/ viernes 16 de noviembre de 2018

El sol en perspectiva

Las elecciones pasadas han dejado con sus resultados, la clara enseñanza de que la voluntad electoral existe; que puede actuar y reordenar los acontecimientos en favor de los intereses colectivos más genuinos y apremiantes.

A juzgar por los acontecimientos que en el orden de lo que generalmente solemos considerar como actividad política y que se han producido durante éstas últimas semanas en la escena nacional, la oposición que habrá de enfrentar el nuevo régimen del Ejecutivo federal y del que será el nuevo partido gobernante, se localiza más bien, en el ámbito de la sociedad civil, -particularmente en los círculos de la Gran Empresa-, que en los espacios de los partidos políticos.

Sucede que en los quehaceres partidistas, en efecto, no se han logrado articular ni ideas, ni procedimientos, ni tácticas, que permitan suponer a la opinión pública, que en el interior de dichas instituciones existe un rumbo claro; un liderazgo auténtico y convincente, o una directriz precisa y concreta para hacer frente, con ciertas probabilidades de éxito, en la convicción ciudadana, al nuevo régimen de gobierno que está por entrar en pleno, en el ejercicio del poder conquistado tan abrumadoramente en las elecciones del pasado día primero de julio.

En el Partido Revolucionario Institucional, por ejemplo, se sigue buscando con la lámpara de Diógenes la figura política que más allá de los intereses de grupo y las pugnas de facción, pueda encabezar y dirigir los esfuerzos, los pensamientos y las acciones encaminadas y dirigidas, -con propiedad de razón ciudadana y de intención ética-, a la restauración y a la recomposición del partido que ha sufrido en esta última elección, la derrota más contundente y grave de su historia.

En el Partido Acción Nacional parece que con motivo de sus recientes elecciones internas, las divisiones entre grupos y entre los distintos sectores de interés de mando y control, en lugar de allanarse y buscar medios y modos de conciliación y acuerdo, para el beneficio y el provecho del propio partido, al contrario, se han recrudecido haciéndose irreconciliables en algunos de los casos.

En el Partido de la Revolución Democrática, las pérdidas sufridas en su identidad ideológica y programática a causa de sus artificiales alianzas electorales con partidos y organismos políticos con signos doctrinarios, enseñanzas, teorías, y sistemas de ideas, no solo diferentes sino aun contrarias y opuestas a las suyas,… parecen de todo irrecuperables, al menos en un futuro próximo y no se ve cómo puedan reparar el daño, ni en lo interno, ni en lo exterior.

Situación diferente es la que prevalece en los círculos de los poderes fácticos, especialmente los del gran capital en cuyos ámbitos se han producido enfrentamientos que sucesivamente se han resuelto en los frentes de la cancelación de las obras del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, y la reciente “medición de fuerzas” provocada por el asunto de la iniciativa senatorial encaminada a la reducción de las comisiones que actualmente cobran los bancos a los usuarios de sus servicios; iniciativa que, por de pronto, no prosperó por la respuesta que a tal medida dio el sector financiero, pero que queda pendiente y está advertida.

Pero además existe otra gran oposición potencial al nuevo régimen del próximo gobierno. Esta es la que se localiza en la gran base social que paradójicamente llevó con su voto en las urnas al poder que está por iniciar sus responsabilidades administrativas desde el Ejecutivo federal a partir de diciembre próximo.

Para nadie es un secreto que gran parte del apoyo electoral que obtuvo el líder del gran movimiento político que ha ocasionado el colapso del viejo sistema, independientemente de su gran personalidad, antecedentes y autenticidad de liderazgo, se debe también al gran contenido de agravios, aplazamientos, rechazos y exclusiones que por decenios ha venido sufriendo el interés popular y ciudadano, por parte de la sociedad política imperante hasta el mes de julio anterior.

Representando el nuevo régimen la imagen del rechazo social a tal orden de cosas, la expectativa de cambio que ha generado en la nueva mentalidad ciudadana, ha sido de gran contenido y de gran urgencia, de modo que, al dejar de atenderse, -por cualquier motivo o razón-, en forma substantiva tal esperanza, ese sentimiento de frustración puede volverse contra los creadores e impulsores de las iniciativas del cambio, en cualquier momento.

Las elecciones pasadas han dejado con sus resultados, la clara enseñanza de que la voluntad electoral existe; que puede actuar y reordenar los acontecimientos en favor de los intereses colectivos más genuinos y apremiantes. De modo que sí fuera el caso de que muchas de las promesas de campaña quedaran fuera de la agenda de los compromisos cumplidos por la acción de gobierno, la oposición más fuerte que éste tendría que enfrentar vendría de un grande y serio disenso social y de un gran sentimiento de desencanto público.

Los nuevos dirigentes de la política oficial conocen a profundidad su oficio y conocen bien el riesgo que comportan las substancias que corroen el tejido social y empañan el cristal con el que se suelen juzgar los comportamientos del quehacer público por parte de la opinión general.

Así es que, en efecto, subsiste, -por ahora-, la gran esperanza social de que los derechos prometidos, y ganados políticamente, en las pasadas elecciones, se vean realizados en la diaria realidad de los mexicanos.


