/ sábado 14 de mayo de 2022

Desigualdad e inmunizaciones

Una de las grandes cuestiones de cara a las pandemias futuras -porque queda más que claro que el Covid-19 no será la última de las emergencias sanitarias que les tocará vivir a las generaciones contemporáneas- es el tema de la desigualdad en general que traerán consigo y la iniquidad que, concretamente, se ha presentado en la vacunación del coronavirus SARS-COV-2.

Muchos errores se cometieron en el proceso y, todavía al día de hoy, no logran remediarse por entero. Aunque se trate de temas de los cuales ya no quisiéramos estar hablando tras más de dos años de encierro, fastidio, riesgos, peligros y cansancio no sólo físico sino mental, resulta por demás relevante tener el adecuado sentido de prevención y anticipación por lo que respecta a las crisis de salud pública del futuro.

De lo contrario, muchas de las lecciones que parecen haber llegado para nuestro aprendizaje simplemente quedarán en el tintero, con un claro perjuicio generacional venidero.

Tal y como indica la muy relevante organización no gubernamental de la sociedad civil Amnistía Internacional en su informe sobre la situación de los derechos humanos en el mundo 2021-2022, los gobiernos han fracasado en términos de organización y logística para apoyar una cobertura global de inmunizaciones. El acaparamiento que algunas potencias hicieron de los biológicos en cuanto éstos empezaron a producirse es una muestra palmaria de lo mucho que hay que mejorar cuando hablemos de una justa distribución de las vacunas como bienes fundamentales, recurriendo a la terminología del eminente jurista, filósofo e intelectual italiano Luigi Ferrajoli.

Al menos 5.5 millones de personas habían fallecido para finales de 2021. En un momento donde urgían las vacunas a lo largo y ancho del orbe, países ricos poseían millones de ellas, en detrimento de otros carentes de tales condiciones económicas. Asimismo, anteponiendo intereses económicos a la vida de muchas personas en el planeta, las vacunas no se liberaron y la propiedad intelectual fue el pretexto idóneo para que tales países ricos en contubernio con algunas farmacéuticas lucraran con la necesidad social en instantes absolutamente críticos.

Si bien es cierto que los fármacos se produjeron en tiempo récord, sacando provecho de algunas de las aristas positivas del fenómeno globalizador, del progreso científico y de los avances investigativos en términos médicos, el acaparamiento al que hemos hecho referencia redundó en una falta de empatía, solidaridad, justicia e igualdad en todo el mundo, sobre todo en países en vías de desarrollo, tal y como se afirmaba con anterioridad.

El monopolio de la producción de vacunas, la propiedad intelectual ya aludida y el bloqueo de transferencia de tecnología se dio justo cuando no debió acontecer, con toda la carga ética y moral que ello conlleva. Refugiados, migrantes y desplazados, al decir también de Amnistía Internacional, fueron algunos de los grupos vulnerables que fueron afectados drásticamente en la pandemia, lo cual erosionó aún más su ya de por sí frágil esfera de derechos humanos.

La aspiración al final del día, como sostuvo la extraordinaria pensadora marxista Rosa Luxemburgo, es tener “un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”. La igualdad, en esta tónica, debe reivindicarse al máximo porque lo que está de por medio es el conjunto de nuestros derechos fundamentales y libertades públicas. La solidaridad, así, es un eje y directriz absolutamente básica para la consecución de la justicia social.


Una de las grandes cuestiones de cara a las pandemias futuras -porque queda más que claro que el Covid-19 no será la última de las emergencias sanitarias que les tocará vivir a las generaciones contemporáneas- es el tema de la desigualdad en general que traerán consigo y la iniquidad que, concretamente, se ha presentado en la vacunación del coronavirus SARS-COV-2.

Muchos errores se cometieron en el proceso y, todavía al día de hoy, no logran remediarse por entero. Aunque se trate de temas de los cuales ya no quisiéramos estar hablando tras más de dos años de encierro, fastidio, riesgos, peligros y cansancio no sólo físico sino mental, resulta por demás relevante tener el adecuado sentido de prevención y anticipación por lo que respecta a las crisis de salud pública del futuro.

De lo contrario, muchas de las lecciones que parecen haber llegado para nuestro aprendizaje simplemente quedarán en el tintero, con un claro perjuicio generacional venidero.

Tal y como indica la muy relevante organización no gubernamental de la sociedad civil Amnistía Internacional en su informe sobre la situación de los derechos humanos en el mundo 2021-2022, los gobiernos han fracasado en términos de organización y logística para apoyar una cobertura global de inmunizaciones. El acaparamiento que algunas potencias hicieron de los biológicos en cuanto éstos empezaron a producirse es una muestra palmaria de lo mucho que hay que mejorar cuando hablemos de una justa distribución de las vacunas como bienes fundamentales, recurriendo a la terminología del eminente jurista, filósofo e intelectual italiano Luigi Ferrajoli.

Al menos 5.5 millones de personas habían fallecido para finales de 2021. En un momento donde urgían las vacunas a lo largo y ancho del orbe, países ricos poseían millones de ellas, en detrimento de otros carentes de tales condiciones económicas. Asimismo, anteponiendo intereses económicos a la vida de muchas personas en el planeta, las vacunas no se liberaron y la propiedad intelectual fue el pretexto idóneo para que tales países ricos en contubernio con algunas farmacéuticas lucraran con la necesidad social en instantes absolutamente críticos.

Si bien es cierto que los fármacos se produjeron en tiempo récord, sacando provecho de algunas de las aristas positivas del fenómeno globalizador, del progreso científico y de los avances investigativos en términos médicos, el acaparamiento al que hemos hecho referencia redundó en una falta de empatía, solidaridad, justicia e igualdad en todo el mundo, sobre todo en países en vías de desarrollo, tal y como se afirmaba con anterioridad.

El monopolio de la producción de vacunas, la propiedad intelectual ya aludida y el bloqueo de transferencia de tecnología se dio justo cuando no debió acontecer, con toda la carga ética y moral que ello conlleva. Refugiados, migrantes y desplazados, al decir también de Amnistía Internacional, fueron algunos de los grupos vulnerables que fueron afectados drásticamente en la pandemia, lo cual erosionó aún más su ya de por sí frágil esfera de derechos humanos.

La aspiración al final del día, como sostuvo la extraordinaria pensadora marxista Rosa Luxemburgo, es tener “un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”. La igualdad, en esta tónica, debe reivindicarse al máximo porque lo que está de por medio es el conjunto de nuestros derechos fundamentales y libertades públicas. La solidaridad, así, es un eje y directriz absolutamente básica para la consecución de la justicia social.