/ miércoles 26 de septiembre de 2018

Del Durango tranquilo, al Durango violento

Chava Vázquez nos instaba a entregarle o al menos informarle el material que traíamos para formatear “la primera”, seleccionar “la de ocho” y mandar el resto de notas a interiores.

Debido a las malversaciones en las fechas y la confusión o tergiversación de los hechos, se pierde uno en la noche de los tiempos. No se está seguro si fue lunes, miércoles o viernes, como tampoco se recuerda si era febrero, julio o noviembre.

La lluvia, el frío, los aires u otro incidente causado o propio de la naturaleza, es la guía para ubicarnos en el tiempo y en un lugar determinado. Sirva entonces de justificación lo anterior, para dejar pendientes por ahora los calendarios de los eventos que le contaré, que por cierto son intrascendentes junto o frente al impacto social y la huella o sello que dejaron en la conciencia popular de la época y se han sucedido cronológicamente por las referencias de la prensa o la trasmisión de generación en generación. Para nutrir a los historiadores, sociólogos, psicólogos sociales, criminólogos o investigadores, aquí les decimos.

Era una tarde soleada y apacible de las que caracterizaban a Durango. Los siesteros se aprestaban a su cita con Morfeo, estaban con él o lo acababan de dejar, disfrutaban la modorra. Por la calle Libertad de los setenta, las tienditas esquineras, misceláneas y panaderías recibían los primeros clientes que acudían por el pan, la leche y demás ingredientes para la cena.

Los automóviles y camiones ruteros de San Antonio, Hipódromo, Insurgentes, Panteón o colonia Obrera subían y bajaban a los pasajeros que terminaban las jornadas vespertinas, otros cubrirían los turnos de la noche. Intempestivamente corrió como reguero de pólvora (según frase acuñada y usada ya entonces) un suceso. Fue el asesinato de una familia precisamente en la calle Libertad a unas cuadras de Felipe Pescador con armas de grueso calibre de repetición. Tal vez las famosas USI, madres o abuelas de los cuernos de chivo y R15.

Con esto, hizo su espectacular entrada a Durango la delincuencia organizada. Antes de ese acontecimiento había ajusticiamientos por rencillas familiares con pistolas calibre 45, 38 súper o cuando el rencor ahogaba a los dolientes, de perdido una 22 o de plano muerte a puñaladas. Esta ocasión fueron palabras mayores.

Una noche salí de la prepa nocturna asentada en el edificio central de la UJED en calle Juárez y 5 de Febrero. Traspuse la Plaza de Armas, caminé sobre la banqueta de la acera oriente de Catedral y llegué al número 110 de la calle Juárez entre Negrete y Aquiles Serdán. Para entonces, orgullosamente formaba parte ya de la plantilla de reporteros de “La Voz de Durango”.

Le pregunté a Chava Vázquez Morales, nuestro jefe de redacción, en qué le ayudaba. Tipómetro en la diestra me pidió le ayudara a “formar la nacional”.

Exactamente enfrente del periódico vivía un importante personaje de la Iniciativa Privada en el ramo de los automóviles. Como sucedía día a día, escuchamos el familiar ruido del frenado de su vehículo, detención y descenso para abrir la cochera de su residencia. No volteamos para ver sus maniobras, pero de improviso se escuchó un tropel, voces y forcejeo.

De un salto se paró Chava y me dice “¡qué está pasando!” dicho esto corrió y yo tras de él. Salimos, por cierto en forma imprudente pues no sabíamos si había armas de por medio como veremos a continuación. “¡Qué pasa, qué pasa!”, exclamamos al unísono. Más por instinto, que por volición les hablé a los compañeros del taller. Nuestro movimiento hizo que los de la calle desistieran de subir al hombre, al automóvil que tenían un poco adelante con el motor encendido y emprendieron la huida.

Al poco tiempo se instaló en esa casa, una de los primeros portones eléctricos de la ciudad capital. No lo esperábamos, no lo reclamamos, pero tampoco nunca se dio el más mínimo gesto de agradecimiento; porque sin quererlo, frustramos el primer secuestro en Durango.

Desde las cuatro de la tarde iniciaba el trajinar, ir y venir, tecleo en la sala de redacción del periódico, que al mismo tiempo servía de recepción.

