/ miércoles 18 de marzo de 2020

‘Autorretrato’, libro del maestro Lorenzo Ortega

El día seis de marzo del año que corre, llegué a los estrados de la biblioteca del Congreso del Estado, previa invitación que había recibido del autor de “Autorretrato” cuyo motivo era precisamente su presentación.



El objetivo de ser puntual y estar ahí, era especialmente para felicitar al maestro Lorenzo Ortega Flores, por su libro tan llamativo a mi atención, ya que al ver sólo sus pastas, sedujo mi interés por leerlo, motivado quizás, por la imaginación anticipada de su contenido, que sin duda me remontaría a un proceso de retrospectiva, donde la montaña, la sierra y la quebrada, serían el coctel que este servidor quería probar de nuevo, dado el buen sabor de boca, que pese a los años de haberlo digerido, aún perdura..

Al leer las primeras páginas, inmediatamente detecté, que el autor invita a que el individuo cobre conciencia de su fuerza de voluntad y se atreva a escribir lo que el temor le impide, ya que dicho proceso libera el talento de narrar y describir sin prejuicios, la irrepetible historia de las aventuras que sortea la inocencia de la infancia y juventud.

En la nueva obra del maestro, también se capta el reconocimiento a la autoestima, donde el autor ofrece un manual brillante a la inspiración poética, así como un gran cúmulo de recuerdos y anécdotas, basados en la educación sentimental. Comparte las limitaciones de su origen y cree que todo lo que necesitaba para vivir, cómo hacer y cómo ser, debía aprenderlo de las entrañas de la sierra y la montaña, para luego pulirlo en las aulas de la escuela rural.

El análisis detallado, le permite señalar las influencias de diferentes geografías rurales, de lo más recóndito de nuestra Sierra Madre Occidental, que sin duda San Miguel de Cruces y Tayoltita, se tradujeron en la fuente de inspiración, para que el reconocido autor, plasmara con la diestra lo que su noble corazón dictaba y que de ahí tuviéramos el privilegio de escuchar una poderosa voz, pero humilde a la vez, que nos permitiera evocar a Jaime Reyes, cuando dice: “Estoy aquí atareado pero no cansado, soy de los que no tienen paciencia pero espero, de los que el temperamento apasiona, pero la bondad me mima”.

Así mismo, muestra con el sentimiento y el paso del tiempo, una forma especial de ponderar la identidad, documentando magistralmente las añoranzas de su juventud, que sin duda lo marcaron para siempre y que tal vez sean la razón, para que la sensibilidad poética y romántica, lo impulsaran a citar la presencia de personalidades carismáticas y bondadosas, donde destacan las cualidades de sus seres queridos, privilegiando la de su padre, don Lupe Ortega.

En su libro Autorretrato, Ortega Flores, aparte de reiterar el compromiso con su identidad, intenta no desperdiciar las gráficas que dan testimonio de sus andanzas, diálogos políticos, triunfos y derrotas de su vida, sin poner aparte las bebidas que impulsan el espíritu, ni prescindir de las fotografías de los paisajes que complementan su contenido.

Sin duda que el activismo del autor, lo introdujo a conocer profundamente la historia y geografía de las comunidades de la sierra y las quebradas, donde destaca el bellísimo Pueblo de Madera. Donde con gran fervor alude los tiempos floridos de la explotación forestal; sus lucidas y espectaculares fiestas patrias; las grandes y tradicionales cabalgatas, donde su señor padre era el más distinguido por su recia personalidad que iba a tono con el penco que montaba y la indumentaria que portaba.

Su generosidad y talento no sólo dan cabida al ámbito geográfico y social del peliculezco Pueblo de Madera, sino también lo enriquece ampliamente con sus aportaciones que le permitieron las responsabilidades como docente, líder sindical, legislador y funcionario de la educación. Dando en este último rubro, testimonio y reconocimiento de los beneficios que brinda el IDEA, a través del gran espacio que le dispensara, demostrando así y sin regateos, que en todo momento a las instituciones agradece.

