/ lunes 14 de septiembre de 2020

Defectos y cualidades

Todos somos conscientes de nuestros defectos y cualidades. Nos diferenciamos de aquellos que se han ganado la admiración de los demás.

Y es que, como humanos que somos, hay grandes hombres con sus debilidades y con sus deficiencias, que han sabido vencerse a sí mismos. Una persona que desea ser grande, desde temprana edad, imita sin servilismo a quienes reconoce como maestros, como superiores, lanzándose con la fuerza creadora de su propia personalidad a crecer y ser igual o mejor todavía.

Para que un hombre sea realmente feliz es menester que esté contento consigo mismo. Aunque cuántas veces no se puede estar contento consigo mismo si cuando quienes nos circundan no nos permiten gozar de esa satisfacción. Solamente cuando hay progreso y armonía social, el hombre disfruta con dignidad esa paz individual.

Para envejecer feliz, es necesario aprender desde niño el valor del trabajo, las virtudes que nos enaltecen y la importancia de la honradez y la responsabilidad. Así el ser humano trabaja con tenacidad y constancia para sí mismo y para los demás y no precisamente para acumular riqueza. Practicará la virtud, no por temor al suplicio eterno, sino por su afán de ser mejor cada día motivado por la esperanza.

No es posible aspirar a la perfección y renunciar al padecimiento. Tampoco es de humanos sensatos ascender sin estar asegurados por el razonamiento. La sabiduría fluye de la lucha, de la entrega y, el entusiasmo del engrandecimiento.

Hoy en día las relaciones laborales han mejorado mucho y, no son precisamente las leyes las motivadoras de ello. Si no es el conocimiento de la naturaleza humana, con mayor humanidad, la razón por la cual los patrones comprenden que los operarios son más productivos cuando se estimulan y se les reconoce su labor, que cuando simplemente se les paga para su subsistencia y rindan un mejor servicio.

Todos somos conscientes de nuestros defectos y cualidades. Nos diferenciamos de aquellos que se han ganado la admiración de los demás.

Y es que, como humanos que somos, hay grandes hombres con sus debilidades y con sus deficiencias, que han sabido vencerse a sí mismos. Una persona que desea ser grande, desde temprana edad, imita sin servilismo a quienes reconoce como maestros, como superiores, lanzándose con la fuerza creadora de su propia personalidad a crecer y ser igual o mejor todavía.

Para que un hombre sea realmente feliz es menester que esté contento consigo mismo. Aunque cuántas veces no se puede estar contento consigo mismo si cuando quienes nos circundan no nos permiten gozar de esa satisfacción. Solamente cuando hay progreso y armonía social, el hombre disfruta con dignidad esa paz individual.

Para envejecer feliz, es necesario aprender desde niño el valor del trabajo, las virtudes que nos enaltecen y la importancia de la honradez y la responsabilidad. Así el ser humano trabaja con tenacidad y constancia para sí mismo y para los demás y no precisamente para acumular riqueza. Practicará la virtud, no por temor al suplicio eterno, sino por su afán de ser mejor cada día motivado por la esperanza.

No es posible aspirar a la perfección y renunciar al padecimiento. Tampoco es de humanos sensatos ascender sin estar asegurados por el razonamiento. La sabiduría fluye de la lucha, de la entrega y, el entusiasmo del engrandecimiento.

Hoy en día las relaciones laborales han mejorado mucho y, no son precisamente las leyes las motivadoras de ello. Si no es el conocimiento de la naturaleza humana, con mayor humanidad, la razón por la cual los patrones comprenden que los operarios son más productivos cuando se estimulan y se les reconoce su labor, que cuando simplemente se les paga para su subsistencia y rindan un mejor servicio.