/ domingo 9 de junio de 2019

Capacidad para reflexionar

México no puede ni debe correr el riesgo de quedarse por siempre en el pasado. Tenemos que asegurar el desarrollo de las nuevas generaciones asimilando las experiencias que nos muestran que el hambre y la insuficiencia no se pueden subsidiar indefinidamente, pues nunca habrá los recursos suficientes para eliminarlas; la única fórmula probada para erradicar la miseria es creando fuentes de trabajo.

Tenemos que aprender con humildad nuevas teorías y herramientas que nos aseguren ser competitivos. Por otro lado, tenemos que desaprender modelos que en el pasado fueron efectivos pero que hoy ya no funcionan y, sobre todo, proponer y desarrollar una nueva filosofía que rebase nuestras limitaciones y nos lance a la conquista de nuevos horizontes, haciendo surgir de nuestra gente todo su potencial, irradiando un nuevo enfoque de optimismo y desafío para enfrentar el futuro, tanto en el orden material como fundamentalmente en relación con los valores morales, a fin de que acrecienten nuestra calidad humana.

Es evidente que las grandes naciones como Japón fincaron todo el futuro en el único recurso que poseían en abundancia: su gente, en contraste con nosotros que basamos nuestro desarrollo en la explotación de os recursos naturales. Los resultados se pueden comparar a simple vista: alto progreso japonés y rezago dramático de nuestra nación, las empresas mexicanas no pueden seguir esperando que el desarrollo humano lo realice el gobierno.

Debemos afrontar de inmediato nuestro reto de educar a la gente de cada empresa, ya que es indiscutible que para producir calidad empresarial, primero debemos producir calidad humana.

Tenemos que convertir a cada empresa en un centro educacional, no importando su dimensión.

Para poder exigir calidad, lo primero que tenemos que hacer es dar la capacitación necesaria, pues nadie puede producir lo que no sabe. No se le puede pedir a un trabajador que nos brinde calidad cuando no aprecia el valor de la misma, ni limpieza cuando no hemos educado al respecto, etc. Renunciar a esta alternativa es renunciar al futuro.

Es necesario un ambicioso programa educativo que nos permita afrontar los retos que plantea la nueva competencia. Dicha educación debe comprender una conveniente formación tecnológica acorde a los avances industriales, como dotar al trabajador de un sólido contenido de valores fundamentales: conservación ecológica, unión familiar, sentimientos de pertenencia, paternidad responsable, etc., los cuales garanticen no tecnificar en forma deshumanizante a los trabajadores. De esta manera no sólo logramos alta productividad, sino sobre todo calidad humana.

Debemos entender que una de las formas más nobles de trascender a nuestro tiempo es a través de la arquitectura humana, heredando con pasión al país seres capaces, superiores, que se desarrollen esmeradamente mediante la educación y la razón. México ha sido suficiente con nosotros; ha llegado la hora de preguntarnos qué tan entregados hemos sido con México, con nuestros seres queridos, con nuestras amistades.

Este es nuestro turno, nuestro reto; es aquí y ahora el hacer de cada vivencia particular un pormenor educacional y, enfrentarnos con fe y decisión a responder generosamente por medio de este gran sentimiento humano que mucho nos honra.

Dicha reflexión nos lleva a detectar una verdad personal que generalmente no consideramos: que cuántas veces somos fácilmente engañados por aquellos a quienes más amamos y que suele suceder que no nos damos cuenta hasta después. Y es que por muy sabio que sea un ser humano, necesita de un amigo de verdad, no aparente. Si nunca maquinamos mal alguno contra el amigo en quien hemos puesto toda nuestra confianza, lo propio es que esperamos lo mismo de él.

De humanos es errar, equivocarnos, pues nadie es perfecto; lo malo es permanecer en el yerro. Hay enfermedades del alma más perniciosas que las corporales como la avaricia, la lujuria, la soberbia, que en lugar de agrandar la personalidad de un individuo, lo empequeñece. Al lado de cada derecho hay siempre un deber que se tiene que cumplir y, sin embargo, cuantas veces pensamos que tal deber es de los demás y no nos incluimos.

Una persona culta es cortés pero no rastrera; en cambio, una persona vulgar es rastrera pero no cortés; claro, hablando de manera general, no específica. La cortesía da más lustre al que la prodiga que a quien la recibe. No corrijamos nunca con rencor o con odio, sino con amor, pues cuántas veces la ira nos domina y más que reparar una situación la hacemos más conflictiva. Saber ser justo y, no serlo, es la peor de las cobardías. La esperanza es el más agradable aroma que mejor conserva el corazón.

Confiemos sanamente en nuestra conciencia y nunca nos arrepentiremos Cuanto más acrecienta nuestra sabiduría más disminuye nuestra soberbia. No tenemos ningún derecho a hacer desgraciados a quienes podemos hacer buenos y felices, sino por el contrario, con buena voluntad ayudarlos a levantarse y a progresar en su vida.

No olvidemos que el espíritu es el que busca pero siempre es el corazón el que encuentra. Dios nos ha dado dos alas para volar: el amor y la razón. Todo lo que haga a los humanos ser buenos ciudadanos los hará ser mejores semejantes.

El mejor libro de moral es la conciencia, por lo que es importante leerlo a diario. A veces el camino del éxito está sembrado de fracasos, pero teniendo fortaleza y firmeza en nuestros propósitos saldremos adelante. Todos los amores van a dar al amor propio como los ríos van a dar al océano.

Nadie es demasiado viejo para aprender, queriendo, todo lo posible se logra. Las personas que se aceleran son porque no tienen capacidad para discutir. El signo más triste de la vejez es el sentimiento de la soledad.

