/ domingo 3 de noviembre de 2019

Cada quien es una individualidad

Todos soñamos con tener libertad y, sin embargo, estamos atados a una serie de cadenas llamadas etiquetas, compromisos, obligaciones, leyes, sociabilidad, educación, etc., que no nos permiten desenvolvernos libre y abiertamente.

La realidad de una vida moderna es que todos somos esclavos: esclavos del deber, del hogar, del trabajo, del estudio, de la moda, del vicio y, parémosle de contar. Es cierto que toda persona nace libre pero, desde el momento en que nace dependiente para todo, que llega al mundo y vive sujeto por doquier, se encadena a la libertad de con quienes convive. El ser libre se puede interpretar como el de dejar de depender de alguien para luego depender de todos. Los errores que cometemos y los malos momentos que tenemos en realidad son inevitables, pero al mismo tiempo también son necesarios para un denso progreso de muestro espíritu.

Cuántas veces ignoramos nuestras debilidades pensando que somos fuertes y grandes por creer en la coba que nos dan otros. Y esto es una desviación, porque el juicio a veces falso de los demás carece de legitimidad, Sí, tenemos que avanzar, pero que nuestro adelanto sea con base en nuestras convicciones y que no dependa del criterio de los demás. También el aparentar, decir lo que no somos, cuántas veces delata con más claridad lo que en verdad somos y, aunque tratemos de ocultarlo, ese velo de apariencia tarde o temprano se rasga y deja al descubierto la verdad.

La mayoría de los problemas sociales podrán ser mejor y eficazmente resueltos, si en nuestras relaciones humanas impera un espíritu de tolerancia, de comprensión y un deseo sincero de hacer el bien y llevarla bien con todos nuestros semejantes. Además, no olvidemos que cada quien es una individualidad que tiene sus propios puntos de vista, los cuales merecen que se respeten, así como entender que cada época tiene sus costumbres y tradiciones muy propias del momento que se vive.

En lo que se debemos ser conscientes es que, cambiará la etiqueta, la moda, las costumbres, las leyes, pero nunca la buena educación y los buenos modales. Los buenos modales y la buena educación son un arte y una elegancia que le da distinción a la persona y la llena de simpatía, pues es una atractiva oportunidad para ser agradables a los demás; sólo que los buenos modales no permiten copias, son de origen natural que al cultivarse, solitos se manifiestan y no concuerdan con la simulación.

Cuando una persona aparenta, hay un cierto cariz que la delata y la hace quedar en ridículo; porque al fingir otra imagen facial lo que resulta es una máscara, que claramente denota una alevosa hipocresía. La belleza del alma, la maravilla del pensamiento y la bondad del corazón, nunca deben maquillarse porque pierden la esencia divina que Dios nos concedió, perdiendo su valor. Y cuantas veces a las personas se les valora no por lo que en realidad son sino por lo que aparentan.

Lamentablemente la civilización, a cuantas personas sin criterio propio o con mente de veleta, las hace ser hipócritas; aparentar una imagen de mucha amabilidad y por dentro les retoza una mentalidad contaminada; hablan con mucha consideración cuando su conciencia es una fábrica de rencores y egoísmos. No cabe duda que hay absurdos bien adobados, como también majaderos bien vestidos. La sinceridad (hablando de la verdadera sinceridad), es la base de toda excelencia personal. El silencio prudente es la santidad de la sabiduría y, la sabiduría de los grandes es la humildad.

Con toda sinceridad abro las puertas de mi conciencia para dar paso a la verdad que justifica la realidad de mi aspiración vagabunda que dibujo en mis escritos. Por supuesto que mis ideas no son originales, genuinas, como si nadie las hubiera sentido antes, como si el mundo estuviera acabado de nacer y el humano no hubiera tenido tiempo de pensar.

La máxima es que lo que hablamos, escribimos, pensamos, en cuantos miles y miles de cerebros de ayer y hoy se han desgranado y hasta con mayor sensatez y sabiduría. Mi escaso mérito es que las razono y las expreso con todo mi sentimiento humano buscando sacudir personalidades, mover corazones y ofrecer una reflexión que enderece rumbos y mejore caminos.

Por eso lo que escribo no lo considero como nuevo ni como exclusividad de mi pensamiento; es producto del vivir, del hacer, del aprender, de la evolución que nos da la actualidad. Sin duda alguna, cuantos lectores piensan igual que yo y muchos otros de manera superior. No soy ninguna autoridad en la materia sino un modesto aficionado que me atrevo a exhibir mis vivencias e interpretaciones ante un público amable y resistente.

Gracias, muchas gracias por leerme y sobrellevar mis pensamientos. Si le sirven valieron la pena; si no, mil perdones por desviar tan fructífera atención y que la paz del cielo arrobe su corazón.