Pero su generosidad se torna atípica cuando menciona el honor y la palabra de los entes que le dieron lecciones de hombría y verticalidad, como fuera el ejemplo de aquel indio que en medio de su sencillez y pobreza, sin complejos le compartiera los frijoles y tortillas y que pese a que eran cocinados al ras del suelo, se convirtieron en el manjar más exquisito, porque las virtudes de quien los ofrecía, eran dignas de superar cualquier incomodidad.

Pero sus sentimientos se subliman cuando reconoce a aquellos que le dieron las herramientas del conocimiento para que él las martillara en el yunque de la inteligencia. Pero dichos sentimientos se desbordan en la esplendidez, al incluir y rescatar el pensamiento de aquellos escritores y poetas, que le cantan a la Madre Sierra; sin dejar de lado el homenaje que adeudaba a las voces superiores que le aconsejaron siempre, como sortear las ingratitudes, trampas y traiciones, que uno no llama ni desea, pero que el destino se empecina en hacernos víctimas de ellas.

Definitivamente la generosidad del autor es infinita y su gran obra de “autorretrato” es sólo una pincelada de lo que es capaz de dar. De ahí que la audacia de su pluma describiera la belleza de la sierra y la montaña, sin soslayar valientemente que se han contaminado por la sumisión de sus raíces y el cúmulo de plomo que han disparado los criminales.

Desde la aparición de sus primeras obras, se vislumbraba que poseía talento y ahora su nuevo libro lo corrobora, ya que el montaje impecable de su manufactura y su pensamiento plasmado en las páginas abundantes, nos dan un certero mensaje, que nos indica que su pasión por las letras es inagotable e impresionante su desafío, de seguirlas abonando con la bella tierra que le vio nacer.

Para concluir, sólo diré que su humildad de artista verdadero, le han abierto las puertas al reconocimiento, ya que su producción literaria lo retrata como espíritu prístino y como emblema del maestro íntegro, que ama los tesoros de la sierra y exalta sus paisajes que se abisman cada vez más en la descomposición. ¡Felicidades maestro Lencho!

El día seis de marzo del año que corre, llegué a los estrados de la biblioteca del Congreso del Estado, previa invitación que había recibido del autor de “Autorretrato” cuyo motivo era precisamente su presentación.



El objetivo de ser puntual y estar ahí, era especialmente para felicitar al maestro Lorenzo Ortega Flores, por su libro tan llamativo a mi atención, ya que al ver sólo sus pastas, sedujo mi interés por leerlo, motivado quizás, por la imaginación anticipada de su contenido, que sin duda me remontaría a un proceso de retrospectiva, donde la montaña, la sierra y la quebrada, serían el coctel que este servidor quería probar de nuevo, dado el buen sabor de boca, que pese a los años de haberlo digerido, aún perdura..

Al leer las primeras páginas, inmediatamente detecté, que el autor invita a que el individuo cobre conciencia de su fuerza de voluntad y se atreva a escribir lo que el temor le impide, ya que dicho proceso libera el talento de narrar y describir sin prejuicios, la irrepetible historia de las aventuras que sortea la inocencia de la infancia y juventud.

En la nueva obra del maestro, también se capta el reconocimiento a la autoestima, donde el autor ofrece un manual brillante a la inspiración poética, así como un gran cúmulo de recuerdos y anécdotas, basados en la educación sentimental. Comparte las limitaciones de su origen y cree que todo lo que necesitaba para vivir, cómo hacer y cómo ser, debía aprenderlo de las entrañas de la sierra y la montaña, para luego pulirlo en las aulas de la escuela rural.

El análisis detallado, le permite señalar las influencias de diferentes geografías rurales, de lo más recóndito de nuestra Sierra Madre Occidental, que sin duda San Miguel de Cruces y Tayoltita, se tradujeron en la fuente de inspiración, para que el reconocido autor, plasmara con la diestra lo que su noble corazón dictaba y que de ahí tuviéramos el privilegio de escuchar una poderosa voz, pero humilde a la vez, que nos permitiera evocar a Jaime Reyes, cuando dice: “Estoy aquí atareado pero no cansado, soy de los que no tienen paciencia pero espero, de los que el temperamento apasiona, pero la bondad me mima”.

