/ miércoles 2 de diciembre de 2020

¿De quién es la culpa?

Es absurdo culpar únicamente a los gobiernos de todos los contagios y muertes ocasionadas por el coronavirus. Más absurdo es creer que no tienen ninguna responsabilidad en ello.

El gobierno no es responsable del surgimiento de la pandemia, pero sí de su mal manejo. Esto que digo es una obviedad, pero hay que seguir diciendo las obviedades que sean necesarias para combatir el discurso oficial secundado por sus seguidores en torno a la crisis (las crisis, mejor dicho) que no parece ceder aún con las semanales promesas de vacunas en deseable competencia de mayor efectividad.

Para el presidente todo está bajo control. Somos ejemplo mundial en el manejo de la pandemia, lo dice con una ligereza que sería cómica si no estuviéramos hablando de uno de los países con mayor tasa de letalidad. Pero sus colaboradores y sus radicales simpatizantes saben de la gravedad del problema, por eso echan mano de falacias a la hora de repartir culpas que pueden ser refutadas si se contrasta con la experiencia en otros lugares.

Un argumento recurrente para exentar de responsabilidad al gobierno es que no somos un país de primer mundo. A ello se le puede responder preguntando por qué hay países similares al nuestro que tienen mejores números que nosotros. Nadie espera que estemos a la par de Nueva Zelanda, lo que señalamos es que no es una explicación válida si nos fijamos en economías similares o inferiores a la nuestra.

Lo mismo ocurre con las comorbilidades presentes en la población mexicana, como la diabetes, hipertensión, obesidad, lo que ha dado lugar a la estigmatización de la población que sufre dichas enfermedades. Se puede responder de la misma forma: Si esa fuera la única causa, deberían explicarnos la razón por la que en países con mayor número de personas que presentan ese diagnóstico no tienen nuestra lamentable cifra de muertes. Al respecto, recomiendo el artículo “Covid 19: Balance catastrófico” de Julio Frenk y Octavio Gómez, expertos en el tema, que puede ser consultado en línea en la revista Nexos.

Pero el argumento más utilizado es aquel que ve la única explicación de la crisis en la imprudencia de la sociedad. No podemos negar la responsabilidad individual y colectiva, pero de ninguna manera debemos creer que sólo ahí está el origen de la catástrofe.

Recuerdan a Peña Nieto, cuando dijo que la corrupción era un problema cultural. Así se escuchan los obradoristas, justificando el actuar del gobierno y culpando a la sociedad que “no entiende”.

Curioso, los que antes culpaban a los presidentes de todo lo que ocurría en el país, ahora apelan a la responsabilidad individual. Los muertos de Calderón, los muertos de Peña, les escuchábamos decir. Ahora los epítetos van dirigidos al pueblo sabio cuando conviene, irresponsable cuando haga falta. El cambio está en uno mismo, parecen decirnos. Cómo cambia la gente en dos años, caray.

Dos claras deficiencias del fatal actuar del gobierno. La primera, una pésima comunicación del encargado del control de la pandemia, al que en algún momento le llegamos a decir experto. El 27 de ¡octubre! dijo que “se ha sobreestimado el uso del cubrebocas”. Nada que agregar. El presidente, que sólo se lo pone cuando cruza la frontera norte, ha desestimado también su uso, contra toda la evidencia acumulada hasta ahora. Atroz pedagogía no sólo del jefe de gobierno y del estado mexicano, sino de quien se cree su guía moral y espiritual. La segunda: Sus raquíticos apoyos a los sectores económicos afectados por el encierro, que lo revelan como un neoliberal orgulloso de no adquirir deuda.

A los gobiernos locales, tema para otra columna, se les debe aplicar los mismos parámetros arriba expuestos.

Es absurdo culpar únicamente a los gobiernos de todos los contagios y muertes ocasionadas por el coronavirus. Más absurdo es creer que no tienen ninguna responsabilidad en ello.

El gobierno no es responsable del surgimiento de la pandemia, pero sí de su mal manejo. Esto que digo es una obviedad, pero hay que seguir diciendo las obviedades que sean necesarias para combatir el discurso oficial secundado por sus seguidores en torno a la crisis (las crisis, mejor dicho) que no parece ceder aún con las semanales promesas de vacunas en deseable competencia de mayor efectividad.

Para el presidente todo está bajo control. Somos ejemplo mundial en el manejo de la pandemia, lo dice con una ligereza que sería cómica si no estuviéramos hablando de uno de los países con mayor tasa de letalidad. Pero sus colaboradores y sus radicales simpatizantes saben de la gravedad del problema, por eso echan mano de falacias a la hora de repartir culpas que pueden ser refutadas si se contrasta con la experiencia en otros lugares.

Un argumento recurrente para exentar de responsabilidad al gobierno es que no somos un país de primer mundo. A ello se le puede responder preguntando por qué hay países similares al nuestro que tienen mejores números que nosotros. Nadie espera que estemos a la par de Nueva Zelanda, lo que señalamos es que no es una explicación válida si nos fijamos en economías similares o inferiores a la nuestra.

Lo mismo ocurre con las comorbilidades presentes en la población mexicana, como la diabetes, hipertensión, obesidad, lo que ha dado lugar a la estigmatización de la población que sufre dichas enfermedades. Se puede responder de la misma forma: Si esa fuera la única causa, deberían explicarnos la razón por la que en países con mayor número de personas que presentan ese diagnóstico no tienen nuestra lamentable cifra de muertes. Al respecto, recomiendo el artículo “Covid 19: Balance catastrófico” de Julio Frenk y Octavio Gómez, expertos en el tema, que puede ser consultado en línea en la revista Nexos.

Pero el argumento más utilizado es aquel que ve la única explicación de la crisis en la imprudencia de la sociedad. No podemos negar la responsabilidad individual y colectiva, pero de ninguna manera debemos creer que sólo ahí está el origen de la catástrofe.

Recuerdan a Peña Nieto, cuando dijo que la corrupción era un problema cultural. Así se escuchan los obradoristas, justificando el actuar del gobierno y culpando a la sociedad que “no entiende”.

Curioso, los que antes culpaban a los presidentes de todo lo que ocurría en el país, ahora apelan a la responsabilidad individual. Los muertos de Calderón, los muertos de Peña, les escuchábamos decir. Ahora los epítetos van dirigidos al pueblo sabio cuando conviene, irresponsable cuando haga falta. El cambio está en uno mismo, parecen decirnos. Cómo cambia la gente en dos años, caray.

Dos claras deficiencias del fatal actuar del gobierno. La primera, una pésima comunicación del encargado del control de la pandemia, al que en algún momento le llegamos a decir experto. El 27 de ¡octubre! dijo que “se ha sobreestimado el uso del cubrebocas”. Nada que agregar. El presidente, que sólo se lo pone cuando cruza la frontera norte, ha desestimado también su uso, contra toda la evidencia acumulada hasta ahora. Atroz pedagogía no sólo del jefe de gobierno y del estado mexicano, sino de quien se cree su guía moral y espiritual. La segunda: Sus raquíticos apoyos a los sectores económicos afectados por el encierro, que lo revelan como un neoliberal orgulloso de no adquirir deuda.

A los gobiernos locales, tema para otra columna, se les debe aplicar los mismos parámetros arriba expuestos.