/ sábado 8 de agosto de 2020

El alto costo de los malos hábitos alimenticios

Entre varias de las lecciones que nos transmite la pandemia que padecemos, destaca la reflexión en los ámbitos personal, familiar y colectivo, sobre la índole de nuestros hábitos alimenticios; el confinamiento nos ha permitido dimensionar la necesidad que tenemos de mejorar nuestra calidad de vida mediante una alimentación suficiente y nutritiva. De hecho, ya comienzan a darse acciones en nuestro país con la pretensión de modificar los patrones alimenticios que actualmente nos sitúan como un país sedentario, con proclividad a la obesidad y a la diabetes que afecta nuestra calidad de vida, además de debilitar la capacidad de respuesta oportuna y de calidad del sector salud, de por sí sustancialmente frágil.

El reciente estudio realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), “La pesada carga de la obesidad: La economía de la prevención”, revela que en nuestro país el 72.5% de los adultos tiene sobrepeso u obesidad, en tanto que un 13% padece diabetes; lo que representa colocarnos por encima del doble del promedio de los países que integran este organismo internacional para el que México representa un caso preocupante al duplicarse durante los últimos diez años las cifras de obesidad infantil al pasar de 7.5% al 15%.

Además de representar una cortapisa para el manejo sanitario de la pandemia por ser unas de las comorbilidades que afectan la evolución de pacientes contagiados con Covid-19, la obesidad y la diabetes también significan afectaciones en el desempeño económico del país: le cuestan a México el 5.3% de su PIB, frente al 3.3% de los otros países miembros de la OCDE. En caso de revertir esta tendencia se podría evitar erogar a partir de ahora, hasta el año 2050 cerca de 2 mil millones de pesos al año, que podrían destinarse a atender y evitar otras enfermedades crónicas que nos aquejan.

Oaxaca es el primer estado que ha prohibido la venta de bebidas azucaradas y alimentos chatarra a menores de edad a pesar de la gran controversia que desde la perspectiva empresarial se ha vertido sobre el asunto. Está claro que la prohibición no evita el consumo; es en la educación donde está la oportunidad, la semilla y tierra fértil para cosechar mejores frutos; en la formación integral de niños y jóvenes es donde podemos encontrar la mejor eventualidad, pero hay una realidad que no podemos dejar de ver: Oaxaca ocupa el primer lugar en obesidad infantil según la Organización Mundial de la Salud y el 70% de sus niños de primaria en zonas rurales desayuna con refresco.

Independientemente de que se discuta si la prevalencia de diabetes está directamente relacionada con la mortandad en México por el coronavirus o se trata de una discusión politizada por el mal manejo de la pandemia, es innegable que estamos ante una buena oportunidad para incidir en la educación nutricional de los niños y cambiar no sólo su calidad de vida, sino la del sector salud que necesita fortalecer sus servicios y reforzar sus acciones en materia de prevención.

Estamos ante un enorme desafío: mejorar los hábitos de los mexicanos que tienen como una de sus preferencias el refresco y las bebidas azucaradas, a pesar de que somos uno de los cuatro países de la OCDE que han introducido el etiquetado de alimentos como obligatorio y que podría servir de base para tener mejores resultados preventorios.

Los logros dependen de todos. Es imprescindible una campaña de concientización en la que se involucren los tres órdenes de gobierno y sea respaldada por una sociedad más consciente, informada y sobre todo más resiliente ante los tiempos que corren.

Como dijo Fernando Savater: “La educación es la única posibilidad de una revolución sin sangre, no violenta y en profundidad de nuestra cultura y nuestros valores”. Modificar los hábitos alimenticios será un referente de evaluación en el futuro para ilustrar si fuimos capaces de tomar la crisis como oportunidad para emprender grandes cambios que nos urge afrontar con seriedad.

Entre varias de las lecciones que nos transmite la pandemia que padecemos, destaca la reflexión en los ámbitos personal, familiar y colectivo, sobre la índole de nuestros hábitos alimenticios; el confinamiento nos ha permitido dimensionar la necesidad que tenemos de mejorar nuestra calidad de vida mediante una alimentación suficiente y nutritiva. De hecho, ya comienzan a darse acciones en nuestro país con la pretensión de modificar los patrones alimenticios que actualmente nos sitúan como un país sedentario, con proclividad a la obesidad y a la diabetes que afecta nuestra calidad de vida, además de debilitar la capacidad de respuesta oportuna y de calidad del sector salud, de por sí sustancialmente frágil.

El reciente estudio realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), “La pesada carga de la obesidad: La economía de la prevención”, revela que en nuestro país el 72.5% de los adultos tiene sobrepeso u obesidad, en tanto que un 13% padece diabetes; lo que representa colocarnos por encima del doble del promedio de los países que integran este organismo internacional para el que México representa un caso preocupante al duplicarse durante los últimos diez años las cifras de obesidad infantil al pasar de 7.5% al 15%.

Además de representar una cortapisa para el manejo sanitario de la pandemia por ser unas de las comorbilidades que afectan la evolución de pacientes contagiados con Covid-19, la obesidad y la diabetes también significan afectaciones en el desempeño económico del país: le cuestan a México el 5.3% de su PIB, frente al 3.3% de los otros países miembros de la OCDE. En caso de revertir esta tendencia se podría evitar erogar a partir de ahora, hasta el año 2050 cerca de 2 mil millones de pesos al año, que podrían destinarse a atender y evitar otras enfermedades crónicas que nos aquejan.

Oaxaca es el primer estado que ha prohibido la venta de bebidas azucaradas y alimentos chatarra a menores de edad a pesar de la gran controversia que desde la perspectiva empresarial se ha vertido sobre el asunto. Está claro que la prohibición no evita el consumo; es en la educación donde está la oportunidad, la semilla y tierra fértil para cosechar mejores frutos; en la formación integral de niños y jóvenes es donde podemos encontrar la mejor eventualidad, pero hay una realidad que no podemos dejar de ver: Oaxaca ocupa el primer lugar en obesidad infantil según la Organización Mundial de la Salud y el 70% de sus niños de primaria en zonas rurales desayuna con refresco.

Independientemente de que se discuta si la prevalencia de diabetes está directamente relacionada con la mortandad en México por el coronavirus o se trata de una discusión politizada por el mal manejo de la pandemia, es innegable que estamos ante una buena oportunidad para incidir en la educación nutricional de los niños y cambiar no sólo su calidad de vida, sino la del sector salud que necesita fortalecer sus servicios y reforzar sus acciones en materia de prevención.

Estamos ante un enorme desafío: mejorar los hábitos de los mexicanos que tienen como una de sus preferencias el refresco y las bebidas azucaradas, a pesar de que somos uno de los cuatro países de la OCDE que han introducido el etiquetado de alimentos como obligatorio y que podría servir de base para tener mejores resultados preventorios.

Los logros dependen de todos. Es imprescindible una campaña de concientización en la que se involucren los tres órdenes de gobierno y sea respaldada por una sociedad más consciente, informada y sobre todo más resiliente ante los tiempos que corren.

Como dijo Fernando Savater: “La educación es la única posibilidad de una revolución sin sangre, no violenta y en profundidad de nuestra cultura y nuestros valores”. Modificar los hábitos alimenticios será un referente de evaluación en el futuro para ilustrar si fuimos capaces de tomar la crisis como oportunidad para emprender grandes cambios que nos urge afrontar con seriedad.