/ jueves 8 de octubre de 2020

El peso del alma

Los egipcios decían que tras la muerte emprendemos un largo y tortuoso viaje montados en la barca de Re o Ra, el Dios Sol, hasta llegar a la Sala de la Doble Verdad.

Para enfrentar el juicio del alma y en el momento culminante, el corazón –en el que quedan registradas todas las buenas y malas acciones- es pesado en una balanza para compararlo con la pluma de Maat, la diosa de la verdad y la justicia, y si hemos llevado una vida decente, nuestra alma pesará menos o lo mismo que la pluma y será digna de vivir para siempre en el paraíso con Osiris.

Durante mucho tiempo, la cultura occidental ha albergado, entre su repertorio de ideas y creencias sobre el más allá, el supuesto de que la esencia de los seres humanos se encuentra en una sustancia inmaterial a la que solemos llamar alma, un concepto tan misterioso como impreciso y confuso.

En el siglo XIX, en el diario The New York Times el doctor Duncan MacDougall, quien había nacido Glasgow, Escocia, en 1866 y mudado a Massachusetts, Estados Unidos, a los 20 años y se había graduado de la Escuela de Medicina de la Universidad de Boston, dijo que “el alma tiene peso”.

MacDougall construyó una cama especial colocando un marco ligero sobre escalas delicadamente equilibradas sensibles a dos décimas de onza, en donde acostaba a pacientes en las etapas finales de enfermedades terminales quienes eran meticulosamente observados durante y después del proceso de morir, por lo que cualquier cambio correspondiente al peso era medido, teniendo en cuenta en los cálculos incluso las pérdidas de fluidos corporales, como el sudor y la orina, y de gases como el oxígeno y el nitrógeno, donde se destacó que “un peso de entre onza a una onza y un cuarto sale del cuerpo en el momento de la expiración”.

El médico hizo además el mismo experimento con 15 perros y observó que “los resultados fueron uniformemente negativos, sin pérdida de peso al morir”, corroborando la hipótesis de que la pérdida de peso registrada en los humanos se debía a la salida del alma del cuerpo, ya que según su doctrina religiosa los animales no tienen alma.

Así, se hizo a la idea de que el alma pesa ¾ de onza, o más bien 21 gramos, que fue la disminución de peso registrada en el primer sujeto del experimento de MacDougall, sigue viva.

Para el cálculo de pesos, se utilizó una báscula de plataforma estándar Fairbanks, un aparato inventado en 1830 que se había vuelto mundialmente famoso pues permitía pesar objetos grandes con precisión, sobre todo, después de considerar que antes de las básculas Fairbanks, el pesaje preciso de los objetos requería colgarlos de una viga de equilibrio; como resultado, los objetos particularmente pesados o desgarbados no se podían pesar con precisión.

Para ello, emprendió la investigación para determinar “si la salida del alma del cuerpo era acompañada de alguna manifestación que pudiera registrarse con algún medio físico”, por lo que partía de la premisa de que el alma dejaba el cuerpo en el momento de la muerte, así que no estaba poniendo en duda su existencia, pero los resultados de su pesquisa tenían el potencial de comprobarla científicamente, así esa no fuera su intención.

“En el instante en que la vida cesaba, la bandeja de la escala opuesta caía con una rapidez asombrosa, como si algo se hubiera levantado repentinamente del cuerpo”, aseguró el doctor, por lo que se hizo famoso.

Sin embargo, su conclusión se basó en las observaciones de apenas cuatro casos, sino que aunque en tres se registró una caída inmediata de peso, en dos de ellos éste aumentó con el paso del tiempo, y la caída del cuarto caso se revirtió y luego se repitió, pero ni eso ni el hecho de que la comunidad científica negara la validez del experimento impidieron que se colara en la conciencia cultural que el peso del alma es de 21 gramos.

Los egipcios decían que tras la muerte emprendemos un largo y tortuoso viaje montados en la barca de Re o Ra, el Dios Sol, hasta llegar a la Sala de la Doble Verdad.

Para enfrentar el juicio del alma y en el momento culminante, el corazón –en el que quedan registradas todas las buenas y malas acciones- es pesado en una balanza para compararlo con la pluma de Maat, la diosa de la verdad y la justicia, y si hemos llevado una vida decente, nuestra alma pesará menos o lo mismo que la pluma y será digna de vivir para siempre en el paraíso con Osiris.

Durante mucho tiempo, la cultura occidental ha albergado, entre su repertorio de ideas y creencias sobre el más allá, el supuesto de que la esencia de los seres humanos se encuentra en una sustancia inmaterial a la que solemos llamar alma, un concepto tan misterioso como impreciso y confuso.

En el siglo XIX, en el diario The New York Times el doctor Duncan MacDougall, quien había nacido Glasgow, Escocia, en 1866 y mudado a Massachusetts, Estados Unidos, a los 20 años y se había graduado de la Escuela de Medicina de la Universidad de Boston, dijo que “el alma tiene peso”.

MacDougall construyó una cama especial colocando un marco ligero sobre escalas delicadamente equilibradas sensibles a dos décimas de onza, en donde acostaba a pacientes en las etapas finales de enfermedades terminales quienes eran meticulosamente observados durante y después del proceso de morir, por lo que cualquier cambio correspondiente al peso era medido, teniendo en cuenta en los cálculos incluso las pérdidas de fluidos corporales, como el sudor y la orina, y de gases como el oxígeno y el nitrógeno, donde se destacó que “un peso de entre onza a una onza y un cuarto sale del cuerpo en el momento de la expiración”.

El médico hizo además el mismo experimento con 15 perros y observó que “los resultados fueron uniformemente negativos, sin pérdida de peso al morir”, corroborando la hipótesis de que la pérdida de peso registrada en los humanos se debía a la salida del alma del cuerpo, ya que según su doctrina religiosa los animales no tienen alma.

Así, se hizo a la idea de que el alma pesa ¾ de onza, o más bien 21 gramos, que fue la disminución de peso registrada en el primer sujeto del experimento de MacDougall, sigue viva.

Para el cálculo de pesos, se utilizó una báscula de plataforma estándar Fairbanks, un aparato inventado en 1830 que se había vuelto mundialmente famoso pues permitía pesar objetos grandes con precisión, sobre todo, después de considerar que antes de las básculas Fairbanks, el pesaje preciso de los objetos requería colgarlos de una viga de equilibrio; como resultado, los objetos particularmente pesados o desgarbados no se podían pesar con precisión.

Para ello, emprendió la investigación para determinar “si la salida del alma del cuerpo era acompañada de alguna manifestación que pudiera registrarse con algún medio físico”, por lo que partía de la premisa de que el alma dejaba el cuerpo en el momento de la muerte, así que no estaba poniendo en duda su existencia, pero los resultados de su pesquisa tenían el potencial de comprobarla científicamente, así esa no fuera su intención.

“En el instante en que la vida cesaba, la bandeja de la escala opuesta caía con una rapidez asombrosa, como si algo se hubiera levantado repentinamente del cuerpo”, aseguró el doctor, por lo que se hizo famoso.

Sin embargo, su conclusión se basó en las observaciones de apenas cuatro casos, sino que aunque en tres se registró una caída inmediata de peso, en dos de ellos éste aumentó con el paso del tiempo, y la caída del cuarto caso se revirtió y luego se repitió, pero ni eso ni el hecho de que la comunidad científica negara la validez del experimento impidieron que se colara en la conciencia cultural que el peso del alma es de 21 gramos.