/ miércoles 27 de noviembre de 2019

Calidad y prestigio de quienes dirigen la educación

A lo largo de una jornada escolar hay momentos en el que el espíritu flaquea y se evapora el entusiasmo. Pero un buen director de escuela, dinamizador, se da cuenta de la situación y restaura la armonía, reajusta la brújula y soluciona los problemas prácticos.

Es el entusiasmo el que produce energía y crea espíritu de equipo y de combate. Un buen Director de escuela debe escuchar las sugerencias e inquietudes de cada miembro del personal docente a su cargo. Convencerlos de que cada quien se sienta parte integral del grupo magisterial y contribuir con su entrega y participación en la consecución de los objetivos propuestos.

Una de las habilidades más importantes de un Director de Escuela, es ser capaz de dar a su personal un claro sentido de dirección y propósitos. Y por mucho éxito que tenga siempre lo juzgarán por su aspecto personal; por eso es esencial, necesario, ser siempre una persona muy aseada, ordenada, vestir de manera formal, natural y nunca descuidado y menos extravagante. Pues si ofrece un aspecto de no ser capaz de organizarse el mismo, la gente va a considerar que mucho menos podrá coordinar a los demás.

La calidad y prestigio de un supervisor escolar se sustenta principalmente en el desempeño cabal y de eficiencia de sus funciones que en la serie de sus atributos genéticos; se basa más en la fortaleza de sus convicciones que en sus cualidades personales; se arraiga más en su fe que en su inteligencia.

Uno de los aspectos más importantes que se distinguen en su personalidad es el gran sentido de responsabilidad y su notoria capacidad demostrada; además, su claro acierto en la toma de decisiones; todo ello aunado a su carácter respetuoso, amable, atento, para servir, conjuntamente con su personal de oficina, a todos los maestros de su Zona Escolar.

El factor más funcional para tomar decisiones y ponerlas en práctica es el humano: conocer primeramente a cada uno de sus maestros y saber qué puede esperar de ellos. Una de las reglas básicas en la dirección de personal es, nunca pedirle a un subalterno que haga algo que uno mismo no está dispuesto a hacer. Un verdadero supervisor escolar no necesita creerse ni crecerse nada; su mismo desempeño responsable, su carácter correcto y amable, su sencillez, lo hacen muy importante ante los demás; porque de inmediato se nota que tiene calidad, que tiene cultura y educación y hasta con gusto se le atiende.

Que cuantas veces surgen prietitos en el arroz, eso es cierto, pero son gajes del oficio; por ejemplo: cuando un Supervisor, dada la calidad de su desempeño profesional, se destaca en una actividad importante, de inmediato, como por arte de magia, surgen los enemigos gratuitos, quienes no son otra cosa que mediocres envidiosos que quieren devorar todo lo que brilla. Debemos entender que nadie triunfa por casualidad; cada persona que supera posee una filosofía de la vida que lo lleva a tomar decisiones correctas. También nunca olvidar que las obras no las hacen solo los líderes, sino su gente, su personal que lo sigue; ellos son los del mérito no el que se para el cuello.

Algo más: suele suceder que cuando alguien triunfa, cree que se debió a su idea genial, a su esfuerzo, a su importancia; y no toma en cuenta a todos aquellos que hicieron posible el éxito, ni siquiera los recursos que se necesitaron y, él solo se cuelga todas las medallas. Enfermar de éxito es un virus muy peligroso porque produce soberbia y, su principal síntoma es sentir que todo lo sabe y que todo lo puede.

El secreto a vistas más efectivo para sentirse un buen supervisor es: desempeñarse siempre con ética, con responsabilidad, con sinceridad; ser digno ante la derrota y asimilar con humildad cada éxito. La misma educación nos hace el milagro de la humildad; no de ser sumisos ni arrastrados. El auge de una popularidad debe contrastar con la educación de su honorable humildad.

El verdadero bienestar que se disfruta con merecida tranquilidad, se gana con mucho esfuerzo personal y compartido. Desgraciadamente hoy en día la posmodernidad nos ha arrastrado a paradigmas equivocados. Confundidos sacrificamos la felicidad por el placer y, con ello lo que logramos es que el consumismo mismo nos vaya consumiendo. Queremos tener y ahora más que nunca bienes materiales y comodidades, pero de la manera más fácil y libertina que no nos cueste mucho esfuerzo ni trabajo.

En realidad, y es penoso reconocerlo, hemos llegado al colmo de afiliarnos como adoradores de la holgazanería, siendo una de las razones que ha venido gestando, de manera general, generaciones mediocres que desean todo el disfrute de la vida pero sin esforzarse ni comprometerse absolutamente nada.

La falta de decisión delata a la persona como incapaz de asumir su propia responsabilidad. No es ninguna ayuda hacer por una persona lo que ella no puede hacer por sí misma.

