/ viernes 29 de mayo de 2020

Cambiemos el “por qué” por un “para qué”

La semana pasada alguien me preguntó: ¿Por qué un Dios bueno permite que sucedan tantas cosas malas? (Ahí es donde a veces no quieres ser pastor…) La realidad es que esa es una pregunta con trampa, pues encierra una respuesta en sí misma dando por sentado que Dios es indiferente al sufrimiento humano.

Puede que preguntemos “por qué” por curiosidad, porque no sabemos algo y queremos aprender, como los niños. Pero muchas veces, nuestros “por qué”, no son por ignorancia sino por arrogancia. Pensamos que tenemos el derecho de saber y la capacidad de conocer el “por qué” de todas las cosas de la vida.

Cierta vez, los propios seguidores de Jesús le hicieron una pregunta, respecto de un ciego de nacimiento: “¿Por qué este hombre está enfermo? ¿Quién tiene la culpa? ¿Él mismo o sus padres?”. Ellos, por tradición, pensaban que toda enfermedad o desgracia personal era resultado del castigo divino como consecuencia de algún pecado. Estaban preguntando desde su cosmovisión religiosa prejuiciada.

Jesús contesta con amor, “no fue por sus pecados ni tampoco por el de sus padres… nació ciego PARA QUE todos vieran el poder de Dios en él”. En otras palabras les dice: “Dios tiene propósitos que no conocemos, para cosas que no entendemos, por razones que no sabemos, pero sea como sea, Él está en control, y siempre piensa lo mejor para nosotros, Él es digno de confianza, puedes confiar en Él”.

Shalom Leví, fue un amigo que tuve en mi juventud. Él tenía cuarenta y yo diecisiete. Era muy divertido pasearlo en su silla de ruedas por los adoquines del barrio de Belgrano, riéndose como un niño travieso. Ciego de nacimiento a causa de una hidrocefalia, con una cabeza casi dos veces más grande que lo normal, sin ninguna capacidad motriz más que un poco en una mano con la que escribía en sistema Braille.

En los más de cinco años que tuvimos amistad, nunca le escuché una queja ni un reproche contra Dios, ni contra nadie. Fue un hombre que aprendió a cambiar el “por qué” en un “para qué”.

Muchas personas gastan toda su vida invirtiendo toda su energía en encontrar una razón, un “por qué”, para alguna experiencia dolorosa que les ha tocado vivir. No tengo la respuesta. No sé por qué Dios sanó al ciego de la Biblia y no sanó a Shalom. Pero por lo mismo, hoy te propongo que cambies tu “por qué” en un “para qué.

La semana pasada alguien me preguntó: ¿Por qué un Dios bueno permite que sucedan tantas cosas malas? (Ahí es donde a veces no quieres ser pastor…) La realidad es que esa es una pregunta con trampa, pues encierra una respuesta en sí misma dando por sentado que Dios es indiferente al sufrimiento humano.

Puede que preguntemos “por qué” por curiosidad, porque no sabemos algo y queremos aprender, como los niños. Pero muchas veces, nuestros “por qué”, no son por ignorancia sino por arrogancia. Pensamos que tenemos el derecho de saber y la capacidad de conocer el “por qué” de todas las cosas de la vida.

Cierta vez, los propios seguidores de Jesús le hicieron una pregunta, respecto de un ciego de nacimiento: “¿Por qué este hombre está enfermo? ¿Quién tiene la culpa? ¿Él mismo o sus padres?”. Ellos, por tradición, pensaban que toda enfermedad o desgracia personal era resultado del castigo divino como consecuencia de algún pecado. Estaban preguntando desde su cosmovisión religiosa prejuiciada.

Jesús contesta con amor, “no fue por sus pecados ni tampoco por el de sus padres… nació ciego PARA QUE todos vieran el poder de Dios en él”. En otras palabras les dice: “Dios tiene propósitos que no conocemos, para cosas que no entendemos, por razones que no sabemos, pero sea como sea, Él está en control, y siempre piensa lo mejor para nosotros, Él es digno de confianza, puedes confiar en Él”.

Shalom Leví, fue un amigo que tuve en mi juventud. Él tenía cuarenta y yo diecisiete. Era muy divertido pasearlo en su silla de ruedas por los adoquines del barrio de Belgrano, riéndose como un niño travieso. Ciego de nacimiento a causa de una hidrocefalia, con una cabeza casi dos veces más grande que lo normal, sin ninguna capacidad motriz más que un poco en una mano con la que escribía en sistema Braille.

En los más de cinco años que tuvimos amistad, nunca le escuché una queja ni un reproche contra Dios, ni contra nadie. Fue un hombre que aprendió a cambiar el “por qué” en un “para qué”.

Muchas personas gastan toda su vida invirtiendo toda su energía en encontrar una razón, un “por qué”, para alguna experiencia dolorosa que les ha tocado vivir. No tengo la respuesta. No sé por qué Dios sanó al ciego de la Biblia y no sanó a Shalom. Pero por lo mismo, hoy te propongo que cambies tu “por qué” en un “para qué.

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