/ miércoles 27 de mayo de 2020

Comentarios constitucionales

En días pasados, el presidente de la República anunció que habrá un nuevo índice de medición, paralelo al Producto Interno Bruto (PIB), que se basará en el bienestar y la felicidad de la población, para que no solamente se le pregunte a la gente sobre cuestiones materiales, sino también respecto a otros factores como el “bienestar del alma”.

Al respecto, coincido con ese tipo de mediciones y que se lleve a la Constitución la idea de la felicidad, pero que no se utilice como cortina de humo para encubrir a los grandes problemas nacionales.

Respeto a lo afirmado en primer término, es conveniente hacer mención que desde hace años existe la medición de la felicidad, incluso hay un Índice Nacional de Felicidad en el Reino de Bután.

Para formar ese índice, hay factores que se toman en cuenta muy interesantes, por ejemplo, el uso del tiempo, dentro del cual se encuentra el que dedicamos a dormir, a la educación, al deporte, al cuidado de los demás, a meditar. Basta tomar este último factor para darnos cuenta de su importancia, pues la meditación permite que tengamos nuestra mente en calma y en paz.

Otro factor es la preservación y promoción de la cultura, elemento indispensable en nuestras vidas, pues recordemos la parábola de Jesucristo, quien dijo: “no solo de pan vive el hombre”.

Pregunto, ¿qué sería de todas las personas ahora con la política de “quédate en casa” y de distanciamiento físico durante la emergencia sanitaria, sin ver una película, sin leer un libro, sin escuchar música? Tal como dijo Juan Villoro: “La civilización comenzó en torno a una fogata. Los gobiernos del mundo deberían saber que eso sirvió para tres cosas imprescindibles: Calentarse las manos, preparar comida y contar historias”.

Con esos dos ejemplos, considero que está más que justificado que se utilicen factores como los mencionados para medir la felicidad de las personas.

Ahora, ya pasando al ámbito constitucional, la mención de la felicidad la encontramos en el constitucionalismo, por ejemplo, en el norteamericano. Pero el país que va más avanzado en el índice de felicidad es Bután, en donde existe una monarquía constitucional basada en una filosofía budista y de respeto a los derechos humanos.

En el preámbulo de la Constitución de Bután se establece que se trata de “asegurar la bendición de la libertad, garantizar la tranquilidad y realzar la unidad, felicidad y bienestar del pueblo eternamente”. Además, dentro de su articulado, específicamente, en el 9.2 establece: “El Estado se esforzará en promover las condiciones que permitan la consecución de la felicidad interior bruta”.

Su Ley Fundamental fue expedida en 2008. Primero se realizó el estudio de aproximadamente 100 constituciones, para luego realizar un borrador, que se dio a conocer públicamente y se recibieron comentarios de diversas partes del mundo, para después hacer la iniciativa y distribuirla al pueblo, hasta ser aprobada. Pero desde antes de su expedición, Jigme Singye Wangchuck, al ser coronado, en 1974, manifestó que más importante que el PIB era la felicidad interior bruta.

Obviamente, que México no es Bután, cada uno tiene sus propias particularidades que los hacen diferentes, de ahí que me parezca adecuado que se forme un grupo multidisciplinario para que aborde el tema desde diferentes ópticas y se adopte un índice cuyos factores sean adecuados a nuestro contexto.

Lo que no se vale valdría es que únicamente se utilizara ese tema para justificar la falta de crecimiento de nuestra economía, ni para desviar la atención sobre los grandes problemas nacionales que actualmente nos aquejan: las epidemias de coronavirus, de corrupción, de violencia y de ignorancia.

En días pasados, el presidente de la República anunció que habrá un nuevo índice de medición, paralelo al Producto Interno Bruto (PIB), que se basará en el bienestar y la felicidad de la población, para que no solamente se le pregunte a la gente sobre cuestiones materiales, sino también respecto a otros factores como el “bienestar del alma”.

Al respecto, coincido con ese tipo de mediciones y que se lleve a la Constitución la idea de la felicidad, pero que no se utilice como cortina de humo para encubrir a los grandes problemas nacionales.

Respeto a lo afirmado en primer término, es conveniente hacer mención que desde hace años existe la medición de la felicidad, incluso hay un Índice Nacional de Felicidad en el Reino de Bután.

Para formar ese índice, hay factores que se toman en cuenta muy interesantes, por ejemplo, el uso del tiempo, dentro del cual se encuentra el que dedicamos a dormir, a la educación, al deporte, al cuidado de los demás, a meditar. Basta tomar este último factor para darnos cuenta de su importancia, pues la meditación permite que tengamos nuestra mente en calma y en paz.

Otro factor es la preservación y promoción de la cultura, elemento indispensable en nuestras vidas, pues recordemos la parábola de Jesucristo, quien dijo: “no solo de pan vive el hombre”.

Pregunto, ¿qué sería de todas las personas ahora con la política de “quédate en casa” y de distanciamiento físico durante la emergencia sanitaria, sin ver una película, sin leer un libro, sin escuchar música? Tal como dijo Juan Villoro: “La civilización comenzó en torno a una fogata. Los gobiernos del mundo deberían saber que eso sirvió para tres cosas imprescindibles: Calentarse las manos, preparar comida y contar historias”.

Con esos dos ejemplos, considero que está más que justificado que se utilicen factores como los mencionados para medir la felicidad de las personas.

Ahora, ya pasando al ámbito constitucional, la mención de la felicidad la encontramos en el constitucionalismo, por ejemplo, en el norteamericano. Pero el país que va más avanzado en el índice de felicidad es Bután, en donde existe una monarquía constitucional basada en una filosofía budista y de respeto a los derechos humanos.

En el preámbulo de la Constitución de Bután se establece que se trata de “asegurar la bendición de la libertad, garantizar la tranquilidad y realzar la unidad, felicidad y bienestar del pueblo eternamente”. Además, dentro de su articulado, específicamente, en el 9.2 establece: “El Estado se esforzará en promover las condiciones que permitan la consecución de la felicidad interior bruta”.

Su Ley Fundamental fue expedida en 2008. Primero se realizó el estudio de aproximadamente 100 constituciones, para luego realizar un borrador, que se dio a conocer públicamente y se recibieron comentarios de diversas partes del mundo, para después hacer la iniciativa y distribuirla al pueblo, hasta ser aprobada. Pero desde antes de su expedición, Jigme Singye Wangchuck, al ser coronado, en 1974, manifestó que más importante que el PIB era la felicidad interior bruta.

Obviamente, que México no es Bután, cada uno tiene sus propias particularidades que los hacen diferentes, de ahí que me parezca adecuado que se forme un grupo multidisciplinario para que aborde el tema desde diferentes ópticas y se adopte un índice cuyos factores sean adecuados a nuestro contexto.

Lo que no se vale valdría es que únicamente se utilizara ese tema para justificar la falta de crecimiento de nuestra economía, ni para desviar la atención sobre los grandes problemas nacionales que actualmente nos aquejan: las epidemias de coronavirus, de corrupción, de violencia y de ignorancia.

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