/ sábado 14 de noviembre de 2020

El ascenso del adorador

¿Has experimentado alguna vez el conflicto ético de por qué prosperan los “malvados”?

Esa es la tesis de Asaf en el salmo 73, mismo que analizamos la pasada semana en este espacio bajo el título “El descenso del religioso”.

Seguramente nos identificamos con el salmista en la envidia que sentía por esa gente, en la desilusión que propone ese dilema, tal vez nos sentimos reprimidos como él por no poder expresarnos adecuadamente y claro que pudimos haber caído en la tan temida amargura. La pregunta es ¿cómo salir de allí?

El mismo Asaf nos da la respuesta: “Cuando entré al santuario” (73.17). No serán las reglas de una fría religión la que nos saque de ese “hoyo” sino el goce de una genuina relación con Dios basada en la confianza. Relación que como dijimos, sólo es posible a través de la reconciliación que nos ofrece Cristo desde la cruz. Y partir de allí podemos encontrar en el salmo 37 un camino de ascenso que denominaremos “el ascenso del adorador”.

Este ascenso comienza con “deleitarse” (1):“deléitate en el Señor y él te concederá los deseos de tu corazón” (37.4). La preocupación es la enemiga del deleite. El deleite viene por saber que Dios está en control de todo. Aún en medio de una situación tan incierta como la que estamos viviendo globalmente en la actualidad. “Entrega al Señor todo lo que haces, confía en él y él te ayudará” (37.5) “Encomendar” (2) al Señor intencionalmente nuestros planes, es una señal concreta de confianza, esto no nos exime de planificar, pero nos guarda del peligro de la autoconfianza.

Quédate quieto en la presencia del Señor y espera con paciencia a que él actúe” (37.7). Esta es la parte más difícil, “Guardar silencio” (3) traduce la versión antigua. La disciplina del silencio es una de las más difíciles de ejercitarse, porque se nos hace muy fácil opinar, juzgar, “despotricar”. Ni se diga lo que comporta “esperar” (4); ¡qué difícil! Queremos que las cosas se solucionen rápido, máxime en esta era de lo “instantáneo”. Nos roba la paz atravesar procesos, tener que esperar.

Al final del túnel siempre se ve la luz: “No pierdas los estribos que eso únicamente causa daño, pues los perversos serán destruidos, pero los que confían en el Señor poseerán la tierra” (37.8b,9) El ascenso del adorador no es para personas desentendidas de la realidad, sino para los que al experimentar su presencia podemos deleitarnos, encomendarnos, guardar silencio y aprender a esperar; sólo así “poseeremos la tierra”, es decir viviremos en el ámbito de la seguridad, amor y compañerismo que nos ofrece Dios.

¿Has experimentado alguna vez el conflicto ético de por qué prosperan los “malvados”?

Esa es la tesis de Asaf en el salmo 73, mismo que analizamos la pasada semana en este espacio bajo el título “El descenso del religioso”.

Seguramente nos identificamos con el salmista en la envidia que sentía por esa gente, en la desilusión que propone ese dilema, tal vez nos sentimos reprimidos como él por no poder expresarnos adecuadamente y claro que pudimos haber caído en la tan temida amargura. La pregunta es ¿cómo salir de allí?

El mismo Asaf nos da la respuesta: “Cuando entré al santuario” (73.17). No serán las reglas de una fría religión la que nos saque de ese “hoyo” sino el goce de una genuina relación con Dios basada en la confianza. Relación que como dijimos, sólo es posible a través de la reconciliación que nos ofrece Cristo desde la cruz. Y partir de allí podemos encontrar en el salmo 37 un camino de ascenso que denominaremos “el ascenso del adorador”.

Este ascenso comienza con “deleitarse” (1):“deléitate en el Señor y él te concederá los deseos de tu corazón” (37.4). La preocupación es la enemiga del deleite. El deleite viene por saber que Dios está en control de todo. Aún en medio de una situación tan incierta como la que estamos viviendo globalmente en la actualidad. “Entrega al Señor todo lo que haces, confía en él y él te ayudará” (37.5) “Encomendar” (2) al Señor intencionalmente nuestros planes, es una señal concreta de confianza, esto no nos exime de planificar, pero nos guarda del peligro de la autoconfianza.

Quédate quieto en la presencia del Señor y espera con paciencia a que él actúe” (37.7). Esta es la parte más difícil, “Guardar silencio” (3) traduce la versión antigua. La disciplina del silencio es una de las más difíciles de ejercitarse, porque se nos hace muy fácil opinar, juzgar, “despotricar”. Ni se diga lo que comporta “esperar” (4); ¡qué difícil! Queremos que las cosas se solucionen rápido, máxime en esta era de lo “instantáneo”. Nos roba la paz atravesar procesos, tener que esperar.

Al final del túnel siempre se ve la luz: “No pierdas los estribos que eso únicamente causa daño, pues los perversos serán destruidos, pero los que confían en el Señor poseerán la tierra” (37.8b,9) El ascenso del adorador no es para personas desentendidas de la realidad, sino para los que al experimentar su presencia podemos deleitarnos, encomendarnos, guardar silencio y aprender a esperar; sólo así “poseeremos la tierra”, es decir viviremos en el ámbito de la seguridad, amor y compañerismo que nos ofrece Dios.

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