/ miércoles 16 de enero de 2019

Bolsonaro

Puso en manos de militares siete de sus 22 ministerios. También es un militar retirado, su vicepresidente el general Hamilton Mourao.

A pesar de haber levantado olas de indignación por sus comentarios racistas y homofóbicos, Jair Bolsonaro, excapitán del ejército de 63 años se convirtió en nuevo presidente del país más grande de América Latina a partir del primer día de este año.

A principios de septiembre Bolsonaro fue apuñalado durante un acto de campaña en el Estado de Minas Gerais en el sureste del país. El detenido, Adelio Bispo de Oliveira, quien se declaró culpable del ataque, dijo que actuó “por orden de Dios”, y pese a que el incidente le impidió hacer campaña, Bolsonaro subió en las encuestas y se impuso a su rival Fernando Haddad, candidato del Partido de los Trabajadores (PT).

Sus controversiales posturas sobre temas sociales y políticos le han ganado el apoyo de millones de brasileños, pero también le han generado una imagen muy negativa entre otros sectores de la población, lo cual no impidió que fuera elegido presidente.

Sus detractores señalan que, más allá de sus posturas extremas, tiene un pobre historial en una larga carrera en el Congreso de Brasil, donde –afirman- no ocupó cargos de gran responsabilidad ni logró el impuso y la aprobación de ninguna ley relevante.

Jair Messías Bolsonaro nació en 1955 en Glicério, un pequeño pueblo en interior de Sao Paulo, en una familia de origen italiano. Aprendió a pescar, entre otros trabajos menores, y con su padre Percy Geraldo Bolsonaro “garimpeiro” en Serra Pelada, en la selva de Pará, durante los años 1980, aprendió también a buscar oro.

Puso en manos de militares siete de sus 22 ministerios. También es un militar retirado, su vicepresidente el general Hamilton Mourao. Nombró ministro de Justicia a Sergio Moro, el manistrado que al frente de la operación anticorrupción Lava Jato encarceló a decenas de empresarios y políticos, incluido el expresidente de izquierda Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010).

En 2016 cuando el congreso votó a favor del “impeachment” o juicio político contra la entonces presidenta, Dilma Rousseff, Bolsonaro dedicó su voto al coronel Alberto Brilhante Ustra.

Ustra fue el hombre que lideró el Doi-Codi, una agencia temida dentro de los servicios de seguridad entre 1970 y 1974 y fue acusado de supervisar personalmente la detención ilegal y tortura de unos 500 activistas de izquierda durante la dictadura.

En 2017 generó una gran controversia al anunciar que si llegaba a la presidencia acabaría con las reservas indígenas y las “quilombolas”, asentamientos en los que se refugiaban los esclavos rebeldes en Brasil y en las que ahora viven descendientes, porque obstaculizan la economía.

En su primer discurso con la banda presidencial, quiso demostrar a sus electores que podrían contar con él para proseguir la cruzada contra sus enemigos tradicionales, similares a los que llevaron al poder al estadounidense Donald Trump en el marco de una ola ultraconservadora mundial y llamó al 1 de enero de 2019, como “el día en que el pueblo empezó a liberarse del socialismo, a liberarse de la inversión de valores, del gigantismo estatal y de lo políticamente correcto”.

Alto y de modos toscos, tuvo una corta y poco exitosa carrera militar que abandonó en 1988. Electo concejal de Rio de Janeiro, dejó el curul el 1990 para postularse al congreso, donde permaneció por siete periodos consecutivos.

De sus decenas de proyectos propuestos en 28 años, apenas tres miraban al área económica y uno era sobre educación, aunque la mayoría trató temas militares y de seguridad.

Subestimado cuando lanzó su apuesta presidencial, fe cohesionando una base, principalmente gracias a su profusa actividad en las redes sociales, con publicaciones que ganaron miles de apoyos en cuestión de minutos y su atípica campaña electoral sin maquinaria partidista se probó exitosa, tanto que fue un candidato virtual durante el último mes de la contienda, debido al atentado que tuviera en Mina Gerais.

Pero su imagen recibió algún arañazo antes de ser investido, después que se revelara la existencia de movimientos de fondos sospechosos por la cuenta bancaria de un chofer y amigo cercano de la familia. La justicia condenó a su ministro de medio ambiente, Ricardo Salles, por improbidad administrativa al favorecer a mineras para trabajar en zonas de protección ambiental.

Sus propuestas favorecen la posesión de armas y una visión represiva para combatir la violencia, niega el cambio climático y se dice a favor de explotar áreas ambientales preservadas, reducir tierras indígenas demarcadas constitucionalmente y liberar al turismo zonas de protección e investigación ecológicas, mientras que en el plano social, con una clara influencia católica y el peso de su fuerte base electoral evangélica, es contrario al aborto, a la diversidad sexual y quiera un esquema de educación meramente técnica en las escuelas.