A lo largo de una jornada escolar hay momentos en el que el espíritu flaquea y se evapora el entusiasmo. Pero un buen director de escuela, dinamizador, se da cuenta de la situación y restaura la armonía, reajusta la brújula y soluciona los problemas prácticos.

Es el entusiasmo el que produce energía y crea espíritu de equipo y de combate. Un buen Director de escuela debe escuchar las sugerencias e inquietudes de cada miembro del personal docente a su cargo. Convencerlos de que cada quien se sienta parte integral del grupo magisterial y contribuir con su entrega y participación en la consecución de los objetivos propuestos.

Una de las habilidades más importantes de un Director de Escuela, es ser capaz de dar a su personal un claro sentido de dirección y propósitos. Y por mucho éxito que tenga siempre lo juzgarán por su aspecto personal; por eso es esencial, necesario, ser siempre una persona muy aseada, ordenada, vestir de manera formal, natural y nunca descuidado y menos extravagante. Pues si ofrece un aspecto de no ser capaz de organizarse el mismo, la gente va a considerar que mucho menos podrá coordinar a los demás.

La calidad y prestigio de un supervisor escolar se sustenta principalmente en el desempeño cabal y de eficiencia de sus funciones que en la serie de sus atributos genéticos; se basa más en la fortaleza de sus convicciones que en sus cualidades personales; se arraiga más en su fe que en su inteligencia.

Uno de los aspectos más importantes que se distinguen en su personalidad es el gran sentido de responsabilidad y su notoria capacidad demostrada; además, su claro acierto en la toma de decisiones; todo ello aunado a su carácter respetuoso, amable, atento, para servir, conjuntamente con su personal de oficina, a todos los maestros de su Zona Escolar.

El factor más funcional para tomar decisiones y ponerlas en práctica es el humano: conocer primeramente a cada uno de sus maestros y saber qué puede esperar de ellos. Una de las reglas básicas en la dirección de personal es, nunca pedirle a un subalterno que haga algo que uno mismo no está dispuesto a hacer. Un verdadero supervisor escolar no necesita creerse ni crecerse nada; su mismo desempeño responsable, su carácter correcto y amable, su sencillez, lo hacen muy importante ante los demás; porque de inmediato se nota que tiene calidad, que tiene cultura y educación y hasta con gusto se le atiende.

Que cuantas veces surgen prietitos en el arroz, eso es cierto, pero son gajes del oficio; por ejemplo: cuando un Supervisor, dada la calidad de su desempeño profesional, se destaca en una actividad importante, de inmediato, como por arte de magia, surgen los enemigos gratuitos, quienes no son otra cosa que mediocres envidiosos que quieren devorar todo lo que brilla. Debemos entender que nadie triunfa por casualidad; cada persona que supera posee una filosofía de la vida que lo lleva a tomar decisiones correctas. También nunca olvidar que las obras no las hacen solo los líderes, sino su gente, su personal que lo sigue; ellos son los del mérito no el que se para el cuello.

Algo más: suele suceder que cuando alguien triunfa, cree que se debió a su idea genial, a su esfuerzo, a su importancia; y no toma en cuenta a todos aquellos que hicieron posible el éxito, ni siquiera los recursos que se necesitaron y, él solo se cuelga todas las medallas. Enfermar de éxito es un virus muy peligroso porque produce soberbia y, su principal síntoma es sentir que todo lo sabe y que todo lo puede.

El secreto a vistas más efectivo para sentirse un buen supervisor es: desempeñarse siempre con ética, con responsabilidad, con sinceridad; ser digno ante la derrota y asimilar con humildad cada éxito. La misma educación nos hace el milagro de la humildad; no de ser sumisos ni arrastrados. El auge de una popularidad debe contrastar con la educación de su honorable humildad.

El verdadero bienestar que se disfruta con merecida tranquilidad, se gana con mucho esfuerzo personal y compartido. Desgraciadamente hoy en día la posmodernidad nos ha arrastrado a paradigmas equivocados. Confundidos sacrificamos la felicidad por el placer y, con ello lo que logramos es que el consumismo mismo nos vaya consumiendo. Queremos tener y ahora más que nunca bienes materiales y comodidades, pero de la manera más fácil y libertina que no nos cueste mucho esfuerzo ni trabajo.

En realidad, y es penoso reconocerlo, hemos llegado al colmo de afiliarnos como adoradores de la holgazanería, siendo una de las razones que ha venido gestando, de manera general, generaciones mediocres que desean todo el disfrute de la vida pero sin esforzarse ni comprometerse absolutamente nada.

La falta de decisión delata a la persona como incapaz de asumir su propia responsabilidad. No es ninguna ayuda hacer por una persona lo que ella no puede hacer por sí misma.