/ lunes 23 de noviembre de 2020

El caso Cienfuegos será prueba de fuego

Todas las fuentes han enviado un mensaje increíblemente frívolo, donde dudan que las autoridades mexicanas, pasen esa prueba de fuego, lo que aprovechan tendenciosamente para eludir las razones de fondo que por supuesto conocen, pero fingen demencia y se alegran de que la manzana envenenada no sea tocada.

Quizá me cueste dimensionar la fuerza que hay en el precepto del honor militar, algo de eso hay, sin duda. Pero tampoco es premisa que tengamos que dejar que nos traspase, porque muchos de sus elementos lo han puesto en entredicho. Pero una vez reivindicada esa parte, el discurso militar retoma su compromiso inalienable de servir a la patria, así como refrendar los principios de lealtad y obediencia al presidente, descartando los rumores de protagonismos e insubordinación discreta.

Qué hacer ahora, que las autoridades estadounidenses han decidido regresar a Cienfuegos a México, después que lo aprehendieron bajo acusaciones muy graves, que por supuesto enlodaron su integridad y que ahora corresponde a las autoridades mexicanas limpiarla, a cambio de ensuciar la suya y así resarcir la afrenta de la que se sentían víctimas las élites militares.

Sin duda que Cienfuegos, será la prueba de fuego para probar a los militares de alto rango, si efectivamente empeñan el honor al reconocer sus errores si los hay y si la ciudadanía es lo suficientemente madura para creer que es inocente. Los extremos ahí están, mientras la ultraderecha festeja y sugiere que le pongan alfombra roja, como alegoría a su inocencia y si esto sucede, será la primera que destace las entrañas de quienes secunden la perversidad de sus deseos.

Ante la complicación de este caso tan singular, no falta razón a aquellos que aseguran que ante la confrontación social que vive el país y la corrupción que heredaron las corporaciones de justicia, lo más seguro era haber dejado el caso Cienfuegos en manos de las autoridades norteamericanas.

Esa perspectiva resulta comprensible dado el peligro que por un lado representaba el acusado y por el otro, las amenazas que las élites del ejército deliberadamente manifestaban ante los medios. De ahí, quizá, se haya decidido optar por la crítica ciudadana, antes que incubar una relación ácida con el Ejército, a quien la cofradía perversamente urdió envenenar y cuyo único antídoto sería el chantaje, que para bien o para mal, pudo neutralizar el golpe de Estado que deseaba la derecha.

Porque nos debemos ubicar y reconocer que el mando supremo que ejerce el presidente sobre las fuerzas armadas, es simbólico y eso no basta, para someter a los subordinados, que en los hechos tienen el garrote y el mando y tan es así, que Cienfuegos es la evidencia viva, cuando se negó a que los cuarteles en el caso de los 43 normalistas fueran investigados, implicando dicha posición que jamás permitiría a que el Ejército fuera víctima de sospecha.

Esa es la ficha que se encuentra en el tablero y que muchas otras dieron visos de jugársela con ella, ninguneando las instituciones y los códigos de honor, que quizá esta vez se hayan visto en jaque, cuando justamente el presidente señaló que habría que seguir de frente en la investigación de otros.

Claro que dicho desliz, obedecía a que el presidente pensaba que los aludidos se cruzarían de brazos, y que todo el trabajo sucio lo haría el país vecino. Cosa que no sucedió, porque la presión invisible y la defensa manifiesta al acusado, fueron determinantes, para que el general regresara a los andenes de su cancha, donde el balón también es suyo y su equipo no permitirá que se le ataque, mucho menos a que el árbitro le marque faltas.

Tal episodio se torna tan lamentable, porque ha generado desilusión social y manifestaciones de inconformidad, porque mientras los militares quieren libre a su colega, los ciudadanos lo quieren preso y he ahí donde Estados Unidos, aprovechó dicha confusión para regresarlo y hacer que México se trague el sapo y que la ultraderecha sea la indicada para desintoxicarlo con la píldora que ya nos están dorando.

