo de jumento por horas, sencillamente es inhumano, pero ellos lo hacían y por lo que vimos, lo hacían con gusto, con pasión, con entrega; para satisfacción propia y de sus familias.

No podíamos evitar las comparaciones y el contraste. Por un lado observábamos a Jorgito y Barretero cansados, agotados, sedientos, hambrientos, en tanto que en las esquinas de la población, muchos, sentados se dedicaban a platicar, holgazanear, araganear y pasar de una esquina a otra perdiendo el tiempo, mientras que los agricultores sufrían al no encontrar suficientes trabajadores para sembrar, deshierbar, pastorear, construir y tanta mano de obra, pero nadie de ellos decía esta boca y menos estas manos son mías. No, eran una carga más.

Uno venía del rumbo de Villa Unión, sin mal no recuerdo de Cieneguilla; el otro llegaba desde Durango. Aquel lo hacía siempre montado en su jumento; éste en una vieja bicicleta.

El primero vendía sus productos hechos de barro: Cajetes, cazuelas, jarros, cantaros, ollas, comales y otros aditamentos adecuados para la cocina o de ornato, fabricados en su región. El segundo comerciaba lo concerniente a la mercería: Agujas, dedales, aros, hilos, hilazas, tinturas para ropa y encargos de las señoras.

Antes que lo pregunte me adelanto y le digo, que no recuerdo la periodicidad con que llegaban al pueblo, pero debía ser cada tres o cuatro meses. “Barretero” como llamaban los lugareños a este proveedor de lozas autóctonas y no por su nombre, entiendo que vivía en Poanas y por ahí tenía su taller para el cocimiento de la peculiar cerámica. Con inusitada habilidad acomodaba los utensilios en su animal, partía hacia Antonio Amaro, luego a Felipe Carrillo Puerto donde agotaba su codiciado cargamento.

Porque si no lo sabe, debe saberlo que el agua en esas vasijas adquiere un delicioso sabor. Tinajas y jarros se convierten en fuentes que hacen del agua un delicioso néctar para mitigar la sed más acuciante.

La comida, en especial los frijoles, patoles y toda suerte de leguminosas, cobran un toque que complace a los paladares más implacables, desde la etapa de cocimiento hasta la fase de guisado. Esto nos lo dice la experiencia de haber sido consentidos desde las abuelas con singulares platillos, salsas, aderezos y aguas frescas.

Si es más escrupuloso, puede mandar labrar con un canterero una piedra que le sirva como recipiente; la llena de agua, por la parte inferior saldrá sabrosamente destilada gota a gota el fresco liquido que enseguida pasa a la tinaja o múcura donde un fenómeno de la madre naturaleza aumenta su heladez y complacerá las gargantas más feroces que puedan existir.

Lo que quiero resaltar es que en esta reseña le he confiado el lugar de origen del orfebre y a dónde se encaminaba, pero se lo platico como si partiera y a la hora ya estuviera en su destino.

No, amigo mío, arrancaba pero la distancia que mediaba, la recorría en uno, dos o más días, ya que si bien era corta para un vehículo y una carretera en buen estado, para el pobre pollino era enorme y el hombre debía pernoctar donde le callera la noche; a cielo abierto, alumbrado por las titilantes estrellas o si corría con suerte, por la argentada luz de la luna que permitía ver de noche las llanuras, los valles, los montes o las fantasmagóricas figuras producidas por cerros, árboles o cañadas que lejos de infundir temor, convertían las vistas en hermosos paisajes nocturnos e inyectaban vitalidad al buen caminante.

Para don Jorgito, el tendero móvil, la situación era diferente. Por fuerza debía andar por caminos y veredas a riesgo de que su bicicleta se ponchara en un anfractuoso terreno. Es cierto que con previsión y prudencia el ciclista cargaba lo necesario para enfrentar estas y otras contingencias, más no dejaba de ser un obstáculo en su camino.

Jorgito era árabe, pero radicado por años en Durango, hablaba el español con las consiguientes dificultades en la traducción, uso de modismos, muletillas, pausas, lapsus que a la chiquillada nos causaba risa por la gracia con que los decía. Agotada la entrega se regresaban para surtirse de nuevo y preparar una expedición más.

El hecho que hemos descrito representaba una lección de vida para nuestra generación, toda vez que reconocíamos el esfuerzo de esos hombres para ganarse la vida; mientras que otros se hubieran ido a lo fácil: A mendigar, a robar, asaltar, defraudar, ellos optaron por lo virtuoso, por el sacrificio, por ganar el dinero con el sudor de su frente. ¡Y qué sudor y sudar!, imagínese pedalear o transitar a lomo de jumento por horas, sencillamente es inhumano, pero ellos lo hacían y por lo que vimos, lo hacían con gusto, con pasión, con entrega; para satisfacción propia y de sus familias.

No podíamos evitar las comparaciones y el contraste. Por un lado observábamos a Jorgito y Barretero cansados, agotados, sedientos, hambrientos, en tanto que en las esquinas de la población, muchos, sentados se dedicaban a platicar, holgazanear, araganear y pasar de una esquina a otra perdiendo el tiempo, mientras que los agricultores sufrían al no encontrar suficientes trabajadores para sembrar, deshierbar, pastorear, construir y tanta mano de obra, pero nadie de ellos decía esta boca y menos estas manos son mías. No, eran una carga más.