/ sábado 24 de agosto de 2019

El grito desesperado de las mujeres ante la violencia que nadie quiere ver

La descomposición del tejido social que padecemos en México tiene varias manifestaciones -todas ellas indeseables- como el menoscabo de los valores que nos identifican como entes racionales y sociales, la pérdida del principio de autoridad -primero hacia los padres, después hacia la autoridad establecida legalmente en la sociedad-, el extravío de la fraternidad y respeto que se guardaban entre los integrantes de la tradicional familia mexicana, la difuminación de los valores morales, religiosos y los convencionalismos sociales; las reglas de cortesía por desfortuna están en desuso; la caballerosidad, así como la tolerancia para con quien piensa diferente se aleja de nuestros estándares de comportamiento, se dificulta la cohabitación en armonía con las personas que no coinciden con nuestra forma de convivir.

La modernidad que se distingue y significa por la digitalización como elemento central para comunicarnos entre los seres humanos y la transculturización que se expande con el exceso (pero especialmente el mal uso) de información, han modificado de manera sustancial nuestra cultura, la forma de armonizar las relaciones humanas, de convivir en sociedad y del comportamiento humano.

Una de las manifestaciones más graves de la pérdida de nuestra integridad social es el drama que viven las mujeres. El respeto a la mujer que se aprendía desde el seno familiar con la idolatría a la madre, la protección a las hermanas y las deferencias a las demás féminas de la familia, se manifestaba en consideraciones especiales a la mujer, costumbre que se ha difuminado. La realidad es que mujeres y niñas en nuestro país enfrentan diariamente violencia en todos los ámbitos de su vida, desde el hogar, la escuela, el centro de trabajo, el espacio público, las redes sociales, la política, la vida profesional.

La Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en el Hogar revela la dramática realidad; 66% de las mujeres ha padecido algún incidente de violencia emocional, sexual, física, económica o discriminación durante su vida en al menos un aspecto, y más del 41% de las mujeres ha sido víctima de violencia sexual en algún momento de su vida.

Pero esos datos no son los más preocupantes, la situación realmente grave es que según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, de enero a julio de este año, ha registrado 540 feminicidios en el país y 29,404 casos de delitos contra la libertad y la seguridad sexual de mujeres.

Cuando dimensionamos estas cifras (crecientes, por cierto), la interrogante que se impone es: ¿hacia dónde caminamos como sociedad?, estos datos oficiales (son más los casos que nunca se conocen) reflejan que ser mujer en México es enfrentarse a una irracional violencia que les arrebata desde temprana edad su libertad a decidir su interacción social, su salud emocional y afectiva, pero además las condena a vivir con temor y problemas sensibles.

Es momento de hacer un análisis profundo de la situación, tomar conciencia que esta conducta agresiva hacia las mujeres debe parar, no debemos tolerar que siga avanzando, que perdamos la capacidad de asombro ante los hechos y nos acostumbremos a verlo como un problema cotidiano.

El silencio de millones de damas que sufren agresiones, que no se atreven a denunciar, ni buscan ayuda, que sufren en silencio las consecuencias de esos actos, debe ser desesperante. Según una encuesta de Endireh, las mujeres no denuncian las vejaciones que padecen en diversos espacios de su vida por causas dramáticas; cuando se les cuestionó la razón de no señalar e inconformarse, su primer respuesta es “porque se trató de algo sin importancia”, situación que refleja el grado de “normalización” de la violencia de género; la segunda respuesta más mencionada como causa de la no denuncia es “por miedo a las consecuencias”, lo que evidencia un círculo vicioso y silencioso por el que circula este tipo de violencia, la que no debe minimizarse y silenciarse.

Es en respuesta a esta violencia normalizada y oculta que las mujeres han salido a las calles de varias ciudades a manifestarse para alzar la voz y contrarrestar la idea que “es algo sin importancia” y hacer conciencia de enfrentar el “miedo a las consecuencias”.

