/ viernes 8 de marzo de 2019

El oficio de enseñar, sus virtudes y vicisitudes

El quehacer educativo de los maestros en las aulas está determinado por una multiplicidad de factores que condicionan, para bien o para mal, los resultados y las relaciones que éstos pueden establecer con el estudiantado, atendiendo a los desafíos y las posibilidades que en la actualidad ofrecen la enseñanza y el aprendizaje, como procesos continuos pero a la vez discontinuos, que ocurren dentro y fuera de las escuelas.

Dos preguntas son fundamentales para comenzar a comprender el impacto de la actividad educativa al interior de las escuelas. En un primer término, cuestionarnos si es verdad que ¿los profesores marcan alguna diferencia en el aprendizaje de los estudiantes?; y en un segundo momento ¿cuáles son las características de la buena enseñanza?

Con relación al primer cuestionamiento, hay estudios que reflejan que todos los profesores tienen un importante poder en la vida de sus alumnos, pues son personas que definitivamente influyen en sus decisiones, bien sea porque se enfocan en crear relaciones profesor-alumno armoniosas, que favorecen la buena enseñanza; o bien, porque se tiene que asumir el costo de una enseñanza deficiente.

Al trabajar con estudiantes de la carrera de psicología y con estudiantes de la carrera de profesor de educación primaria, cuando se les cuestiona acerca de sus experiencias con algún profesor especial, bien sea por haber sido muy bueno en su desempeño en las clases; o por el contrario, ser no tan bueno en su trabajo.

En el primer caso, se destacan características como la puntualidad, la responsabilidad, el preparar bien las clases, ser justo en las evaluaciones, tener tolerancia, estar abierto al diálogo, saber bien su materia, tener buen humor, ser afectuoso, preocuparse por los alumnos, llevarse bien con los demás maestros, acercarse a los padres de familia y participar en las actividades de la escuela.

En el segundo caso, se habla de un profesor apático, malhumorado, improvisado y repetitivo, que no conoce bien el tema y que nunca lleva materiales didácticos; también, que no tiene paciencia, que hace exámenes difíciles, con temas que a veces ni se ven en clase, que tiene mala comunicación con sus colegas, no tiene ningún interés por los problemas de los alumnos y mucho menos se preocupa por el que dirán los padres de familia.

En este aspecto, las investigaciones concluyen que la calidad de la relación profesor-alumno ofrece resultados académicos y conductuales buenos o malos, dependiendo de la profundidad o superficialidad de la misma; es decir, mientras más cercana y afectuosa sea la relación mejor será el desempeño de los estudiantes en clase y viceversa, pues los estudiantes que presentan importantes problemas de conducta durante los primeros años de escolaridad tienen menos posibilidades de presentarlos más adelante si los profesores se muestran sensibles a sus necesidades y brindan una retroalimentación frecuente y congruente.

En cuanto al costo de la enseñanza, los mejores profesores por lo general motivan logros de buenos a excelentes en el aprovechamiento de todos los estudiantes, lo que implica que los profesores eficaces son aquellos que establecen relaciones positivas con sus alumnos y se constituyen en una fuerza poderosa en la vida de tales estudiantes; además, los alumnos que tienen problemas de aprendizaje o conductuales obtienen el mayor beneficio de una buena enseñanza.

Vale decir que cuando la enseñanza no es buena y los profesores son ineficaces, es seguro que los estudiantes entrarán a la estadística del fracaso escolar y quedarán rezagados en su trayecto formativo, mientras que, lastimosamente, dichos profesores seguirán activos en el sistema educativo pues la ley les protege y no pueden ser separados de su función, a pesar de su evidente ineficacia docente.

Por lo que respecta a la segunda pregunta, existen cientos de respuestas, pues la buena enseñanza no está limitada a los salones de clases, ya que se presenta en hogares y hospitales, museos y empresas, consultorios de terapeutas y hasta en campamentos de verano. Sin embargo, la buena enseñanza dicta que los profesores deben tener amplios conocimientos e inventiva; deben ser capaces de utilizar una amplia gama de estrategias didácticas y de crear otras nuevas.

Deben contar con ciertas rutinas básicas basadas en las investigaciones para manejar sus clases, pero también, deben estar dispuestos y ser capaces de salir de la rutina cuando la situación requiera de un cambio y necesitan conocer las investigaciones sobre el desarrollo de los estudiantes, así como el contexto en el que se llevará a cabo la enseñanza.

El buen enseñante y la buena enseñanza no es tan fácil encontrarlos en las escuelas, aunque evidentemente si los hay, y seguro son bastantes, pero en el común de los estudiantes que se preparan para la carrera de la docencia o la psicología educativa, la proporción es aproximadamente de tres a uno: es decir, un buen enseñante contra tres no tan buenos, lo que obliga a repensar el oficio de enseñar y a cuestionarnos si es que en las instituciones formadoras de docentes o en las de educación superior se están preparando adecuadamente a los profesionales que luego se convertirán en enseñantes, o si por el contrario, el sistema educativo no está aplicando un buen sistema de actualización y capacitación, seguimiento y evaluación del desempeño docente.

El reto, como ya lo he señalado en anteriores colaboraciones, consiste en propiciar la toma de conciencia de los enseñantes en servicio y de los que están en formación en la educación superior, sea normalista o no, acerca de la gran responsabilidad que conlleva abrazar el oficio de enseñar, pues es uno de los más difíciles de practicar, -aunque muchos digan lo contrario-, pues se trabaja con otros sujetos que son los aprendices, alrededor de una materia prima que es el currículum, expresado en los planes y programas de estudio.