Así mismo, muestra con el sentimiento y el paso del tiempo, una forma especial de ponderar la identidad, documentando magistralmente las añoranzas de su juventud, que sin duda lo marcaron para siempre y que tal vez sean la razón, para que la sensibilidad poética y romántica, lo impulsaran a citar la presencia de personalidades carismáticas y bondadosas, donde destacan las cualidades de sus seres queridos, privilegiando la de su padre, don Lupe Ortega.

En su libro Autorretrato, Ortega Flores, aparte de reiterar el compromiso con su identidad, intenta no desperdiciar las gráficas que dan testimonio de sus andanzas, diálogos políticos, triunfos y derrotas de su vida, sin poner aparte las bebidas que impulsan el espíritu, ni prescindir de las fotografías de los paisajes que complementan su contenido.

Sin duda que el activismo del autor, lo introdujo a conocer profundamente la historia y geografía de las comunidades de la sierra y las quebradas, donde destaca el bellísimo Pueblo de Madera. Donde con gran fervor alude los tiempos floridos de la explotación forestal; sus lucidas y espectaculares fiestas patrias; las grandes y tradicionales cabalgatas, donde su señor padre era el más distinguido por su recia personalidad que iba a tono con el penco que montaba y la indumentaria que portaba.

Su generosidad y talento no sólo dan cabida al ámbito geográfico y social del peliculezco Pueblo de Madera, sino también lo enriquece ampliamente con sus aportaciones que le permitieron las responsabilidades como docente, líder sindical, legislador y funcionario de la educación. Dando en este último rubro, testimonio y reconocimiento de los beneficios que brinda el IDEA, a través del gran espacio que le dispensara, demostrando así y sin regateos, que en todo momento a las instituciones agradece.

Pero su generosidad se torna atípica cuando menciona el honor y la palabra de los entes que le dieron lecciones de hombría y verticalidad, como fuera el ejemplo de aquel indio que en medio de su sencillez y pobreza, sin complejos le compartiera los frijoles y tortillas y que pese a que eran cocinados al ras del suelo, se convirtieron en el manjar más exquisito, porque las virtudes de quien los ofrecía, eran dignas de superar cualquier incomodidad.

Pero sus sentimientos se subliman cuando reconoce a aquellos que le dieron las herramientas del conocimiento para que él las martillara en el yunque de la inteligencia. Pero dichos sentimientos se desbordan en la esplendidez, al incluir y rescatar el pensamiento de aquellos escritores y poetas, que le cantan a la Madre Sierra; sin dejar de lado el homenaje que adeudaba a las voces superiores que le aconsejaron siempre, como sortear las ingratitudes, trampas y traiciones, que uno no llama ni desea, pero que el destino se empecina en hacernos víctimas de ellas.

Definitivamente la generosidad del autor es infinita y su gran obra de “autorretrato” es sólo una pincelada de lo que es capaz de dar. De ahí que la audacia de su pluma describiera la belleza de la sierra y la montaña, sin soslayar valientemente que se han contaminado por la sumisión de sus raíces y el cúmulo de plomo que han disparado los criminales.

Desde la aparición de sus primeras obras, se vislumbraba que poseía talento y ahora su nuevo libro lo corrobora, ya que el montaje impecable de su manufactura y su pensamiento plasmado en las páginas abundantes, nos dan un certero mensaje, que nos indica que su pasión por las letras es inagotable e impresionante su desafío, de seguirlas abonando con la bella tierra que le vio nacer.

Para concluir, sólo diré que su humildad de artista verdadero, le han abierto las puertas al reconocimiento, ya que su producción literaria lo retrata como espíritu prístino y como emblema del maestro íntegro, que ama los tesoros de la sierra y exalta sus paisajes que se abisman cada vez más en la descomposición. ¡Felicidades maestro Lencho!