Estas demostraciones contra la violencia de género representan la decisión de las mujeres a llamar la atención y hacer visible la crueldad que enfrentan, reflejan el estado de desesperación ante una realidad que muchos se niegan a ver o a darle importancia.

El Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés) ha emitido diversas recomendaciones a los Estados en materia de violencia contra las mujeres y niñas. La circular número 35 señala que los países son responsables de los actos u omisiones de sus órganos y agentes que constituyan violencia por razón de género contra las mujeres, lo que incluye los actos u omisiones de los funcionarios de poderes ejecutivo, legislativo y judicial.

Dicho comité instó a México a adoptar medidas de carácter urgente para prevenir las muertes violentas, los asesinatos y las desapariciones forzadas de mujeres y llamó a que se investigue, enjuicie y sancione a los responsables, incluidos los agentes estatales y no estatales, como cuestión prioritaria. Es conveniente y muy necesario evaluar que se está haciendo al respecto.

Pero la solución no está sólo en las instancias gubernamentales, es un asunto que nos compete y debe comprometernos a todos, para lo cual debemos unir esfuerzos desde cualquier ámbito para: 1.- Atender las causas de esa violencia inaceptable fortaleciendo las acciones de prevención que inician en el seno familiar, 2.- Impulsar normas y políticas públicas integrales con perspectiva de género y enfoque de derechos humanos, 3.- Fortalecer las instituciones gubernamentales para prevenir, atender, sancionar y erradicar las agresiones, 4.- Generar información y evidencias que den luz sobre la dimensión real del problema y 5.- Poner al alcance de las víctimas atención a su salud física y mental.

Se impone la necesidad de abrir todo tipo de foros, expresiones, estudios, investigaciones, análisis y propuestas sobre este cáncer que si actuamos de manera decidida podemos detener antes que escale a fases incontrolables.

Las tramas que ponen en riesgo el tejido social y nuestra manera civilizada de convivir no pueden seguir en las penumbras, ni las instancias de gobierno ignorarlas, ya no hay margen para dejar tiempo sin subir a la agenda de prioridades de los tres ámbitos de gobierno esta calamidad.

La descomposición del tejido social que padecemos en México tiene varias manifestaciones -todas ellas indeseables- como el menoscabo de los valores que nos identifican como entes racionales y sociales, la pérdida del principio de autoridad -primero hacia los padres, después hacia la autoridad establecida legalmente en la sociedad-, el extravío de la fraternidad y respeto que se guardaban entre los integrantes de la tradicional familia mexicana, la difuminación de los valores morales, religiosos y los convencionalismos sociales; las reglas de cortesía por desfortuna están en desuso; la caballerosidad, así como la tolerancia para con quien piensa diferente se aleja de nuestros estándares de comportamiento, se dificulta la cohabitación en armonía con las personas que no coinciden con nuestra forma de convivir.

La modernidad que se distingue y significa por la digitalización como elemento central para comunicarnos entre los seres humanos y la transculturización que se expande con el exceso (pero especialmente el mal uso) de información, han modificado de manera sustancial nuestra cultura, la forma de armonizar las relaciones humanas, de convivir en sociedad y del comportamiento humano.

Una de las manifestaciones más graves de la pérdida de nuestra integridad social es el drama que viven las mujeres. El respeto a la mujer que se aprendía desde el seno familiar con la idolatría a la madre, la protección a las hermanas y las deferencias a las demás féminas de la familia, se manifestaba en consideraciones especiales a la mujer, costumbre que se ha difuminado. La realidad es que mujeres y niñas en nuestro país enfrentan diariamente violencia en todos los ámbitos de su vida, desde el hogar, la escuela, el centro de trabajo, el espacio público, las redes sociales, la política, la vida profesional.

La Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en el Hogar revela la dramática realidad; 66% de las mujeres ha padecido algún incidente de violencia emocional, sexual, física, económica o discriminación durante su vida en al menos un aspecto, y más del 41% de las mujeres ha sido víctima de violencia sexual en algún momento de su vida.