Y así, Brasil tiene nuevo presidente.

Puso en manos de militares siete de sus 22 ministerios. También es un militar retirado, su vicepresidente el general Hamilton Mourao.

A pesar de haber levantado olas de indignación por sus comentarios racistas y homofóbicos, Jair Bolsonaro, excapitán del ejército de 63 años se convirtió en nuevo presidente del país más grande de América Latina a partir del primer día de este año.

A principios de septiembre Bolsonaro fue apuñalado durante un acto de campaña en el Estado de Minas Gerais en el sureste del país. El detenido, Adelio Bispo de Oliveira, quien se declaró culpable del ataque, dijo que actuó “por orden de Dios”, y pese a que el incidente le impidió hacer campaña, Bolsonaro subió en las encuestas y se impuso a su rival Fernando Haddad, candidato del Partido de los Trabajadores (PT).

Sus controversiales posturas sobre temas sociales y políticos le han ganado el apoyo de millones de brasileños, pero también le han generado una imagen muy negativa entre otros sectores de la población, lo cual no impidió que fuera elegido presidente.

Sus detractores señalan que, más allá de sus posturas extremas, tiene un pobre historial en una larga carrera en el Congreso de Brasil, donde –afirman- no ocupó cargos de gran responsabilidad ni logró el impuso y la aprobación de ninguna ley relevante.

Jair Messías Bolsonaro nació en 1955 en Glicério, un pequeño pueblo en interior de Sao Paulo, en una familia de origen italiano. Aprendió a pescar, entre otros trabajos menores, y con su padre Percy Geraldo Bolsonaro “garimpeiro” en Serra Pelada, en la selva de Pará, durante los años 1980, aprendió también a buscar oro.

Puso en manos de militares siete de sus 22 ministerios. También es un militar retirado, su vicepresidente el general Hamilton Mourao. Nombró ministro de Justicia a Sergio Moro, el manistrado que al frente de la operación anticorrupción Lava Jato encarceló a decenas de empresarios y políticos, incluido el expresidente de izquierda Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010).

En 2016 cuando el congreso votó a favor del “impeachment” o juicio político contra la entonces presidenta, Dilma Rousseff, Bolsonaro dedicó su voto al coronel Alberto Brilhante Ustra.

Ustra fue el hombre que lideró el Doi-Codi, una agencia temida dentro de los servicios de seguridad entre 1970 y 1974 y fue acusado de supervisar personalmente la detención ilegal y tortura de unos 500 activistas de izquierda durante la dictadura.

En 2017 generó una gran controversia al anunciar que si llegaba a la presidencia acabaría con las reservas indígenas y las “quilombolas”, asentamientos en los que se refugiaban los esclavos rebeldes en Brasil y en las que ahora viven descendientes, porque obstaculizan la economía.

En su primer discurso con la banda presidencial, quiso demostrar a sus electores que podrían contar con él para proseguir la cruzada contra sus enemigos tradicionales, similares a los que llevaron al poder al estadounidense Donald Trump en el marco de una ola ultraconservadora mundial y llamó al 1 de enero de 2019, como “el día en que el pueblo empezó a liberarse del socialismo, a liberarse de la inversión de valores, del gigantismo estatal y de lo políticamente correcto”.

Alto y de modos toscos, tuvo una corta y poco exitosa carrera militar que abandonó en 1988. Electo concejal de Rio de Janeiro, dejó el curul el 1990 para postularse al congreso, donde permaneció por siete periodos consecutivos.

De sus decenas de proyectos propuestos en 28 años, apenas tres miraban al área económica y uno era sobre educación, aunque la mayoría trató temas militares y de seguridad.

Subestimado cuando lanzó su apuesta presidencial, fe cohesionando una base, principalmente gracias a su profusa actividad en las redes sociales, con publicaciones que ganaron miles de apoyos en cuestión de minutos y su atípica campaña electoral sin maquinaria partidista se probó exitosa, tanto que fue un candidato virtual durante el último mes de la contienda, debido al atentado que tuviera en Mina Gerais.

Pero su imagen recibió algún arañazo antes de ser investido, después que se revelara la existencia de movimientos de fondos sospechosos por la cuenta bancaria de un chofer y amigo cercano de la familia. La justicia condenó a su ministro de medio ambiente, Ricardo Salles, por improbidad administrativa al favorecer a mineras para trabajar en zonas de protección ambiental.

Sus propuestas favorecen la posesión de armas y una visión represiva para combatir la violencia, niega el cambio climático y se dice a favor de explotar áreas ambientales preservadas, reducir tierras indígenas demarcadas constitucionalmente y liberar al turismo zonas de protección e investigación ecológicas, mientras que en el plano social, con una clara influencia católica y el peso de su fuerte base electoral evangélica, es contrario al aborto, a la diversidad sexual y quiera un esquema de educación meramente técnica en las escuelas.

Y así, Brasil tiene nuevo presidente.