La psicóloga María Jesús Álava Reyes, en su libro “La Verdad de la Mentira”, llega a hacer
mención que vivimos en una sociedad donde la mentira tiene cada vez más fuerza, debido a
que la mentira tiene un emisor, pero si quienes la aceptan son tolerantes, esto permite que el
mentiroso fortalezca su calidad de mitómano y se sienta cada vez más realizado con las
falsedades que, en forma previa o de manera improvisada lleva a cabo.
La mitomanía es un trastorno psicológico que consiste en una conducta repetitiva del acto
de mentir. Afecta a personas con un nivel de autoestima muy bajo, y lo hacen para llamar la
atención con sus invenciones, sobre grandes hazañas o dramas personales, adoptando una
posición que les hace parecer más importantes, afortunados, inteligentes, procurando
impresionar y que los demás les acepten y les respeten, pero su gran miedo es el rechazo
social.
Por medio de sus mentiras, el mitómano busca beneficios inmediatos, lo que sucede con
mucha frecuencia con la clase política en dónde se miente para caer bien, para lograr
objetivos, pero sobre todo para manipular.
En su origen se empieza con mentiras comunes, pero el hábito en repetirlas en forma
constante y el efecto de tener la posibilidad de manipular, los convierte en mitómanos.
Por otra parte, las personas necesitamos creer, en algo, en lo que sea, y parte de ello, se
debe a la aversión que tenemos por la incertidumbre prefiriendo creer que dudar; la duda es
incómoda y la creencia nos soluciona ese problema.
No obstante que se pueda creer o medio creer a ciertas personas por tenerles admiración,
apego o algún enamoramiento hacía ellas, existen siempre los que conocemos como
“paleros”, que son aquellas personas que llegan a realizar trampas en juegos de azar o de
destreza, otras que favorecen o ayudan a alguien públicamente, aplaudiendo en
representaciones artísticas o en mítines políticos, o definitivamente un ayudante
convenenciero de grupos o dirigentes políticos.
Y así como recuerdo a la mamá de un niño mimado, quien era requerida por los maestros
de su hijo para reclamarle que no cumplía con sus tareas, la citada madre del infante
consentido y malcriado, la hacía de “palera” con su vástago y se cegaba arguyendo que ella
misma le revisaba las tareas a su hijo, que desconocía la causa del por qué no se las
calificaban correctamente.
De la misma manera, el subsecretario de Salud, por quedar bien con su jefe, tuvo que llevar
a cabo ciertos actos de ceguera vergonzosa, al señalar que, la fuerza del presidente era una
fuerza moral y no de contagio.
Y también que el uso del cubrebocas no estaba demostrado científicamente fuera necesario
para evitar contagios del Covid 19. Ahondando en más paleros, a los dizque periodistas o
reporteros que se sientan en las primeras filas de las homilías mañaneras, que llevan sus
preguntas a modo, para que el expositor le dé rienda suelta a su lucimiento y desahogue sus
complejos de egolatría y narcisismo.
Los “iluminados”, dirigentes de alguna secta, que han llegado a convencer a sus feligreses,
les llegan a aceptar una sarta de farsas e invenciones, habiendo algunos que arguyen que, la
gracia divina les ha permitido cohabitar con varias niñas de doce años y sus feligreses en
forma increíblemente, le llevan a sus propias hijas, para que tengan intimidad con su líder
espiritual y tengan en su vida ese gran honor.
Y si se trata del político, se puede decir que de lo mismo que siempre se quejó, es el
primero que comete las transgresiones, torpezas y corruptelas y, no obstante, se le muestran
las evidencias irrechazables, continúan, cayendo en su mitomanía negando y encontrando
miles de pretextos y culpables de los malos resultados.
Pero lo más lamentable es que, además de que ya se cuenta con una persona con un daño
psicológico, debido a sus constantes falsedades y embustes, que es contaminante para la
sociedad entera, resulta increíble, que existan personas quienes admiten, consienten y
asienten las mentiras que se les exponen, pues, siendo evidentes todas las falacias
expuestas, sin lugar a duda, han de ser paleros, ignorantes, ciegos o convenencieros, pero
también inconscientes del daño que está recibiendo una sociedad que no merece los
resultados de ninguna persona mitómana que actúa fuera de toda razón.