/ domingo 18 de agosto de 2019

El adolescente es rebelde y cuestionador

El adolescente es rebelde y cuestionador, pero sólo en la superficie, pues bajo estas conductas y actitudes negativas existe una profunda confusión: no sólo está viviendo cambios físicos, sino que ya empieza a percibir el mundo de una manera distinta y se da cuenta de situaciones que antes no advertía, en especial su mundo interno, sus pensamientos, opiniones y valores morales.

Ahora comienza a ver la vida con ojos propios y, al no coincidir con el mundo que le habían inducido sus padres, en ocasiones se siente defraudado. En otras palabras, va descubriendo que la vida no es tan fácil como la había entendido y se resiste, reclama porque ya no lo tratan igual, se insubordina y cree que mejor es emanciparse: todo porque aún no tiene la madurez suficiente.

Siente la necesidad de ser independiente y autónomo, le molesta estar con los adultos y busca la compañía de otros jóvenes de su edad, con quienes sufren el mismo conflicto.

Pretenden ser adultos pero todavía no logran ser responsables de sus actos, pero sí quieren que se respeten sus decisiones y les toleren sus errores; también esperan que se les siga atendiendo, que se les cuide y en ocasiones hasta que sus padres les resuelvan todos sus problemas.

No sólo se vuelven intolerantes con su familia sino también con sus amistades más cercanas. Estoy hablando de las actitudes que de manera general asumen los adolescentes, unos más y otros menos y, esta etapa de la adolescencia abarca desde los 12 hasta los 18 años y de nosotros los adultos mayores depende saberlos corregir para que más pronto superen esta etapa.

Una de las características generales es la de enfrentar la prohibición de algunas de sus actividades favoritas con berrinches o chantajes o, reaccionando con rebeldía, desobedeciendo y enfrentándose a sus padres incluso criticándolos. Su berrinche, a fin de cuentas, no es más que la expresión de impotencia de quienes se saben dependientes y sin recursos para afrontar su situación solos.

Los adultos debemos de entender que discutir a fuerzas con un adolescente es casi imposible, porque siempre ha de ganar, no habrá maneras de convencerlo y, las discusiones terminan con el enojo de los padres y del adolescente, con un porte autoritario de los padres y una actitud irritable del hijo.

Los padres también están confundidos, se sienten con todo el poder y el derecho de tratarlo como les de su gana, porque es su hijo, muy suyo, se olvidan o no saben que Dios solamente nos los prestó y nos dio la responsabilidad de formarlos, guiarlos, educarlos y prepararlos para que sepan enfrentarse a la vida. O sea que se está dando el surgimiento de una nueva persona adulta, que sepa estructurar sus propios pensamientos de forma correcta y posible e inicien su aventura por la vida

Social y espiritualmente cuantos errores cometemos los padres de familia al corregir y guiar a nuestros hijos. El disparate más grande que cometemos es el de querer enderezarlos a golpes, a trancazos como se dice comúnmente, sin siquiera razonar que lo único que vamos a lograr es hacerlos más rebeldes, sembrarles odio y que el día de mañana se vayan a convertir en unos inútiles porque no sienten amor, vocación por servir. Incluso unos perdidos que en cuantos casos se les ha orillado hasta el suicidio.

Ya no son los tiempos de antes, ahora estamos más humanamente civilizados. Dirán que a nosotros así nos formaron y no nos echamos a perder. Gracias a Dios; pero poco a poco va dando inteligencia a la humanidad para que entendamos que nuestros hijos son obra de Dios y tenemos el compromiso de corregirlos y guiarlos por el mejor camino para que lleguen a ser personas de bien, pero nunca, jamás a golpes.

Hay que formar con equilibrio: ni muy muy, ni tan tan. Saber escucharlos, saber comprenderlos, darles oportunidad y ayudarlos a que, vayan teniendo y respetándoles iniciativas, aprendiendo de los retos que tienen que vencer. Darles amor, reconocerles cuando se portan bien y cuando hacen bien las cosas; que amen su trabajo, su estudio; que amen a su prójimo y con ello al Creador del Infinito. Esto no quiere decir que hay que consentirlos y dejarlos que hagan lo que quieran. Sino que vayan asumiendo su deber porque a la vida llegamos con una misión y tenemos que enfrentarnos a ella.

Y así como se les concede méritos cuando cumplen y se portan bien, también hay que corregirlos cuando se portan mal, pero no a trancazos porque son seres humanos con alma, vida y corazón que con amor nos ha depositado Dios. Que ellos comprendan que la corrección se la merecieron y que les sirva de lección para que rectifiquen su camino. Nuestros hijos tienen que llegar a ser mejores que nosotros y sentirnos orgullosos de ellos dándole gracias al cielo por la felicidad que nos dieron.

Porque de nosotros como padres mucho depende el que nuestros hijos alcancen el bienestar que se merecen. Ya cuando terminen su formación, entonces sí, dejarlos que emprendan el vuelo, pero ya van preparados con la armas de su intelecto y su corazón para luchar y triunfar en la vida. Nuestra recompensa será verlos felices desde donde quiera que estemos y poder decirle a Dios Nuestro Señor: hemos cumplido.

