/ jueves 21 de enero de 2021

El filosofo de Güémez

Enseñanza especial


La mayor parte de las historias tienen una enseñanza especial, la siguiente es una de ellas: “Cuando era chico, lo que más me gustaba de los circos eran los animales, me llamaba la atención el elefante.

Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de fuerza descomunal… pero después de su actuación, el paquidermo quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.

Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera, apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que este animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza, podría con facilidad, arrancar la estaca y huir.

El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye?

Hace algunos años descubrí que por suerte alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: ‘El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy pequeño’; tiene registro de aquella impotencia que se siente poco después de nacer. Y lo peor, es que nunca se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez.”1

La moraleja es formidable, ¿Cuántas veces estamos atados a los paradigmas que en la infancia crecieron con nosotros? Que no se puede; que no es posible; que es difícil; que las cosas grandes no están hechas para ti; etc., pensamientos que te hacen dormir en la mediocridad y no despertar al gigante que habita en tu interior.

Una cosa te debe quedar muy clara: no llegaste para ser mediocre –porque estar con vida es el primer escalón de una larga cadena de bendiciones–, sino a dar todo, a entregar y disfrutar la tarea para ser excelente, llegaste a desplegar tus dones y poderes para que el amor, la felicidad, la armonía, el éxito y la grandeza, te acompañen en el camino y en ésta pandemia que se está viviendo.

Te recuerdo la agudeza sensorial legada por los antiguos griegos, que al beber vino ponían el sentido del gusto al saborearlo, el sentido de la vista al verlo, el sentido del olfato al olerlo, el sentido del tacto al tocarlo, pero… faltaba uno: el escuchar, surgió entonces la idea de chocar las copas para que sonaran y decir ¡salud!, para que participara el sentido del oído.

Así en tu vida, haz partícipe de tu tarea a tus cinco sentidos, pero agrega los otros cinco extra corporales esos que los viejos de Güémez dicen que también tenemos: el sentido de la vida, que llega con los años; el del amor, ese está contigo desde tu nacimiento; el sentido común, algo difícil de encontrar; el de la ubicuidad, que te ubica en el presente, en el aquí y el ahora, y el sentido del humor, ese que te recuerda que “la felicidad como el éxito, saben a derrota… cuando no tienes con quien compartirlo.”

Es decir, diez sentidos que te recuerdan que: “La mediocridad no es para ti, porque tú… ¡estás hecho para la grandeza!”.

Enseñanza especial


La mayor parte de las historias tienen una enseñanza especial, la siguiente es una de ellas: “Cuando era chico, lo que más me gustaba de los circos eran los animales, me llamaba la atención el elefante.

Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de fuerza descomunal… pero después de su actuación, el paquidermo quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.

Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera, apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que este animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza, podría con facilidad, arrancar la estaca y huir.

El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye?

Hace algunos años descubrí que por suerte alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: ‘El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy pequeño’; tiene registro de aquella impotencia que se siente poco después de nacer. Y lo peor, es que nunca se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez.”1

La moraleja es formidable, ¿Cuántas veces estamos atados a los paradigmas que en la infancia crecieron con nosotros? Que no se puede; que no es posible; que es difícil; que las cosas grandes no están hechas para ti; etc., pensamientos que te hacen dormir en la mediocridad y no despertar al gigante que habita en tu interior.

Una cosa te debe quedar muy clara: no llegaste para ser mediocre –porque estar con vida es el primer escalón de una larga cadena de bendiciones–, sino a dar todo, a entregar y disfrutar la tarea para ser excelente, llegaste a desplegar tus dones y poderes para que el amor, la felicidad, la armonía, el éxito y la grandeza, te acompañen en el camino y en ésta pandemia que se está viviendo.

Te recuerdo la agudeza sensorial legada por los antiguos griegos, que al beber vino ponían el sentido del gusto al saborearlo, el sentido de la vista al verlo, el sentido del olfato al olerlo, el sentido del tacto al tocarlo, pero… faltaba uno: el escuchar, surgió entonces la idea de chocar las copas para que sonaran y decir ¡salud!, para que participara el sentido del oído.

Así en tu vida, haz partícipe de tu tarea a tus cinco sentidos, pero agrega los otros cinco extra corporales esos que los viejos de Güémez dicen que también tenemos: el sentido de la vida, que llega con los años; el del amor, ese está contigo desde tu nacimiento; el sentido común, algo difícil de encontrar; el de la ubicuidad, que te ubica en el presente, en el aquí y el ahora, y el sentido del humor, ese que te recuerda que “la felicidad como el éxito, saben a derrota… cuando no tienes con quien compartirlo.”

Es decir, diez sentidos que te recuerdan que: “La mediocridad no es para ti, porque tú… ¡estás hecho para la grandeza!”.

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