Todas las fuentes han enviado un mensaje increíblemente frívolo, donde dudan que las autoridades mexicanas, pasen esa prueba de fuego, lo que aprovechan tendenciosamente para eludir las razones de fondo que por supuesto conocen, pero fingen demencia y se alegran de que la manzana envenenada no sea tocada.

Quizá me cueste dimensionar la fuerza que hay en el precepto del honor militar, algo de eso hay, sin duda. Pero tampoco es premisa que tengamos que dejar que nos traspase, porque muchos de sus elementos lo han puesto en entredicho. Pero una vez reivindicada esa parte, el discurso militar retoma su compromiso inalienable de servir a la patria, así como refrendar los principios de lealtad y obediencia al presidente, descartando los rumores de protagonismos e insubordinación discreta.

Qué hacer ahora, que las autoridades estadounidenses han decidido regresar a Cienfuegos a México, después que lo aprehendieron bajo acusaciones muy graves, que por supuesto enlodaron su integridad y que ahora corresponde a las autoridades mexicanas limpiarla, a cambio de ensuciar la suya y así resarcir la afrenta de la que se sentían víctimas las élites militares.

Sin duda que Cienfuegos, será la prueba de fuego para probar a los militares de alto rango, si efectivamente empeñan el honor al reconocer sus errores si los hay y si la ciudadanía es lo suficientemente madura para creer que es inocente. Los extremos ahí están, mientras la ultraderecha festeja y sugiere que le pongan alfombra roja, como alegoría a su inocencia y si esto sucede, será la primera que destace las entrañas de quienes secunden la perversidad de sus deseos.

Ante la complicación de este caso tan singular, no falta razón a aquellos que aseguran que ante la confrontación social que vive el país y la corrupción que heredaron las corporaciones de justicia, lo más seguro era haber dejado el caso Cienfuegos en manos de las autoridades norteamericanas.

Esa perspectiva resulta comprensible dado el peligro que por un lado representaba el acusado y por el otro, las amenazas que las élites del ejército deliberadamente manifestaban ante los medios. De ahí, quizá, se haya decidido optar por la crítica ciudadana, antes que incubar una relación ácida con el Ejército, a quien la cofradía perversamente urdió envenenar y cuyo único antídoto sería el chantaje, que para bien o para mal, pudo neutralizar el golpe de Estado que deseaba la derecha.

Porque nos debemos ubicar y reconocer que el mando supremo que ejerce el presidente sobre las fuerzas armadas, es simbólico y eso no basta, para someter a los subordinados, que en los hechos tienen el garrote y el mando y tan es así, que Cienfuegos es la evidencia viva, cuando se negó a que los cuarteles en el caso de los 43 normalistas fueran investigados, implicando dicha posición que jamás permitiría a que el Ejército fuera víctima de sospecha.

Esa es la ficha que se encuentra en el tablero y que muchas otras dieron visos de jugársela con ella, ninguneando las instituciones y los códigos de honor, que quizá esta vez se hayan visto en jaque, cuando justamente el presidente señaló que habría que seguir de frente en la investigación de otros.

Claro que dicho desliz, obedecía a que el presidente pensaba que los aludidos se cruzarían de brazos, y que todo el trabajo sucio lo haría el país vecino. Cosa que no sucedió, porque la presión invisible y la defensa manifiesta al acusado, fueron determinantes, para que el general regresara a los andenes de su cancha, donde el balón también es suyo y su equipo no permitirá que se le ataque, mucho menos a que el árbitro le marque faltas.

Tal episodio se torna tan lamentable, porque ha generado desilusión social y manifestaciones de inconformidad, porque mientras los militares quieren libre a su colega, los ciudadanos lo quieren preso y he ahí donde Estados Unidos, aprovechó dicha confusión para regresarlo y hacer que México se trague el sapo y que la ultraderecha sea la indicada para desintoxicarlo con la píldora que ya nos están dorando.