El adolescente es rebelde y cuestionador, pero sólo en la superficie, pues bajo estas conductas y actitudes negativas existe una profunda confusión: no sólo está viviendo cambios físicos, sino que ya empieza a percibir el mundo de una manera distinta y se da cuenta de situaciones que antes no advertía, en especial su mundo interno, sus pensamientos, opiniones y valores morales.

Ahora comienza a ver la vida con ojos propios y, al no coincidir con el mundo que le habían inducido sus padres, en ocasiones se siente defraudado. En otras palabras, va descubriendo que la vida no es tan fácil como la había entendido y se resiste, reclama porque ya no lo tratan igual, se insubordina y cree que mejor es emanciparse: todo porque aún no tiene la madurez suficiente.

Siente la necesidad de ser independiente y autónomo, le molesta estar con los adultos y busca la compañía de otros jóvenes de su edad, con quienes sufren el mismo conflicto.

Pretenden ser adultos pero todavía no logran ser responsables de sus actos, pero sí quieren que se respeten sus decisiones y les toleren sus errores; también esperan que se les siga atendiendo, que se les cuide y en ocasiones hasta que sus padres les resuelvan todos sus problemas.

No sólo se vuelven intolerantes con su familia sino también con sus amistades más cercanas. Estoy hablando de las actitudes que de manera general asumen los adolescentes, unos más y otros menos y, esta etapa de la adolescencia abarca desde los 12 hasta los 18 años y de nosotros los adultos mayores depende saberlos corregir para que más pronto superen esta etapa.

Una de las características generales es la de enfrentar la prohibición de algunas de sus actividades favoritas con berrinches o chantajes o, reaccionando con rebeldía, desobedeciendo y enfrentándose a sus padres incluso criticándolos. Su berrinche, a fin de cuentas, no es más que la expresión de impotencia de quienes se saben dependientes y sin recursos para afrontar su situación solos.

Los adultos debemos de entender que discutir a fuerzas con un adolescente es casi imposible, porque siempre ha de ganar, no habrá maneras de convencerlo y, las discusiones terminan con el enojo de los padres y del adolescente, con un porte autoritario de los padres y una actitud irritable del hijo.

Los padres también están confundidos, se sienten con todo el poder y el derecho de tratarlo como les de su gana, porque es su hijo, muy suyo, se olvidan o no saben que Dios solamente nos los prestó y nos dio la responsabilidad de formarlos, guiarlos, educarlos y prepararlos para que sepan enfrentarse a la vida. O sea que se está dando el surgimiento de una nueva persona adulta, que sepa estructurar sus propios pensamientos de forma correcta y posible e inicien su aventura por la vida

Social y espiritualmente cuantos errores cometemos los padres de familia al corregir y guiar a nuestros hijos. El disparate más grande que cometemos es el de querer enderezarlos a golpes, a trancazos como se dice comúnmente, sin siquiera razonar que lo único que vamos a lograr es hacerlos más rebeldes, sembrarles odio y que el día de mañana se vayan a convertir en unos inútiles porque no sienten amor, vocación por servir. Incluso unos perdidos que en cuantos casos se les ha orillado hasta el suicidio.

Ya no son los tiempos de antes, ahora estamos más humanamente civilizados. Dirán que a nosotros así nos formaron y no nos echamos a perder. Gracias a Dios; pero poco a poco va dando inteligencia a la humanidad para que entendamos que nuestros hijos son obra de Dios y tenemos el compromiso de corregirlos y guiarlos por el mejor camino para que lleguen a ser personas de bien, pero nunca, jamás a golpes.

Hay que formar con equilibrio: ni muy muy, ni tan tan. Saber escucharlos, saber comprenderlos, darles oportunidad y ayudarlos a que, vayan teniendo y respetándoles iniciativas, aprendiendo de los retos que tienen que vencer. Darles amor, reconocerles cuando se portan bien y cuando hacen bien las cosas; que amen su trabajo, su estudio; que amen a su prójimo y con ello al Creador del Infinito. Esto no quiere decir que hay que consentirlos y dejarlos que hagan lo que quieran. Sino que vayan asumiendo su deber porque a la vida llegamos con una misión y tenemos que enfrentarnos a ella.

Y así como se les concede méritos cuando cumplen y se portan bien, también hay que corregirlos cuando se portan mal, pero no a trancazos porque son seres humanos con alma, vida y corazón que con amor nos ha depositado Dios. Que ellos comprendan que la corrección se la merecieron y que les sirva de lección para que rectifiquen su camino. Nuestros hijos tienen que llegar a ser mejores que nosotros y sentirnos orgullosos de ellos dándole gracias al cielo por la felicidad que nos dieron.

Porque de nosotros como padres mucho depende el que nuestros hijos alcancen el bienestar que se merecen. Ya cuando terminen su formación, entonces sí, dejarlos que emprendan el vuelo, pero ya van preparados con la armas de su intelecto y su corazón para luchar y triunfar en la vida. Nuestra recompensa será verlos felices desde donde quiera que estemos y poder decirle a Dios Nuestro Señor: hemos cumplido.