/ domingo 22 de marzo de 2020

Ataques mediáticos al presidente no tienen parangón

México es un país que de la ley mordaza, ha pasado a la libertad real de expresión. De ahí que la crítica ácida y corrosiva actúe sin bozal sobre la figura presidencial y la culpen ahora hasta del coronavirus.

Afortunadamente en su derecho de réplica, sin prejuicios ni complejos, da cabida de frente al derecho de manifestarse, sin consecuencias de castigo ni riesgos de soborno, para acallar los comentarios dolosos, expresados por la ausencia de la dádiva y el prianista que llevan en las entrañas, aquellos que creían que nunca los iban a destetar de la ubre presupuestal.

Todos los días, la política del presidente es cuestionada; especialmente su política económica; aseguran sus detractores que pensamiento, palabra y acción evidencian propósitos estupidizantes y erráticos; se afirma que el Presidente debería dedicar tiempo y pasión para erradicar la pandemia maldita, aunado a la necedad, que de la noche a la mañana acabe con los problemas añejos del crimen organizado, con los que pactaron y abonaron sus antecesores.

En obsesiva insistencia se invocan frases de descalificación y de exigencia: “retorno a los privilegios y abandono a la miseria”. “Amparos masivos de las mafias del poder para bloquear los avances de los proyectos planteados en campaña”.

En ocasiones, el ejercicio ordinario de fuego abrasador; en dicho marco se deslizan adjetivos terriblemente hirientes que reflejan el pésimo talante personal de quienes los expresan, tales como: “ejercicio autoritario del cínico pejelagarto y pejezombies a quienes le apoyan”.

Es cierto que afirmaciones agresivas involucran excesos: la historia confirma que a la escalada de los disparos verbales, sigue fatalmente la escalada de la violencia, cuyo dedo de los gatilleros no tiene límites, al hacer libertinaje de la libertad de prensa, sin valorar la tolerancia que el actual gobierno ofrece a cambio.

En ocasiones, los excesos en el uso de la libertad de expresión, desafortunadamente traspasan las fronteras de la educación, del protocolo, del respeto y de los buenos modales; pero en contraste, reafirman la decisión del presidente de mantener intacta la vigencia real del derecho a expresarse, aunque la mayoría de las veces sean respiros por la herida.

Los articulistas y analistas de nómina son implacables, porque en honor “a la impecabilidad de sus conductas” se arrogan el derecho a criticar y ridiculizar sus defectos físicos y su indumentaria sucia por el andar de los caminos, llegando al extremo de reflejar un editorial corrosivo, que perfila la mediocridad revanchista. De ahí que no se encuentren en la historia rastros de libertad tan desenfrenada ni tolerancia tan prudente.

En estos momentos de contingencia, la crítica mordaz y mal intencionada, alcanza niveles de huracán; los medios impresos y electrónicos lanzan a los cuatro vientos la ira contra la actitud calmada que asume el Presidente; después de las mañaneras, donde muchos encontramos las razones para manifestar nuestra solidaridad: dando por hecho que “no pasarán” los propósitos de aquellos, que de la desgracia están acostumbrados a lucrar y hacer negocio, bajo el recuento de los daños que a nombre de los afectados registran, pero bajo la consigna de quedarse siempre con la mayor parte.

Y así, sin guardar las formas lanzan la convocatoria directa a la resistencia de la maldad, frente a la sobriedad presidencial, que desde el vórtice del poder, no lo abandona la sonrisa comprensiva y la serenidad majestuosa de quien tolera, en prudencia, en sabiduría el aturdimiento de la tempestad, porque siempre es mejor tolerar que reprimir, porque dicha aceptación tranquila del ataque frenético al presidente, deja testimonio de la vocación democrática.

Porque tal vez en ningún país del mundo se acepten con tanta serenidad los dardos envenenados contra el presidente, porque así aunque no lo reconozcan se desgastan cada vez más las voces de los descontentos enfermizos, que pueden cuestionar los retos de un gobierno diferente, pero no así su legitimidad histórica.

En las páginas dedicadas al análisis de la economía o de las finanzas, todos los días se cuestiona la política del presidente y pareciera que las voces más corruptas del país se atreven a anunciar la inminente catástrofe; augurando además, que detrás de las medidas correctivas de la corrupción aletea la certidumbre del desastre, dando por hecho que ahora sí el Presidente con su funcia de proteger a los viejitos el país ya empezó a rodar al voladero.

Este clima de crítica hostil contra el presidente, demuestra que ahora sí, la libertad de expresión no tiene límites y da al gobierno de Andrés Manuel López Obrador, congruencia en la palabra insistente de que su mandato prefiere pecar por exceso de tolerancia que por crueldad en la represión.

Claro que no se queda callado, porque al hacer uso del derecho de réplica exhibe a los inconformes, sobre todo a aquellos que no les asiste la razón, a los mal intencionados, a los devoradores insaciables de los agujeros en el queso, a los nostálgicos de los gobiernos del PRIAN, a los depredadores del sistema que durante más de cincuenta años han entretejido alianzas inmorales con el crimen organizado.

Por supuesto que los gobiernos del PRIAN nunca fueron el destinatario de esos adjetivos ácidos y corrosivos, de esas críticas frenéticas. A ellos se les trataba con excesiva cortesía, se les distinguía con planas enteras en los periódicos y en las televisoras se es adulaba diariamente, se les daba trato de dioses; su palabra era oráculo, su imagen era mito, su acción era sacramental y su promesa era profecía.

Pero la alegoría se sublimaba cuando sus adoradores convertían sus planes en caminos salvadores, sus viajes en jirones del destino y sus discursos en sedantes de las penas. A tal grado que en la búsqueda de mantener sus beneficios y sus dádivas los inmortalizaban.