Las elecciones pasadas han dejado con sus resultados, la clara enseñanza de que la voluntad electoral existe; que puede actuar y reordenar los acontecimientos en favor de los intereses colectivos más genuinos y apremiantes.

A juzgar por los acontecimientos que en el orden de lo que generalmente solemos considerar como actividad política y que se han producido durante éstas últimas semanas en la escena nacional, la oposición que habrá de enfrentar el nuevo régimen del Ejecutivo federal y del que será el nuevo partido gobernante, se localiza más bien, en el ámbito de la sociedad civil, -particularmente en los círculos de la Gran Empresa-, que en los espacios de los partidos políticos.

Sucede que en los quehaceres partidistas, en efecto, no se han logrado articular ni ideas, ni procedimientos, ni tácticas, que permitan suponer a la opinión pública, que en el interior de dichas instituciones existe un rumbo claro; un liderazgo auténtico y convincente, o una directriz precisa y concreta para hacer frente, con ciertas probabilidades de éxito, en la convicción ciudadana, al nuevo régimen de gobierno que está por entrar en pleno, en el ejercicio del poder conquistado tan abrumadoramente en las elecciones del pasado día primero de julio.

En el Partido Revolucionario Institucional, por ejemplo, se sigue buscando con la lámpara de Diógenes la figura política que más allá de los intereses de grupo y las pugnas de facción, pueda encabezar y dirigir los esfuerzos, los pensamientos y las acciones encaminadas y dirigidas, -con propiedad de razón ciudadana y de intención ética-, a la restauración y a la recomposición del partido que ha sufrido en esta última elección, la derrota más contundente y grave de su historia.

En el Partido Acción Nacional parece que con motivo de sus recientes elecciones internas, las divisiones entre grupos y entre los distintos sectores de interés de mando y control, en lugar de allanarse y buscar medios y modos de conciliación y acuerdo, para el beneficio y el provecho del propio partido, al contrario, se han recrudecido haciéndose irreconciliables en algunos de los casos.

En el Partido de la Revolución Democrática, las pérdidas sufridas en su identidad ideológica y programática a causa de sus artificiales alianzas electorales con partidos y organismos políticos con signos doctrinarios, enseñanzas, teorías, y sistemas de ideas, no solo diferentes sino aun contrarias y opuestas a las suyas,… parecen de todo irrecuperables, al menos en un futuro próximo y no se ve cómo puedan reparar el daño, ni en lo interno, ni en lo exterior.

Situación diferente es la que prevalece en los círculos de los poderes fácticos, especialmente los del gran capital en cuyos ámbitos se han producido enfrentamientos que sucesivamente se han resuelto en los frentes de la cancelación de las obras del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, y la reciente “medición de fuerzas” provocada por el asunto de la iniciativa senatorial encaminada a la reducción de las comisiones que actualmente cobran los bancos a los usuarios de sus servicios; iniciativa que, por de pronto, no prosperó por la respuesta que a tal medida dio el sector financiero, pero que queda pendiente y está advertida.

Pero además existe otra gran oposición potencial al nuevo régimen del próximo gobierno. Esta es la que se localiza en la gran base social que paradójicamente llevó con su voto en las urnas al poder que está por iniciar sus responsabilidades administrativas desde el Ejecutivo federal a partir de diciembre próximo.

Para nadie es un secreto que gran parte del apoyo electoral que obtuvo el líder del gran movimiento político que ha ocasionado el colapso del viejo sistema, independientemente de su gran personalidad, antecedentes y autenticidad de liderazgo, se debe también al gran contenido de agravios, aplazamientos, rechazos y exclusiones que por decenios ha venido sufriendo el interés popular y ciudadano, por parte de la sociedad política imperante hasta el mes de julio anterior.

Representando el nuevo régimen la imagen del rechazo social a tal orden de cosas, la expectativa de cambio que ha generado en la nueva mentalidad ciudadana, ha sido de gran contenido y de gran urgencia, de modo que, al dejar de atenderse, -por cualquier motivo o razón-, en forma substantiva tal esperanza, ese sentimiento de frustración puede volverse contra los creadores e impulsores de las iniciativas del cambio, en cualquier momento.

Las elecciones pasadas han dejado con sus resultados, la clara enseñanza de que la voluntad electoral existe; que puede actuar y reordenar los acontecimientos en favor de los intereses colectivos más genuinos y apremiantes. De modo que sí fuera el caso de que muchas de las promesas de campaña quedaran fuera de la agenda de los compromisos cumplidos por la acción de gobierno, la oposición más fuerte que éste tendría que enfrentar vendría de un grande y serio disenso social y de un gran sentimiento de desencanto público.

Los nuevos dirigentes de la política oficial conocen a profundidad su oficio y conocen bien el riesgo que comportan las substancias que corroen el tejido social y empañan el cristal con el que se suelen juzgar los comportamientos del quehacer público por parte de la opinión general.

Así es que, en efecto, subsiste, -por ahora-, la gran esperanza social de que los derechos prometidos, y ganados políticamente, en las pasadas elecciones, se vean realizados en la diaria realidad de los mexicanos.


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