Chava Vázquez nos instaba a entregarle o al menos informarle el material que traíamos para formatear “la primera”, seleccionar “la de ocho” y mandar el resto de notas a interiores. A eso de las seis de la tarde arribó un conocido abogado, con una sonrisa saludó, entró y cerró la puerta de la oficina de don Salvador Nava, nuestro director.

Permanecieron varias horas. Por fin salió el litigante, me llamó el jefe y me preguntó ¿conoces al licenciado que acaba de salir? Asentí y pronuncié el nombre del interfecto. Entre otras cosas el visitante era asesor jurídico de una importante compañía minera que operaba en la sierra. Semanas antes llegó a la planta que al mismo tiempo servía de casa y oficinas de la empresa, en sus yacimientos, un grupo de gente armada que se identificaron como agentes de la policía judicial del estado. Era ya tarde por lo cual solicitaron y se les concedió alojamiento; se les atendió como invitados especiales. Ya de mañana “El Gringo”, dueño de la fuente de trabajo, se dirigía a la avioneta que él mismo pilotaba con intenciones de despegar.

El que fungía como jefe lo detuvo y lo interrogó respecto de unos paquetes de marihuana que habían detectado en las instalaciones. El industrial le contestó no saber de qué hablaban; lo suyo era el mineral, más bonancible que cualquier otro producto de la región, incluyendo el enervante. El judicial sintetizó la solución que era muy fácil, la entrega de medio millón de pesos para que todo quedara como un malentendido.

Entenderán que no traigo encima esa cantidad, acotó el norteamericano, pero prometió venir a Durango y llevar el dinero. En vez de esto se presentó con nuestro amigo el abogado y posteriormente con el gobernador Páez Urquidi. Se procedió contra los malhechores, que resultaron ser una “volanta” de la corporación, se procesaron por un delito menor, salieron bajo fianza previo depósito de una cantidad irrisoria en comparación con la gravedad del delito.

Jamás se les volvió a molestar. Investigamos el asunto, que con inusitado hermetismo se ventilaba en el juzgado tercero penal ahí en la “peni”, penitenciaría del estado, ahora amplio centro comercial. Al menos en forma descarada, con esa fecha se institucionalizó la extorsión.

Chava Vázquez nos instaba a entregarle o al menos informarle el material que traíamos para formatear “la primera”, seleccionar “la de ocho” y mandar el resto de notas a interiores.

Debido a las malversaciones en las fechas y la confusión o tergiversación de los hechos, se pierde uno en la noche de los tiempos. No se está seguro si fue lunes, miércoles o viernes, como tampoco se recuerda si era febrero, julio o noviembre.

La lluvia, el frío, los aires u otro incidente causado o propio de la naturaleza, es la guía para ubicarnos en el tiempo y en un lugar determinado. Sirva entonces de justificación lo anterior, para dejar pendientes por ahora los calendarios de los eventos que le contaré, que por cierto son intrascendentes junto o frente al impacto social y la huella o sello que dejaron en la conciencia popular de la época y se han sucedido cronológicamente por las referencias de la prensa o la trasmisión de generación en generación. Para nutrir a los historiadores, sociólogos, psicólogos sociales, criminólogos o investigadores, aquí les decimos.

Era una tarde soleada y apacible de las que caracterizaban a Durango. Los siesteros se aprestaban a su cita con Morfeo, estaban con él o lo acababan de dejar, disfrutaban la modorra. Por la calle Libertad de los setenta, las tienditas esquineras, misceláneas y panaderías recibían los primeros clientes que acudían por el pan, la leche y demás ingredientes para la cena.

Los automóviles y camiones ruteros de San Antonio, Hipódromo, Insurgentes, Panteón o colonia Obrera subían y bajaban a los pasajeros que terminaban las jornadas vespertinas, otros cubrirían los turnos de la noche. Intempestivamente corrió como reguero de pólvora (según frase acuñada y usada ya entonces) un suceso. Fue el asesinato de una familia precisamente en la calle Libertad a unas cuadras de Felipe Pescador con armas de grueso calibre de repetición. Tal vez las famosas USI, madres o abuelas de los cuernos de chivo y R15.

