/ sábado 27 de febrero de 2021

El sentido del dolor

La insensibilidad congénita al dolor con anhidrosis (CIPA) es una enfermedad genética que se caracteriza por la incapacidad de sentir dolor y percibir la temperatura y la falta o disminución del sudor (anhidrosis).

Esto lleva a lesiones graves y repetidas y a lastimarse a sí mismo sin querer. Incluso con el riesgo de causarse la muerte. Hace algunos años, una mamá cuya hija padecía de esta enfermedad fue entrevistada en televisión, su frase final fue: “Cada noche le pido a Dios para que le dé a mi hija el sentido del dolor”.

A un año de que entró el Covid-19 a México, como pocas veces hemos visto tanto dolor a nuestro alrededor. El dolor por la pérdida repentina de seres queridos que no pensábamos nos dejarían tan pronto. El dolor por el aislamiento y el abrazo reprimido que no pudimos dar o recibir. El dolor por la impotencia de no habernos podido despedir adecuadamente. El dolor por el abandono que decimos haber experimentado de aquel que no tomamos en cuenta en la salud y en la dicha, pero al que atribuimos la responsabilidad de todas nuestras desgracias.

A ninguno de nosotros nos atrae el dolor, no sólo porque no fuimos diseñados originalmente para el mismo, sino porque además en estos tiempos no es comercial, “no vende”. Lo “cool” es estar cómodos, sentirnos bien, gozar de la mayor cantidad de placeres en el menor tiempo posible. Creo que como sociedad padecemos de “cipa” colectiva. Creo que hemos perdido la capacidad de sentir dolor, y con ella la capacidad de entender que un Dios infinito puede utilizar un padecimiento momentáneo para revelarnos la tragedia de lo que sería una vida lejos de Él.

Aunque nos cueste admitir, el dolor nos sensibiliza en cuanto a ser conscientes de nuestra fragilidad. Nos capacita para ser más empáticos con el que sufre y ofrecer nuestra ayuda. Pero sobre todo, nos confronta con el misterio de que existe un Dios que nos amó tanto que accedió a sufrir en carne propia nuestro dolor.

Esa es la esencia del cristianismo: Jesús, siendo Dios se hizo hombre para salvarnos, no sin antes sufrir por nosotros. La vida, pasión y resurrección de Cristo no muestran que el dolor que experimentamos aquí es solo algo momentáneo. A los que creemos, nos aguarda una esperanza gloriosa. La pregunta crucial de hoy es ¿lo crees?

La insensibilidad congénita al dolor con anhidrosis (CIPA) es una enfermedad genética que se caracteriza por la incapacidad de sentir dolor y percibir la temperatura y la falta o disminución del sudor (anhidrosis).

Esto lleva a lesiones graves y repetidas y a lastimarse a sí mismo sin querer. Incluso con el riesgo de causarse la muerte. Hace algunos años, una mamá cuya hija padecía de esta enfermedad fue entrevistada en televisión, su frase final fue: “Cada noche le pido a Dios para que le dé a mi hija el sentido del dolor”.

A un año de que entró el Covid-19 a México, como pocas veces hemos visto tanto dolor a nuestro alrededor. El dolor por la pérdida repentina de seres queridos que no pensábamos nos dejarían tan pronto. El dolor por el aislamiento y el abrazo reprimido que no pudimos dar o recibir. El dolor por la impotencia de no habernos podido despedir adecuadamente. El dolor por el abandono que decimos haber experimentado de aquel que no tomamos en cuenta en la salud y en la dicha, pero al que atribuimos la responsabilidad de todas nuestras desgracias.

A ninguno de nosotros nos atrae el dolor, no sólo porque no fuimos diseñados originalmente para el mismo, sino porque además en estos tiempos no es comercial, “no vende”. Lo “cool” es estar cómodos, sentirnos bien, gozar de la mayor cantidad de placeres en el menor tiempo posible. Creo que como sociedad padecemos de “cipa” colectiva. Creo que hemos perdido la capacidad de sentir dolor, y con ella la capacidad de entender que un Dios infinito puede utilizar un padecimiento momentáneo para revelarnos la tragedia de lo que sería una vida lejos de Él.

Aunque nos cueste admitir, el dolor nos sensibiliza en cuanto a ser conscientes de nuestra fragilidad. Nos capacita para ser más empáticos con el que sufre y ofrecer nuestra ayuda. Pero sobre todo, nos confronta con el misterio de que existe un Dios que nos amó tanto que accedió a sufrir en carne propia nuestro dolor.

Esa es la esencia del cristianismo: Jesús, siendo Dios se hizo hombre para salvarnos, no sin antes sufrir por nosotros. La vida, pasión y resurrección de Cristo no muestran que el dolor que experimentamos aquí es solo algo momentáneo. A los que creemos, nos aguarda una esperanza gloriosa. La pregunta crucial de hoy es ¿lo crees?

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