/ martes 14 de agosto de 2018

El sol en perspectiva

Un asunto serio

La historia contemporánea se mueve en ese sentido, a despecho del modelo económico vigente, pero en franco proceso de declinación y desgaste.

“Nunca pierda el respeto por usted mismo ni se muestre demasiado relajado cuando está a solas. Haga que su integridad sea su propia medida de rectitud, y dependa más de la severidad de su propio juicio sobre su persona que de todas las opiniones ajenas.

Desista de toda conducta indecorosa, más por respeto a su propia virtud, que a las prescripciones de la autoridad. Respétese a sí mismo y no necesitará del tutor imaginario.  -Séneca.”, Baltasar Gracián, en “El Criticón”.

Viene a cuento la cita del ilustre jesuita aragonés del siglo XVII, porque en esa sabia recomendación, reside el origen de una actitud esencial que, en nuestro tiempo, parecemos haber olvidado por completo: la dignidad humana.

En esencia, el concepto de dignidad, nos remite a la idea de una excelencia, una calidad superior, una eminencia y una bondad particular que existe en los seres y en las cosas y que confiere a éstos y a éstas, un valor especial, un respeto y una estimación sobresaliente y extraordinaria. De modo que, el respeto por nosotros mismos, es en el pensamiento de Baltazar Gracián, el principio del respeto por los demás y en el reconocimiento de la dignidad humana individual, reside el origen, -como actitud de convivencia civilizada y justa- del reconocimiento de la dignidad humana de carácter social y político.

Así, el fenómeno inverso; característico de nuestra época y de buena parte de nuestro mundo; el de la pérdida de estimación por los seres humanos, en lo que son, en lo que valen, y en lo que podrían llegar a ser y a valer, podría tener su explicación y su raíz, según ésta forma de pensar, en la pérdida del respeto y de la dignidad de su propia persona, de parte de los dirigentes y de los “teóricos” contemporáneos que han impuesto a buena parte de nuestra población mundial, un modelo de vida asentado en una ideología y en una práctica económica, que coloca a la ganancia y al lucro por encima de los seres humanos y que privilegia al capital a ultranza, sobre las personas y sobre los derechos de la cultura.

La concepción del pensamiento y de la idea de la dignidad personal, empieza, -según lo sostiene Baltazar Gracián- por la preocupación humana respecto de la vida espiritual. Y es que, en efecto, los valores universales del más alto contenido, son los que dan y confieren sentido de dignidad a la vida verdaderamente humana.

Un modelo y una forma de vida que mantiene como ideal, las técnicas del desarrollismo económico a costa y en demérito de la dignidad del hombre y de sus legítimos intereses,-la libertad, la justicia, la paz orgánica y creadora, y la responsabilidad social recíproca- ha tenido necesariamente que naufragar en el olvido de la humanidad, más por pobreza de ideas y de recursos espirituales para dignificar la vida y darle sentido, que por falta de medios para impulsar el progreso y el bienestar en una buena parte del mundo contemporáneo.

Nuestra civilización ha llegado a acumular más reservas de medios e instrumentos científicos y tecnológicos para incrementar la producción de bienes y servicios, más que en ninguna otra época de la historia, y por contraste, ha multiplicado con proyección creciente, los índices de pobreza, ignorancia e insalubridad en los que se debate una gran parte de la humanidad actual.

No son pocos, los pensadores actuales, Habermas, Rawls, Adorno…) los que sostienen que la necesidad de repensar al hombre desde el punto de vista de su dignidad natural, es el problema más serio de nuestro tiempo, en la medida en la que la carencia de medidas y políticas destinadas a satisfacer las necesidades reales de la época, no reside en la falta de medios y recursos para tal objeto, sino en saber qué hacer con ellos.

El hecho es que, también, en una buena parte del mundo, -el mundo de las víctimas del “crecimiento” y del “mercado”- soplan vientos de cambio,-nuestro país incluido-. La recuperación del hombre para los efectos de su dignidad humana y social; la dignificación ética de la actividad política y de las funciones públicas; la moralización de la economía y de la empresa; la instauración del Estado de Derecho, y el acento social en el ejercicio de los gobiernos, son temas y cuestiones que el fondo, tienen que ver con el concepto de persona que ha de ser ejercido por nuestros sistemas de vida y de convivencia.

La historia contemporánea se mueve en ese sentido, a despecho del modelo económico vigente, pero en franco proceso de declinación y desgaste. Y de ahí, que el presente,-en lo interno y en lo exterior- sea también el tiempo de la esperanza.

Queda por saber, si la realidad que nos aguarda, podrá responder en una medida razonable, a la expectativa seria y grave que la propia realidad ha provocado: la restauración de la dignidad humana y social, en nuestro régimen de vida individual y colectiva. Sin duda ninguna, que este es un asunto, grave y serio y que como tal, merece una gran atención, personal y colectiva. Baltasar Gracián,… tuvo razón.