México es un país que de la ley mordaza, ha pasado a la libertad real de expresión. De ahí que la crítica ácida y corrosiva actúe sin bozal sobre la figura presidencial y la culpen ahora hasta del coronavirus.

Afortunadamente en su derecho de réplica, sin prejuicios ni complejos, da cabida de frente al derecho de manifestarse, sin consecuencias de castigo ni riesgos de soborno, para acallar los comentarios dolosos, expresados por la ausencia de la dádiva y el prianista que llevan en las entrañas, aquellos que creían que nunca los iban a destetar de la ubre presupuestal.

Todos los días, la política del presidente es cuestionada; especialmente su política económica; aseguran sus detractores que pensamiento, palabra y acción evidencian propósitos estupidizantes y erráticos; se afirma que el Presidente debería dedicar tiempo y pasión para erradicar la pandemia maldita, aunado a la necedad, que de la noche a la mañana acabe con los problemas añejos del crimen organizado, con los que pactaron y abonaron sus antecesores.

En obsesiva insistencia se invocan frases de descalificación y de exigencia: “retorno a los privilegios y abandono a la miseria”. “Amparos masivos de las mafias del poder para bloquear los avances de los proyectos planteados en campaña”.

En ocasiones, el ejercicio ordinario de fuego abrasador; en dicho marco se deslizan adjetivos terriblemente hirientes que reflejan el pésimo talante personal de quienes los expresan, tales como: “ejercicio autoritario del cínico pejelagarto y pejezombies a quienes le apoyan”.

Es cierto que afirmaciones agresivas involucran excesos: la historia confirma que a la escalada de los disparos verbales, sigue fatalmente la escalada de la violencia, cuyo dedo de los gatilleros no tiene límites, al hacer libertinaje de la libertad de prensa, sin valorar la tolerancia que el actual gobierno ofrece a cambio.

En ocasiones, los excesos en el uso de la libertad de expresión, desafortunadamente traspasan las fronteras de la educación, del protocolo, del respeto y de los buenos modales; pero en contraste, reafirman la decisión del presidente de mantener intacta la vigencia real del derecho a expresarse, aunque la mayoría de las veces sean respiros por la herida.

Los articulistas y analistas de nómina son implacables, porque en honor “a la impecabilidad de sus conductas” se arrogan el derecho a criticar y ridiculizar sus defectos físicos y su indumentaria sucia por el andar de los caminos, llegando al extremo de reflejar un editorial corrosivo, que perfila la mediocridad revanchista. De ahí que no se encuentren en la historia rastros de libertad tan desenfrenada ni tolerancia tan prudente.

En estos momentos de contingencia, la crítica mordaz y mal intencionada, alcanza niveles de huracán; los medios impresos y electrónicos lanzan a los cuatro vientos la ira contra la actitud calmada que asume el Presidente; después de las mañaneras, donde muchos encontramos las razones para manifestar nuestra solidaridad: dando por hecho que “no pasarán” los propósitos de aquellos, que de la desgracia están acostumbrados a lucrar y hacer negocio, bajo el recuento de los daños que a nombre de los afectados registran, pero bajo la consigna de quedarse siempre con la mayor parte.

Y así, sin guardar las formas lanzan la convocatoria directa a la resistencia de la maldad, frente a la sobriedad presidencial, que desde el vórtice del poder, no lo abandona la sonrisa comprensiva y la serenidad majestuosa de quien tolera, en prudencia, en sabiduría el aturdimiento de la tempestad, porque siempre es mejor tolerar que reprimir, porque dicha aceptación tranquila del ataque frenético al presidente, deja testimonio de la vocación democrática.

Porque tal vez en ningún país del mundo se acepten con tanta serenidad los dardos envenenados contra el presidente, porque así aunque no lo reconozcan se desgastan cada vez más las voces de los descontentos enfermizos, que pueden cuestionar los retos de un gobierno diferente, pero no así su legitimidad histórica.

En las páginas dedicadas al análisis de la economía o de las finanzas, todos los días se cuestiona la política del presidente y pareciera que las voces más corruptas del país se atreven a anunciar la inminente catástrofe; augurando además, que detrás de las medidas correctivas de la corrupción aletea la certidumbre del desastre, dando por hecho que ahora sí el Presidente con su funcia de proteger a los viejitos el país ya empezó a rodar al voladero.

Este clima de crítica hostil contra el presidente, demuestra que ahora sí, la libertad de expresión no tiene límites y da al gobierno de Andrés Manuel López Obrador, congruencia en la palabra insistente de que su mandato prefiere pecar por exceso de tolerancia que por crueldad en la represión.

Claro que no se queda callado, porque al hacer uso del derecho de réplica exhibe a los inconformes, sobre todo a aquellos que no les asiste la razón, a los mal intencionados, a los devoradores insaciables de los agujeros en el queso, a los nostálgicos de los gobiernos del PRIAN, a los depredadores del sistema que durante más de cincuenta años han entretejido alianzas inmorales con el crimen organizado.

Por supuesto que los gobiernos del PRIAN nunca fueron el destinatario de esos adjetivos ácidos y corrosivos, de esas críticas frenéticas. A ellos se les trataba con excesiva cortesía, se les distinguía con planas enteras en los periódicos y en las televisoras se es adulaba diariamente, se les daba trato de dioses; su palabra era oráculo, su imagen era mito, su acción era sacramental y su promesa era profecía.

Pero la alegoría se sublimaba cuando sus adoradores convertían sus planes en caminos salvadores, sus viajes en jirones del destino y sus discursos en sedantes de las penas. A tal grado que en la búsqueda de mantener sus beneficios y sus dádivas los inmortalizaban.