México no puede ni debe correr el riesgo de quedarse por siempre en el pasado. Tenemos que asegurar el desarrollo de las nuevas generaciones asimilando las experiencias que nos muestran que el hambre y la insuficiencia no se pueden subsidiar indefinidamente, pues nunca habrá los recursos suficientes para eliminarlas; la única fórmula probada para erradicar la miseria es creando fuentes de trabajo.

Tenemos que aprender con humildad nuevas teorías y herramientas que nos aseguren ser competitivos. Por otro lado, tenemos que desaprender modelos que en el pasado fueron efectivos pero que hoy ya no funcionan y, sobre todo, proponer y desarrollar una nueva filosofía que rebase nuestras limitaciones y nos lance a la conquista de nuevos horizontes, haciendo surgir de nuestra gente todo su potencial, irradiando un nuevo enfoque de optimismo y desafío para enfrentar el futuro, tanto en el orden material como fundamentalmente en relación con los valores morales, a fin de que acrecienten nuestra calidad humana.

Es evidente que las grandes naciones como Japón fincaron todo el futuro en el único recurso que poseían en abundancia: su gente, en contraste con nosotros que basamos nuestro desarrollo en la explotación de os recursos naturales. Los resultados se pueden comparar a simple vista: alto progreso japonés y rezago dramático de nuestra nación, las empresas mexicanas no pueden seguir esperando que el desarrollo humano lo realice el gobierno.

Debemos afrontar de inmediato nuestro reto de educar a la gente de cada empresa, ya que es indiscutible que para producir calidad empresarial, primero debemos producir calidad humana.

Tenemos que convertir a cada empresa en un centro educacional, no importando su dimensión.

Para poder exigir calidad, lo primero que tenemos que hacer es dar la capacitación necesaria, pues nadie puede producir lo que no sabe. No se le puede pedir a un trabajador que nos brinde calidad cuando no aprecia el valor de la misma, ni limpieza cuando no hemos educado al respecto, etc. Renunciar a esta alternativa es renunciar al futuro.

Es necesario un ambicioso programa educativo que nos permita afrontar los retos que plantea la nueva competencia. Dicha educación debe comprender una conveniente formación tecnológica acorde a los avances industriales, como dotar al trabajador de un sólido contenido de valores fundamentales: conservación ecológica, unión familiar, sentimientos de pertenencia, paternidad responsable, etc., los cuales garanticen no tecnificar en forma deshumanizante a los trabajadores. De esta manera no sólo logramos alta productividad, sino sobre todo calidad humana.

Debemos entender que una de las formas más nobles de trascender a nuestro tiempo es a través de la arquitectura humana, heredando con pasión al país seres capaces, superiores, que se desarrollen esmeradamente mediante la educación y la razón. México ha sido suficiente con nosotros; ha llegado la hora de preguntarnos qué tan entregados hemos sido con México, con nuestros seres queridos, con nuestras amistades.

Este es nuestro turno, nuestro reto; es aquí y ahora el hacer de cada vivencia particular un pormenor educacional y, enfrentarnos con fe y decisión a responder generosamente por medio de este gran sentimiento humano que mucho nos honra.

Dicha reflexión nos lleva a detectar una verdad personal que generalmente no consideramos: que cuántas veces somos fácilmente engañados por aquellos a quienes más amamos y que suele suceder que no nos damos cuenta hasta después. Y es que por muy sabio que sea un ser humano, necesita de un amigo de verdad, no aparente. Si nunca maquinamos mal alguno contra el amigo en quien hemos puesto toda nuestra confianza, lo propio es que esperamos lo mismo de él.

De humanos es errar, equivocarnos, pues nadie es perfecto; lo malo es permanecer en el yerro. Hay enfermedades del alma más perniciosas que las corporales como la avaricia, la lujuria, la soberbia, que en lugar de agrandar la personalidad de un individuo, lo empequeñece. Al lado de cada derecho hay siempre un deber que se tiene que cumplir y, sin embargo, cuantas veces pensamos que tal deber es de los demás y no nos incluimos.

Una persona culta es cortés pero no rastrera; en cambio, una persona vulgar es rastrera pero no cortés; claro, hablando de manera general, no específica. La cortesía da más lustre al que la prodiga que a quien la recibe. No corrijamos nunca con rencor o con odio, sino con amor, pues cuántas veces la ira nos domina y más que reparar una situación la hacemos más conflictiva. Saber ser justo y, no serlo, es la peor de las cobardías. La esperanza es el más agradable aroma que mejor conserva el corazón.

Confiemos sanamente en nuestra conciencia y nunca nos arrepentiremos Cuanto más acrecienta nuestra sabiduría más disminuye nuestra soberbia. No tenemos ningún derecho a hacer desgraciados a quienes podemos hacer buenos y felices, sino por el contrario, con buena voluntad ayudarlos a levantarse y a progresar en su vida.

No olvidemos que el espíritu es el que busca pero siempre es el corazón el que encuentra. Dios nos ha dado dos alas para volar: el amor y la razón. Todo lo que haga a los humanos ser buenos ciudadanos los hará ser mejores semejantes.

El mejor libro de moral es la conciencia, por lo que es importante leerlo a diario. A veces el camino del éxito está sembrado de fracasos, pero teniendo fortaleza y firmeza en nuestros propósitos saldremos adelante. Todos los amores van a dar al amor propio como los ríos van a dar al océano.

Nadie es demasiado viejo para aprender, queriendo, todo lo posible se logra. Las personas que se aceleran son porque no tienen capacidad para discutir. El signo más triste de la vejez es el sentimiento de la soledad.