Pero esos datos no son los más preocupantes, la situación realmente grave es que según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, de enero a julio de este año, ha registrado 540 feminicidios en el país y 29,404 casos de delitos contra la libertad y la seguridad sexual de mujeres.

Cuando dimensionamos estas cifras (crecientes, por cierto), la interrogante que se impone es: ¿hacia dónde caminamos como sociedad?, estos datos oficiales (son más los casos que nunca se conocen) reflejan que ser mujer en México es enfrentarse a una irracional violencia que les arrebata desde temprana edad su libertad a decidir su interacción social, su salud emocional y afectiva, pero además las condena a vivir con temor y problemas sensibles.

Es momento de hacer un análisis profundo de la situación, tomar conciencia que esta conducta agresiva hacia las mujeres debe parar, no debemos tolerar que siga avanzando, que perdamos la capacidad de asombro ante los hechos y nos acostumbremos a verlo como un problema cotidiano.

El silencio de millones de damas que sufren agresiones, que no se atreven a denunciar, ni buscan ayuda, que sufren en silencio las consecuencias de esos actos, debe ser desesperante. Según una encuesta de Endireh, las mujeres no denuncian las vejaciones que padecen en diversos espacios de su vida por causas dramáticas; cuando se les cuestionó la razón de no señalar e inconformarse, su primer respuesta es “porque se trató de algo sin importancia”, situación que refleja el grado de “normalización” de la violencia de género; la segunda respuesta más mencionada como causa de la no denuncia es “por miedo a las consecuencias”, lo que evidencia un círculo vicioso y silencioso por el que circula este tipo de violencia, la que no debe minimizarse y silenciarse.

Es en respuesta a esta violencia normalizada y oculta que las mujeres han salido a las calles de varias ciudades a manifestarse para alzar la voz y contrarrestar la idea que “es algo sin importancia” y hacer conciencia de enfrentar el “miedo a las consecuencias”.

Estas demostraciones contra la violencia de género representan la decisión de las mujeres a llamar la atención y hacer visible la crueldad que enfrentan, reflejan el estado de desesperación ante una realidad que muchos se niegan a ver o a darle importancia.

El Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés) ha emitido diversas recomendaciones a los Estados en materia de violencia contra las mujeres y niñas. La circular número 35 señala que los países son responsables de los actos u omisiones de sus órganos y agentes que constituyan violencia por razón de género contra las mujeres, lo que incluye los actos u omisiones de los funcionarios de poderes ejecutivo, legislativo y judicial.

Dicho comité instó a México a adoptar medidas de carácter urgente para prevenir las muertes violentas, los asesinatos y las desapariciones forzadas de mujeres y llamó a que se investigue, enjuicie y sancione a los responsables, incluidos los agentes estatales y no estatales, como cuestión prioritaria. Es conveniente y muy necesario evaluar que se está haciendo al respecto.

Pero la solución no está sólo en las instancias gubernamentales, es un asunto que nos compete y debe comprometernos a todos, para lo cual debemos unir esfuerzos desde cualquier ámbito para: 1.- Atender las causas de esa violencia inaceptable fortaleciendo las acciones de prevención que inician en el seno familiar, 2.- Impulsar normas y políticas públicas integrales con perspectiva de género y enfoque de derechos humanos, 3.- Fortalecer las instituciones gubernamentales para prevenir, atender, sancionar y erradicar las agresiones, 4.- Generar información y evidencias que den luz sobre la dimensión real del problema y 5.- Poner al alcance de las víctimas atención a su salud física y mental.

Se impone la necesidad de abrir todo tipo de foros, expresiones, estudios, investigaciones, análisis y propuestas sobre este cáncer que si actuamos de manera decidida podemos detener antes que escale a fases incontrolables.

Las tramas que ponen en riesgo el tejido social y nuestra manera civilizada de convivir no pueden seguir en las penumbras, ni las instancias de gobierno ignorarlas, ya no hay margen para dejar tiempo sin subir a la agenda de prioridades de los tres ámbitos de gobierno esta calamidad.