/ jueves 6 de agosto de 2020

Crisis y desigualdades

El Covid-19 “…es un virus que cobra la desigualdad y el continente americano es el más asimétrico del mundo”.-

Ricardo Raphael


La semana pasada, en este mismo espacio, se hablaba acerca de cómo y por qué una democracia que lo sea en serio debe ser una democracia igualitaria (véase “La democracia tomada en serio: siempre con la igualdad”, en https://bit.ly/31qVpN5).

Si bien es cierto que se partía del enfoque teórico de grandes pensadores contemporáneos como Paolo Flores d’Arcais y Luigi Ferrajoli, ello no fue óbice para referir la necesidad de dimensionar la igualdad en su lado práctico y cotidiano. Una democracia con privilegios es un contrasentido, pues atenta contra el conjunto de las libertades públicas. Nótese entonces el binomio indisoluble que hay entre libertad e igualdad.

Así las cosas, la igualdad representa un principio, valor y virtud esencial de las sociedades del siglo XXI y uno de los elementos mínimos y necesarios de cualquier Estado constitucional y democrático de Derecho que se precie de serlo. Hoy en día no basta con ser libres para edificar un proyecto plausible de vida, pues hace falta ser iguales, lo cual por supuesto se proyecta a toda la esfera pública.

Queda claro, o debe quedar claro, mejor dicho, que la desigualdad tiene un componente eminentemente práctico, lejos del reduccionismo conceptual en el que algunos pretenden encasillarla.

La desigualdad es un pavoroso fenómeno que echa raíces con mayor contundencia a partir del fenómeno globalizador, y ya que la globalización muestra efectos perniciosos -o por decir lo menos, una cara sumamente ambivalente- en situaciones críticas, la pandemia del nuevo coronavirus permite constatar lo anteriormente dicho sin ambages.

Entre más desigual sea una región, más propensa es a los ataques de virus de todo tipo, sean biológicos o no, aunque en el presente caso por supuesto el meollo de la crisis es sanitario en cuanto tal.

Por eso es que tiene razón Ricardo Raphael en su columna titulada “Desigualdad y coronavirus en las Américas” (visible en https://bit.ly/31pj0h3), cuando afirma que “los países más desiguales son los que están enfrentando peores consecuencias por la pandemia del coronavirus. Mientras mayor es la asimetría, mayor dificultad para que descienda la curva de contagio y letalidad”.

La desigualdad, por lo visto, acarrea consecuencias nefastas que incluso se acentúan en épocas de crisis como la que estamos viviendo. De ahí entonces la importancia de luchar en contra de ella en todo momento, habida cuenta de los enormes daños que ocasiona no sólo en el día a día sino en coyunturas tan particulares y complejas como la que representa la pandemia Covid-19.

Si Latinoamérica se ha caracterizado históricamente por su desigualdad, no sorprende que una buena parte de los países del subcontinente estén enfrascados en una pugna tremenda contra el nuevo coronavirus. Por citar tan sólo un ejemplo, Brasil ha sido uno de los epicentros recientes de la pandemia y no destaca precisamente por ser un país que haya combatido eficazmente la desigualdad en las últimas décadas a pesar de esfuerzos como el de su buen ex presidente Lula da Silva.

Raphael también asevera que “el sistema de salud de los países americanos no podrá cerrar este capítulo de su historia sin resolver las preguntas que despierta la fuerte correlación entre desigualdad y letalidad, a propósito del coronavirus”.

Además de las irreparables y numerosas pérdidas humanas que habrá cuando la emergencia haya cedido, existirá la obligación de replantear los sistemas de derechos, garantías y deberes cuando de igualdad se habla, pues a pesar de que ésta como principio y prerrogativa constitucional se encuentra presente en prácticamente la totalidad de las cartas fundamentales de la región, episodios como el que hemos atravesado a lo largo de este año 2020 demuestra que falta mucho por hacer en el terreno praxiológico. Tomar en serio la igualdad será un imperativo del todo insoslayable.

Mientras que las personas más favorecidas en el ámbito socioeconómico tiene un abanico de posibilidades más amplio para tomar medidas durante la pandemia, los sectores más desaventajados simplemente se han topado contra la dura pared de la realidad.

Por eso es que se requiere de un esfuerzo de solidaridad entre el sector público, el sector privado y el sector social para adelantarnos a los escenarios que vendrán, pues pecaríamos de ingenuidad si pensamos que el Covid-19 será la última pandemia en esta generación.

Claro está que el coronavirus ha hecho de las suyas sin distingos de posición o estrato social, pero los mecanismos de prevención e incluso de cultura médica y salud pública no son accesibles para el grueso de la población, lo cual pone en evidencia otro tópico de desigualdad.

A final de cuentas, y retomando lo dicho con anterioridad, debe haber un esfuerzo colectivo para abatir la desigualdad y enfrentar las crisis de mejor forma.

