/ domingo 10 de mayo de 2020

Como anillo al dedo

Le molesta no ser el centro de atención. No soporta que exista un tema que no pueda ser explicado con su visión rudimentaria del mundo. Ante la gravedad de la contingencia, su reacción es la misma de siempre: Todo se trata de mí, de mi proyecto.

Al no poder adjudicarles a sus enemigos de siempre las causas de la enfermedad que viaja más rápido que cualquiera de sus homilías, su respuesta primera fue la negación (como su par y mandamás del otro lado de la frontera). Después, una de sus graciosadas, un sermón, alguna cursilería referente a la “esencia” o “fortaleza” del mexicano, pero finalmente tuvo que delegar el problema a los expertos, si es que lo son.

En esas condiciones no pudo negar el saber técnico, el conocimiento científico, la evidencia que señalan los profesionales. A regañadientes y tardíamente, pero ya es ganancia que lo haya hecho. ¿Cuántos otros proyectos, cuántas otras decisiones que tomará su gobierno, quizá sin la gravedad de la pandemia pero igualmente importantes, no tendrán la misma suerte de que se escuche la voz de los expertos?

Tiene una oportunidad de oro. Debería cancelar el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas, el aeropuerto de Santa Lucía y siempre podrá lamentarse que la crisis producto de la pandemia lo obligó a hacerlo. Puede decir que esas obras eran el motor del desarrollo que México necesitaba, pero que las circunstancias excepcionales lo orillaron a dirigir el despilfarro a otro lado. Quizá por ahí vaya lo del anillo al dedo.

Cuando sea ex presidente, si es que quiere serlo algún día, podrá transmitir diariamente desde su rancho La Chingada una conferencia mañanera donde responsabilice a sus detractores de los errores cometidos en su (s) sexenio (s). Uno de sus esbirros lo ha llamado científico. Y ya que hay ciencia neoliberal y ciencia del pueblo, no veo por qué no pueda derribarse de una vez por todas la impostura de la ciencia “neutral” y se le llame a las cosas por su nombre: Hay virus que son conservadores.

Lo que ha de ver uno. Antiguos defensores de la disciplina fiscal y la mínima intervención estatal en asuntos económicos, le piden a gritos al gobierno un rescate de la economía que envidie todo el norte de Europa. Los otros, si es que en verdad son otros y no los mismos disfrazados, siguen aferrados a la austeridad y las finanzas públicas “sanas”, con un discurso donde se entremezclan religión y neoliberalismo puro y duro.

Aclaremos: lo mejor para paliar la crisis que viene debe ser una intervención agresiva y bien planificada, como sugieren los expertos. El problema es que parezca que una pandemia sea la única razón para endeudarse y gastar correctamente. Y también, que quien ha logrado que el neoliberalismo (o lo que él cree que es el neoliberalismo,) se tome como causa única de cualquier problema que se presente, sea uno de sus más obedientes promotores.

Le molesta no ser el centro de atención. No soporta que exista un tema que no pueda ser explicado con su visión rudimentaria del mundo. Ante la gravedad de la contingencia, su reacción es la misma de siempre: Todo se trata de mí, de mi proyecto.

Al no poder adjudicarles a sus enemigos de siempre las causas de la enfermedad que viaja más rápido que cualquiera de sus homilías, su respuesta primera fue la negación (como su par y mandamás del otro lado de la frontera). Después, una de sus graciosadas, un sermón, alguna cursilería referente a la “esencia” o “fortaleza” del mexicano, pero finalmente tuvo que delegar el problema a los expertos, si es que lo son.

En esas condiciones no pudo negar el saber técnico, el conocimiento científico, la evidencia que señalan los profesionales. A regañadientes y tardíamente, pero ya es ganancia que lo haya hecho. ¿Cuántos otros proyectos, cuántas otras decisiones que tomará su gobierno, quizá sin la gravedad de la pandemia pero igualmente importantes, no tendrán la misma suerte de que se escuche la voz de los expertos?

Tiene una oportunidad de oro. Debería cancelar el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas, el aeropuerto de Santa Lucía y siempre podrá lamentarse que la crisis producto de la pandemia lo obligó a hacerlo. Puede decir que esas obras eran el motor del desarrollo que México necesitaba, pero que las circunstancias excepcionales lo orillaron a dirigir el despilfarro a otro lado. Quizá por ahí vaya lo del anillo al dedo.

Cuando sea ex presidente, si es que quiere serlo algún día, podrá transmitir diariamente desde su rancho La Chingada una conferencia mañanera donde responsabilice a sus detractores de los errores cometidos en su (s) sexenio (s). Uno de sus esbirros lo ha llamado científico. Y ya que hay ciencia neoliberal y ciencia del pueblo, no veo por qué no pueda derribarse de una vez por todas la impostura de la ciencia “neutral” y se le llame a las cosas por su nombre: Hay virus que son conservadores.

Lo que ha de ver uno. Antiguos defensores de la disciplina fiscal y la mínima intervención estatal en asuntos económicos, le piden a gritos al gobierno un rescate de la economía que envidie todo el norte de Europa. Los otros, si es que en verdad son otros y no los mismos disfrazados, siguen aferrados a la austeridad y las finanzas públicas “sanas”, con un discurso donde se entremezclan religión y neoliberalismo puro y duro.

Aclaremos: lo mejor para paliar la crisis que viene debe ser una intervención agresiva y bien planificada, como sugieren los expertos. El problema es que parezca que una pandemia sea la única razón para endeudarse y gastar correctamente. Y también, que quien ha logrado que el neoliberalismo (o lo que él cree que es el neoliberalismo,) se tome como causa única de cualquier problema que se presente, sea uno de sus más obedientes promotores.