/ lunes 4 de octubre de 2021

El silencio de los liberales

Un pensador inglés dijo al tirano: “quítame todas las libertades, pero déjame la de hablar y la de escribir los dictados de mi conciencia”. Expresión que aprovecho para discrepar del juicio de los que juran combatir las pasiones y crímenes de los fanáticos y donde su proclividad a no hacerlo, se resguarda en el sepulcral silencio.

Todos nuestros héroes han sido liberales y del simbolismo pasaron al campo de batalla, donde su vida fue empeñada, para salvar y reivindicar el honor de nuestra patria, la que ahora sigue acorralada por las tentaciones de la derecha, que no cede en mantener vigente el reto de derribar la maldición histórica de Juárez, cuando los condenó a la derrota constante de sus ambiciones.

Las columnas liberales siempre se han cubierto de gloria y ese honor pareciera que ahora lo persiguen del lado de la derecha, porque los embates que ésta profiere en contra de un hombre que alaba la fraternidad universal, se agigantan cuando el silencio arropa las voces que históricamente han sido contestarías a sus fechorías.

Y ahí está al prócer duranguense Guadalupe Victoria, primer presidente de México, que bajo los postulados del liberalismo, se lanzó al campo de batalla, inspirado por la celebridad de aquella frase que sin duda había inervado las fibras de su histórico valor: “La independencia se afianzará con mi sangre y la libertad se perderá con mi vida”.

Expresión conmovedora y escalofriante para los hombres nobles y patriotas, que demuestran aún en las peores vicisitudes, asimilar su ejemplo; mientras a la par, caminan aquellos que en un escenario de frivolidad, exhiben la banda del expresidente, la que en la batalla no están dispuestos a lanzarla en prenda, salvo que el bazar de la traición les ofrezca las treinta monedas.

Y qué decir de otro insigne duranguense Francisco Zarco, cuando en un discurso lapidario, pronunciado en el año de 1856, donde denunció los excesos de la Ley Lafragua, quien se convirtiera en la persecutora contumaz de los periodistas liberales, dejando siempre a salvo a los conservadores, porque se parapetaban tras los firmones, tras los nombres supuestos, tras los modestos encuadernadores, porque son miserables y villanos.

Y continúa: “Los medios conservadores se han convertido en refugio de aventureros, madriguera de advenedizos y carlistas que expulsados por la España liberal, vienen aquí a buscar un pedazo de pan y no lo ganan, sino con la diatriba y la calumnia, con predicar la sedición y el fanatismo, con insultar al pueblo hospitalario dispuesto a recibirlos como hermanos, en la prensa conservadora ¿qué nombres pueden darse a la luz? Quién los conoce, qué significación política pudieran tener?”

“Los que atizan la tea de la discordia, los que insultan al gobierno, los que calumnian al congreso, los que vilipendian al pueblo, los que ultrajan la libertad, los que provocan la reacción, los que suscitan el fanatismo, se ocultan y hieren como villanos, porque son pérfidos y cobardes”.

Estos fragmentos cortos de aquel discurso incendiario, son suficientes para dar testimonio del retumbo de la voz de Francisco Zarco, que contrasta con el silencio de las logias duranguenses, que sin duda hacen honor al precepto de callar, para no lastimar el basurero de la historia en el que el paladín del periodismo liberal los colocara.

Ese era el sentir del hermano mayor del liberalismo, ante el que no se inmuta el pragmatismo del liberalismo duranguense, que se acoge a la época moderna, “donde no hay nada que no se pueda superar” y montados en ese absurdo sin principios se declaran hombres libres y de buenas costumbres, agarrados de la mano de los que las vomitan.

Desde luego que mi artículo no es para reprochar silencios ni conminar a que los rompan; porque me basta la voz de Sergio V. M. Sánchez, para darme cuenta que no todos están sometidos al olor ovejuno, que sólo impregna la debilidad de los acomodaticios.

Un pensador inglés dijo al tirano: “quítame todas las libertades, pero déjame la de hablar y la de escribir los dictados de mi conciencia”. Expresión que aprovecho para discrepar del juicio de los que juran combatir las pasiones y crímenes de los fanáticos y donde su proclividad a no hacerlo, se resguarda en el sepulcral silencio.

Todos nuestros héroes han sido liberales y del simbolismo pasaron al campo de batalla, donde su vida fue empeñada, para salvar y reivindicar el honor de nuestra patria, la que ahora sigue acorralada por las tentaciones de la derecha, que no cede en mantener vigente el reto de derribar la maldición histórica de Juárez, cuando los condenó a la derrota constante de sus ambiciones.

Las columnas liberales siempre se han cubierto de gloria y ese honor pareciera que ahora lo persiguen del lado de la derecha, porque los embates que ésta profiere en contra de un hombre que alaba la fraternidad universal, se agigantan cuando el silencio arropa las voces que históricamente han sido contestarías a sus fechorías.

Y ahí está al prócer duranguense Guadalupe Victoria, primer presidente de México, que bajo los postulados del liberalismo, se lanzó al campo de batalla, inspirado por la celebridad de aquella frase que sin duda había inervado las fibras de su histórico valor: “La independencia se afianzará con mi sangre y la libertad se perderá con mi vida”.

Expresión conmovedora y escalofriante para los hombres nobles y patriotas, que demuestran aún en las peores vicisitudes, asimilar su ejemplo; mientras a la par, caminan aquellos que en un escenario de frivolidad, exhiben la banda del expresidente, la que en la batalla no están dispuestos a lanzarla en prenda, salvo que el bazar de la traición les ofrezca las treinta monedas.

Y qué decir de otro insigne duranguense Francisco Zarco, cuando en un discurso lapidario, pronunciado en el año de 1856, donde denunció los excesos de la Ley Lafragua, quien se convirtiera en la persecutora contumaz de los periodistas liberales, dejando siempre a salvo a los conservadores, porque se parapetaban tras los firmones, tras los nombres supuestos, tras los modestos encuadernadores, porque son miserables y villanos.

Y continúa: “Los medios conservadores se han convertido en refugio de aventureros, madriguera de advenedizos y carlistas que expulsados por la España liberal, vienen aquí a buscar un pedazo de pan y no lo ganan, sino con la diatriba y la calumnia, con predicar la sedición y el fanatismo, con insultar al pueblo hospitalario dispuesto a recibirlos como hermanos, en la prensa conservadora ¿qué nombres pueden darse a la luz? Quién los conoce, qué significación política pudieran tener?”

“Los que atizan la tea de la discordia, los que insultan al gobierno, los que calumnian al congreso, los que vilipendian al pueblo, los que ultrajan la libertad, los que provocan la reacción, los que suscitan el fanatismo, se ocultan y hieren como villanos, porque son pérfidos y cobardes”.

Estos fragmentos cortos de aquel discurso incendiario, son suficientes para dar testimonio del retumbo de la voz de Francisco Zarco, que contrasta con el silencio de las logias duranguenses, que sin duda hacen honor al precepto de callar, para no lastimar el basurero de la historia en el que el paladín del periodismo liberal los colocara.

Ese era el sentir del hermano mayor del liberalismo, ante el que no se inmuta el pragmatismo del liberalismo duranguense, que se acoge a la época moderna, “donde no hay nada que no se pueda superar” y montados en ese absurdo sin principios se declaran hombres libres y de buenas costumbres, agarrados de la mano de los que las vomitan.

Desde luego que mi artículo no es para reprochar silencios ni conminar a que los rompan; porque me basta la voz de Sergio V. M. Sánchez, para darme cuenta que no todos están sometidos al olor ovejuno, que sólo impregna la debilidad de los acomodaticios.