/ domingo 28 de abril de 2019

El ser humilde es una acción valerosa, no denigrante

Como seres humanos, falibles, imperfectos, todos nos equivocamos, fruto de nuestra ignorancia o de un impulso precipitado, un discernimiento inexacto o unos sentimientos desfavorables que emitimos en un momento dado. En cuestión de segundos o minutos, cualquiera puede presuponer criterios en los demás, nos anticipamos motivados por una intuición falsa, no computamos bien las consecuencias de nuestras palabras o nuestros actos, no somos conscientes de lo que hacemos o no sabemos tomar la decisión adecuada en el momento oportuno. Y muchas veces no tenemos la posibilidad de rectificar, cosa que por lo menos deberíamos de reconocer que, queriendo o no, lo hemos hecho rematadamente mal. Esto nos debería también hacer humildes.

Reconocer nuestros errores es un acto de valor que sin duda alguna nos hace crecer.

Aceptar que nos equivocamos y toleramos nuestra imperfección nos hará sentir mejor.

Y, sobre todo, nos permitirá estar más atentos a las nuevas experiencias para mejorar nuestras habilidades y construir relaciones más sólidas. A veces cometemos errores graves, irreparables; de una forma o de otra pagamos por ellos. Pero, sea como sea lo que venga, el primer paso es ser honesto con uno mismo y con los demás.

Admitir que nos hemos equivocado es el primer paso para pedir perdón. Es una forma de demostrar que queremos mejorar y que tomamos en cuenta a los demás. Aceptar nuestros errores es un acto de humildad que de ninguna manera nos denigra, al contrario, damos fe de nuestra integridad. Es muy recomendable para las personas que tienen dificultades de relación por su actitud de soberbia y prepotencia. Todo es más fácil a partir de este momento; porque asumimos plenamente nuestra responsabilidad comunicativa, es decir, la capacidad y la habilidad para pedir perdón sinceramente.

Muchas personas se dan cuenta de sus errores, del daño que han causado, pero no son capaces de disculparse. No perciben este gesto como una liberación y una forma de mitigar los efectos del error, sino como una humillación y una muestra de debilidad.

Muchos de nosotros decimos perdón como fórmula de cortesía casi rutinaria, cuando tropezamos con alguien, cuando nos abrimos paso entre la gente, cuando estorbamos, cuando no dejamos ver, en fin son determinados momentos que es lo correcto pedir perdón y, no es ninguna sumisión. Es educación.

Igualmente es habitual utilizarlo como norma para llamar la atención a alguien, que puede ser un transeúnte, un empleado, un trabajador; siendo esta cortesía una buena manera de empezar que implica cierta humildad; pues sabemos que estamos molestando, le robamos su tiempo o lo interrumpimos en su trabajo o causamos alguna incomodidad. Y si nos fijamos principalmente en las personas de mayor edad, usan tal proceder completo, por ejemplo: “perdone que lo moleste”… “¿Me podría indicar qué hora es?” Cuanto más grave sea el error, más se tiene que invertir en la disculpa, porque el valor de la palabra perdón, por sí sola puede devaluarse, dado las distintas formas de usarla.

No olvidemos las disputas públicas, deportivas y celebridades que en general a veces se ven en la necesidad de tener que dar explicaciones o disculparse ante sus seguidores o a la opinión pública, ya sea a través de los medios tradicionales o las redes sociales. Para ellos y las marcas comerciales es una forma de mantener o, incluso, de reforzar su imagen y su reputación.

También se puede pedir perdón bajando la mirada humildemente y llevándose la mano al corazón; o bien, juntando las manos en posición de rezo. Muchas veces estas maneras tienen significado por sí solos en el contexto, sin necesidad de palabras. En ocasiones, dicha forma y palabras se producen simultáneamente.

Como pasa en otros modos de comunicación, pedir perdón puede ser contra producente en ciertas situaciones. Lo es cuando no hay nada que perdonar y, por lo tanto, nos estamos ubicando en una posición de excesiva sumisión o falta de autoestima. Por ejemplo: Cuando hablamos o leemos en público y tropezamos; no es necesario. Cuando lo utilizamos como una forma exagerada de humildad o prudencia.

Cuando nos disculpamos por cosas que no molestan a nadie. Cuando nos disculpamos constantemente.

Cuando ya no podamos volver atrás ni podamos reparar el daño que hemos causado, nos queda el deber de pedir perdón. Se lo debemos a la persona o personas a las que hayamos perjudicado.

Estas modestas y muy sinceras recomendaciones de la importancia de ser sencilla y prudentemente educados como muestra de la verdadera humildad que invade nuestro corazón, tienen la sana intención de que sean tomadas en cuenta por mis amables lectores. No por una presunción de mi parte, pues son prescripciones que todos las sabemos, pero en cuántas ocasiones se nos pasan o se olvidan. Que sean parte de nuestra personalidad para demostrar más cabalmente nuestra educación.

