/ sábado 14 de marzo de 2020

Confiados

En ningún momento del sexenio de Calderón alguien hubiera imaginado que unos años después García Luna sería enjuiciado en Estados Unidos. Era seguramente el colaborador más cercano del presidente, el arquitecto de la guerra contra el crimen organizado, aprobada y apoyada del otro lado de la frontera, donde hoy es acusado.



Se especulaba de sus nexos con el crimen organizado, pero eso no daba para más. Detractores importantes los tuvo, como AMLO, que ya como gobernante sigue su misma receta para combatir la inseguridad. O como el digno Javier Sicilia. Sí, ahí estaba. No, no calló como momia. Pero era impensable, insisto, vislumbrar la suerte que hoy le depara.

A Rosario Robles y a Emilio Lozoya, altos funcionarios del gobierno de Peña Nieto, es poco probable también que alguien los imaginara rindiendo cuentas a la justicia mexicana. La corrupción era el sello distintivo del sexenio anterior, pero en un país con los índices de impunidad como el nuestro, ni las extraordinarias investigaciones periodísticas que revelaron los mecanismos de desvío de recursos del erario parecían suficientes para pensar que los ladrones pudieran ser castigados.

Más allá del desenlace de los juicios aludidos, y obviando que esos son sólo una pequeña muestra de las redes de corrupción con que operan los gobiernos, llama la atención la caída de figuras que apenas hace unos años eran funcionarios de primer orden.

Así son los ciclos del poder, por supuesto, pero a ese nivel es algo inaudito por lo menos desde que hay democracia. Algo de esa novedad ocurrió en su momento con los primeros exgobernadores encarcelados. El espectáculo no inhibió a los ladrones en turno, claro está, pero por lo menos algunos guardaron y guardan las formas.

Hablando de gobiernos locales, faltan dos años para el cambio de gobierno, y ya parece vislumbrarse algo así como un plan transexenal. Como lo hacía el PRI. Confían como dogma en los resultados electorales recientes y se imaginan perenne la impunidad que les da el poder presente que tienen.

¿En 2014 alguien hubiera previsto con certeza lo que iba a ocurrir dos años más tarde? El poder enferma. El poder produce una enfermedad que produce ceguera. Pregúntenle a los García Luna.

En el último tercio del sexenio lo que se ve es terquedad en el compadrazgo, mediocridad en resultados, y una esperanza en que la oposición se debilite para en 2022 asegurar la continuidad partidista.

Así pensaba el PRI hace seis años.

En ningún momento del sexenio de Calderón alguien hubiera imaginado que unos años después García Luna sería enjuiciado en Estados Unidos. Era seguramente el colaborador más cercano del presidente, el arquitecto de la guerra contra el crimen organizado, aprobada y apoyada del otro lado de la frontera, donde hoy es acusado.



Se especulaba de sus nexos con el crimen organizado, pero eso no daba para más. Detractores importantes los tuvo, como AMLO, que ya como gobernante sigue su misma receta para combatir la inseguridad. O como el digno Javier Sicilia. Sí, ahí estaba. No, no calló como momia. Pero era impensable, insisto, vislumbrar la suerte que hoy le depara.

A Rosario Robles y a Emilio Lozoya, altos funcionarios del gobierno de Peña Nieto, es poco probable también que alguien los imaginara rindiendo cuentas a la justicia mexicana. La corrupción era el sello distintivo del sexenio anterior, pero en un país con los índices de impunidad como el nuestro, ni las extraordinarias investigaciones periodísticas que revelaron los mecanismos de desvío de recursos del erario parecían suficientes para pensar que los ladrones pudieran ser castigados.

Más allá del desenlace de los juicios aludidos, y obviando que esos son sólo una pequeña muestra de las redes de corrupción con que operan los gobiernos, llama la atención la caída de figuras que apenas hace unos años eran funcionarios de primer orden.

Así son los ciclos del poder, por supuesto, pero a ese nivel es algo inaudito por lo menos desde que hay democracia. Algo de esa novedad ocurrió en su momento con los primeros exgobernadores encarcelados. El espectáculo no inhibió a los ladrones en turno, claro está, pero por lo menos algunos guardaron y guardan las formas.

Hablando de gobiernos locales, faltan dos años para el cambio de gobierno, y ya parece vislumbrarse algo así como un plan transexenal. Como lo hacía el PRI. Confían como dogma en los resultados electorales recientes y se imaginan perenne la impunidad que les da el poder presente que tienen.

¿En 2014 alguien hubiera previsto con certeza lo que iba a ocurrir dos años más tarde? El poder enferma. El poder produce una enfermedad que produce ceguera. Pregúntenle a los García Luna.

En el último tercio del sexenio lo que se ve es terquedad en el compadrazgo, mediocridad en resultados, y una esperanza en que la oposición se debilite para en 2022 asegurar la continuidad partidista.

Así pensaba el PRI hace seis años.