/ sábado 4 de julio de 2020

El desempleo: severo desafío social

Se ve imposible que el Gobierno Federal cumpla la promesa de crecimiento de la economía al 4% anual luego de las dañinas medidas adoptadas y los efectos de la crisis sanitaria que han puesto en jaque a las economías fuertes y por consecuencia a las emergentes, en las que el desempleo y la reducción del ingreso familiar sufren graves afectaciones; la masa laboral disminuye, crece el número de desempleados y subempleados generando un fuerte impacto en las expectativas de mejoramiento de vida de las familias.

Con datos oficiales del IMSS, en tres meses se han perdido 1 millón 30,366 empleos. A dos años de la elección presidencial que levantó grandes expectativas entre la población para renovar su deseo de prosperar, la realidad es que hoy el desempleo fractura los sueños de millones de personas. De cumplirse los pronósticos de organismos internacionales y entidades financieras públicas y privadas del país, al final de este año el Producto Interno Bruto (PIB) habrá caído entre 10% y 12% gracias al deficiente desempeño de nuestra economía, situación que empeora el problema de la falta de empleos, siendo que en el mejor escenario se mantendrían las cifras actuales de trabajadores inscritos al Seguro Social.

Pero recordemos que no todos los empleos formales están inscritos al IMSS. Las cifras dadas a conocer por la institución reflejan una realidad parcial. De acuerdo a la primera Encuesta Telefónica de Ocupación y Empleo (ETOE) presentada por INEGI, 12.5 millones de personas perdieron su empleo tan sólo en abril. En mayo, el segundo levantamiento de la Encuesta Telefónica de Ocupación y Empleo (ETOE) reporta que hubo un aumento de 2 millones en la población subocupada y un crecimiento de la informalidad laboral en 1.9 millones.

El optimismo de la narrativa presidencial, así como los discursos triunfalistas se opacan ante la realidad. De acuerdo a la Concanaco-Servytur, las empresas necesitan financiamiento y apoyos para enfrentar la nueva realidad: hay 31 millones de mexicanos en la informalidad que representan el 51.6% de la población económicamente activa y las cifras podrían aumentar ante la baja recuperación económica y la imposibilidad de mantener sueldos y gastos de operación en los comercios que logren sobrevivir.

No se observa una estrategia de Estado, ni medidas objetivas para enfrentar la crisis económica, el panorama no se avizora halagador. Después de cuatro meses de confinamiento obligado, aún en plena crisis de salud por la pandemia, se empieza a abrir la economía, algunas empresas y negocios están reiniciando operaciones en todo el país en circunstancias adversas. Con recursos propios se ajustan a la nueva normalidad para capacitar a su personal adoptando medidas de protección ante los riesgos sanitarios que persisten.

Aunado a lo anterior, de acuerdo a International Monetary Fund, la pandemia de COVID-19 amenaza con “secar” las remesas, un ingreso vital para los países pobres y frágiles. Una consecuencia inevitable de las circunstancias prevalecientes es el desempleo de los migrantes en los países que los han acogido, lo que favorece el debilitamiento de la economía en sus países de origen.

De acuerdo al Banco Mundial, en los países receptores de remesas se estima que podrían dejar de recibir alrededor de 100 mil millones de dólares en 2020; 20% menos de lo generado durante 2019. En México de acuerdo a datos revelados por Banxico, en abril disminuyó un 28.5% el envío de remesas respecto al mes anterior, siendo la mayor caída registrada desde noviembre del 2008.

Las cifras son frías pero las historias de familias que sufren debido a que han visto reducidos sus ingresos son mucho más lamentables. La nueva normalidad ha recrudecido la pobreza y la pobreza extrema, además de achicar la brecha entre la población pobre y la golpeada clase media.

Ante el complejo escenario, la unión entre los mexicanos parece ser la única posibilidad de enfrentar juntos los estragos económicos que estamos padeciendo; no sólo como un despliegue solidario y humano sino a través de un plan económico emergente en el que se sumen esfuerzos de los tres ordenes de gobierno, así como el sector privado, el ámbito académico y la sociedad civil para remar juntos hacia aguas menos turbulentas.

Para lograrlo se necesita un liderazgo visionario capaz de convocar a un diálogo abierto, transparente e incluyente que genere acuerdos; los resultados que demanda la sociedad no llegarán fomentando la división y las confrontaciones.

