/ jueves 11 de octubre de 2018

El diario acontecer de la actividad docente

Como un preámbulo a esta colaboración, la semana anterior se publicó en este mismo medio un artículo que titulé “La vida en las escuelas y en las aulas”, aludiendo a la manera en que se da la convivencia, la relación y el intercambio de saberes y comportamientos entre docentes y alumnos, así como con otros agentes educativos.

Ahora, en este escrito pretendo describir una experiencia que hace ya algunos años no tenía la oportunidad de vivir, al redescubrir la riqueza de sensaciones y emociones que se generan al pisar un salón de clases y ser testigo del quehacer didáctico y humano de los maestros con sus alumnos, de educación primaria, en esta ocasión, pues en otras colaboraciones he escrito acerca de la educación media superior o de la educación normal.

El arribo a la escuela es sin contratiempos, incluso antes que la directora de la escuela, quien a su llegada de inmediato va disponiendo las acciones y tareas del día, al tiempo que verifica que hayan llegado todos sus maestros y que estén al pendiente de la llegada de sus alumnos. En esta ocasión también le preocupa que los practicantes, quienes se están formando como profesores, hayan llegado y estén disponiendo sus materiales para iniciar la práctica, bajo el ojo avizor del maestro de grupo correspondiente.

La entrada a la escuela es prácticamente libre, pues es la hora en que todos, alumnos, maestros y padres de familia, confluyen en la puerta principal, por lo que la encargada de vigilar la puerta no se preocupa tanto de quién entra y quién sale. Eso lo hará una vez que llegue la hora de clase y la puerta de la escuela, al igual que las de las aulas se cierren, para dar paso al ritual de la clase en cada salón y al trabajo administrativo en la dirección y las áreas de apoyo.

La clase comienza a vislumbrarse a partir de las 8:30 de la mañana, al sonido del timbre que indica a la comunidad escolar el inicio de la tarea. Los maestros, la mayoría muy puntuales, ya se encuentran a la puerta o en el interior de sus aulas esperando a los alumnos, pues por ser un día que no es lunes y no haber honores a la bandera, no se acostumbra la formación antes de la entrada a clases, sino que los alumnos pasan directamente a las aulas.

Los niños llegan presurosos y animosos, algunos hasta corriendo, casi todos sonriendo y algunos más agitando sus manitas, despidiendo a la mamá, a la abuela o a la hermana mayor que los ha encaminado hasta la puerta o el patio de la escuela, a quienes seguro volverán a ver en una horas cuando sea la hora del recreo y les hagan llegar el alimento de media mañana (es típico que sean sólo las mujeres quienes se encarguen de llevar y traer a los niños de la escuela).

La escuela primaria, una muy pintoresca y agradable, ubicada en la periferia de la ciudad, aunque no es de tiempo completo, sí cuenta con los servicios básicos de este nivel educativo, pues hay una cancha con domo y barda perimetral, cuenta con biblioteca y salones suficientes para el número de grupos que se atienden de primero a sexto grados en grupos paralelos; además, los salones están equipados con lo necesario, ya sean equipos de cómputo, impresoras, proyectores, pintarrones, libros de texto y otros materiales, que algunas veces son aportados por los padres de familia.

En todos los grupos la actividad es inmediata, pronto aparecen en las mesas de trabajo las libretas y los libros de texto, las plumas, los lápices y los colores, así como algunos juguetes y teléfonos celulares. Las instrucciones de los maestros van cayendo como estrellas fugaces que los niños recogen al vuelo y comienzan a trabajar, ya sea en el dictado, en la lectura, en la solución de ejercicios matemáticos, en la elaboración de carteles o dibujos, o simplemente repasando la tarea del día anterior.

En cada aula la dinámica es diversa, algunos niños están muy atentos o concentrados en la tarea, aunque otros no tanto; sin embargo, todos están haciendo algo, aunque no necesariamente lo que se pidió para las actividades de la clase. Es en estos momentos en los que el maestro o la maestra comienzan a transformarse en un ser de múltiples brazos y muchas cabezas, para atender al mismo tiempo al niño que pregunta, al que no entendió el ejercicio, al que se distrajo, al que se movió de su asiento o al que quiere ir al baño.

Así, el maestro repite instrucciones al grupo, orienta a los rezagados, ayuda a los que lo requieren, va con un niño, luego con el otro; se descuida y los niños se mueven de su lugar, juegan, hacen algarabía, ríen, discuten, fingen que pelean y en una palabra, son felices dentro del aula.

