/ jueves 22 de noviembre de 2018

Ceguera Liberal

Se entiende la añoranza y se les da su crédito en la lucha por la transición a sociedades democráticas, pero debe señalarse su complicidad con el establecimiento de ese modelo hegemónico.

Es un espectáculo muy revelador leer las apocalípticas columnas de opinión que publican los que se autonombran liberales. Y lo es porque permite interpretar muchas pistas que pudieran ayudarnos a entender mejor los tiempos que corren.

Hay una mezcla de presagio de un futuro aciago y un tono chillón de lamento que recuerda a los marxistas del siglo pasado aterrorizados porque la hostil realidad no encuadraba con los modelos utópicos que tanto defendían. Hay algo que los hermana: dice el lugar común que los extremos se tocan.

Como los conozco muy bien, me anticipo antes de ser víctima de su estridencia (la de los liberales). De ninguna manera equiparo la fe en la revolución que hacían a algunos voltear la mirada ante los campos de concentración soviéticos primero y a pasar después a ser devotos de la dictadura cubana, con la defensa al modelo político y económico vigente, el liberalismo democrático (hay que dejar ya de pensar en el qué dirán, llamémosle por su nombre: Neoliberalismo democrático).

Tampoco defiendo, por supuesto, a la ignominiosa lista de personajes que se ofrecen como alternativa a ese modelo caduco, porque, volvemos a la sabiduría popular, casi siempre sale peor el remedio que la enfermedad. Están Trump, Orbán, Erdogan, Maduro, el recién electo Bolsonaro y un infame etcétera. Los más intrépidos se arriesgan y agregan a la lista a nuestro presidente electo. Usted sabe mejor que yo si es desmesurada o no esa inclusión.

Porque claro, el populismo es un fenómeno real, pero no deja de ser sintomático el simplismo de los que quieren encontrar como única causa de los males que azotan al mundo a esos outsiders que emergen en sociedades modernas sin distinción de cultura, economía o sistema de gobierno. Llama la atención en los liberales esa uniformidad con la que construyen a ese modelo a partir premisas esquemáticas que no atienden a la especificidad de cada caso.

Lo más llamativo del asunto es que casi ninguno se ha preguntado seriamente la causa de la inusitada popularidad de esos engendros. No vayan nuestros liberales, sus principales críticos, a salir lopezobradoristas y decir que ellos siempre han sabido separar el poder político del poder económico. Apelando un estatismo desastroso, muchos de ellos compraron sin más la retórica de la desregulación económica sin trabas como sinónimo de modernidad.

Supongo que su nostalgia radica en los casi veinte años de serenidad global luego de la caída del muro de Berlín en la que se consolidó el Neoliberalismo como sistema global, que francamente ya está agonizando.

Se entiende la añoranza y se les da su crédito en la lucha por la transición a sociedades democráticas, pero debe señalarse su complicidad con el establecimiento de ese modelo hegemónico. Por otro lado, la izquierda ha sido igualmente cómplice del sistema neoliberal al caricaturizarlo.

El historiador Carlos Bravo Regidor ironizaba hace poco sobre este pataleo dogmático: parece ser que asistimos al surgimiento de la ideología del “liberalismo realmente existente”.

Atrás quedaron los partidarios del fin de la Historia y el Progreso humano siguiendo la infalible ecuación liberalismo/democracia. Aunque es cierto que han tenido razón siempre: no ha existido otro modelo político que garantice, como mínimo, la posibilidad de recurrir a ensayo y error y cambiar de malos gobernantes a otros igualmente malos, pero en esa mudanza periódica radica el éxito frente a otros modelos.

Pero ni siquiera tenemos que ponernos marxistas para decir que hay un condicionamiento económico hacia la política que hace que nuestras democracias estén en crisis. Siguen anclados en el siglo pasado: todo es culpa de “Los enemigos de las sociedades abiertas”.


Se entiende la añoranza y se les da su crédito en la lucha por la transición a sociedades democráticas, pero debe señalarse su complicidad con el establecimiento de ese modelo hegemónico.

Es un espectáculo muy revelador leer las apocalípticas columnas de opinión que publican los que se autonombran liberales. Y lo es porque permite interpretar muchas pistas que pudieran ayudarnos a entender mejor los tiempos que corren.

Hay una mezcla de presagio de un futuro aciago y un tono chillón de lamento que recuerda a los marxistas del siglo pasado aterrorizados porque la hostil realidad no encuadraba con los modelos utópicos que tanto defendían. Hay algo que los hermana: dice el lugar común que los extremos se tocan.

Como los conozco muy bien, me anticipo antes de ser víctima de su estridencia (la de los liberales). De ninguna manera equiparo la fe en la revolución que hacían a algunos voltear la mirada ante los campos de concentración soviéticos primero y a pasar después a ser devotos de la dictadura cubana, con la defensa al modelo político y económico vigente, el liberalismo democrático (hay que dejar ya de pensar en el qué dirán, llamémosle por su nombre: Neoliberalismo democrático).

Tampoco defiendo, por supuesto, a la ignominiosa lista de personajes que se ofrecen como alternativa a ese modelo caduco, porque, volvemos a la sabiduría popular, casi siempre sale peor el remedio que la enfermedad. Están Trump, Orbán, Erdogan, Maduro, el recién electo Bolsonaro y un infame etcétera. Los más intrépidos se arriesgan y agregan a la lista a nuestro presidente electo. Usted sabe mejor que yo si es desmesurada o no esa inclusión.

Porque claro, el populismo es un fenómeno real, pero no deja de ser sintomático el simplismo de los que quieren encontrar como única causa de los males que azotan al mundo a esos outsiders que emergen en sociedades modernas sin distinción de cultura, economía o sistema de gobierno. Llama la atención en los liberales esa uniformidad con la que construyen a ese modelo a partir premisas esquemáticas que no atienden a la especificidad de cada caso.

Lo más llamativo del asunto es que casi ninguno se ha preguntado seriamente la causa de la inusitada popularidad de esos engendros. No vayan nuestros liberales, sus principales críticos, a salir lopezobradoristas y decir que ellos siempre han sabido separar el poder político del poder económico. Apelando un estatismo desastroso, muchos de ellos compraron sin más la retórica de la desregulación económica sin trabas como sinónimo de modernidad.

Supongo que su nostalgia radica en los casi veinte años de serenidad global luego de la caída del muro de Berlín en la que se consolidó el Neoliberalismo como sistema global, que francamente ya está agonizando.

Se entiende la añoranza y se les da su crédito en la lucha por la transición a sociedades democráticas, pero debe señalarse su complicidad con el establecimiento de ese modelo hegemónico. Por otro lado, la izquierda ha sido igualmente cómplice del sistema neoliberal al caricaturizarlo.

El historiador Carlos Bravo Regidor ironizaba hace poco sobre este pataleo dogmático: parece ser que asistimos al surgimiento de la ideología del “liberalismo realmente existente”.

Atrás quedaron los partidarios del fin de la Historia y el Progreso humano siguiendo la infalible ecuación liberalismo/democracia. Aunque es cierto que han tenido razón siempre: no ha existido otro modelo político que garantice, como mínimo, la posibilidad de recurrir a ensayo y error y cambiar de malos gobernantes a otros igualmente malos, pero en esa mudanza periódica radica el éxito frente a otros modelos.

Pero ni siquiera tenemos que ponernos marxistas para decir que hay un condicionamiento económico hacia la política que hace que nuestras democracias estén en crisis. Siguen anclados en el siglo pasado: todo es culpa de “Los enemigos de las sociedades abiertas”.