Un asunto serio

La historia contemporánea se mueve en ese sentido, a despecho del modelo económico vigente, pero en franco proceso de declinación y desgaste.

“Nunca pierda el respeto por usted mismo ni se muestre demasiado relajado cuando está a solas. Haga que su integridad sea su propia medida de rectitud, y dependa más de la severidad de su propio juicio sobre su persona que de todas las opiniones ajenas.

Desista de toda conducta indecorosa, más por respeto a su propia virtud, que a las prescripciones de la autoridad. Respétese a sí mismo y no necesitará del tutor imaginario.  -Séneca.”, Baltasar Gracián, en “El Criticón”.

Viene a cuento la cita del ilustre jesuita aragonés del siglo XVII, porque en esa sabia recomendación, reside el origen de una actitud esencial que, en nuestro tiempo, parecemos haber olvidado por completo: la dignidad humana.

En esencia, el concepto de dignidad, nos remite a la idea de una excelencia, una calidad superior, una eminencia y una bondad particular que existe en los seres y en las cosas y que confiere a éstos y a éstas, un valor especial, un respeto y una estimación sobresaliente y extraordinaria. De modo que, el respeto por nosotros mismos, es en el pensamiento de Baltazar Gracián, el principio del respeto por los demás y en el reconocimiento de la dignidad humana individual, reside el origen, -como actitud de convivencia civilizada y justa- del reconocimiento de la dignidad humana de carácter social y político.

Así, el fenómeno inverso; característico de nuestra época y de buena parte de nuestro mundo; el de la pérdida de estimación por los seres humanos, en lo que son, en lo que valen, y en lo que podrían llegar a ser y a valer, podría tener su explicación y su raíz, según ésta forma de pensar, en la pérdida del respeto y de la dignidad de su propia persona, de parte de los dirigentes y de los “teóricos” contemporáneos que han impuesto a buena parte de nuestra población mundial, un modelo de vida asentado en una ideología y en una práctica económica, que coloca a la ganancia y al lucro por encima de los seres humanos y que privilegia al capital a ultranza, sobre las personas y sobre los derechos de la cultura.

La concepción del pensamiento y de la idea de la dignidad personal, empieza, -según lo sostiene Baltazar Gracián- por la preocupación humana respecto de la vida espiritual. Y es que, en efecto, los valores universales del más alto contenido, son los que dan y confieren sentido de dignidad a la vida verdaderamente humana.

Un modelo y una forma de vida que mantiene como ideal, las técnicas del desarrollismo económico a costa y en demérito de la dignidad del hombre y de sus legítimos intereses,-la libertad, la justicia, la paz orgánica y creadora, y la responsabilidad social recíproca- ha tenido necesariamente que naufragar en el olvido de la humanidad, más por pobreza de ideas y de recursos espirituales para dignificar la vida y darle sentido, que por falta de medios para impulsar el progreso y el bienestar en una buena parte del mundo contemporáneo.

Nuestra civilización ha llegado a acumular más reservas de medios e instrumentos científicos y tecnológicos para incrementar la producción de bienes y servicios, más que en ninguna otra época de la historia, y por contraste, ha multiplicado con proyección creciente, los índices de pobreza, ignorancia e insalubridad en los que se debate una gran parte de la humanidad actual.

No son pocos, los pensadores actuales, Habermas, Rawls, Adorno…) los que sostienen que la necesidad de repensar al hombre desde el punto de vista de su dignidad natural, es el problema más serio de nuestro tiempo, en la medida en la que la carencia de medidas y políticas destinadas a satisfacer las necesidades reales de la época, no reside en la falta de medios y recursos para tal objeto, sino en saber qué hacer con ellos.

El hecho es que, también, en una buena parte del mundo, -el mundo de las víctimas del “crecimiento” y del “mercado”- soplan vientos de cambio,-nuestro país incluido-. La recuperación del hombre para los efectos de su dignidad humana y social; la dignificación ética de la actividad política y de las funciones públicas; la moralización de la economía y de la empresa; la instauración del Estado de Derecho, y el acento social en el ejercicio de los gobiernos, son temas y cuestiones que el fondo, tienen que ver con el concepto de persona que ha de ser ejercido por nuestros sistemas de vida y de convivencia.

La historia contemporánea se mueve en ese sentido, a despecho del modelo económico vigente, pero en franco proceso de declinación y desgaste. Y de ahí, que el presente,-en lo interno y en lo exterior- sea también el tiempo de la esperanza.

Queda por saber, si la realidad que nos aguarda, podrá responder en una medida razonable, a la expectativa seria y grave que la propia realidad ha provocado: la restauración de la dignidad humana y social, en nuestro régimen de vida individual y colectiva. Sin duda ninguna, que este es un asunto, grave y serio y que como tal, merece una gran atención, personal y colectiva. Baltasar Gracián,… tuvo razón.

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