/ sábado 6 de marzo de 2021

De la farándula la política

Una de las preguntas fundamentales de la filosofía política es quién debe gobernar.

En el que es el texto fundacional de esta disciplina, La República, Platón, que no creía en la democracia (en parte por su ascendencia aristocrática, en mayor medida porque bajo ese régimen fue condenado a muerte su maestro Sócrates) nos da su respuesta a esta interrogante:

Deben gobernarnos los filósofos, los hombres de sabiduría. En abstracto podríamos compartir con Platón esa aspiración. Pero aterrizando al mundo de los hechos, que es lo que siempre hay que hacer con el autor de los Diálogos, no queda claro que aceptemos tan fácil esa forma de gobierno.

Valga esta anécdota histórica para formular algunas preguntas en torno a la nada halagadora oferta de políticos que competirán este año.

Actores, cantantes, deportistas retirados, luchadores, estarán en las boletas en junio. Cuando sus carreras se vienen a menos, estas figuras ven en la temporada electoral una oportunidad de oro. Pareciera confirmarse aquel lugar común que ve la política como una de las formas del espectáculo. Una cantante, aspirante a una diputación local en Veracruz, famosa por sus roedoras invectivas de despecho, de plano confesó: “yo no sé a qué vengo aquí”.

Las graciosadas pegan en el electorado. La carencia de filtros para decir lo que piensan, su uso del lenguaje cercano al habla popular y el presentarse como una opción frente a los “políticos tradicionales”, les da un arranque envidiable para cualquier candidato acartonado y gris que afecte los modos normalmente asociados al político, falsamente solemne y de una excesiva condescendencia que molesta por hipócrita.

Cuenta la leyenda que el partido Socialdemócrata de Morelos postuló a Cuauhtémoc Blanco para alcalde de Cuernavaca con la simple intención de conservar su registro. Resulta que ganó la elección. Su gestión fue pésima pero aun así fue electo gobernador de Morelos tres años después.

Hoy en día es uno de los mandatarios estatales peor evaluados. Los chistes salen caros. Los bufones destruyen, salen forrados de dinero, y al final nunca supimos quién estaba detrás de ellos. Ahí está el caso de Trump. La sólida democracia gringa le resistió, pero el daño se hizo.

¿Qué debemos hacer entonces? ¿Prohibir que personajes de la farándula compitan? ¿Exigir alguna escolaridad mínima para postularse a algún cargo de elección popular? ¿Haber tenido alguna experiencia previa en el servicio público para poder obtener alguna candidatura? Hacer todo eso es antidemocrático. Delimitar los requisitos para que sólo personas con cierto nivel cultural, intelectual, o que provengan de algunas profesiones sería aspirar a un régimen cercano a una aristocracia. Ni modo, algunos de esos famosos ganarán. Yo no votaría por ellos, pero defendería su derecho a poder ser votados, parafraseando al ilustre pensador francés.

Además de antidemocrática, la prohibición es inútil. Nada cambiaría si sólo pudieran lanzarse quienes cuenten con posgrados. ¿Un doctor en economía? Ahí tiene a Salinas y Zedillo, con su trágica crisis del 94. ¿Doctor en Derecho? Calderón no se distinguió precisamente por respetar las leyes tanto por desobedecerlas. ¿Un politólogo? López Obrador ha dañado considerablemente el aparato institucional del estado mexicano, con su austeridad y desprecio por la técnica.

La reelección de legisladores ayuda en cierta medida a crear políticos de carrera. La rendición de cuentas profesionaliza el ejercicio de la función. Veremos pronto los resultados. Pero creo que la clave está en castigar a los partidos que postulan a esos personajes. Exigirles que busquen la formación de cuadros más que la inmediatez de ganar votos.

Una de las preguntas fundamentales de la filosofía política es quién debe gobernar.

En el que es el texto fundacional de esta disciplina, La República, Platón, que no creía en la democracia (en parte por su ascendencia aristocrática, en mayor medida porque bajo ese régimen fue condenado a muerte su maestro Sócrates) nos da su respuesta a esta interrogante:

Deben gobernarnos los filósofos, los hombres de sabiduría. En abstracto podríamos compartir con Platón esa aspiración. Pero aterrizando al mundo de los hechos, que es lo que siempre hay que hacer con el autor de los Diálogos, no queda claro que aceptemos tan fácil esa forma de gobierno.

Valga esta anécdota histórica para formular algunas preguntas en torno a la nada halagadora oferta de políticos que competirán este año.

Actores, cantantes, deportistas retirados, luchadores, estarán en las boletas en junio. Cuando sus carreras se vienen a menos, estas figuras ven en la temporada electoral una oportunidad de oro. Pareciera confirmarse aquel lugar común que ve la política como una de las formas del espectáculo. Una cantante, aspirante a una diputación local en Veracruz, famosa por sus roedoras invectivas de despecho, de plano confesó: “yo no sé a qué vengo aquí”.

Las graciosadas pegan en el electorado. La carencia de filtros para decir lo que piensan, su uso del lenguaje cercano al habla popular y el presentarse como una opción frente a los “políticos tradicionales”, les da un arranque envidiable para cualquier candidato acartonado y gris que afecte los modos normalmente asociados al político, falsamente solemne y de una excesiva condescendencia que molesta por hipócrita.

Cuenta la leyenda que el partido Socialdemócrata de Morelos postuló a Cuauhtémoc Blanco para alcalde de Cuernavaca con la simple intención de conservar su registro. Resulta que ganó la elección. Su gestión fue pésima pero aun así fue electo gobernador de Morelos tres años después.

Hoy en día es uno de los mandatarios estatales peor evaluados. Los chistes salen caros. Los bufones destruyen, salen forrados de dinero, y al final nunca supimos quién estaba detrás de ellos. Ahí está el caso de Trump. La sólida democracia gringa le resistió, pero el daño se hizo.

¿Qué debemos hacer entonces? ¿Prohibir que personajes de la farándula compitan? ¿Exigir alguna escolaridad mínima para postularse a algún cargo de elección popular? ¿Haber tenido alguna experiencia previa en el servicio público para poder obtener alguna candidatura? Hacer todo eso es antidemocrático. Delimitar los requisitos para que sólo personas con cierto nivel cultural, intelectual, o que provengan de algunas profesiones sería aspirar a un régimen cercano a una aristocracia. Ni modo, algunos de esos famosos ganarán. Yo no votaría por ellos, pero defendería su derecho a poder ser votados, parafraseando al ilustre pensador francés.

Además de antidemocrática, la prohibición es inútil. Nada cambiaría si sólo pudieran lanzarse quienes cuenten con posgrados. ¿Un doctor en economía? Ahí tiene a Salinas y Zedillo, con su trágica crisis del 94. ¿Doctor en Derecho? Calderón no se distinguió precisamente por respetar las leyes tanto por desobedecerlas. ¿Un politólogo? López Obrador ha dañado considerablemente el aparato institucional del estado mexicano, con su austeridad y desprecio por la técnica.

La reelección de legisladores ayuda en cierta medida a crear políticos de carrera. La rendición de cuentas profesionaliza el ejercicio de la función. Veremos pronto los resultados. Pero creo que la clave está en castigar a los partidos que postulan a esos personajes. Exigirles que busquen la formación de cuadros más que la inmediatez de ganar votos.