/ viernes 20 de septiembre de 2019

EL SOL EN PERSPECTIVA

Temas viejos

Algunos filósofos de la Grecia Clásica insistían en distinguir, -entre el gran universo de las cosas que nos rodean- aquellas que no tienen una relación inmediata, personal y directa con lo que nos constituye como seres humanos, y otras que sí la tienen, y que por eso mismo, determinan nuestro carácter y naturaleza.

El cielo, la tierra, el mar, los astros, -decían- son objetos a los que no dedicamos un interés íntimo e inmediato. Son, por tanto, materia de nuestra razón, científica, o teórica, (logos). En cambio, existen las cosas que sí provocan nuestra atención íntima, singular y perseverante,- angustiada a veces-. Estas cosas son propias del conocimiento que nos proporciona la auténtica sabiduría (sophía).

El bien, el mal, el placer, el dolor, la serenidad; las tendencias (o virtudes), son contenidos propios de la razón práctica (la ética), cuyo fruto principal es el de producir en nosotros la capacidad de percibir con claridad y lucidez suficientes, las fuerzas, los valores, las convicciones con las que distinguimos las verdaderas bondades de la vida, para obrar en consecuencia.

Este tipo de conocimiento y de persuasión interior (Frónesis), es lo que nosotros solemos llamar, la virtud de la prudencia, (buen juicio que nos enseña a evitar el mal). El hombre sabio, -escribió Aristóteles- “es aquél que puede contemplare a sí mismo, mejor que los demás, y vive en conciencia”. (Gran Ética).

De este modo, se puede obtener la conclusión de que la razón práctica o sabiduría que nos hace prudentes, tiene por finalidad la de moderar los impulsos de nuestra naturaleza egoísta, incivil e inculta, determinando así, en nuestro modo de ser y de pensar, las virtudes éticas o morales que solemos estimar como valiosas y dignas de nuestra voluntad humana.

Los dos tipos de conocimiento, -decían los antiguos-; el logos y la sophía, son indispensables para conocer el bien. El primer tipo de conocimiento (logos) es adquirido; el segundo (sophía), es natural e innato; consubstancial a la condición humana.

El logos se obtiene mediante el esfuerzo y el cultivo del intelecto y de la razón, la que en todo caso, nos ilustra los límites y los alcances de nuestro propio saber. La sophía que tiene como su campo de acción el mundo del “deber ser”, es un atributo, -o un instinto, dirían los psicólogos modernos- con el que vienen provistos los seres humanos desde su nacimiento.

Este segundo tipo de conocimiento, o sophía, -siguen diciendo los griegos clásicos- requiere ser perfeccionado por el primero. La razón práctica debe ser cultivada por la razón teórica de manera que con dicha síntesis, “el intelecto humano llegue a conocer los primeros principios, y posteriormente, mediante un razonamiento completo, sepa aplicarlos en cada caso, determinando lo que se debe o no se debe hacer”, según lo postuló, Sócrates.

No cabe duda ninguna de que hoy día, nuestro abigarrado entorno y complicado modo de vivir, necesita y requiere, acaso con urgencia, de métodos de convivencia y de técnicas sociales y políticas que nos hagan más conscientes de nuestras responsabilidades éticas y de nuestro compromiso “de pasar de ser habitantes, -que (sólo) ocupan un espacio territorial- a ser ciudadanos, protagonistas de una sociedad más justa y fraterna”, según dice el pensador argentino contemporáneo, Federico Palacios.

Creemos que los antiguos tenían razón, cuando sostenían que la verdadera sabiduría, -la sophía-, nos ilustra el hecho evidente y claro de que la verdadera convivencia humana no sólo es el resultado del respeto general a las reglas jurídicas vigentes, sino que es, sobre todo, el fruto y la consecuencia de la aceptación social convencida de los valores que inspiran la bondad de la vida: la dignidad del ser humano: la legitimidad de los derechos: l bien común, como el ideal y el valor de la política. Bienes todos estos fundadores de una ética universal.

