/ jueves 21 de noviembre de 2019

El futuro de Morena

No se le ha prestado suficiente atención a la renovación de la dirigencia nacional de Morena, a pesar de que los inevitables conflictos internos se han agudizado y con ello, se evidencia que ese joven y avasallador partido no podrá vivir eternamente a la sombra de López Obrador.

La enorme popularidad AMLO antes de ser presidente y durante la campaña en la que triunfó, daba a los candidatos de ese partido/movimiento un aura de legitimidad que los hacía inmunes a las críticas respecto a la idoneidad para el cargo que buscaban ocupar y a los señalamientos sobre oscuro pasado de no pocos de ellos.

Bastaban los espectaculares con una foto mal editada del aspirante acompañado de un sonriente AMLO, que era la misma imagen que todos utilizaban, para que el votante tachara en la boleta sin mayor pudor al desconocido o al archiconocido redimido. No había manera de equivocarse: Eran manifestaciones carnales que garantizaban que López Obrador estaría más cerca nosotros. Santos, fungirían como intermediarios entre los clamores la tierra y la dicha del cielo prometido.

Lo que los llevó a la gloria será también su condena: depender exclusivamente de una persona, por más poderosa que esta sea. Al no haber una identidad ideológica bien delimitada del partido que los encumbró más allá de sermones fundados en una autoproclamada superioridad moral y delirios de grandeza histórica que eventualmente serán contrastados con la terca realidad, a esas figuras el destino no les tiene preparada la misma suerte que a su protector, la de traer en su bolsillo un cheque en blanco sin interés alguno y a pagar en cómodas anualidades.

Por eso no estaría mal que el presidente y Morena hicieran exactamente lo que no van a hacer: Construir un programa ideológico y político claro, formar cuadros competentes para erradicar el oportunismo electoral con que se cobija a cualquiera, garantizar que las elecciones nacional y locales del partido den certeza a su militancia y al electorado, denunciar y sancionar a los miembros internos que incurran en aquellos actos ilegales que tan merecidamente desprestigiados tienen a los demás partidos.

Si hay que rescatar algo de la grilla y el desorden que se vive en el mencionado proceso de renovación, sería, por lo menos como parece hasta ahora, que López Obrador no ejerce un control hegemónico sobre su partido, con lo que se refuta la tesis de algunos dramáticos que ya ven en la nueva administración un retorno al antiguo régimen de partido único. Tampoco es que al mandamás le desagrade la dedocracia, pero por lo pronto cuida las formas y ha dejado que persista el caos, sello distintivo de su gobierno.

Más que un nuevo PRI, quizá en lo que mute el partido en el poder será en aquello que le dio vida y de lo que viene huyendo: Lo más probable es que asistamos a la perredización de Morena. Fragmentación, tribus en pugna, poca identidad y comunicación nacional-local, dependencia absoluta a de un líder fuerte que dirima provisionalmente los conflictos hasta que esa figura se desgaste como eterno candidato (Cárdenas) o como le ocurrirá con AMLO ahora como presidente y eventualmente como ex presidente (sí, ese día llegará).

Lo que sí veo difícil es que la suerte le juegue tan caro a Morena como al sol azteca, al pasar de ser el principal partido de izquierda de México a convertirse en comparsa del PAN. No me parece tan descabellada aquella idea según la cual en el fututo próximo tengamos en nuestro país un bipartidismo Morena-PAN. Binomio desalentador: Ambos, ya sea a la derecha o la izquierda, representan un rancio conservadurismo militar y religioso. Estamos fritos.

No se le ha prestado suficiente atención a la renovación de la dirigencia nacional de Morena, a pesar de que los inevitables conflictos internos se han agudizado y con ello, se evidencia que ese joven y avasallador partido no podrá vivir eternamente a la sombra de López Obrador.

La enorme popularidad AMLO antes de ser presidente y durante la campaña en la que triunfó, daba a los candidatos de ese partido/movimiento un aura de legitimidad que los hacía inmunes a las críticas respecto a la idoneidad para el cargo que buscaban ocupar y a los señalamientos sobre oscuro pasado de no pocos de ellos.

Bastaban los espectaculares con una foto mal editada del aspirante acompañado de un sonriente AMLO, que era la misma imagen que todos utilizaban, para que el votante tachara en la boleta sin mayor pudor al desconocido o al archiconocido redimido. No había manera de equivocarse: Eran manifestaciones carnales que garantizaban que López Obrador estaría más cerca nosotros. Santos, fungirían como intermediarios entre los clamores la tierra y la dicha del cielo prometido.

Lo que los llevó a la gloria será también su condena: depender exclusivamente de una persona, por más poderosa que esta sea. Al no haber una identidad ideológica bien delimitada del partido que los encumbró más allá de sermones fundados en una autoproclamada superioridad moral y delirios de grandeza histórica que eventualmente serán contrastados con la terca realidad, a esas figuras el destino no les tiene preparada la misma suerte que a su protector, la de traer en su bolsillo un cheque en blanco sin interés alguno y a pagar en cómodas anualidades.

Por eso no estaría mal que el presidente y Morena hicieran exactamente lo que no van a hacer: Construir un programa ideológico y político claro, formar cuadros competentes para erradicar el oportunismo electoral con que se cobija a cualquiera, garantizar que las elecciones nacional y locales del partido den certeza a su militancia y al electorado, denunciar y sancionar a los miembros internos que incurran en aquellos actos ilegales que tan merecidamente desprestigiados tienen a los demás partidos.

Si hay que rescatar algo de la grilla y el desorden que se vive en el mencionado proceso de renovación, sería, por lo menos como parece hasta ahora, que López Obrador no ejerce un control hegemónico sobre su partido, con lo que se refuta la tesis de algunos dramáticos que ya ven en la nueva administración un retorno al antiguo régimen de partido único. Tampoco es que al mandamás le desagrade la dedocracia, pero por lo pronto cuida las formas y ha dejado que persista el caos, sello distintivo de su gobierno.

Más que un nuevo PRI, quizá en lo que mute el partido en el poder será en aquello que le dio vida y de lo que viene huyendo: Lo más probable es que asistamos a la perredización de Morena. Fragmentación, tribus en pugna, poca identidad y comunicación nacional-local, dependencia absoluta a de un líder fuerte que dirima provisionalmente los conflictos hasta que esa figura se desgaste como eterno candidato (Cárdenas) o como le ocurrirá con AMLO ahora como presidente y eventualmente como ex presidente (sí, ese día llegará).

Lo que sí veo difícil es que la suerte le juegue tan caro a Morena como al sol azteca, al pasar de ser el principal partido de izquierda de México a convertirse en comparsa del PAN. No me parece tan descabellada aquella idea según la cual en el fututo próximo tengamos en nuestro país un bipartidismo Morena-PAN. Binomio desalentador: Ambos, ya sea a la derecha o la izquierda, representan un rancio conservadurismo militar y religioso. Estamos fritos.