/ viernes 24 de enero de 2020

Corrupción: Romper las inercias

“Los gobiernos deben abordar con urgencia el papel corruptor del gran dinero en el financiamiento de los partidos políticos y la influencia indebida que ejerce en nuestros sistemas políticos”.- Delia Ferreira Rubio

Acaba de ser lanzada la edición más reciente del Índice de Percepción de la Corrupción (CPI, por sus siglas en inglés) que año con año elabora la organización no gubernamental de la sociedad civil a escala planetaria Transparencia Internacional (TI). Mide el desempeño de 180 países en una escala de 0 a 100 puntos, incluyendo el nuestro, en términos del combate a la corrupción durante 2019 y a partir, como el propio informe lo indica, de la percepción de la ciudadanía.

En lo más alto de la tabla, destaca como siempre el desempeño de naciones como Nueva Zelanda (87), Suiza (85), Singapur (85), Países Bajos (82) y Luxemburgo (80), así como de la región de Escandinavia, usualmente una potencia cuando hablamos de prácticas anticorrupción (Dinamarca, 87; Finlandia, 86; Suecia, 85; Noruega, 84; Islandia, 78).

Sin embargo, hay un dato preocupante: Por tercer año consecutivo nadie obtiene una calificación igual o superior a 90, lo cual incluso es subrayado por TI al puntualizar que ningún país tuvo una mejora significativa en el ranking, más allá de reconocer que Grecia, Guyana y Estonia han ido relativamente al alza.

Ha habido entonces un retroceso global en la lucha frontal de alta calidad contra la corrupción, lo cual debe ser una señal de alarma en el seno de la comunidad internacional. De ello hablaremos con un poco más de detalle en una próxima oportunidad, pero sí es preciso hablar de esa inercia negativa que se ha instalado incluso en aquellos sitios que obtenían calificaciones de excelencia.

Por lo que respecta al caso mexicano, otra inercia se ancló en la historia reciente: caer y caer hasta llegar a los lugares más oscuros. En efecto, hace un año, en estas mismas páginas, este autor escribía lo siguiente hablando de los resultados de México correspondientes a 2018 del CPI: “Nos ubicamos en un lastimoso lugar 138 de las 180 naciones examinadas, con un puntaje de 28/100, el cual ha ido descendiendo de forma anual, pues en 2017 fue de 29/100, en 2016 fue de 30/100 y en 2015 fue de 31/100”. También se decía: “En efecto, en la evaluación de 2017 se tenía el lugar 135, en 2016 fue el 123, en 2015 fue el 111, en 2014 fue el 103, en 2013 fue el 106 y en 2012, al inicio de la administración peñista, fue el 105”.

“Si vamos más para atrás, obtendremos que en 2005 México estaba en el lugar 65; en el 2000 estaba en el lugar 59, y en 1995, cuando se difundió por vez primera el instrumento, estaba en el lugar 32 de 41 (los países medidos han variado en número)”. En el CPI recientemente dado a conocer, México obtuvo 29/100 y el lugar 130/180.

El hecho es que seguimos siendo un país muy corrupto según los parámetros de TI, con resultados sumamente mediocres, pero es digno de rescatar el hecho de, por fin, dejar ese declive pavoroso del último lustro.

Quizá en los hechos no es demasiado representativo porque estamos empatados en el lugar 130 con Guinea, Laos, Maldivas, Mali, Togo y Birmania, territorios que se caracterizan por su subdesarrollo o incluso por los conflictos armados propios de una guerra civil que se han dado en el último mencionado desde mediados del siglo XX.

Sin embargo, debe reconocerse que los esfuerzos quizá puedan empezar a recomponer y cambiar el estado de cosas. Las salidas del abismo son a menudo paulatinas, así que los vientos de cambio son bienvenidos aunque en una primera oportunidad luzcan imperceptibles.

Romper las inercias, como se dice en el título de este texto, implica hacer frente a los poderosos, a los “happy few”, en clave de sociedad civil. Por eso es que la frase de Delia Ferreira Rubio -presidenta de Transparencia Internacional- que sirve de epígrafe al presente artículo es sumamente reveladora, aunque a ella debe añadirse el papel de los restantes poderes salvajes, poderes fácticos o grupos de presión e interés en la captura y el secuestro de numerosos sistemas políticos a lo largo y ancho del orbe.

Hace unos meses se presentaba el Barómetro Global de la Corrupción de TI y su capítulo Transparencia Mexicana, en el cual se observaba que los mexicanos que perciben un incremento de la corrupción en nuestro país bajaron de un 61% en 2017 a 44% en 2019. Ese es otro dato duro e indicativo de que la inercia, al menos en términos de percepción, ha empezado a romperse; ello debe acompañar a indicadores empíricos que evidencien que las percepciones no distan demasiado de lo real.

La apuesta del presidente Andrés Manuel López Obrador incluso desde antes de la campaña que lo llevó a ocupar hoy en día la primera magistratura fue que en 2024 habría condiciones para hablar de un “renacimiento” de México. Es claro que las cosas no pueden cambiar de la noche a la mañana, pero por algo debe empezarse.

El estudio de TI no debe servir, ni remotamente, para echar campanas al vuelo; sin embargo, toda gran empresa tiene un inicio, y de ese inicio, en definitiva, debemos formar parte todas y todos.