Se ve imposible que el Gobierno Federal cumpla la promesa de crecimiento de la economía al 4% anual luego de las dañinas medidas adoptadas y los efectos de la crisis sanitaria que han puesto en jaque a las economías fuertes y por consecuencia a las emergentes, en las que el desempleo y la reducción del ingreso familiar sufren graves afectaciones; la masa laboral disminuye, crece el número de desempleados y subempleados generando un fuerte impacto en las expectativas de mejoramiento de vida de las familias.

Con datos oficiales del IMSS, en tres meses se han perdido 1 millón 30,366 empleos. A dos años de la elección presidencial que levantó grandes expectativas entre la población para renovar su deseo de prosperar, la realidad es que hoy el desempleo fractura los sueños de millones de personas. De cumplirse los pronósticos de organismos internacionales y entidades financieras públicas y privadas del país, al final de este año el Producto Interno Bruto (PIB) habrá caído entre 10% y 12% gracias al deficiente desempeño de nuestra economía, situación que empeora el problema de la falta de empleos, siendo que en el mejor escenario se mantendrían las cifras actuales de trabajadores inscritos al Seguro Social.

Pero recordemos que no todos los empleos formales están inscritos al IMSS. Las cifras dadas a conocer por la institución reflejan una realidad parcial. De acuerdo a la primera Encuesta Telefónica de Ocupación y Empleo (ETOE) presentada por INEGI, 12.5 millones de personas perdieron su empleo tan sólo en abril. En mayo, el segundo levantamiento de la Encuesta Telefónica de Ocupación y Empleo (ETOE) reporta que hubo un aumento de 2 millones en la población subocupada y un crecimiento de la informalidad laboral en 1.9 millones.

El optimismo de la narrativa presidencial, así como los discursos triunfalistas se opacan ante la realidad. De acuerdo a la Concanaco-Servytur, las empresas necesitan financiamiento y apoyos para enfrentar la nueva realidad: hay 31 millones de mexicanos en la informalidad que representan el 51.6% de la población económicamente activa y las cifras podrían aumentar ante la baja recuperación económica y la imposibilidad de mantener sueldos y gastos de operación en los comercios que logren sobrevivir.

No se observa una estrategia de Estado, ni medidas objetivas para enfrentar la crisis económica, el panorama no se avizora halagador. Después de cuatro meses de confinamiento obligado, aún en plena crisis de salud por la pandemia, se empieza a abrir la economía, algunas empresas y negocios están reiniciando operaciones en todo el país en circunstancias adversas. Con recursos propios se ajustan a la nueva normalidad para capacitar a su personal adoptando medidas de protección ante los riesgos sanitarios que persisten.

Aunado a lo anterior, de acuerdo a International Monetary Fund, la pandemia de COVID-19 amenaza con “secar” las remesas, un ingreso vital para los países pobres y frágiles. Una consecuencia inevitable de las circunstancias prevalecientes es el desempleo de los migrantes en los países que los han acogido, lo que favorece el debilitamiento de la economía en sus países de origen.

De acuerdo al Banco Mundial, en los países receptores de remesas se estima que podrían dejar de recibir alrededor de 100 mil millones de dólares en 2020; 20% menos de lo generado durante 2019. En México de acuerdo a datos revelados por Banxico, en abril disminuyó un 28.5% el envío de remesas respecto al mes anterior, siendo la mayor caída registrada desde noviembre del 2008.

Las cifras son frías pero las historias de familias que sufren debido a que han visto reducidos sus ingresos son mucho más lamentables. La nueva normalidad ha recrudecido la pobreza y la pobreza extrema, además de achicar la brecha entre la población pobre y la golpeada clase media.

Ante el complejo escenario, la unión entre los mexicanos parece ser la única posibilidad de enfrentar juntos los estragos económicos que estamos padeciendo; no sólo como un despliegue solidario y humano sino a través de un plan económico emergente en el que se sumen esfuerzos de los tres ordenes de gobierno, así como el sector privado, el ámbito académico y la sociedad civil para remar juntos hacia aguas menos turbulentas.

Para lograrlo se necesita un liderazgo visionario capaz de convocar a un diálogo abierto, transparente e incluyente que genere acuerdos; los resultados que demanda la sociedad no llegarán fomentando la división y las confrontaciones.