/ domingo 20 de diciembre de 2020

El fascismo no ha muerto, sigue aquí; se adapta a los nuevos tiempos

Cuando parecía que el fascismo era solamente tema de estudio de un período histórico ya superado, gracias al avance del sistema democrático de corte liberal prevaleciente hoy en casi todas las regiones del mundo, sin embargo, resulta fundamentada la preocupación que se origina en el rebrote de gobiernos que presentan síntomas con indicadores de rasgos claramente fascistas.

El fascismo es considerado un movimiento político y social con ideología nacionalista, racista, totalitarista, militarista y corporativista. Los rasgos que renacen desde las esferas de poder de algunos gobiernos es la invención de enemigos imaginarios como estrategia para cohesionar a grupos sociales, el empleo de la propaganda que apela a las emociones más elementales como el odio, el miedo y el instinto de supervivencia, además de una vigilancia invasiva del Estado hacia la actividad de las personas y los grupos sociales que no comparten su orientación.

Los gobernantes que actualmente evidencian rasgos fascistoides evocan la nostalgia del pasado, elevando las ideas y hechos -muchos de ellos controvertidos- de héroes históricos como fuente de inspiración para la toma de decisiones en circunstancias diametralmente distantes a las que se presentaron en las épocas que ellos vivieron. El lenguaje es engañoso, repetitivo y sentimentalista, utilizan el recurso de la insistencia excesiva, de hablar con abundancia y exageración para orientar sus mensajes hacia la insidia, la promesa y la división.

El lenguaje que utilizan sin cesar es como pequeñas dosis de infección cuyo efecto no se percibe; de tanto repetir se acepta paulatinamente como lenguaje común sin percibir el contagio y el daño social que causa. El verbo autoritario es pobre y empobrece el ambiente porque su fundamento esencial es la repetición, únicamente refleja un lado de la existencia humana, desafiando y descalificando a las otras visiones. Se limita sólo a invocar, nunca a proponer visiones basadas en la realidad, la apertura y la inclusión.

La orientación fascista que irrumpe en nuestros días a varios gobiernos emanados de las instituciones democráticas, se parecen entre sí, al moverse en el terreno de la arrogancia, elevando un pasado glorioso, el uso excesivo de la propaganda, el desprecio del bien público, de las instituciones democráticas, así como el desprecio por las normas jurídicas establecidas.

En el discurso se invocan principios de las democracias liberales, radicando ahí el riesgo y la peligrosidad. Al fascismo de nuestro tiempo se le puede percibir como un movimiento, una ideología o un tipo de régimen. Empuña el discurso totalizante, que pretende enarbolar soluciones definitivas a los problemas sociales, económicos y políticos. En el pasado el enemigo usado como pretexto fue el socialismo y el comunismo, hoy son las crisis cíclicas del capitalismo. Las supuestas soluciones a estos problemas son ponzoña pura: nacionalismo a ultranza, descalificación a quienes piensan distinto, exacerbar la diferencia entre clases sociales, purificar a quienes se adhieren a su proyecto, así como denostar, descalificar y perseguir a quienes tienen otra visión. El peligro latente es escalar a la exclusión, la pugna y la deshumanización de segmentos de la sociedad.

No debemos perder de vista el espíritu de héroes que han entregado todo -incluso su libertad y su viva- para defender los principios democráticos que nos permiten una convivencia con adecuados niveles de tolerancia y armonía. Las grandes epopeyas históricas en aras del entendimiento, basado en principios y normas que nos orientan a la igualdad de oportunidades deben mantenerse vivas para recordarnos que es momento de resistir por las vías democráticas en la defensa de la viabilidad de nuestra civilización.

Para impedir que los fascismos se apoltronen en la arena pública y dicten sus decisiones alejadas de la realidad, estamos obligados a identificar esas intenciones, analizarlas, denunciarlas, hacer ver ese disimulo y combatirlo con las ideas imperantes en la sociedad moderna, tolerante, libre, abierta, incluyente. Es un reto de nuestra generación, no podemos endosar esta factura a las nuevas generaciones; evitemos con la acción eficaz y constante que despierte el fantasma fascista que parecía dormido para siempre.