Temas viejos

Algunos filósofos de la Grecia Clásica insistían en distinguir, -entre el gran universo de las cosas que nos rodean- aquellas que no tienen una relación inmediata, personal y directa con lo que nos constituye como seres humanos, y otras que sí la tienen, y que por eso mismo, determinan nuestro carácter y naturaleza.

El cielo, la tierra, el mar, los astros, -decían- son objetos a los que no dedicamos un interés íntimo e inmediato. Son, por tanto, materia de nuestra razón, científica, o teórica, (logos). En cambio, existen las cosas que sí provocan nuestra atención íntima, singular y perseverante,- angustiada a veces-. Estas cosas son propias del conocimiento que nos proporciona la auténtica sabiduría (sophía).

El bien, el mal, el placer, el dolor, la serenidad; las tendencias (o virtudes), son contenidos propios de la razón práctica (la ética), cuyo fruto principal es el de producir en nosotros la capacidad de percibir con claridad y lucidez suficientes, las fuerzas, los valores, las convicciones con las que distinguimos las verdaderas bondades de la vida, para obrar en consecuencia.

Este tipo de conocimiento y de persuasión interior (Frónesis), es lo que nosotros solemos llamar, la virtud de la prudencia, (buen juicio que nos enseña a evitar el mal). El hombre sabio, -escribió Aristóteles- “es aquél que puede contemplare a sí mismo, mejor que los demás, y vive en conciencia”. (Gran Ética).

De este modo, se puede obtener la conclusión de que la razón práctica o sabiduría que nos hace prudentes, tiene por finalidad la de moderar los impulsos de nuestra naturaleza egoísta, incivil e inculta, determinando así, en nuestro modo de ser y de pensar, las virtudes éticas o morales que solemos estimar como valiosas y dignas de nuestra voluntad humana.

Los dos tipos de conocimiento, -decían los antiguos-; el logos y la sophía, son indispensables para conocer el bien. El primer tipo de conocimiento (logos) es adquirido; el segundo (sophía), es natural e innato; consubstancial a la condición humana.

El logos se obtiene mediante el esfuerzo y el cultivo del intelecto y de la razón, la que en todo caso, nos ilustra los límites y los alcances de nuestro propio saber. La sophía que tiene como su campo de acción el mundo del “deber ser”, es un atributo, -o un instinto, dirían los psicólogos modernos- con el que vienen provistos los seres humanos desde su nacimiento.

Este segundo tipo de conocimiento, o sophía, -siguen diciendo los griegos clásicos- requiere ser perfeccionado por el primero. La razón práctica debe ser cultivada por la razón teórica de manera que con dicha síntesis, “el intelecto humano llegue a conocer los primeros principios, y posteriormente, mediante un razonamiento completo, sepa aplicarlos en cada caso, determinando lo que se debe o no se debe hacer”, según lo postuló, Sócrates.

No cabe duda ninguna de que hoy día, nuestro abigarrado entorno y complicado modo de vivir, necesita y requiere, acaso con urgencia, de métodos de convivencia y de técnicas sociales y políticas que nos hagan más conscientes de nuestras responsabilidades éticas y de nuestro compromiso “de pasar de ser habitantes, -que (sólo) ocupan un espacio territorial- a ser ciudadanos, protagonistas de una sociedad más justa y fraterna”, según dice el pensador argentino contemporáneo, Federico Palacios.

Creemos que los antiguos tenían razón, cuando sostenían que la verdadera sabiduría, -la sophía-, nos ilustra el hecho evidente y claro de que la verdadera convivencia humana no sólo es el resultado del respeto general a las reglas jurídicas vigentes, sino que es, sobre todo, el fruto y la consecuencia de la aceptación social convencida de los valores que inspiran la bondad de la vida: la dignidad del ser humano: la legitimidad de los derechos: l bien común, como el ideal y el valor de la política. Bienes todos estos fundadores de una ética universal.

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