El Covid-19 “…es un virus que cobra la desigualdad y el continente americano es el más asimétrico del mundo”.-

Ricardo Raphael


La semana pasada, en este mismo espacio, se hablaba acerca de cómo y por qué una democracia que lo sea en serio debe ser una democracia igualitaria (véase “La democracia tomada en serio: siempre con la igualdad”, en https://bit.ly/31qVpN5).

Si bien es cierto que se partía del enfoque teórico de grandes pensadores contemporáneos como Paolo Flores d’Arcais y Luigi Ferrajoli, ello no fue óbice para referir la necesidad de dimensionar la igualdad en su lado práctico y cotidiano. Una democracia con privilegios es un contrasentido, pues atenta contra el conjunto de las libertades públicas. Nótese entonces el binomio indisoluble que hay entre libertad e igualdad.

Así las cosas, la igualdad representa un principio, valor y virtud esencial de las sociedades del siglo XXI y uno de los elementos mínimos y necesarios de cualquier Estado constitucional y democrático de Derecho que se precie de serlo. Hoy en día no basta con ser libres para edificar un proyecto plausible de vida, pues hace falta ser iguales, lo cual por supuesto se proyecta a toda la esfera pública.

Queda claro, o debe quedar claro, mejor dicho, que la desigualdad tiene un componente eminentemente práctico, lejos del reduccionismo conceptual en el que algunos pretenden encasillarla.

La desigualdad es un pavoroso fenómeno que echa raíces con mayor contundencia a partir del fenómeno globalizador, y ya que la globalización muestra efectos perniciosos -o por decir lo menos, una cara sumamente ambivalente- en situaciones críticas, la pandemia del nuevo coronavirus permite constatar lo anteriormente dicho sin ambages.

Entre más desigual sea una región, más propensa es a los ataques de virus de todo tipo, sean biológicos o no, aunque en el presente caso por supuesto el meollo de la crisis es sanitario en cuanto tal.

Por eso es que tiene razón Ricardo Raphael en su columna titulada “Desigualdad y coronavirus en las Américas” (visible en https://bit.ly/31pj0h3), cuando afirma que “los países más desiguales son los que están enfrentando peores consecuencias por la pandemia del coronavirus. Mientras mayor es la asimetría, mayor dificultad para que descienda la curva de contagio y letalidad”.

La desigualdad, por lo visto, acarrea consecuencias nefastas que incluso se acentúan en épocas de crisis como la que estamos viviendo. De ahí entonces la importancia de luchar en contra de ella en todo momento, habida cuenta de los enormes daños que ocasiona no sólo en el día a día sino en coyunturas tan particulares y complejas como la que representa la pandemia Covid-19.

Si Latinoamérica se ha caracterizado históricamente por su desigualdad, no sorprende que una buena parte de los países del subcontinente estén enfrascados en una pugna tremenda contra el nuevo coronavirus. Por citar tan sólo un ejemplo, Brasil ha sido uno de los epicentros recientes de la pandemia y no destaca precisamente por ser un país que haya combatido eficazmente la desigualdad en las últimas décadas a pesar de esfuerzos como el de su buen ex presidente Lula da Silva.

Raphael también asevera que “el sistema de salud de los países americanos no podrá cerrar este capítulo de su historia sin resolver las preguntas que despierta la fuerte correlación entre desigualdad y letalidad, a propósito del coronavirus”.

Además de las irreparables y numerosas pérdidas humanas que habrá cuando la emergencia haya cedido, existirá la obligación de replantear los sistemas de derechos, garantías y deberes cuando de igualdad se habla, pues a pesar de que ésta como principio y prerrogativa constitucional se encuentra presente en prácticamente la totalidad de las cartas fundamentales de la región, episodios como el que hemos atravesado a lo largo de este año 2020 demuestra que falta mucho por hacer en el terreno praxiológico. Tomar en serio la igualdad será un imperativo del todo insoslayable.

Mientras que las personas más favorecidas en el ámbito socioeconómico tiene un abanico de posibilidades más amplio para tomar medidas durante la pandemia, los sectores más desaventajados simplemente se han topado contra la dura pared de la realidad.

Por eso es que se requiere de un esfuerzo de solidaridad entre el sector público, el sector privado y el sector social para adelantarnos a los escenarios que vendrán, pues pecaríamos de ingenuidad si pensamos que el Covid-19 será la última pandemia en esta generación.

Claro está que el coronavirus ha hecho de las suyas sin distingos de posición o estrato social, pero los mecanismos de prevención e incluso de cultura médica y salud pública no son accesibles para el grueso de la población, lo cual pone en evidencia otro tópico de desigualdad.

A final de cuentas, y retomando lo dicho con anterioridad, debe haber un esfuerzo colectivo para abatir la desigualdad y enfrentar las crisis de mejor forma.