Cuando parecía que el fascismo era solamente tema de estudio de un período histórico ya superado, gracias al avance del sistema democrático de corte liberal prevaleciente hoy en casi todas las regiones del mundo, sin embargo, resulta fundamentada la preocupación que se origina en el rebrote de gobiernos que presentan síntomas con indicadores de rasgos claramente fascistas.

El fascismo es considerado un movimiento político y social con ideología nacionalista, racista, totalitarista, militarista y corporativista. Los rasgos que renacen desde las esferas de poder de algunos gobiernos es la invención de enemigos imaginarios como estrategia para cohesionar a grupos sociales, el empleo de la propaganda que apela a las emociones más elementales como el odio, el miedo y el instinto de supervivencia, además de una vigilancia invasiva del Estado hacia la actividad de las personas y los grupos sociales que no comparten su orientación.

Los gobernantes que actualmente evidencian rasgos fascistoides evocan la nostalgia del pasado, elevando las ideas y hechos -muchos de ellos controvertidos- de héroes históricos como fuente de inspiración para la toma de decisiones en circunstancias diametralmente distantes a las que se presentaron en las épocas que ellos vivieron. El lenguaje es engañoso, repetitivo y sentimentalista, utilizan el recurso de la insistencia excesiva, de hablar con abundancia y exageración para orientar sus mensajes hacia la insidia, la promesa y la división.

El lenguaje que utilizan sin cesar es como pequeñas dosis de infección cuyo efecto no se percibe; de tanto repetir se acepta paulatinamente como lenguaje común sin percibir el contagio y el daño social que causa. El verbo autoritario es pobre y empobrece el ambiente porque su fundamento esencial es la repetición, únicamente refleja un lado de la existencia humana, desafiando y descalificando a las otras visiones. Se limita sólo a invocar, nunca a proponer visiones basadas en la realidad, la apertura y la inclusión.

La orientación fascista que irrumpe en nuestros días a varios gobiernos emanados de las instituciones democráticas, se parecen entre sí, al moverse en el terreno de la arrogancia, elevando un pasado glorioso, el uso excesivo de la propaganda, el desprecio del bien público, de las instituciones democráticas, así como el desprecio por las normas jurídicas establecidas.

En el discurso se invocan principios de las democracias liberales, radicando ahí el riesgo y la peligrosidad. Al fascismo de nuestro tiempo se le puede percibir como un movimiento, una ideología o un tipo de régimen. Empuña el discurso totalizante, que pretende enarbolar soluciones definitivas a los problemas sociales, económicos y políticos. En el pasado el enemigo usado como pretexto fue el socialismo y el comunismo, hoy son las crisis cíclicas del capitalismo. Las supuestas soluciones a estos problemas son ponzoña pura: nacionalismo a ultranza, descalificación a quienes piensan distinto, exacerbar la diferencia entre clases sociales, purificar a quienes se adhieren a su proyecto, así como denostar, descalificar y perseguir a quienes tienen otra visión. El peligro latente es escalar a la exclusión, la pugna y la deshumanización de segmentos de la sociedad.

No debemos perder de vista el espíritu de héroes que han entregado todo -incluso su libertad y su viva- para defender los principios democráticos que nos permiten una convivencia con adecuados niveles de tolerancia y armonía. Las grandes epopeyas históricas en aras del entendimiento, basado en principios y normas que nos orientan a la igualdad de oportunidades deben mantenerse vivas para recordarnos que es momento de resistir por las vías democráticas en la defensa de la viabilidad de nuestra civilización.

Para impedir que los fascismos se apoltronen en la arena pública y dicten sus decisiones alejadas de la realidad, estamos obligados a identificar esas intenciones, analizarlas, denunciarlas, hacer ver ese disimulo y combatirlo con las ideas imperantes en la sociedad moderna, tolerante, libre, abierta, incluyente. Es un reto de nuestra generación, no podemos endosar esta factura a las nuevas generaciones; evitemos con la acción eficaz y constante que despierte el fantasma fascista que parecía dormido para siempre.