/ domingo 16 de junio de 2019

Busquemos siempre la dignidad de la sencillez

Seamos nosotros mismos, originales, auténticos, propios de la formación humana que nos dio la vida; no finjamos, no aparentemos, no simulemos maneras de ser que no sean producto de nuestra conciencia y menos si no son aprobadas por nuestro corazón.

Demostremos naturalidad, calidad, educación, guiados por la concepción de nuestro espíritu. Desenvolvámonos y convivamos sanamente bajo la custodia de nuestro poder anímico, acorde a la realidad que vivamos. Seamos amables con los demás y con nosotros mismos por supuesto.

Aceptemos con alto criterio el consejo de los años, que nos darán fuerza para protegernos de una inesperada desgracia. No seamos cínicos ante el amor, porque sabe cobrarse con intereses lo que le debamos, resultando que tarde o temprano pagamos justamente las consecuencias.

Muchas personas cargan su vida con el peso de sucesos añejos que fueron importantes en su pasado, pero que hoy sólo ocupan un lugar estéril en sus mentes y por consiguiente en sus corazones. Si es un grato recuerdo tomémoslo como un superior estímulo que nos ayude a superar nuestro presente. Si es un sentimiento de rencor, odio, reproche que en algún momento nos hizo daño, dejémoslo perdido en el ayer y sigamos adelante, que lo que hoy importa es dar vida próspera a nuestro ser, tomando el pretérito como una lección, una referencia, una experiencia, pero no para revivirlo.

Las siete maravillas de la vida, que son grandes cauces que le dan sustento a nuestro ser, las vemos como lo más común de nuestro yo y las disfrutamos sin detenernos a considerar que sin ellas nuestra vida no sería vida: oír, ver, comer, tocar, hablar, caminar y amar. Simple y sencillamente partes comunes de nuestra existencia que con la velocidad de los días y el quehacer cotidiano no nos dan tiempo de valorar hasta que las vemos perdidas.

Comparándolas con las estaciones del año, podemos asegurar que no es correcto juzgar a una persona por el sólo hecho de ver una de sus temporadas; pues la esencia de lo que es, sea amor, placer, esperanza o un antivalor, viene de la propia vida. Si nos damos por vencidos en el invierno perdemos las promesas de la primavera, la belleza del verano y las satisfacciones del otoño. No dejemos que el dolor de alguna estación destruya la dicha que nos espera. Perseveremos a través de las dificultades o malas rachas.

Hay amigos que son más unidos que un hermano. Tener un verdadero amigo es una de las más grandes bendiciones que podemos recibir de Dios Nuestro Señor. Seamos de los mejores amigos y sirvamos en lo posible con plena voluntad. Nunca subestimemos el poder de nuestras acciones; tan sólo con un pequeño gesto de concordia podemos cambiar el rumbo de una vida.

Porque la vida misma nos pone frente a prójimos a quienes debemos servir o luchar juntos para un bienestar común. Es preciso no dejar nunca de esforzarnos, no jubilar nuestro espíritu y mantenernos atentos y abiertos a nuevos desafíos.

Algo importante que puede resaltar maravillosamente nuestra vida es buscando siempre la dignidad de nuestra sencillez. Ello transformará nuestra humanidad en una naturaleza lealmente distinguida. Es necesario y urgente desenvolvernos y convivir honestamente, considerando que nuestro futuro será el resultado de lo que hagamos en el presente.

Reconocer nuestras limitaciones sin dejar de asimilar nuevos saberes. Cuando las hojas secas caen de los árboles en otoño, se quedan desnudos, pareciendo que están muertos, pero reverdecen en primavera.

Lo mismo sucede con nosotros, los humanos, por haber perdido un amor, un ser querido, a alguien que necesitábamos y queríamos mucho. Pero Dios no nos abandona y fortalece nuestra existencia. Cuando una puerta se cierra hay muchas otras que se abren.

Reconozcamos que son más los bienes que disfrutamos que los males que nos afligen. Nunca perdamos la fe en el Creador.

Una vida nunca es inútil. Cada alma que desciende a la tierra tiene una misión que cumplir. Las personas que verdaderamente hacen el bien a los demás, no están buscando ser útiles, sino hacen lo que su humanidad les dicta y llevan una vida de afecto y comprensión. Tal modelo de personas, por lo general no dan consejos, simplemente son un ejemplo vivo que se puede seguir.

Busquemos vivir con sinceridad; evitemos el mal hábito de la crítica destructiva y concentrémonos en ser felices haciendo el bien. Dios lo ve todo y sabe compensar cuando ayudamos a los demás.