Como seres humanos, falibles, imperfectos, todos nos equivocamos, fruto de nuestra ignorancia o de un impulso precipitado, un discernimiento inexacto o unos sentimientos desfavorables que emitimos en un momento dado. En cuestión de segundos o minutos, cualquiera puede presuponer criterios en los demás, nos anticipamos motivados por una intuición falsa, no computamos bien las consecuencias de nuestras palabras o nuestros actos, no somos conscientes de lo que hacemos o no sabemos tomar la decisión adecuada en el momento oportuno. Y muchas veces no tenemos la posibilidad de rectificar, cosa que por lo menos deberíamos de reconocer que, queriendo o no, lo hemos hecho rematadamente mal. Esto nos debería también hacer humildes.

Reconocer nuestros errores es un acto de valor que sin duda alguna nos hace crecer.

Aceptar que nos equivocamos y toleramos nuestra imperfección nos hará sentir mejor.

Y, sobre todo, nos permitirá estar más atentos a las nuevas experiencias para mejorar nuestras habilidades y construir relaciones más sólidas. A veces cometemos errores graves, irreparables; de una forma o de otra pagamos por ellos. Pero, sea como sea lo que venga, el primer paso es ser honesto con uno mismo y con los demás.

Admitir que nos hemos equivocado es el primer paso para pedir perdón. Es una forma de demostrar que queremos mejorar y que tomamos en cuenta a los demás. Aceptar nuestros errores es un acto de humildad que de ninguna manera nos denigra, al contrario, damos fe de nuestra integridad. Es muy recomendable para las personas que tienen dificultades de relación por su actitud de soberbia y prepotencia. Todo es más fácil a partir de este momento; porque asumimos plenamente nuestra responsabilidad comunicativa, es decir, la capacidad y la habilidad para pedir perdón sinceramente.

Muchas personas se dan cuenta de sus errores, del daño que han causado, pero no son capaces de disculparse. No perciben este gesto como una liberación y una forma de mitigar los efectos del error, sino como una humillación y una muestra de debilidad.

Muchos de nosotros decimos perdón como fórmula de cortesía casi rutinaria, cuando tropezamos con alguien, cuando nos abrimos paso entre la gente, cuando estorbamos, cuando no dejamos ver, en fin son determinados momentos que es lo correcto pedir perdón y, no es ninguna sumisión. Es educación.

Igualmente es habitual utilizarlo como norma para llamar la atención a alguien, que puede ser un transeúnte, un empleado, un trabajador; siendo esta cortesía una buena manera de empezar que implica cierta humildad; pues sabemos que estamos molestando, le robamos su tiempo o lo interrumpimos en su trabajo o causamos alguna incomodidad. Y si nos fijamos principalmente en las personas de mayor edad, usan tal proceder completo, por ejemplo: “perdone que lo moleste”… “¿Me podría indicar qué hora es?” Cuanto más grave sea el error, más se tiene que invertir en la disculpa, porque el valor de la palabra perdón, por sí sola puede devaluarse, dado las distintas formas de usarla.

No olvidemos las disputas públicas, deportivas y celebridades que en general a veces se ven en la necesidad de tener que dar explicaciones o disculparse ante sus seguidores o a la opinión pública, ya sea a través de los medios tradicionales o las redes sociales. Para ellos y las marcas comerciales es una forma de mantener o, incluso, de reforzar su imagen y su reputación.

También se puede pedir perdón bajando la mirada humildemente y llevándose la mano al corazón; o bien, juntando las manos en posición de rezo. Muchas veces estas maneras tienen significado por sí solos en el contexto, sin necesidad de palabras. En ocasiones, dicha forma y palabras se producen simultáneamente.

Como pasa en otros modos de comunicación, pedir perdón puede ser contra producente en ciertas situaciones. Lo es cuando no hay nada que perdonar y, por lo tanto, nos estamos ubicando en una posición de excesiva sumisión o falta de autoestima. Por ejemplo: Cuando hablamos o leemos en público y tropezamos; no es necesario. Cuando lo utilizamos como una forma exagerada de humildad o prudencia.

Cuando nos disculpamos por cosas que no molestan a nadie. Cuando nos disculpamos constantemente.

Cuando ya no podamos volver atrás ni podamos reparar el daño que hemos causado, nos queda el deber de pedir perdón. Se lo debemos a la persona o personas a las que hayamos perjudicado.

Estas modestas y muy sinceras recomendaciones de la importancia de ser sencilla y prudentemente educados como muestra de la verdadera humildad que invade nuestro corazón, tienen la sana intención de que sean tomadas en cuenta por mis amables lectores. No por una presunción de mi parte, pues son prescripciones que todos las sabemos, pero en cuántas ocasiones se nos pasan o se olvidan. Que sean parte de nuestra personalidad para demostrar más cabalmente nuestra educación.