El quehacer educativo de los maestros en las aulas está determinado por una multiplicidad de factores que condicionan, para bien o para mal, los resultados y las relaciones que éstos pueden establecer con el estudiantado, atendiendo a los desafíos y las posibilidades que en la actualidad ofrecen la enseñanza y el aprendizaje, como procesos continuos pero a la vez discontinuos, que ocurren dentro y fuera de las escuelas.

Dos preguntas son fundamentales para comenzar a comprender el impacto de la actividad educativa al interior de las escuelas. En un primer término, cuestionarnos si es verdad que ¿los profesores marcan alguna diferencia en el aprendizaje de los estudiantes?; y en un segundo momento ¿cuáles son las características de la buena enseñanza?

Con relación al primer cuestionamiento, hay estudios que reflejan que todos los profesores tienen un importante poder en la vida de sus alumnos, pues son personas que definitivamente influyen en sus decisiones, bien sea porque se enfocan en crear relaciones profesor-alumno armoniosas, que favorecen la buena enseñanza; o bien, porque se tiene que asumir el costo de una enseñanza deficiente.

Al trabajar con estudiantes de la carrera de psicología y con estudiantes de la carrera de profesor de educación primaria, cuando se les cuestiona acerca de sus experiencias con algún profesor especial, bien sea por haber sido muy bueno en su desempeño en las clases; o por el contrario, ser no tan bueno en su trabajo.

En el primer caso, se destacan características como la puntualidad, la responsabilidad, el preparar bien las clases, ser justo en las evaluaciones, tener tolerancia, estar abierto al diálogo, saber bien su materia, tener buen humor, ser afectuoso, preocuparse por los alumnos, llevarse bien con los demás maestros, acercarse a los padres de familia y participar en las actividades de la escuela.

En el segundo caso, se habla de un profesor apático, malhumorado, improvisado y repetitivo, que no conoce bien el tema y que nunca lleva materiales didácticos; también, que no tiene paciencia, que hace exámenes difíciles, con temas que a veces ni se ven en clase, que tiene mala comunicación con sus colegas, no tiene ningún interés por los problemas de los alumnos y mucho menos se preocupa por el que dirán los padres de familia.

En este aspecto, las investigaciones concluyen que la calidad de la relación profesor-alumno ofrece resultados académicos y conductuales buenos o malos, dependiendo de la profundidad o superficialidad de la misma; es decir, mientras más cercana y afectuosa sea la relación mejor será el desempeño de los estudiantes en clase y viceversa, pues los estudiantes que presentan importantes problemas de conducta durante los primeros años de escolaridad tienen menos posibilidades de presentarlos más adelante si los profesores se muestran sensibles a sus necesidades y brindan una retroalimentación frecuente y congruente.

En cuanto al costo de la enseñanza, los mejores profesores por lo general motivan logros de buenos a excelentes en el aprovechamiento de todos los estudiantes, lo que implica que los profesores eficaces son aquellos que establecen relaciones positivas con sus alumnos y se constituyen en una fuerza poderosa en la vida de tales estudiantes; además, los alumnos que tienen problemas de aprendizaje o conductuales obtienen el mayor beneficio de una buena enseñanza.

Vale decir que cuando la enseñanza no es buena y los profesores son ineficaces, es seguro que los estudiantes entrarán a la estadística del fracaso escolar y quedarán rezagados en su trayecto formativo, mientras que, lastimosamente, dichos profesores seguirán activos en el sistema educativo pues la ley les protege y no pueden ser separados de su función, a pesar de su evidente ineficacia docente.

Por lo que respecta a la segunda pregunta, existen cientos de respuestas, pues la buena enseñanza no está limitada a los salones de clases, ya que se presenta en hogares y hospitales, museos y empresas, consultorios de terapeutas y hasta en campamentos de verano. Sin embargo, la buena enseñanza dicta que los profesores deben tener amplios conocimientos e inventiva; deben ser capaces de utilizar una amplia gama de estrategias didácticas y de crear otras nuevas.

Deben contar con ciertas rutinas básicas basadas en las investigaciones para manejar sus clases, pero también, deben estar dispuestos y ser capaces de salir de la rutina cuando la situación requiera de un cambio y necesitan conocer las investigaciones sobre el desarrollo de los estudiantes, así como el contexto en el que se llevará a cabo la enseñanza.

El buen enseñante y la buena enseñanza no es tan fácil encontrarlos en las escuelas, aunque evidentemente si los hay, y seguro son bastantes, pero en el común de los estudiantes que se preparan para la carrera de la docencia o la psicología educativa, la proporción es aproximadamente de tres a uno: es decir, un buen enseñante contra tres no tan buenos, lo que obliga a repensar el oficio de enseñar y a cuestionarnos si es que en las instituciones formadoras de docentes o en las de educación superior se están preparando adecuadamente a los profesionales que luego se convertirán en enseñantes, o si por el contrario, el sistema educativo no está aplicando un buen sistema de actualización y capacitación, seguimiento y evaluación del desempeño docente.

El reto, como ya lo he señalado en anteriores colaboraciones, consiste en propiciar la toma de conciencia de los enseñantes en servicio y de los que están en formación en la educación superior, sea normalista o no, acerca de la gran responsabilidad que conlleva abrazar el oficio de enseñar, pues es uno de los más difíciles de practicar, -aunque muchos digan lo contrario-, pues se trabaja con otros sujetos que son los aprendices, alrededor de una materia prima que es el currículum, expresado en los planes y programas de estudio.