Todos soñamos con tener libertad y, sin embargo, estamos atados a una serie de cadenas llamadas etiquetas, compromisos, obligaciones, leyes, sociabilidad, educación, etc., que no nos permiten desenvolvernos libre y abiertamente.

La realidad de una vida moderna es que todos somos esclavos: esclavos del deber, del hogar, del trabajo, del estudio, de la moda, del vicio y, parémosle de contar. Es cierto que toda persona nace libre pero, desde el momento en que nace dependiente para todo, que llega al mundo y vive sujeto por doquier, se encadena a la libertad de con quienes convive. El ser libre se puede interpretar como el de dejar de depender de alguien para luego depender de todos. Los errores que cometemos y los malos momentos que tenemos en realidad son inevitables, pero al mismo tiempo también son necesarios para un denso progreso de muestro espíritu.

Cuántas veces ignoramos nuestras debilidades pensando que somos fuertes y grandes por creer en la coba que nos dan otros. Y esto es una desviación, porque el juicio a veces falso de los demás carece de legitimidad, Sí, tenemos que avanzar, pero que nuestro adelanto sea con base en nuestras convicciones y que no dependa del criterio de los demás. También el aparentar, decir lo que no somos, cuántas veces delata con más claridad lo que en verdad somos y, aunque tratemos de ocultarlo, ese velo de apariencia tarde o temprano se rasga y deja al descubierto la verdad.

La mayoría de los problemas sociales podrán ser mejor y eficazmente resueltos, si en nuestras relaciones humanas impera un espíritu de tolerancia, de comprensión y un deseo sincero de hacer el bien y llevarla bien con todos nuestros semejantes. Además, no olvidemos que cada quien es una individualidad que tiene sus propios puntos de vista, los cuales merecen que se respeten, así como entender que cada época tiene sus costumbres y tradiciones muy propias del momento que se vive.

En lo que se debemos ser conscientes es que, cambiará la etiqueta, la moda, las costumbres, las leyes, pero nunca la buena educación y los buenos modales. Los buenos modales y la buena educación son un arte y una elegancia que le da distinción a la persona y la llena de simpatía, pues es una atractiva oportunidad para ser agradables a los demás; sólo que los buenos modales no permiten copias, son de origen natural que al cultivarse, solitos se manifiestan y no concuerdan con la simulación.

Cuando una persona aparenta, hay un cierto cariz que la delata y la hace quedar en ridículo; porque al fingir otra imagen facial lo que resulta es una máscara, que claramente denota una alevosa hipocresía. La belleza del alma, la maravilla del pensamiento y la bondad del corazón, nunca deben maquillarse porque pierden la esencia divina que Dios nos concedió, perdiendo su valor. Y cuantas veces a las personas se les valora no por lo que en realidad son sino por lo que aparentan.

Lamentablemente la civilización, a cuantas personas sin criterio propio o con mente de veleta, las hace ser hipócritas; aparentar una imagen de mucha amabilidad y por dentro les retoza una mentalidad contaminada; hablan con mucha consideración cuando su conciencia es una fábrica de rencores y egoísmos. No cabe duda que hay absurdos bien adobados, como también majaderos bien vestidos. La sinceridad (hablando de la verdadera sinceridad), es la base de toda excelencia personal. El silencio prudente es la santidad de la sabiduría y, la sabiduría de los grandes es la humildad.

Con toda sinceridad abro las puertas de mi conciencia para dar paso a la verdad que justifica la realidad de mi aspiración vagabunda que dibujo en mis escritos. Por supuesto que mis ideas no son originales, genuinas, como si nadie las hubiera sentido antes, como si el mundo estuviera acabado de nacer y el humano no hubiera tenido tiempo de pensar.

La máxima es que lo que hablamos, escribimos, pensamos, en cuantos miles y miles de cerebros de ayer y hoy se han desgranado y hasta con mayor sensatez y sabiduría. Mi escaso mérito es que las razono y las expreso con todo mi sentimiento humano buscando sacudir personalidades, mover corazones y ofrecer una reflexión que enderece rumbos y mejore caminos.

Por eso lo que escribo no lo considero como nuevo ni como exclusividad de mi pensamiento; es producto del vivir, del hacer, del aprender, de la evolución que nos da la actualidad. Sin duda alguna, cuantos lectores piensan igual que yo y muchos otros de manera superior. No soy ninguna autoridad en la materia sino un modesto aficionado que me atrevo a exhibir mis vivencias e interpretaciones ante un público amable y resistente.

Gracias, muchas gracias por leerme y sobrellevar mis pensamientos. Si le sirven valieron la pena; si no, mil perdones por desviar tan fructífera atención y que la paz del cielo arrobe su corazón.