Seamos nosotros mismos, originales, auténticos, propios de la formación humana que nos dio la vida; no finjamos, no aparentemos, no simulemos maneras de ser que no sean producto de nuestra conciencia y menos si no son aprobadas por nuestro corazón.

Demostremos naturalidad, calidad, educación, guiados por la concepción de nuestro espíritu. Desenvolvámonos y convivamos sanamente bajo la custodia de nuestro poder anímico, acorde a la realidad que vivamos. Seamos amables con los demás y con nosotros mismos por supuesto.

Aceptemos con alto criterio el consejo de los años, que nos darán fuerza para protegernos de una inesperada desgracia. No seamos cínicos ante el amor, porque sabe cobrarse con intereses lo que le debamos, resultando que tarde o temprano pagamos justamente las consecuencias.

Muchas personas cargan su vida con el peso de sucesos añejos que fueron importantes en su pasado, pero que hoy sólo ocupan un lugar estéril en sus mentes y por consiguiente en sus corazones. Si es un grato recuerdo tomémoslo como un superior estímulo que nos ayude a superar nuestro presente. Si es un sentimiento de rencor, odio, reproche que en algún momento nos hizo daño, dejémoslo perdido en el ayer y sigamos adelante, que lo que hoy importa es dar vida próspera a nuestro ser, tomando el pretérito como una lección, una referencia, una experiencia, pero no para revivirlo.

Las siete maravillas de la vida, que son grandes cauces que le dan sustento a nuestro ser, las vemos como lo más común de nuestro yo y las disfrutamos sin detenernos a considerar que sin ellas nuestra vida no sería vida: oír, ver, comer, tocar, hablar, caminar y amar. Simple y sencillamente partes comunes de nuestra existencia que con la velocidad de los días y el quehacer cotidiano no nos dan tiempo de valorar hasta que las vemos perdidas.

Comparándolas con las estaciones del año, podemos asegurar que no es correcto juzgar a una persona por el sólo hecho de ver una de sus temporadas; pues la esencia de lo que es, sea amor, placer, esperanza o un antivalor, viene de la propia vida. Si nos damos por vencidos en el invierno perdemos las promesas de la primavera, la belleza del verano y las satisfacciones del otoño. No dejemos que el dolor de alguna estación destruya la dicha que nos espera. Perseveremos a través de las dificultades o malas rachas.

Hay amigos que son más unidos que un hermano. Tener un verdadero amigo es una de las más grandes bendiciones que podemos recibir de Dios Nuestro Señor. Seamos de los mejores amigos y sirvamos en lo posible con plena voluntad. Nunca subestimemos el poder de nuestras acciones; tan sólo con un pequeño gesto de concordia podemos cambiar el rumbo de una vida.

Porque la vida misma nos pone frente a prójimos a quienes debemos servir o luchar juntos para un bienestar común. Es preciso no dejar nunca de esforzarnos, no jubilar nuestro espíritu y mantenernos atentos y abiertos a nuevos desafíos.

Algo importante que puede resaltar maravillosamente nuestra vida es buscando siempre la dignidad de nuestra sencillez. Ello transformará nuestra humanidad en una naturaleza lealmente distinguida. Es necesario y urgente desenvolvernos y convivir honestamente, considerando que nuestro futuro será el resultado de lo que hagamos en el presente.

Reconocer nuestras limitaciones sin dejar de asimilar nuevos saberes. Cuando las hojas secas caen de los árboles en otoño, se quedan desnudos, pareciendo que están muertos, pero reverdecen en primavera.

Lo mismo sucede con nosotros, los humanos, por haber perdido un amor, un ser querido, a alguien que necesitábamos y queríamos mucho. Pero Dios no nos abandona y fortalece nuestra existencia. Cuando una puerta se cierra hay muchas otras que se abren.

Reconozcamos que son más los bienes que disfrutamos que los males que nos afligen. Nunca perdamos la fe en el Creador.

Una vida nunca es inútil. Cada alma que desciende a la tierra tiene una misión que cumplir. Las personas que verdaderamente hacen el bien a los demás, no están buscando ser útiles, sino hacen lo que su humanidad les dicta y llevan una vida de afecto y comprensión. Tal modelo de personas, por lo general no dan consejos, simplemente son un ejemplo vivo que se puede seguir.

Busquemos vivir con sinceridad; evitemos el mal hábito de la crítica destructiva y concentrémonos en ser felices haciendo el bien. Dios lo ve todo y sabe compensar cuando ayudamos a los demás.