Con esto, hizo su espectacular entrada a Durango la delincuencia organizada. Antes de ese acontecimiento había ajusticiamientos por rencillas familiares con pistolas calibre 45, 38 súper o cuando el rencor ahogaba a los dolientes, de perdido una 22 o de plano muerte a puñaladas. Esta ocasión fueron palabras mayores.

Una noche salí de la prepa nocturna asentada en el edificio central de la UJED en calle Juárez y 5 de Febrero. Traspuse la Plaza de Armas, caminé sobre la banqueta de la acera oriente de Catedral y llegué al número 110 de la calle Juárez entre Negrete y Aquiles Serdán. Para entonces, orgullosamente formaba parte ya de la plantilla de reporteros de “La Voz de Durango”.

Le pregunté a Chava Vázquez Morales, nuestro jefe de redacción, en qué le ayudaba. Tipómetro en la diestra me pidió le ayudara a “formar la nacional”.

Exactamente enfrente del periódico vivía un importante personaje de la Iniciativa Privada en el ramo de los automóviles. Como sucedía día a día, escuchamos el familiar ruido del frenado de su vehículo, detención y descenso para abrir la cochera de su residencia. No volteamos para ver sus maniobras, pero de improviso se escuchó un tropel, voces y forcejeo.

De un salto se paró Chava y me dice “¡qué está pasando!” dicho esto corrió y yo tras de él. Salimos, por cierto en forma imprudente pues no sabíamos si había armas de por medio como veremos a continuación. “¡Qué pasa, qué pasa!”, exclamamos al unísono. Más por instinto, que por volición les hablé a los compañeros del taller. Nuestro movimiento hizo que los de la calle desistieran de subir al hombre, al automóvil que tenían un poco adelante con el motor encendido y emprendieron la huida.

Al poco tiempo se instaló en esa casa, una de los primeros portones eléctricos de la ciudad capital. No lo esperábamos, no lo reclamamos, pero tampoco nunca se dio el más mínimo gesto de agradecimiento; porque sin quererlo, frustramos el primer secuestro en Durango.

Desde las cuatro de la tarde iniciaba el trajinar, ir y venir, tecleo en la sala de redacción del periódico, que al mismo tiempo servía de recepción.

Chava Vázquez nos instaba a entregarle o al menos informarle el material que traíamos para formatear “la primera”, seleccionar “la de ocho” y mandar el resto de notas a interiores. A eso de las seis de la tarde arribó un conocido abogado, con una sonrisa saludó, entró y cerró la puerta de la oficina de don Salvador Nava, nuestro director.

Permanecieron varias horas. Por fin salió el litigante, me llamó el jefe y me preguntó ¿conoces al licenciado que acaba de salir? Asentí y pronuncié el nombre del interfecto. Entre otras cosas el visitante era asesor jurídico de una importante compañía minera que operaba en la sierra. Semanas antes llegó a la planta que al mismo tiempo servía de casa y oficinas de la empresa, en sus yacimientos, un grupo de gente armada que se identificaron como agentes de la policía judicial del estado. Era ya tarde por lo cual solicitaron y se les concedió alojamiento; se les atendió como invitados especiales. Ya de mañana “El Gringo”, dueño de la fuente de trabajo, se dirigía a la avioneta que él mismo pilotaba con intenciones de despegar.

El que fungía como jefe lo detuvo y lo interrogó respecto de unos paquetes de marihuana que habían detectado en las instalaciones. El industrial le contestó no saber de qué hablaban; lo suyo era el mineral, más bonancible que cualquier otro producto de la región, incluyendo el enervante. El judicial sintetizó la solución que era muy fácil, la entrega de medio millón de pesos para que todo quedara como un malentendido.

Entenderán que no traigo encima esa cantidad, acotó el norteamericano, pero prometió venir a Durango y llevar el dinero. En vez de esto se presentó con nuestro amigo el abogado y posteriormente con el gobernador Páez Urquidi. Se procedió contra los malhechores, que resultaron ser una “volanta” de la corporación, se procesaron por un delito menor, salieron bajo fianza previo depósito de una cantidad irrisoria en comparación con la gravedad del delito.

Jamás se les volvió a molestar. Investigamos el asunto, que con inusitado hermetismo se ventilaba en el juzgado tercero penal ahí en la “peni”, penitenciaría del estado, ahora amplio centro comercial. Al menos en forma descarada, con esa fecha se institucionalizó la extorsión.