Es claro que, ante estas situaciones, los maestros no son tan felices, pues les preocupa concluir con la actividad planeada, cubrir los tiempos marcados y lograr los aprendizajes esperados, lo que se complica a veces en demasía, pues se batalla para lograr el control del grupo y captar la atención de todos los alumnos, pues en cada grado, aunque son más o menos de la misma edad, la diversidad y pluralidad de saberes previos, comportamientos y formación sociocultural y familiar hace que cada alumno sea único y que, por tanto, requiera de una atención casi personalizada.

Como sabemos, en la escuela primaria, un maestro atiende a un solo grupo durante todo un año y aunque a veces los grupos son numerosos, más de 30 alumnos, el promedio se encuentra entre 18 y 24 alumnos por grupo, lo cual aún es bastante, pues a pesar de que ya es octubre y el ciclo escolar comenzó a mediados de agosto, algunos maestros no han llegado a conocer a fondo a sus alumnos y todavía olvidan cuantos niños o niñas tienen, cuáles son los más aventajados y cuáles los que mayores áreas de oportunidad presentan e incluso, a veces no recuerdan o confunden sus nombres.

En general, los maestros van avanzando con sus clases, agotando poco a poco el programa de estudios y aprendiendo día con día lo que sus niños y colegas les enseñan, pues la actividad docente es un proceso continuo de intervenciones, interacciones y comunicaciones, cargadas de sensibilidad y emociones, que se comparten y multiplican en la diaria convivencia en los salones de clase, en los patios a la hora del recreo y en las reuniones colegiadas en los días que sesionan los consejos técnicos escolares.

La tarea docente no es fácil ni sencilla, por el contrario, es compleja y laboriosa, pero los maestros la realizan con pasión, con entrega y profesionalismo y en sus rostros se advierte la satisfacción cuando los alumnos les muestran un trabajo bien hecho o reciben la palabra de aliento de los padres de familia o de los colegas y la felicitación de su directivo. Mi pleno reconocimiento al quehacer cotidiano de los maestros, en cualquier lugar o nivel educativo en el que lo realicen.

Como un preámbulo a esta colaboración, la semana anterior se publicó en este mismo medio un artículo que titulé “La vida en las escuelas y en las aulas”, aludiendo a la manera en que se da la convivencia, la relación y el intercambio de saberes y comportamientos entre docentes y alumnos, así como con otros agentes educativos.

Ahora, en este escrito pretendo describir una experiencia que hace ya algunos años no tenía la oportunidad de vivir, al redescubrir la riqueza de sensaciones y emociones que se generan al pisar un salón de clases y ser testigo del quehacer didáctico y humano de los maestros con sus alumnos, de educación primaria, en esta ocasión, pues en otras colaboraciones he escrito acerca de la educación media superior o de la educación normal.

El arribo a la escuela es sin contratiempos, incluso antes que la directora de la escuela, quien a su llegada de inmediato va disponiendo las acciones y tareas del día, al tiempo que verifica que hayan llegado todos sus maestros y que estén al pendiente de la llegada de sus alumnos. En esta ocasión también le preocupa que los practicantes, quienes se están formando como profesores, hayan llegado y estén disponiendo sus materiales para iniciar la práctica, bajo el ojo avizor del maestro de grupo correspondiente.

La entrada a la escuela es prácticamente libre, pues es la hora en que todos, alumnos, maestros y padres de familia, confluyen en la puerta principal, por lo que la encargada de vigilar la puerta no se preocupa tanto de quién entra y quién sale. Eso lo hará una vez que llegue la hora de clase y la puerta de la escuela, al igual que las de las aulas se cierren, para dar paso al ritual de la clase en cada salón y al trabajo administrativo en la dirección y las áreas de apoyo.

La clase comienza a vislumbrarse a partir de las 8:30 de la mañana, al sonido del timbre que indica a la comunidad escolar el inicio de la tarea. Los maestros, la mayoría muy puntuales, ya se encuentran a la puerta o en el interior de sus aulas esperando a los alumnos, pues por ser un día que no es lunes y no haber honores a la bandera, no se acostumbra la formación antes de la entrada a clases, sino que los alumnos pasan directamente a las aulas.