“Los gobiernos deben abordar con urgencia el papel corruptor del gran dinero en el financiamiento de los partidos políticos y la influencia indebida que ejerce en nuestros sistemas políticos”.- Delia Ferreira Rubio

Acaba de ser lanzada la edición más reciente del Índice de Percepción de la Corrupción (CPI, por sus siglas en inglés) que año con año elabora la organización no gubernamental de la sociedad civil a escala planetaria Transparencia Internacional (TI). Mide el desempeño de 180 países en una escala de 0 a 100 puntos, incluyendo el nuestro, en términos del combate a la corrupción durante 2019 y a partir, como el propio informe lo indica, de la percepción de la ciudadanía.

En lo más alto de la tabla, destaca como siempre el desempeño de naciones como Nueva Zelanda (87), Suiza (85), Singapur (85), Países Bajos (82) y Luxemburgo (80), así como de la región de Escandinavia, usualmente una potencia cuando hablamos de prácticas anticorrupción (Dinamarca, 87; Finlandia, 86; Suecia, 85; Noruega, 84; Islandia, 78).

Sin embargo, hay un dato preocupante: Por tercer año consecutivo nadie obtiene una calificación igual o superior a 90, lo cual incluso es subrayado por TI al puntualizar que ningún país tuvo una mejora significativa en el ranking, más allá de reconocer que Grecia, Guyana y Estonia han ido relativamente al alza.

Ha habido entonces un retroceso global en la lucha frontal de alta calidad contra la corrupción, lo cual debe ser una señal de alarma en el seno de la comunidad internacional. De ello hablaremos con un poco más de detalle en una próxima oportunidad, pero sí es preciso hablar de esa inercia negativa que se ha instalado incluso en aquellos sitios que obtenían calificaciones de excelencia.

Por lo que respecta al caso mexicano, otra inercia se ancló en la historia reciente: caer y caer hasta llegar a los lugares más oscuros. En efecto, hace un año, en estas mismas páginas, este autor escribía lo siguiente hablando de los resultados de México correspondientes a 2018 del CPI: “Nos ubicamos en un lastimoso lugar 138 de las 180 naciones examinadas, con un puntaje de 28/100, el cual ha ido descendiendo de forma anual, pues en 2017 fue de 29/100, en 2016 fue de 30/100 y en 2015 fue de 31/100”. También se decía: “En efecto, en la evaluación de 2017 se tenía el lugar 135, en 2016 fue el 123, en 2015 fue el 111, en 2014 fue el 103, en 2013 fue el 106 y en 2012, al inicio de la administración peñista, fue el 105”.

“Si vamos más para atrás, obtendremos que en 2005 México estaba en el lugar 65; en el 2000 estaba en el lugar 59, y en 1995, cuando se difundió por vez primera el instrumento, estaba en el lugar 32 de 41 (los países medidos han variado en número)”. En el CPI recientemente dado a conocer, México obtuvo 29/100 y el lugar 130/180.

El hecho es que seguimos siendo un país muy corrupto según los parámetros de TI, con resultados sumamente mediocres, pero es digno de rescatar el hecho de, por fin, dejar ese declive pavoroso del último lustro.

Quizá en los hechos no es demasiado representativo porque estamos empatados en el lugar 130 con Guinea, Laos, Maldivas, Mali, Togo y Birmania, territorios que se caracterizan por su subdesarrollo o incluso por los conflictos armados propios de una guerra civil que se han dado en el último mencionado desde mediados del siglo XX.

Sin embargo, debe reconocerse que los esfuerzos quizá puedan empezar a recomponer y cambiar el estado de cosas. Las salidas del abismo son a menudo paulatinas, así que los vientos de cambio son bienvenidos aunque en una primera oportunidad luzcan imperceptibles.

Romper las inercias, como se dice en el título de este texto, implica hacer frente a los poderosos, a los “happy few”, en clave de sociedad civil. Por eso es que la frase de Delia Ferreira Rubio -presidenta de Transparencia Internacional- que sirve de epígrafe al presente artículo es sumamente reveladora, aunque a ella debe añadirse el papel de los restantes poderes salvajes, poderes fácticos o grupos de presión e interés en la captura y el secuestro de numerosos sistemas políticos a lo largo y ancho del orbe.

Hace unos meses se presentaba el Barómetro Global de la Corrupción de TI y su capítulo Transparencia Mexicana, en el cual se observaba que los mexicanos que perciben un incremento de la corrupción en nuestro país bajaron de un 61% en 2017 a 44% en 2019. Ese es otro dato duro e indicativo de que la inercia, al menos en términos de percepción, ha empezado a romperse; ello debe acompañar a indicadores empíricos que evidencien que las percepciones no distan demasiado de lo real.

La apuesta del presidente Andrés Manuel López Obrador incluso desde antes de la campaña que lo llevó a ocupar hoy en día la primera magistratura fue que en 2024 habría condiciones para hablar de un “renacimiento” de México. Es claro que las cosas no pueden cambiar de la noche a la mañana, pero por algo debe empezarse.

El estudio de TI no debe servir, ni remotamente, para echar campanas al vuelo; sin embargo, toda gran empresa tiene un inicio, y de ese inicio, en definitiva, debemos formar parte todas y todos.