Los niños llegan presurosos y animosos, algunos hasta corriendo, casi todos sonriendo y algunos más agitando sus manitas, despidiendo a la mamá, a la abuela o a la hermana mayor que los ha encaminado hasta la puerta o el patio de la escuela, a quienes seguro volverán a ver en una horas cuando sea la hora del recreo y les hagan llegar el alimento de media mañana (es típico que sean sólo las mujeres quienes se encarguen de llevar y traer a los niños de la escuela).

La escuela primaria, una muy pintoresca y agradable, ubicada en la periferia de la ciudad, aunque no es de tiempo completo, sí cuenta con los servicios básicos de este nivel educativo, pues hay una cancha con domo y barda perimetral, cuenta con biblioteca y salones suficientes para el número de grupos que se atienden de primero a sexto grados en grupos paralelos; además, los salones están equipados con lo necesario, ya sean equipos de cómputo, impresoras, proyectores, pintarrones, libros de texto y otros materiales, que algunas veces son aportados por los padres de familia.

En todos los grupos la actividad es inmediata, pronto aparecen en las mesas de trabajo las libretas y los libros de texto, las plumas, los lápices y los colores, así como algunos juguetes y teléfonos celulares. Las instrucciones de los maestros van cayendo como estrellas fugaces que los niños recogen al vuelo y comienzan a trabajar, ya sea en el dictado, en la lectura, en la solución de ejercicios matemáticos, en la elaboración de carteles o dibujos, o simplemente repasando la tarea del día anterior.

En cada aula la dinámica es diversa, algunos niños están muy atentos o concentrados en la tarea, aunque otros no tanto; sin embargo, todos están haciendo algo, aunque no necesariamente lo que se pidió para las actividades de la clase. Es en estos momentos en los que el maestro o la maestra comienzan a transformarse en un ser de múltiples brazos y muchas cabezas, para atender al mismo tiempo al niño que pregunta, al que no entendió el ejercicio, al que se distrajo, al que se movió de su asiento o al que quiere ir al baño.

Así, el maestro repite instrucciones al grupo, orienta a los rezagados, ayuda a los que lo requieren, va con un niño, luego con el otro; se descuida y los niños se mueven de su lugar, juegan, hacen algarabía, ríen, discuten, fingen que pelean y en una palabra, son felices dentro del aula.

Es claro que, ante estas situaciones, los maestros no son tan felices, pues les preocupa concluir con la actividad planeada, cubrir los tiempos marcados y lograr los aprendizajes esperados, lo que se complica a veces en demasía, pues se batalla para lograr el control del grupo y captar la atención de todos los alumnos, pues en cada grado, aunque son más o menos de la misma edad, la diversidad y pluralidad de saberes previos, comportamientos y formación sociocultural y familiar hace que cada alumno sea único y que, por tanto, requiera de una atención casi personalizada.

Como sabemos, en la escuela primaria, un maestro atiende a un solo grupo durante todo un año y aunque a veces los grupos son numerosos, más de 30 alumnos, el promedio se encuentra entre 18 y 24 alumnos por grupo, lo cual aún es bastante, pues a pesar de que ya es octubre y el ciclo escolar comenzó a mediados de agosto, algunos maestros no han llegado a conocer a fondo a sus alumnos y todavía olvidan cuantos niños o niñas tienen, cuáles son los más aventajados y cuáles los que mayores áreas de oportunidad presentan e incluso, a veces no recuerdan o confunden sus nombres.

En general, los maestros van avanzando con sus clases, agotando poco a poco el programa de estudios y aprendiendo día con día lo que sus niños y colegas les enseñan, pues la actividad docente es un proceso continuo de intervenciones, interacciones y comunicaciones, cargadas de sensibilidad y emociones, que se comparten y multiplican en la diaria convivencia en los salones de clase, en los patios a la hora del recreo y en las reuniones colegiadas en los días que sesionan los consejos técnicos escolares.

La tarea docente no es fácil ni sencilla, por el contrario, es compleja y laboriosa, pero los maestros la realizan con pasión, con entrega y profesionalismo y en sus rostros se advierte la satisfacción cuando los alumnos les muestran un trabajo bien hecho o reciben la palabra de aliento de los padres de familia o de los colegas y la felicitación de su directivo. Mi pleno reconocimiento al quehacer cotidiano de los maestros, en cualquier lugar o nivel educativo en el que lo realicen.